jueves, 25 de abril de 2013

ORACIÓN ¡PADRE NUESTRO

ORACIÓN DOMINICAL
 Los Espíritus recomendaron colocar la
Oración Dominical al comienzo de esta colección, no sólo
como oración, sino como símbolo de todas las oraciones, es



la que colocan en primer lugar, sea porque viene del mismo
Jesús (San Mateo, cap. VI, v. de 9 a 13), sea porque pueda
substituirlas a todas, según el pensamiento que se una a ellas.
Es el más perfecto modelo de concisión, verdadera obra
maestra de sublimidad dentro de su sencillez. En efecto, en la
más sobria de las formas, resume todos los deberes del hombre
para con Dios, para consigo mismo y para con el prójimo;
encierra una profesión de fe, un acto de adoración y de
sumisión, la petición de las cosas necesarias a la vida y el
principio de caridad. Decirla en intención de alguno, es pedir
para él lo que pediríamos para nosotros mismos. Sin embargo, en razón misma de su brevedad, el sentido
profundo encerrado en algunas palabras de las que se compone,
pasa desapercibido para la mayor parte; por eso se dice,
generalmente, sin dirigir el pensamiento sobre las aplicaciones de
cada una de sus partes; se dice como una fórmula cuya eficacia es
proporcionada al número de veces que se repite; así casi siempre
es uno de los números cabalísticos tres, siete, o nueve, sacados de
la antigua creencia supersticiosa que atribuía una virtud a los
números y que se usaba en las operaciones de la magia.
Para suplir el vacío que la concisión de esta plegaria deja en
el pensamiento, según el consejo y con la asistencia de los buenos
Espíritus, se ha añadido a cada proposición un comentario que
desarrolla su sentido y enseña sus aplicaciones. Según las
circunstancias y el tiempo disponible, se puede decir la Oración
dominical simple o en su forma desarrollada.
 ORACIÓN. – I. ¡Padre Nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre!
Creemos en vos, Señor, porque todo revela vuestro poder y
vuestra bondad. La armonía del Universo atestigua una sabiduría,
una prudencia y una previsión tales, que superan todas las facultades
humanas; el nombre de un ser soberanamente grande y sabio está
inscripto en todas las obras de la Creación, desde la hoja de la
yerba y el insecto más pequeño, hasta los astros que se mueven en
el espacio; en todas partes vemos la prueba de una solicitud
paternal; por eso, ciego es el que no os reconoce en vuestras obras,
orgulloso el que no os glorifica e ingrato el que no os da las gracias.
II. ¡Venga tu reino!
Señor, disteis a los hombres leyes llenas de sabiduría, que
harían su felicidad si las observasen. Con esas leyes, harían reinar
entre ellos la paz y la justicia; se ayudarían mutuamente en vez de
perjudicarse como lo hacen, el fuerte sostendría al débil y no lo
abatiría, evitando los males que engendran los abusos y los excesos
de todas clases. Todas las miserias de este mundo vienen de la
violación de vuestras leyes, porque no hay una sola infracción que
no tenga fatales consecuencias.
Disteis al animal el instinto que le traza el límite de lo
necesario y él maquinalmente se conforma con eso; pero al
hombre además de su instinto, le disteis la inteligencia y la razón;
le disteis también la libertad de observar o infringir aquellas de
vuestras leyes que le conciernen personalmente, es decir, de
escoger entre el bien y el mal, a fin de que tenga el mérito y la
responsabilidad de sus acciones.
Nadie puede poner como pretexto la ignorancia de vuestras
leyes, porque en vuestra previsión paternal, quisisteis que estuviesen
grabadas en la conciencia de cada uno, sin distinción de cultos ni
de naciones; los que las violan es porque os desconocen.
Vendrá un día, según vuestra promesa, en que todos las
practicarán; entonces la incredulidad habrá desaparecido; todos
os reconocerán como Soberano Señor de todas las cosas y el reino
de vuestras leyes será vuestro reino en la Tierra.
Dignaos, Señor, apresurar su advenimiento, dando a los
hombres la luz necesaria para conducirlos al camino de la verdad.
III. ¡Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo
Si la sumisión es un deber del hijo para con su padre y del
inferior para con su superior ¡cuánto mayor no debe ser la de la
criatura con su Creador! Hacer vuestra voluntad, Señor, es observar
vuestras leyes y someterse sin murmurar a vuestros divinos decretos;
el hombre se someterá a ellos, cuando comprenda que sois la fuente
de toda sabiduría y que sin vos nada puede; entonces, hará vuestra
voluntad en la Tierra, como los elegidos en el Cielo.
IV. El pan nuestro de cada día, dádnosle hoy.
Dadnos el alimento para conservar las fuerzas del cuerpo;
dadnos también el alimento espiritual para el desarrollo de nuestro
Espíritu. El animal encuentra su alimento, pero el hombre lo debe a
su propia actividad y a los recursos de su inteligencia, porque vos
le habéis creado libre.
Vos le dijisteis: “Extraerás tu alimento de la tierra con el
sudor de tu frente”; por eso habéis hecho una obligación del trabajo
a fin de que ejercitara su inteligencia buscando los medios de
proveer a su necesidad y a su bienestar; unos por el trabajo material,
otros por el trabajo intelectual; sin trabajo quedaría estacionado y
no podría aspirar a la felicidad de los Espíritus superiores.
Secundáis al hombre de buena voluntad que confía en vos
para lo necesario, pero no aquel que se complace en la ociosidad y
que le gustaría obtenerlo todo sin trabajo, ni aquel otro que busca
lo superfluo. (Cap. XXV).
¡Cuántos son los que sucumben por sus propias faltas, por
su incuria, por su imprevisión o por su ambición y por no haber
querido contentarse con lo que les disteis! Estos son los artífices
de su propio infortunio y no tienen derecho de quejarse, porque
son castigados en aquello en que han pecado. Pero ni aun a esos
abandonáis porque sois infinitamente misericordioso; vos le tendéis
mano segura desde que, como el hijo pródigo, regresen
sinceramente a vos. (Cap. V, número 4).
Antes de quejarnos de nuestra suerte, preguntémonos si
ella no es obra nuestra; a cada desgracia que nos llegue,
preguntémonos si no dependió de nosotros evitarla; pero digamos
también que Dios nos dio la inteligencia para sacarnos del
lodazal y que depende de nosotros hacer uso de ella.
Puesto que la ley del trabajo es la condición del hombre en la
Tierra, dadnos ánimo y fuerza para cumplirla; dadnos también
prudencia, previsión y moderación, con el fin de no perderle el fruto.
Dadnos, pues, Señor, nuestro pan de cada día, es decir, los
medios de adquirir con el trabajo las cosas necesarias a la vida,
porque nadie tiene el derecho de reclamar lo superfluo.
Si nos es imposible trabajar, confiamos en vuestra Divina
Providencia. Si está en vuestros designios el probarnos por las más duras
privaciones, a pesar de nuestros esfuerzos, nosotros las aceptaremos
como una justa expiación de las faltas que hayamos cometido en
esta vida o en una vida precedente, porque sois justo; sabemos que
no hay penas inmerecidas y que jamás castigáis sin causa.
Preservarnos, ¡oh Dios mío!, de concebir la envidia contra
los que poseen lo que nosotros no tenemos, ni siquiera contra
aquellos que tienen lo superfluo, cuando a nosotros nos hace falta
lo necesario. Perdonadles si olvidan la ley de caridad y de amor al
prójimo, que les enseñasteis. (Cap. XVI, número 8).
Apartad también de nuestro espíritu el pensamiento de negar
vuestra justicia, viendo la prosperidad del malo y la desgracia que
oprime a veces al hombre de bien. Gracias a las nuevas luces que
habéis tenido a bien darnos, sabemos ahora que vuestra justicia se
cumple siempre y no falta a nadie; que la prosperidad material del
malo es efímera como su existencia corporal y que tendrá terribles
contratiempos, mientras que la alegría reservada al que sufre con
resignación será eterna. (Cap. V, números, 7, 9, 12, 18).
V. Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos
a nuestros deudores.

Perdona nuestras ofensas, así como nosotros
perdonamos, a nuestros ofensores.
Cada una de nuestras infracciones a vuestras leyes, Señor,
es una ofensa hacia vos y una deuda contraída que tarde o temprano
tendrá que pagarse. Solicitamos de vuestra infinita misericordia el
perdón para ellas, con la promesa de hacer los debidos esfuerzos
para no contraer nuevas deudas. Hicisteis una ley expresa de la caridad; pero la caridad no
consiste sólo en asistir al semejante en la necesidad; consiste
también en el olvido y en el perdón de las ofensas. ¿Con qué derecho
reclamaríamos vuestra indulgencia, si nosotros mismos faltásemos
a ella con respecto a aquellos contra quienes tenemos motivos de
quejas? Dadnos ¡oh Dios!, la fuerza para ahogar en nuestra alma
todo sentimiento, todo odio y rencor; haced que la muerte no nos
sorprenda con un deseo de venganza en el corazón. Si os place el
retirarnos hoy mismo de este mundo, haced que podamos
presentarnos a vos puros de toda animosidad, a ejemplo del Cristo,
cuyas últimas palabras fueron de clemencia para sus verdugos.
(Cap. X). Las persecuciones que nos hacen sufrir los malos, forman
parte de nuestras pruebas terrenales y debemos aceptarlas sin
murmurar, como todas las otras pruebas, y no maldecir a aquellos
que con sus maldades nos facilitan el camino de la felicidad eterna,
porque dijisteis por la boca de Jesús: “¡Bienaventurados los que
sufren por la justicia!” Bendigamos, pues, la mano que nos hiere
y nos humilla, porque las contusiones del cuerpo fortalecen
nuestra alma y seremos levantados de nuestra humildad. (Cap.
XII, número 4). Bendito sea vuestro nombre, Señor, por habernos enseñado
que nuestra suerte no está irrevocablemente fijada después de la
muerte; que encontraremos en otras existencias los medios de
rescatar y de reparar nuestras faltas pasadas, de cumplir en una
nueva vida lo que no pudimos hacer en esta por nuestro
adelantamiento. (Cap. IV; cap. V, número 5).
Así se explican, finalmente, todas las anomalías aparentes
de la vida, pues es la luz derramada sobre nuestro pasado y nuestro
futuro, la señal resplandeciente de vuestra soberana justicia y de
vuestra bondad infinita.
VI. No nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal.
Dadnos, Señor, la fuerza para resistir a las sugestiones de
los malos Espíritus que intentasen desviarnos del camino del bien,
inspirándonos malos pensamientos.
Pero nosotros mismos somos Espíritus imperfectos
encarnados en la Tierra para expiar y mejorarnos. La causa primera
del mal está en nosotros y los malos Espíritus no hacen más que
aprovecharse de nuestras inclinaciones viciosas, en las cuales nos
mantienen para tentarnos.
Cada imperfección es una puerta abierta a su influencia,
mientras que son impotentes y renuncian a toda tentativa contra
los seres perfectos. Todo lo que podamos hacer para separarlos, es
inútil, sino les oponemos una voluntad inquebrantable en el bien,
renunciando absolutamente al mal. Es, pues, necesario, dirigir
nuestros esfuerzos contra nosotros mismos y entonces los malos
Espíritus se alejarán naturalmente, porque el mal es el que los atrae,
mientras que el bien los rechaza. (Véase Oraciones para los
obsesos). Señor, sostenednos en nuestra debilidad; inspirándonos por
la voz de nuestros ángeles guardianes y de los Buenos Espíritus, la
voluntad de corregirnos de nuestras imperfecciones, con el fin de
cerrar a los Espíritus impuros el acceso a nuestra alma. (Véase
adelante el número 11). El mal no es obra vuestra, Señor, porque la fuente de todo
bien no puede engendrar nada malo; nosotros mismos somos los
que lo creamos infringiendo vuestras leyes por el mal uso que
hacemos de la libertad que nos habéis dado. Cuando los hombres
observen vuestras leyes, el mal desaparecerá de la Tierra, como ya
desapareció de los mundos más avanzados.
El mal no es una necesidad fatal para nadie y sólo parece  Ciertas traducciones traen: No nos induzcáis en la tentación (et ne nos induzcas in tentationem); esta expresión daría a entender que la tentación viene de Dios; que él induce voluntariamente a los hombres al mal; pensamiento blasfematorio que asemeja Dios a Satanás, y no pudo haber sido el de Jesús. Por lo demás, esta conforme con la doctrina vulgar sobre la misión atribuida a los demonios. (Véase El Cielo y el Infierno, cap. X, Los demonios irresistible a aquellos que se abandonan a él con satisfacción. Si
tenemos la voluntad de hacerlo, podemos también tener la de hacer
el bien; por eso, oh Dios, pedimos vuestra asistencia y la de los
buenos Espíritus para resistir la tentación.
VII. Amén.
¡Si os place, Señor, que nuestros deseos se cumplan! Pero
nos inclinamos ante vuestra sabiduría infinita. Sobre todas las cosas
que nos es dado comprender, que se haga vuestra santa voluntad y
no la nuestra, porque sólo queréis nuestro bien y sabéis mejor que
nosotros lo que nos es útil.
Os dirigimos esta oración, ¡oh Dios!, por nosotros mismos,
por todas las almas que sufren, encarnadas o desencarnadas, por
nuestros amigos y enemigos, por todos aquellos que pidan nuestra
asistencia y en particular por N...
Pedimos para todos ellos vuestra misericordia y vuestra
bendición.
Nota: Se puede formular aquí lo que se agradece a Dios y lo
que se pide para sí mismo o para otro.


jueves, 18 de abril de 2013

LA ESCLAVA DEL SEÑOR

Cuando Juan, el discípulo amado, vino a estar con María, anunciándole la detención del Maestro, el corazón materno, consternado, se recogió al santuario de la plegaria y rogó al Señor Supremo que preservase al hijo querido. ¿No era Jesús el Embajador Divino? ¿No había recibido la notificación de los ángeles, en cuanto a su condición celeste? Su hijo amado había nacido para la salvación de los oprimidos… Ilustraría el nombre de Israel, sería el
rey diferente, lleno de amoroso poder. Curaba leprosos, ponía en pie a paralíticos sin esperanza. La resurrección de Lázaro, ya sepultado, ¿no bastaría para elevarlo a la cima de la glorificación?
Y María confió al Dios de la misericordia sus preocupaciones y súplicas, esperando su providencia; entretanto, Juan volvió en breves horas, para decirle que el Mesías había sido encarcelado.
La Madre Santísima regresó a la oración en silencio. Bañada en llanto, imploró el favor del Padre Celestial. Confiaría en Él. Deseaba enfrentar la situación sin miedo, acudiendo a las autoridades de Jerusalén. Pero humilde y pobre, ¿qué habría de conseguir de los poderosos de la Tierra? Y, ¿acaso no contaba con la protección del Cielo? Ciertamente, el Dios de bondad infinita, que su hijo había revelado al mundo, habría de salvarlo de la prisión, restituirle la libertad.
María se mantuvo vigilante. Alejándose de la casa modesta en que se había recogido, salió a la calle e intentó penetrar en la cárcel; sin embargo, no logró ablandar el corazón de los guardas.
Avanzada la noche, velaba suplicante, entre la angustia y la confianza.
Más tarde, volvió Juan, comunicándole las nuevas dificultades surgidas. El Maestro había sido acusado por los sacerdotes. Estaba solo. Y Pilatos, el administrador romano, dudando entre las disposiciones de la ley y las exigencias del pueblo, había enviado al Maestro a la consideración de Herodes. María no pudo contenerse. Lo seguiría de cerca.
Resuelta, se abrigó con un manto discreto y volvió a la vía pública, multiplicando las rogativas al Cielo, en su maternal aflicción. Naturalmente, Dios modificaría los acontecimientos, tocando el alma de Atipas  No dudaría ni por un instante. ¿Qué había hecho su hijo para recibir afrentas? ¿No acataba la ley? ¿No distribuía sublimes consuelos? Amparada por la convertida  Magdalena alcanzó los alrededores del palacio del tetrarca. ¡Oh, infinita amargura! Jesús, por ironía, había sido vestido con una túnica y ostentaba en las manos una caña, a modo de cetro y, como si eso no bastase, también había sido coronado de espinas.
Deseaba liberarle la frente ensangrentada y arrebatarlo a la situación dolorosa, pero el hijo, sereno y resignado, le dirigió la mirada más significativa de toda su existencia. Comprendió que él la inducía a la oración, y en silencio le pedía confianza en el Padre. Se contuvo, pero lo siguió bañada en llanto, rogando la intervención divina. Imposible que el Padre no se manifestase. ¿No era su hijo el elegido para la salvación? Le recordó su infancia, amparada por los ángeles…
¡Guardaba la impresión de que la Estrella Brillante, que le había anunciado el nacimiento, aún resplandecía en lo alto!. La multitud se detuvo de pronto. Se había interrumpido la marcha para que el gobernador romano se pronunciase de modo definitivo. María confiaba. ¿Quién sabe había llegado el instante de la orden de Dios? El Supremo Señor podría inspirar directamente al juez de la causa. Tras largas ansiedades, Poncio Pilatos, en un esfuerzo extremo por salvar al acusado, invitó a la turba farisaica a elegir entre Jesús, el Divino Bienhechor, o Barrabás, el bandido. El pueblo iba a hablar y ese pueblo debía muchas bendiciones a su hijo querido. ¿Cómo equiparar al Mensajero del Padre con el malhechor cruel que todos conocían? Pero la multitud se manifestó pidiendo la libertad para Barrabás y la crucifixión de Jesús. ¡Oh! — Pensó la madre atormentada — ¿Dónde está el Eterno que no oye mis oraciones? ¿Dónde permanecen los ángeles que me hablaban de luminosas promesas? En copioso llanto, vio a su hijo doblegado bajo el peso de la cruz. Caminaba con dificultad, con el cuerpo tembloroso por los latigazos recibidos, y obedeciendo al instinto natural, María se adelantó para ofrecerle auxilio. Pero la contuvieron los soldados que rodeaban al condenado Divino. Angustiada, se acordó repentinamente de Abraham. El generoso patriarca, en otro tiempo, movido por la voz de Dios, había conducido a su hijo amado al sacrificio. Lo seguía Isaac inocente; iba dilacerado de dolor, atendiendo a la recomendación de Jehová, pero he aquí que en el instante extremo, el Señor determinó lo contrario, y el padre de Israel había regresado al santuario doméstico en soberano triunfo. Ciertamente el Dios compasivo le escuchaba las súplicas y le reservaba un júbilo igual. Jesús bajaría del Calvario, victorioso, para su amor, y continuaría en el apostolado de la redención; pese a todo, dolorosamente sorprendida, lo vio alzado en el madero, entre dos ladrones. ¡Oh! ¡La terrible angustia de aquella hora!... ¿Por qué no la había oído el Poderoso Padre? ¿Qué había hecho para no merecer la bendición?
Desalentada, herida, oía la voz del hijo, recomendándola a los cuidados de Juan, el compañero fiel. Humillada, registró sus palabras postreras. Pero cuando la sublime cabeza pendió inerte, María recordó la visita del ángel, antes de la Nochebuena Divina. En maravillosa retrospectiva, escuchó su saludo celestial. Una fuerza misteriosa se enseñoreaba de su espíritu. Sí. Jesús era su hijo, pero ante todo, era el mensajero de Dios. Ella tenía deseos humanos, pero el Supremo Señor guardaba eternos e insondables designios. El cariño materno podía sufrir, no obstante, la Voluntad Celeste se regocijaba. Podía haber lágrimas en sus ojos, pero brillarían fiestas de victoria en el Reino de Dios. Había suplicado en vano, pero solo aparentemente, por cuanto ciertamente el Todopoderoso había atendido sus ruegos, no según sus anhelos de madre, sino conforme a sus planes divinos.
Entonces fue cuando María, comprendiendo la perfección, la misericordia y la justicia de la Voluntad del Padre, se arrodilló a los pies de la cruz y, contemplando al hijo muerto, repitió las inolvidables afirmaciones: — ―Señor ¡he aquí tu esclava! ¡Hágase en mí según tu palabra!‖

sábado, 13 de abril de 2013

DEPRESIÓN 2ª PARTE

CONTRIBUCIÓN del ESPIRITISMO y de los BUENOS ESPÍRITUS
Deseo demostrar, , la excelente contribución y auxilio que el Espiritismo y los Buenos Espíritus pueden dar a propósito del tema. Y ¿por qué?
Allan Kardec, el insigne Codificador del Espiritismo, escribió sobre esta Doctrina:
"El Espiritismo es la ciencia nueva que viene a revelar a los hombres, por medio de pruebas irrecusables, la existencia y la naturaleza del mundo espiritual y sus relaciones con el mundo
corpóreo. El Espiritismo es, sin duda, la Doctrina resucitada de Jesús.
En su inolvidable pasaje por la Tierra, consciente de las limitaciones humanas, Jesús sabía que los hombres no serían capaces de comprender plenamente su Doctrina o en el caso que la comprendiesen, nopodrian     mantenerla en pureza primitiva.por esta razón nos prometió el Consolador que habría de recordarnos todo cuanto él nos dijo, ampliando un tanto más Su mensaje, enseñándonos muchas otras cosas.
En el siglo XIX, la criatura humana fue agradablemente sorprendida con la Tercera gran Revelación para el mundo occidental, cual es, la Doctrina elaborada por los Espíritus. En el Espiritismo, el ser encuentra el Cristianismo del Cristo, sin adulteraciones indebidas  o perjudiciales.
Con la Doctrina Espírita se tiene la seguridad de que las Leyes de Justicia y de Causa y Efecto, acompañan a la criatura en el cuerpo y fuera de él, en ésta o en próximas encarnaciones, que la muerte no elimina de inmediato los problemas no superados en cuanto estaba en el cuerpo, y que es el alma, muy especialmente, quien se presenta depresiva o no. Comprobando la inmortalidad del alma y presentándola ya no más como una esperanza, sino como una realidad, la Doctrina de los Espíritus mucho contribuyó para la comprensión y aceptación dinámica del sufrimiento, estructurando bien a la criatura para el enfrentamiento de todas las situaciones aflictivas. Los Espíritus, aquellos que verdadera y sabiamente nos aman y se dedican a favorecernos - por lo tanto, los Buenos -, nos acompañan, nos asisten y nos fortalecen para alcanzar el éxito imprescindible. Y ellos, siempre amorosos, se valen de muchas y variadas técnicas para proporcionarnos el bien que necesitamos. Por lo tanto, todo deprimido encontrará en el Espiritismo y en los Buenos Espíritus, un excelente concurso para la recuperación de la salud y de la alegría.


Subconsciente: un archivo
Como ya hemos anotado, el subconsciente representa lo oculto de la individualidad, el archivo de las experiencias y el registro de los menores hechos de la vida. Estos aspectos son de fundamental
importancia para la comprensión del tema ¿depresión? y de los motivos por los cuales muchas de las criaturas humanas, sufren de este terrible mal. ¡El depresivo! en regla general, es alguien que a través del tiempo viene archivando experiencias negativas, y es oportuno decir que en ese archivo todas las informaciones son allí colocadas o sea, el subconsciente registra tanto los mayores cuantas los menores hechos de la vida, pero no solo éstos, sino también, las emociones sentidas cuando se vivenciaron esos hechos.  Aún se puede comparar el subconsciente a un desván, muchas veces un cuarto oscuro repleto de miasmas pestíferos, de residuos de variada condición y procedencia. Los ordenadores modernos nos dan una idea excelente de cómo funciona la Casa Mental. Estos aparatos poseen la capacidad de almacenar muchos datos.  A cada momento, nuevos archivos son elaborados preservando a la criatura los que ya fueron objeto de almacenamiento, con la diferencia fundamental de que la casa mental posee una capacidad infinitamente mayor de registro de las situaciones y emociones. Esas informaciones o esos hechos y sentimientos archivados son, en un primer momento, registrados por el consciente; después, descienden hacia lo profundo. Los pensamientos, las ideas, los conceptos, los hechos archivados y registrados van formando el carácter de la persona, elaborando su modo de ver, de sentir, de proceder; en una palabra, su personalidad. Para que tengan una idea por la capacidad del registro del subconsciente, dos situaciones presentadas por  Carlos Toledo Rizzini, una de ellas extraídas de la obra de André Luiz: "Cierta mujer no solo sienta dolor en el curso del acto genético, sino también tenía verdadero horror al mismo; y además de eso, comúnmente se despertaba de madrugada con cólicos abdominales; síntomas, por lo tanto, físicos y psíquicos, a los cuales se debe agregar una infección vaginal crónica rebelde al tratamiento ginecológico.
La regresión de la memoria se mi inconsciente, conservando el recuerdo posterior de los acontecimientos evocados, reveló que en una existencia muy anterior -en una 'civilización
primitiva'-, luego de haber practicado el adulterio, el marido mandó encerrarla en una jaula baja, donde solo cabía agachada; tal posición le originó, entonces, fuertes y continuos dolores en el vientre. Días después, por orden de él, un médico le seccionó el clítoris, que le provocó, en esa ocasión, un dolor lacerante; era su intuición usarla sexualmente sin que ella pudiese corresponderle. Y así fue anulada la actividad erótica. En una vida subsiguiente, se describe como una joven prostituta que atraviesa un triste episodio: enamorada de cierto hombre, éste, logrando el propio orgasmo, la deja en el momento en que ella iba alcanzando el clímax; entonces, la ofende con palabras gruesas. Confusa y frustrada, cayó de lo alto de una escalera y no fue socorrida hasta morir. De esta experiencia procede su desconfianza de los hombres y de la anterior el temor de las relaciones carnales; los dolores son aún consecuencia de la jaula en que estuvo encerrada y de la cruenta operación. La vaginitis, resultado de la complicación del acto quirúrgico infectívo.
Observen. ¡Cosas muy antiguas y aún vigentes! ¡Es que detrás de ellas hay un error moral ya combatido en los Diez Mandamientos! Pero, mucha gente manifiesta que los tiempos han cambiado y que el mundo es diferente... ¡El pasado, grabado en las profundidades del alma no sabe de eso y emerge bajo la forma de disturbios psico-somáticos y de síntomas neuróticos! Tal mujer  no más equivocada de lo que somos en general - se curó enteramente: digamos, se cancelaron los débitos mediante los sufrimientos que enfrentó hasta l970. Y naturalmente, cambió la condición íntima, al mismo tiempo. Es bueno recordar que André Luiz cuenta la historia de dos espíritus bastante depurados que, no obstante, permanecían en el plano inferior. Al querer saber por qué no conseguían ascender, el análisis del pasado de ambos reveló que, cinco siglos antes, habían lanzado a dos compañeros desde lo alto de una muralla, liquidándolos sumariamente. Tuvieron que
renacer, como pilotos de prueba, para dar la vida por el progreso de la aviación, y cayeron en el momento debido... Pueden consultar Acción y Reacción, la obra en la cual el querido instructor menciona casos de débitos pendientes hace más de 1.000 años, confirmando los encontrados en la regresión de la memoria..."

 En la atención fraternal a ¡depresivos! recuerdo una experiencia vivida por una cierta persona que ilustra bien la fiel capacidad de registro del subconsciente que, si no es atendido convenientemente, a través de los años pasa a gobernar nuestra vida. Esta persona, informada de que podría conversar conmigo  con el objetivo de buscar respuestas y posibles orientaciones para su caso, Estaba con depresión y este cuadro se debía a resentimientos archivados desde hacía mucho, como posteriormente se pudo percibir, en el diálogo, ella daba la impresión de que todo estaba bien en su vida, lo que tornaba inexplicable aquel estado ¡depresivo! Indagada sobre su salud orgánica, su casamiento, sus hijos y las variadas situaciones posibles, ella informaba que todo corría bien. Intuido, comencé a insistir en el tópico casamiento. Y le pregunté, entre otras cosas: ¿usted ama a su marido?¿su marido la ama?¿la relación entre ambos es buena?¿Él la trata con respeto y cariño?¿Él la ofende o la agrede? A lo que ella respondía: "¡Yo amo a mi marido! ¡Mi marido me ama! ¡Nuestra relación es excelente! ¡Él me respeta y es cariñoso conmigo, y por lo general me rodea de atenciones y me convida a cenas y paseos! (¡que ella nunca aceptaba!) ¡Mi marido no me ofende ni me agrede!Como en el presente (consciente) de aquella mujer todo parecía fluir bien, necesitando ahondar un poco más para detectar la causa de aquella evidente¡ depresión! le pregunté entonces; ¿cómo fue la relación de ambos al principio del casamiento? La mujer, sorprendida tal vez por la pregunta, se desajustó emocionalmente aún más. Muy nerviosa y agitada, con el rostro ahora alterado, en un rictus de amargura y dolor, comenzó a decir: "¡Ah! ¡Por el amor de Dios! ¡No me haga recordar de ese triste y doloroso pasado! ¡El inicio de nuestro casamiento fue terrible, muy difícil! ¡Mi marido era muy violento y agresivo, y muchas veces me hirió moral y físicamente! ¡Solo yo sé cuánto tuve que soportar para no ver la ruina completa de mi casamiento! Y por mucho tiempo, abriendo las compuertas del subconsciente, con los recuerdos emergiendo hacia el consciente, nuestra hermana se entregó a las confidencias amargas, narrando detalles que yacían en lo profundo de los recuerdos. Finalmente, ella admitió que traía amarguras no superadas hacía más de 30 años y ésta era la causa de su profunda ¡depresión!. El marido se modificó para mejor; sin embargo, ella, aún no lo perdonó por la conducta de la juventud distante, y ahora no deseaba (subconsciente o inconscientemente) concederle el perdón y la posibilidad de ser felices. Esta señora fue orientada cuanto a la excelencia del amor y del perdón, y se dispuso a colaborar y hoy vive realmente feliz con su marido, superadas las dificultades que yacían archivadas.

consciente: comando actual

Como escribió Germano de Nováis: "el consciente lúcido como el cristal es una buena semila. El subconsciente es la tierra fértil, apta para recibir la semilla. El consciente comanda. El subconsciente es como la tierra que no sabe si la simiente es de buena, mala o hasta de pésima calidad. El subconsciente tampoco distingue si el pensamiento que acoge es bueno o es malo, positivo o negativo, optimista o pesimista. La función de la tierra es que nazca lo que en ella se deposita, como la función del subconsciente es desarrollar los pensamientos y sentimientos que en él penetran. Si colocamos en la tierra una semilla de calabaza va a nacer una planta de calabaza. Así sucede con la mente humana. Cuando plantamos un pensamiento de amor en el subconsciente, brotan actitudes impregnadas de amor. Cuando plantamos pensamientos de angustia y preocupación, puede hasta surgir una úlcera gástrica... La función de la mente consciente es pensar, dirigir, plantar ideas correctas en la época correcta. La función del subconsciente es hacer brotar o realizar lo que la mente consciente le ordenó o entregó. El pensamiento es una gran energía, una semilla poderosa. La mente consciente la emite y transmite al subconsciente, que es su receptor. Consideremos al subconsciente como parte del inconsciente, que puede aflorar a la conciencia, con sus contenidos, alterando el comportamiento del individuo. Él es el archivo próximo de las experiencias, por lo tanto, automático, destituido de raciocinio, estático, que mantiene fuertes vinculaciones con la personalidad del ser. Él es quien se manifiesta en los sueños, en los disturbios neuróticos, en los lapsos orales y de la escritura - actos fallidos - tornándose, después. Los pensamientos y actos - después de ser archivados en el subconsciente programan las actitudes de las personas. De este modo, cuando se toma conocimiento de tal posibilidad, se elige a cuales de aquellos deben ser accionados - en el campo moral y social - para organizar o programar la existencia.

fijación en el presente
Son muchas las criaturas que, malbaratando el presente y no invirtiendo en el futuro, se gastan y desgastan en la posocupación. La posocupación es la ocupación vana, porque retiene la mente fija en algo ya ocurrido en el pasado y que podría estar superado. Es una actitud típica del ¡depresivo! que se complace, de manera enfermiza, en fijarse en las experiencias negativas pasadas, desperdiciando tiempo, energía y oportunidad.
Otras veces, el ser se desgasta en una actitud de preocupación. Preocuparse, como indica la propia palabra, es el ocuparse antes con el hecho que imagina ocurrirá más tarde. Con eso, la persona
se ocupa por lo menos dos veces, antes de que ocurra y en cuanto eso se da. En la hipótesis de posocuparse con el problema, la criatura se habrá ocupado tres veces, esto es, durante y después.
Pensar y reflexionar con serenidad y confianza en la problemática, es positivo y necesario. Preocuparse en exceso es inútil y nada de bueno agrega. Lo ideal para la existencia humana es que la criatura procure vivir sin tristeza por el pasado y sin ansiedad negativa por el futuro, en un interminable y bienaventurado presente, para vivir cada instante totalmente, no preocupándose de manera estéril con lo que vendrá, y también no ocupándose con lo que de negativo sucedió
.
El propio depresivo
Ciertamente, factores externos y orgánicos, podrán contribuir decisivamente para que alguien sufra de ¡depresión!. Sin embargo, éste o aquel factor concurrirá más o menos, dependiendo del estado
de espíritu en que se encuentra la criatura. Tanto es así, que la misma circunstancia o acontecimiento que arrastra a alguien a la ¡depresión! en otro podrá producir un efecto menor o ningún efecto. Lo que afecta a uno, no siempre afectará, necesariamente a otro, lo que demuestra que es el propio depresivo o Espíritu el primer factor decisivo para que él caiga o no en depresión. De este modo, se observa que la condición íntima del Espíritu, en principio, es quien determinar. si esto o aquello lo arrastrará o no al estado de tristeza.
Entonces, cabe preguntarse: ¿por qué hay una cantidad tan grande de ¡depresivos! en la Tierra?
Juana de Angelis, responde a esta indagación, diciendo: "Una importante mayoría de individuos solamente abriga ideas negativas, elucubra pesimismo, sustenta malestar. Como resultado, se debilitan sus resistencias morales, debilitándose también los valores espirituales y se alimenta de la propia insania." Indiscutible-mente, la ¡depresión! tiene su matriz o génesis en el Espíritu.
¡La depresión! se instala poco a poco, porque las corrientes psíquicas inconexas que la desencadenan, desarticulan también, lentamente, el equilibrio mental.  Del alma proceden las realizaciones edificantes y los procesos degenerativos que se manifiestan en el cuerpo.
El ¡depresivo, por lo que queda expuesto, al mismo tiempo que examinará las otras causas para su decaimiento moral, se examinará a sí mismo, su estado de alma, su estructura íntima, su capacitación para el enfrentamiento de la vida, porque fundamentalmente, en él se encuentra la causa primera de la molestia y el factor preponderante para la cura.