sábado, 28 de septiembre de 2013

LUZ EN LAS SOMBRAS

afirmaba el instructor Druso, sabiamente el estudio de la situación espiritual de la criatura humana, después de la
muerte del cuerpo, no puede ser relegado a un plano secundario. Todas las civilizaciones que antecedieron a la gloria occidental en los tiempos modernos, consagran especial atención a los problemas del Más Allá. Egipto mantenía un incesante intercambio con los antepasados y enseñaba que los muertos sufrían un riguroso juicio entre Anubis, el genio con cabeza de chacal, y Horus, el genio con cabeza de halcón, ante Maat, la diosa de la justicia, decidiendo si las almas debían ascender al esplendor solar o volver a los laberintos de las pruebas, en la propia Tierra, en cuerpos deformes y viles. Los indios admitían que los desencarnados, de acuerdo con las resoluciones del Juez de los Muertos, subirían al Paraíso o descenderían a los precipicios del reino de Váruna, el dios de las aguas y del reino de los muertos, para ser aislados en cámaras de tortura, amarrados unos a otros por serpientes infernales. Los hebreos, griegos, galos y romanos, tenían creencias más o menos semejantes, convencidos de que la elevación celeste se reservaba a los espíritus rectos y buenos, puros y nobles, guardando los tormentos del infierno para aquellos que se rebajaban en la perversión y en el crimen, en las regiones de suplicio, fuera del mundo o en el propio mundo, a través de la reencarnación en formas envilecidas por la expiación y el sufrimiento.
La conversación nos fascinaba. Hilario y yo, estábamos de visita en la “Mansión de Paz”, notable escuela de reajuste, de la que Druso era el abnegado director y amigo.
El establecimiento, situado en los planos inferiores, era una especie de “Monasterio de San Bernardo”, en una zona castigada por la naturaleza hostil, con la diferencia de que la nieve, casi constante en torno del célebre convento enclavado en los desfiladeros existentes entre Suiza e Italia, allí era sustituida por la sombra densa que, en aquella hora, se hacía aún más densa, móvil y terrible, alrededor de la institución, como si estuviese dominada por un vendaval incesante.
Aquel puesto acogedor, que permanece bajo la jurisdicción de “Nuestro Hogar”
Por tanto, el enorme caserío, parecido a una amplia ciudad instalada con todos los recursos de seguridad y defensa, mantiene áreas de asistencia y cursos de instrucción, en los que médicos y sacerdotes, enfermeros y profesores, encuentran, después de la muerte terrestre, enseñanzas y actividades de la más elevada importancia. , fue fundado hace más de tres siglos, y se dedica a recibir espíritus infelices y enfermos que se deciden a trabajar por su propia regeneración, criaturas que se llevan a colonias de perfeccionamiento en la vida Superior, o que vuelven al plano físico, en una reencarnación rectificadora.
Queríamos efectuar algunas observaciones referentes a las leyes de causa y efecto –el karma de los hindúes– y, convenientemente recomendados por el Ministerio de Auxilio, estábamos allí, encantados con la palabra del orientador, que prosiguió con la mayor atención, después de una larga pausa:
–Es necesario tener en cuenta que la Tierra se contempla desde los más variados puntos de vista. Para el astrónomo, es un planeta que gravita en torno del Sol, para el guerrero, es un campo de lucha en el que la geografía se modifica a punta de bayoneta, para el sociólogo, es un amplio espacio en el que se acomodan diversas razas. Pero, para nosotros, es un valioso lugar de servicio espiritual, como un filtro en el que el alma se purifica poco a poco en el curso de los milenios, adquiriendo cualidades divinas para la ascensión a la gloria celeste. Por eso, hay que mantener la luz del amor y del conocimiento, en el seno de las tinieblas, igual que es necesario mantener el medicamento en el foco de la enfermedad.
Mientras oíamos, observábamos, allá afuera, a través de la transparencia de una amplia ventana, la convulsión de la naturaleza.
Un vendaval ululante, trayendo consigo una sustancia oscura, parecida a un lodo aéreo, se arremolinaba con violencia, en un torbellino extraño, en forma de tinieblas que se despeñaban como una cascada. Y, entre el cuerpo monstruoso de aquel torbellino terrible, surgían gritos de horror, vociferando maldiciones y gemidos.
Aparecían de refilón, unidos unos a otros, gran cantidad de criaturas agarradas entre sí ante el peligro, con el ansia instintiva de dominar y sobrevivir. Druso, como nosotros, contempló el triste cuadro con una visible piedad reflejada en su semblante. Nos miró en silencio, como si quisiera llamarnos a la reflexión. Parecía expresar cuánto le dolía en su alma el trabajo en aquel paraje de sufrimiento, cuando Hilario le preguntó:
“¿Por qué no se abren las puertas a los que gritan allí afuera? ¿No es éste un puesto de salvación?”.
–Sí, respondió el instructor sensibilizado, “pero la salvación solamente es importante para aquellos que desean salvarse”. Y después de un pequeño intervalo, continuó:
–En este plano, más allá de la tumba, la sorpresa más dolorosa para mí fue ésa: el encuentro con fieras humanas que habitaban en cuerpos carnales como personas comunes. Si las acogemos aquí sin la necesaria preparación, nos atacarían de inmediato, arrasando este instituto de asistencia pacífica. Y no podemos olvidar que el orden es la base de la caridad.
A pesar de su explicación firme y serena, Druso se concentraba en la visión exterior, dominado por la compasión que se reflejaba en su rostro.
Pasados unos instantes, prosiguió:
–Hay una gran tempestad magnética, y los caminantes de los planos inferiores, están siendo arrebatados por el huracán, como hojas secas por un vendaval.
¿Y tienen conciencia de eso? –preguntó Hilario con perplejidad.
–Muy pocos. Las personas que se encuentran así después del sepulcro, son aquellas que no se han acogido en la vida física al refugio moral de algún principio noble. Traen su interior inmerso en un torbellino tenebroso, parecido a la tormenta externa, por los pensamientos desorganizados y crueles de que se alimentan. Odian y aniquilan, muerden y hieren. Si los alojamos en los puestos de socorro aquí establecidos, sería como introducir tigres hambrientos entre fieles que oran en un templo. Pero, ¿se conservan siempre en ese terrible desajuste? –insistió mi compañero, fuertemente impresionado. El orientador intentó sonreír y contestó:
No, eso no. Esa fase de inconsciencia y desvarío pasa también como pasa la tempestad, aunque la crisis perdure, a veces por muchos años. Debido al temporal de las pruebas que le imponen dolor desde el exterior al interior, el alma se reforma, poco a poco, serenándose hasta abrazar, por fin, las responsabilidades que creó para sí misma.
–Quiere decir, entonces dije a mi vez que no basta el peregrinaje del espíritu después  de la muerte, por los lugares de tinieblas y de padecimientos, para resarcir las deudas de la conciencia...
Exactamente aclaró el instructor. La desesperación sólo tiene el valor de la demencia a que se lanzan las almas en las explosiones de incontinencia y de rebeldía. No sirve como pago ante los tribunales divinos. No es razonable que el deudor solucione con gritos e improperios los compromisos que contrajo por su propia voluntad. Además, tengamos en cuanta que de los desmanes de orden mental a que nos entregamos desprevenidos, salimos siempre más infelices y endeudados. Pasada la fiebre de locura y de rebelión, el espíritu culpable vuelve al remordimiento y a la penitencia. Se calma, como la tierra que vuelve a la serenidad y a la paciencia, después de haber sido insultada por el terremoto, a pesar de haber sido maltrecha y herida. Entonces, como el suelo que vuelve a ser fértil, se somete de nuevo a la siembra renovadora de sus destinos.
Sentimos una gran expectación, cuando Hilario comentó:
¡Ah! ¡Si las almas encarnadas pudiesen morir en el cuerpo algunos días al año, no mediante el sueño físico en que se rehacen, sino con plena conciencia de la vida que les espera!...
Sí, dijo el orientador eso modificaría realmente la faz moral del mundo. Pero mientras tanto la existencia humana, por larga que sea, es un simple aprendizaje en el que el espíritu reclama benéficas restricciones para poder restaurar su camino. Usando un nuevo cuerpo entre sus semejantes, debe atender a la renovación que le corresponde, y eso exige la centralización de sus fuerzas mentales en esa transitoria experiencia terrestre.
La palabra fluida y sabia del instructor, era para nosotros motivo de singular encanto y, creyéndome en el deber de aprovechar aquellos minutos, sopesaba en silencio, para mí mismo, la calidad de las almas desencarnadas que sufrían la presión de la tormenta exterior.
Druso percibió mi indagación mental y sonrió, como esperando por mi parte una pregunta clara y positiva. Instado por la fuerza de su mirada, dije respetuosamente: ante este penoso espectáculo al que estamos asistiendo, nos vemos obligados a pensar en la procedencia de los que experimentan su inmersión en ese torbellino de horror... ¿Son delincuentes comunes, o criminales acusados de grandes faltas? ¿Habrá entre ellos seres primitivos como nuestros indígenas salvajes, por ejemplo?
La respuesta del orientador no se hizo esperar.
–Cuando vine acá, esas preguntas asaltaron igualmente mi pensamiento. Hace cincuenta años que estoy en este refugio de socorro, oración y esperanza. Entré en esta casa como un enfermo grave, después de haberme desligado del cuerpo terrestre. Aquí, encontré un hospital y una escuela. Amparado, pasé a estudiar mi nueva situación, anhelando poder servir. Fui camillero, limpiador, enfermero, profesor, magnetizador, hasta que, después de algunos años, recibí jubilosamente el encargo de orientar la institución, bajo la supervisión positiva de los instructores que nos dirigen. Obligado a efectuar pacientes y laboriosas investigaciones, como parte de mis deberes, puedo deciros que las tinieblas densas, solamente son ocupadas por las conciencias que se oscurecieron con la práctica de crímenes deliberados, apagando la luz del propio equilibrio. En estas regiones inferiores no transitan las almas simples, sencillas, que se encuentren sufriendo los errores naturales de las experiencias primitivas. Cada ser está adherido, por imposición de la atracción magnética, al nivel de evolución que le es propio. Los salvajes, en su gran mayoría, hasta tanto se desarrolla en ellos el mundo mental, viven casi siempre confinados en el bosque que resume sus intereses y sueños, retirándose lentamente del campo de la tribu, bajo la dirección de espíritus benevolentes y sabios que les asisten... y las almas notoriamente primitivas, en gran parte, caminan al influjo de las entidades beneméritas que les sustentan e inspiran, trabajando con sacrificio en las bases de la sociedad, y aprovechando los errores, hijos de las buenas intenciones, como enseñanzas preciosas que garantizan su educación. Os aseguro que en las zonas que podríamos llamar infernales, sólo residen los que, conociendo sus responsabilidades morales, se alejaron deliberadamente de ellas, con el loco propósito de escarnecer al propio Dios. El infierno puede ser definido como un amplio campo de desequilibrio, establecido por la maldad calculada, nacida de la ceguera voluntaria y la perversidad completa. Ahí viven, a veces por siglos, espíritus que se animalizaron, fijándose en la crueldad y egocentrismo. Forman una enorme zona vibratoria en conexión con la humanidad terrestre, ya que todos los padecimientos infernales son creaciones de la misma. Estos lugares tristes funcionan como una criba necesaria para todos los espíritus que desertan de las responsabilidades que el Señor les otorga. De ese modo, todas las almas que tienen el conocimiento de la verdad y la justicia, responsables en la construcción del bien, que en la Tierra incurren en ese o aquel delito, desatendiendo el noble deber que el mundo les fija, después de la muerte del cuerpo permanecen por estos lugares por días, meses o años, reconsiderando sus actuaciones, antes de la reencarnación que deben lograr para obtener su propio reajuste lo más pronto posible.
Por eso. aventuró a decir Hilario, cuando Druso, captando la pregunta, le interrumpió resumiendo:
Por eso, las entidades infernales que creen gobernar esta región con un poder infalible, residen aquí por un tiempo indeterminado y las criaturas perversas que se afinan con ellas, aunque sufran su dominio, están aquí por muchos años. Las almas extraviadas en la delincuencia y el vicio, que tienen posibilidades de próxima recuperación, permanecen aquí por períodos ligeros o regulares, aprendiendo que el precio de las pasiones es demasiado terrible. Para las criaturas desencarnadas de ese último tipo, que alcanzan el sufrimiento, el arrepentimiento y el remordimiento, la dilaceración y el dolor, a pesar de no hallarse libres de los trastornos oscuros con que han sido arrojados en las tinieblas, las casas fraternales y de asistencia como ésta, funcionan, activas y diligentes, acogiéndolas en todo lo posible, y habitándolas para que vuelvan a las experiencias de naturaleza expiatoria en la carne.
Me acordé del tiempo en que yo mismo había deambulado, semiinconsciente y perturbado, por las sombras, desde el momento en que me había librado del cuerpo físico, enfrentándome a mis propios estados mentales del pasado y del presente, cuando el orientador prosiguió:
Como es fácil deducir, si la oscuridad es el molde que imprime brillo a la luz, el infierno, como región de sufrimiento y de falta de armonía, es perfectamente posible, constituyendo un establecimiento justo de filtración, para el espíritu que se halla en el camino de la vida superior. Todos los lugares infernales surgen, viven y desaparecen, con la aprobación del Señor, que tolera semejantes creaciones en las almas humanas, como un padre que soporta las llagas adquiridas por sus hijos, y que se vale de ellas para ayudarles a valorar la salud. Las inteligencias consagradas a la rebeldía y criminalidad, por eso mismo, a pesar de admitir que trabajan para sí, permanecen al servicio del Señor, que corrige el mal con el propio mal. Por eso mismo, todo en la vida es movimiento hacia la victoria del bien supremo.

viernes, 6 de septiembre de 2013

DESIGUALDADES SOCIALES

LA IGUALDAD DE DERECHOS DEL HOMBRE Y DE LA MUJER
Las desigualdades sociales provenientes de las más variadas condiciones económicas y espirituales, de los diferentes pueblos de la Tierra, siempre son obra del hombre y no de Dios. En realidad Dios creó a los Espíritus iguales y destinados al mismo fin, pero los hombres, debido a las imperfecciones morales que todavía poseen, crearon leyes, muchas de ellas injustas y hasta crueles, para regular las relaciones en la sociedad. Como consecuencia de esas leyes han surgido las desigualdades sociales, más o menos pronunciadas en determinadas naciones, conforme con el grado evolutivo de sus elementos humanos.
Sin embargo, el progreso sigue su curso ascendente y ininterrumpido y la desigualdad social, como todo lo que es inferior, día a día disminuye.  Desaparecerá cuando dejen de predominar el egoísmo y el orgullo. Entonces, quedará solamente la desigualdad de merecimientos. Día vendrá en que los miembros de la gran familia de los hijos de Dios dejarán de compararse por la pureza de la sangre. Sólo el Espíritu es más o menos puro y eso no depende de la posición social. Aun las desigualdades tolerables o normales para la categoría de nuestro planeta, dejarán de existir.No se abolirán tan pronto como los unionistas desearían o imaginan. Ni se harán desaparecer con revoluciones ni con guerras, ni leyes, decretos o discursos, disturbios ni maldiciones. Las desigualdades irán desapareciendo de modo lento y gradual, de acuerdo con el ritmo de los esfuerzos individuales y colectivos, por el progreso moral, y entonces serán destruidos los privilegios de casta, sangre, posición, sexo, raza, religión, etc.
Debemos comprender que a pesar de ello, con el destierro de las desigualdades sociales no se producirá un proceso de uniformación de los hombres. La especie humana no se transformará en una máquina, en un sistema robotizado. Los hombres se orientarán por medio de las leyes divinas, a fin de que sus tendencias naturales puedan surgir y desarrollarse normalmente, sin actitudes coercitivas por parte de quien quiera que sea. Evidentemente, habrá quien ocupe cargos de mayores o menores responsabilidades, pero con el adelantamiento espiritual, los seres humanos ya no sufrirán los males provocados por el egoísmo, la envidia, el orgullo o los prejuicios. Del mismo modo, en una sociedad moralizada no se producirá la diferencia que aún hoy se observa entre el hombre y la mujer. En este sentido, los Espíritus Superiores preguntan: «¿ No otorgó Dios a ambos la inteligencia del bien y del mal y la facultad de progresar?»
Luego, ante los códigos divinos ambos poseen los mismos derechos; la diferencia de sexo existe por fuerza de la necesidad de las experiencias específicas, por las cuales el Espíritu precisa pasar. Además, el Espíritu, centella divina, no posee sexo conforme con las denominaciones humanas.
Entre el hombre y la mujer existe la igualdad de derechos; «… no la de funciones. Es necesario que cada uno esté en el lugar que le compete, ocupándose de lo exterior el hombre y de lo interior la mujer, cada uno de acuerdo con sus aptitudes. La ley humana para ser equitativa debe consagrar la igualdad de los derechos del hombre y de la mujer. Cualquier privilegio concedido a uno o a otro es contrario a la justicia. La emancipación de la mujer acompaña al progreso de la civilización, su esclavitud marcha a la par con la barbarie. Además de eso, los sexos sólo existen en la organización física. Visto que los Espíritus pueden encarnar en uno u otro, bajo este aspecto no hay ninguna diferencia entre ellos. Por consiguiente , deben gozar de los mismos derechos».
Por más que en el mundo se acentúen los cambios sociales, siempre serán diferentes las funciones del hombre y de la mujer, por necesidad de la planificación reencarnatoria. El hombre y la mujer, en la institución conyugal, son como el cerebro y el corazón del organismo doméstico.
Ambos son portadores de igual responsabilidad en el sagrado colegio que es la familia; y si en la vida, el alma femenina ha presentado siempre un coeficiente más avanzado de espiritualidad, es porque desde temprano el espíritu masculino intoxicó las fuentes de su propia libertad, a través de toda clase de abusos, perjudicando su posición moral en el transcurso de existencias numerosas, en múltiples experiencias seculares. La ideología feminista de los tiempos modernos, no obstante, con sus diversas banderas políticas y sociales, puede ser un veneno para la mujer desprevenida en cuanto a sus grandes deberes espirituales sobre la faz de la Tierra.
La desigualdad social es el más elevado testimonio de la verdad de la reencarnación, mediante la cual cada Espíritu tiene su posición definida de regeneración y rescate. En tal caso consideramos que la pobreza, la miseria, la guerra, la ignorancia, como otras calamidades colectivas, son enfermedades del organismo social, debidas a la situación de prueba de la casi generalidad de sus miembros. Una vez que cese la causa patógena, con la iluminación espiritual de todos a través del Evangelio de Cristo, la dolencia colectiva quedará eliminada del medio ambiente humano.
LA MUJER ANTE CRISTO
Cada vez que estemos dispuestos a considerar a la mujer en un plano de inferioridad, recordémosla en el tiempo de Jesús.
Hace veinte siglos, con excepción de las patricias del Imperio, casi todas las compañeras del pueblo, en la mayoría de las circunstancias, sufrían extrema humillación, convertidas en bestias de carga cuando no eran vendidas en subasta pública. Sin embargo, al ser alcanzadas por el verbo renovador del Divino Maestro, nadie respondió con tanta lealtad y vehemencia a los llamados celestiales. Entre las que habían descendido a los valles de la perturbación y la sombra, encontramos en Magdalena al más alto testimonio de recuperación moral, de las tinieblas hacia la luz; y entre las que se mantenían en el monte del equilibrio doméstico, sorprendemos en Juana de Cusa al más noble exponente de colaboración y fidelidad. Atraídas por el amor puro, conducían a la presencia del Señor a los afligidos y mutilados, a los enfermos y los niños. Y a pesar de que no integraran el círculo de sus apóstoles, fueron ellas – representadas por las hijas anónimas de Jerusalén – las únicas demostraciones de solidaridad espontánea que lo visitaran, sin prejuicios, bajo la cruz del martirio, cuando los propios discípulos se dispersaban. Más tarde, junto a los continuadores de la Buena Nueva se mantuvieron en el mismo nivel de elevación y de entendimiento.
Dorcas, la costurera jopense , después de recibir el amparo de Simón Pedro se transformó en la más activa colaboradora en la asistencia a los infortunados; Febe es la mensajera de la epístola de Pablo de Tarso a los romanos. Lidia, en Filipos, es la primera mujer con suficiente coraje para transformar su propia casa en santuario del Evangelio que estaba por nacer. Loide y Eunice, parientas de Timoteo, eran modelos morales de la fe viva.
Sin embargo, aun cuando semejantes heroínas no hubieran de hecho existido, no podemos olvidar que, un día, buscando a alguien para que ejerciera en el mundo la necesaria tutela sobre la vida preciosa del Embajador Divino, el Supremo Poder del Universo no titubeó en recurrir a la abnegada mujer, escondida en un hogar ignorado y simple… Humilde, tenía oculta la experiencia de los sabios; frágil como el lirio, llevaba consigo la resistencia del diamante; pobre entre los pobres, portaba en su propia virtud los tesoros incorruptibles del corazón y, desvalida entre los hombres, era grande y prestigiosa ante Dios.
He aquí el motivo por el cual, siempre que el razonamiento nos induzca a ponderar lo relativo a la gloria de Cristo – recordando la grandeza de nuestras propias madres en la Tierra -, habremos de inclinarnos, reconocidos y reverentes ante la luz inmarcesible de la Estrella de Nazareth.