sábado, 26 de octubre de 2013

LIBRE ALBEDRÍO

El hombre que tiene la libertad de pensar, tiene igualmente la de obrar. Sin el libre albedrío, el hombre sería una máquina.
Hay libertad de obrar, mientras haya voluntad para obrar. En las primeras etapas de la vida, la libertad es casi nula; se desarrolla y cambia de objetivo con el desenvolvimiento de las facultades. Si sus pensamientos están en concordancia con lo que su edad reclama, la criatura aplica su libre albedrío a lo que es necesario.
 El libre albedrío no es absoluto sino relativo - relativo a la posición ocupada por el hombre en la escala de los valores espirituales.
 Por el uso del libre albedrío el alma fija su destino, prepara sus alegrías o sus dolores.
 El destino es la resultante, a través de las vidas sucesivas, de nuestras propias y libres resoluciones.
En la esfera individual, el libre albedrío es, pues, el único elemento dominante.
La existencia de cada hombre es la resultante de sus actos y pensamientos El hombre está subordinado a su libre albedrío; pero su existencia está también sometida a determinadas circunstancias de acuerdo con el plan de sus servicios y pruebas en la Tierra, delineado por la individualidad en armonía con las opiniones de sus guías espirituales, antes de la reencarnación.
Las condiciones sociales, los obstáculos, los ambientes viciosos, el cerco de las tentaciones, los sinsabores, son circunstancias de la existencia del hombre. Entre ellas, sin embargo, está su voluntad soberana. Puede nacer en un ambiente humilde y miserable, procurando vencer por la perseverancia en el trabajo y triunfando por sobre las deficiencias encontradas; puede soportar las enfermedades con serenidad de ánimo y resignación; ser tentado de todas las maneras pero sólo se transformará en delincuente si lo desea.
El hombre es, pues, libre, libre para obrar, para escoger el tipo de vida que quiera llevar.
 Los dolores, las dificultades existentes en su vida, son pruebas y expiaciones que tiene como consecuencia del uso indebido, incorrecto del libre albedrío en existencias anteriores.
Si el hombre  tiene la libertad de pensar, tiene igualmente, la de obrar. Sin el libre albedrío, el hombre sería una máquina.  La libertad es la condición necesaria del alma humana que, sin ella, no podría construir su destino.
A primera vista, la libertad del hombre parece ser muy limitada, dentro del círculo de fatalidades que lo aprisiona: necesidades físicas, condiciones sociales, intereses o instintos. Pero, si se considera al problema desde más cerca, se ve que esta libertad es siempre suficiente para permitir que el alma quiebre este círculo y escape de las fuerzas opresoras.
La libertad y la responsabilidad son correlativas en el ser y aumentan con su elevación; la responsabilidad del hombre es la que crea su dignidad y moralidad. Sin ella no sería más que un autómata, un juguete de las fuerzas del ambiente: la noción de moralidad es inseparable de la de libertad.
Agreguemos, sin embargo, que el hombre es libre pero responsable y puede realizar lo que desee, pero estará ligado inevitablemente al fruto de sus propias acciones La fatalidad o determinismo, puede ser traducida por la elección de las pruebas hecha por el Espíritu antes de encarnar.
Si hay elección de pruebas antes de volver a nacer en un cuerpo, el Espíritu establece para sí mismo una especie de destino; de ahí que el libre albedrío no tenga una medida absoluta sino relativa.
Innumerables son los ejemplos de fracasos del Espíritu, por el uso indebido para el mal del libre albedrío; pero veamos algunos:
En relación con la posesión de bienes materiales: el hombre es libre para conservar cualesquiera posesiones que las legislaciones terrestres le permitan, de acuerdo con su diligencia en la acción o su derecho transitorio, pero si abusa de ellas, generando la penuria de los semejantes, de modo de favorecer los propios excesos, encontrará en las consecuencias de eso la serie de pruebas con las que aprenderá a encender en sí mismo la luz de la abnegación.
En relación con el estudio, el hombre es libre para leer y escribir, enseñar o estudiar todo lo que quisiera ...; pero si coloca los valores de la inteligencia al servicio del mal, deteriorando la existencia de los compañeros de la Humanidad, con el objeto de acentuar el propio orgullo, encontrará en las consecuencias de eso la serie de pruebas con las que aprenderá a encender en sí mismo la luz del discernimiento.
En relación con el trabajo, el hombre es libre para dedicarse a las tareas que prefiera pero si malversa el don de emprender y de obrar, encontrará en las consecuencias de eso, la serie de pruebas con las que aprenderá a encender en sí mismo la luz del servicio a los semejantes.
Finalmente, en relación con el sexo, el hombre es libre para dar a sus energías e impulsos sexuales la dirección que prefiera pero si para lisonjear a los propios sentidos transforma los recursos genésicos en dolor y desequilibrio, angustia o desesperación para los semejantes, por injuriar los sentimientos ajenos o por la deslealtad y falta de respeto en los compromisos y lazos efectivos, encontrará en las consecuencias de eso la serie de pruebas con las que aprenderá a encender en sí mismo la luz del amor puro. Como se ve, todos somos libres para desear, elegir, hacer y obtener, pero también todos somos constreñidos a tomar parte en los resultados de nuestras propias obras.
DOLOROSA PÉRDIDA
Ya entrada la noche, nos encontramos con un afligido corazón materno. La entidad que nos dirigía la palabra infundía compasión, por el semblante de horrible sufrimiento.
- ¡Calderaro! ¡Calderaro! - rogó ansiosa - ¡Ampara a mi hija, mi desventurada hija!
- ¡Oh! ¿Ha empeorado? - inquirió el instructor dando a entender que tenía conocimiento de la situación.
- ¡Mucho! ¡Mucho!... - gimieron los temblorosos labios de la afligida madre -; observo que enloqueció por completo...
- ¿Ya perdió la gran oportunidad?
- ¿Todavía no - informó la interlocutora - pero se encuentra al borde del desastre externo.
El orientador prometió ir a ver a la enferma en pocos minutos y regresamos a la intimidad.
Al interesarse en el asunto, el atento Asistente resumió el hecho.
- Se trata de un lamentable suceso - me explicó bondadoso - en el que concurren la liviandad y el odio como elementos de perversión. La hermana que se despidió hace unos momentos, dejó una hija en la corteza planetaria hace ocho años. Criada con cuidados excesivos, la joven se desarrolló ignorando el trabajo y la responsabilidad, a pesar de pertenecer a un nobilísimo cuadro social. Hija única, entregada desde muy temprano al capricho pernicioso, tan pronto se encontró sin la asistencia materna en el plano carnal, dominó a sus gobernantes, subordinó a las criadas, burló la vigilancia paterna y, rodeada de facilidades materiales se precipitó, a los veinte años, en desvaríos de la vida mundana. Desprotegida, así, por las circunstancias, no se preparó convenientemente para enfrentar los problemas del rescate personal. Sin la protección espiritual que es peculiar de la pobreza, sin los benditos estímulos de los obstáculos materiales y teniendo en contra de sus necesidades íntimas, la profunda belleza transitoria del rostro, la pobrecita renació seguida de cerca, no por un enemigo propiamente dicho pero sí por un cómplice de faltas graves, que estaba en la erraticidad desde mucho tiempo atrás, al cual se había vinculado por tremendos lazos de odio en un pasado próximo. Fue así que abusando de la libertad, entregada a un ocio reprobable, adquirió deberes con la maternidad, sin contar con la custodia del casamiento. Se reconoce ahora en esta situación, a los veinticinco años, soltera, rica y prestigiosa por el nombre de la familia, deplora tardíamente los compromisos asumidos y lucha con desesperación, por deshacerse del hijito inoportuno, el mismo compinche del pretérito al que me he referido; ese desdichado por «acrecentamiento de misericordia divina», busca de esto aprovechar el error de su excompañera para la realización de algún servicio redentor, con la supervisión de nuestros
Mayores.
Ante el espanto que de improviso me asaltó, al saber que la reencarnación constituye siempre una bendición que se concreta con la ayuda superior, el Asistente aseguró, para tranquilizarme:
- Dios es el Padre amoroso y sabio que siempre convierte nuestras propias faltas en remedios amargos que nos curen y fortalezcan. Fue así que Cecilia, la demente a quien dentro de poco visitaremos, recogió de su propia liviandad el extremo recurso, capaz de rectificar su vida ... Sin embargo, la desafortunada criatura reacciona ferozmente al socorro divino, con una conducta lastimosa y perversa. Coopero en los trabajos de asistencia a ella desde hace algunas semanas, en virtud de las reiteradas y conmovedoras intercesiones maternas ante nuestros superiores; no obstante, abrigo la vaga esperanza de una rehabilitación próxima. Los lazos entre la madre y el probable hijo son de amargura y de odio, que combinan energías desequilibrantes; tales vínculos traducen un acontecimiento en el que el espíritu femenino tendrá que recogerse en el santuario de la renuncia y la esperanza, si pretende la victoria. Para eso, para nivelar caminos salvadores y perfeccionar sentimientos, el Supremo Señor creó el tibio y aterciopelado nido del amor materno;
pero cuando la mujer se rebela insensible a las sublimes vibraciones de la inspiración divina, es difícil, si no imposible, ejecutar el programa delineado. La desafortunada criatura, dando alas a un condenable anhelo, buscó el socorro de médicos, que amparados por nuestro plano se negaron a satisfacer su criminal intento; se valió entonces de drogas venenosas, de las cuales ha estado abusando de manera intensiva. Su situación mental es de lastimoso desvarío.
Finalizado el breve preámbulo, Calderaro continuó:
Pero, no tenemos un minuto que perder. Vayamos a visitarla.
Transcurridos algunos instantes, penetramos en un aposento confortable y perfumado.
Tendida en el lecho, una joven mujer se debatía con convulsiones atroces. A su lado se encontraba la entidad materna, en la esfera invisible a los ojos carnales y una enfermera terrestre, de esas que a fuerza de presenciar catástrofes biológicas y dramas morales, se tornan poco sensibles al dolor ajeno.
La progenitora de la enferma se adelantó y nos informó:
¡La situación es muy grave! ¡Ayúdenla, por piedad! Mi presencia aquí se limita a impedir el acceso de elementos perturbadores, que prosiguen implacables, en ronda siniestra.
El Asistente se inclinó sobre la enferma, calmo y atento y me recomendó cooperar en el examen particular del cuadro fisiológico.
El paisaje orgánico era de los más conmovedores.
La compasión fraterna nos dispensará del triste relato referente al embrión, que estaba listo para ser expulsado.
Circunscribiéndonos a la tesis de dar medicación a mentes alucinadas, nos cabe solamente decir que la situación de la joven era impresionante y deplorable.
Todos los centros endocrinos estaban en desorden y los órganos autónomos trabajan aceleradamente. El corazón acusaba una extraña arritmia y en vano las glándulas sudoríparas se esforzaban por expulsar las toxinas que constituían un verdadero torrente invasor. En los lóbulos frontales la sombra era completa; en el córtex encefálico la perturbación era manifiesta; solamente en los ganglios basales había una suprema concentración de energías mentales que me permitían percibir que la infeliz criatura se había replegado al campo más bajo del ser, dominada por los impulsos desintegradores de sus propios sentimientos, desviados e incultos. Desde los ganglios basales, donde se aglomeraban las más intensas irradiaciones de la mente alucinada, descendían estiletes oscuros que acometían contra las trompas y los ovarios y que penetran en la cámara vital a la manera de muy tenues dardos de tiniebla, para incidir sobre la organización embrionaria de cuatro meses. El espectáculo era horrible a la vista.
Busqué sintonizarme con la enferma y empecé a oír sus afirmaciones crueles en el campo del pensamiento:
- ¡Odio! ... ¡Odio este hijo intruso que no le pedí a la vida! ... ¡Lo expulsaré! ... ¡Lo expulsaré! La mente del hijito, en proceso de reencarnación, como si fuera violentada durante un sueño apacible, suplicaba llorando:
- ¡Cuídame! ¡Cuídame! Quiero despertar en el trabajo! ¡Quiero vivir y devolver el equilibrio a mi destino ... ayúdame! ¡Restaré mi deuda! ... ¡Te pagaré con amor! ... ¡No me expulses! ¡Ten caridad! ...
-¡Nunca! ¡Nunca! ¡Maldito seas! - decía la desventurada, mentalmente - ¡Prefiero morir antes que recibirte en los brazos! ¡Envenenas mi vida, perturbas mi ruta! ¡Te detesto! ¡Morirás! ... Y los rayos oscuros seguían descendiendo continuamente.
Calderaro irguió su cabeza respetable y me encaró para preguntarme:
- ¿Comprendes la magnitud de la tragedia?
Respondí afirmativamente con una intraducible expresión.
En ese instante de nuestra expectativa, Cecilia se dirigió con decisión a la enfermera:
Estoy cansada, Liana, terriblemente cansada, ¡pero exijo la intervención esta noche! ¡Oh! ¡ ¿Pero así, en ese estado? ! - observó la otra.
Sí, sí - reiteró la enferma, inquieta -; no quiero postergar esa intervención. Los médicos se negaron a hacerla pero yo cuento con su apoyo. Mi padre no puede saber acerca de eso y odio esta situación que de ninguna manera conservé. Calderaro posó su diestra sobre la frente de la responsable de los servicios de enfermería, con la intención evidente de transmitir alguna providencia conciliatoria y la enfermera consideró:
Tratemos de hacer un poco de reposo, Cecilia. Cambiarás, posiblemente, ese plan.
No, no - objetó la imprevisora futura madre, con mal humor desembozando -; mi resolución es inamovible. Exijo la intervención esta noche.
A pesar de la negativa terminante, sorbió la copa de sedante que la compañera la ofrecía, atendiendo a nuestra influencia indirecta.
Se había consumado la medida que mi instructor deseaba.
Parcialmente desligada del cuerpo físico, en una compulsiva modorra por la acción calmante del remedio, Calderaro le aplicó fluidos magnéticos sobre el disco fotosensible del aparato visual y Cecilia comenzó a vernos, aunque imperfectamente, deteniéndose, admirada, en la contemplación de su progenitora.
Reparé, no obstante, en que si bien la madrecita derramaba un copioso llanto, por la conmoción, la hija se mantenía impasible, a pesar del asombro que se estampaba en su mirada.
La matrona no encarnada avanzó, se abrazó a ella y le pidió ansiosa:
 Hija querida, vengo hasta ti para que no te abalances a la siniestra aventura que planeas. Reconsidera tu actitud mental y armonízate con la vida. Recibe mis lágrimas como un llamado del corazón. Por piedad ¡óyeme! No te precipites en las tinieblas cuando la mano divina te abre las puertas de la luz. Nunca es tarde para volver a empezar, Cecilia; y Dios, en su infinita devoción, transforma nuestras faltas en redes salvadoras.
La mente desvariada de la oyente recordó las convenciones sociales, en forma vaga, como si viviera un minuto de pesadilla indefinible.
La palabra materna, sin embargo, continuó:
-¡Sálvate de conciencia, ante todo! El prejuicio es respetable, la sociedad tienen sus principios justos; no obstante, a veces, hijita, surge un momento en la esfera del destino y del dolor, en que debemos permanecer con Dios exclusivamente. No abandones el coraje; la fe; el sosiego... La maternidad iluminada por el amor y el sacrificio, es feliz en cualquier parte, incluso cuando el mundo, ignorando las causas de nuestras caídas nos niega recursos para la rehabilitación y nos relega a la reincidencia y el desamparo. Por ahora te enfrentarás con la tormenta de lágrimas; el temporal de la incomprensión y de la intolerancia azotará tu rostro... A pesar de eso, la bonanza volverá. El camino es de piedras y árido, los espinos dilaceran; ¡pero tendrás, si abres tu corazón, un hijito amoroso que te enseñará el futuro! En verdad, Cecilia, deberías erigir tu nido de felicidad en el árbol del equilibrio y glorificar, en paz, la realización de cada día y la bendición de cada noche: pero, no pudiste esperar.... Cediste a los golpes desatados de la pasión, abandonaste el ideal a los primeros impulsos del deseo. En vez de construir en la tranquilidad y en la confianza, con bases seguras, elegiste el camino peligroso de la precipitación. Ahora es imprescindible evitar el abismo fatal, eludir la vorágine traicionera, aferrándote al salvavidas del supremo deber... Regresa, pues, hija mía, a la serenidad del principio y resígnate al nuevo aspecto que imprimiste a tu propio rumbo, aceptando el ministerio de la maternidad dolorosa y sacrificando encantadoras aspiraciones. En el silencio y en la oscuridad de la proscripción social muchas veces logramos la felicidad de conocernos. El desprecio público que precipita a los más débiles en el olvido de sí mismo, yergue a los fuertes hacia Dios, sustentándolos en la senda de la redención. Es probable que tu padre te maldiga, que nuestros seres más queridos en la Tierra te menoscaben y traten de despreciarte; sin embargo, ¿qué martirio no ennoblecerá al espíritu dispuesto al rescate de sus débitos con dedicación al bien y con serenidad en el dolor? ¿No será mejor la corona de espinas en la frente que el bosque de brasas en la conciencia? El mal puede perdernos y desviarnos; el bien rectifica siempre. Más allá de esto, si es cierto que el padecimiento de la vergüenza azotará tu sensibilidad, la gloria de la maternidad resplandecerá en tu camino ... Tus lágrimas rociarán una flor querida y sublime, que será tu hijo, carne de tu carne, ser de tu ser ¿Qué no hará en el mundo la mujer que sabe renunciar? La tormenta rugirá, pero siempre fuera de tu corazón, porque allí dentro, en el santuario divino del amor, encontrarás en ti misma, el poder de la paz hasta alcanzar la victoria ...
La enferma escuchaba casi indiferente, dispuesta a no capitular. Recibía los llamados maternos sin que se alterara su actividad. La madrecita, sin embargo, proseguía, después de un largo intervalo:
- ¡Oye, Cecilia! No te quedes en esa actitud impasible. No aísles al cerebro del corazón, para que tu razonamiento se beneficie con el sentimiento, de modo que seas vencedora en la dura prueba. No te detengas en la preponderancia de la vida física ni supongas que la belleza espiritual y eterna erija su templo en el cuerpo de carne, en tránsito hacia el polvo. La muerte vendrá de cualquier modo, trayendo la realidad que confunde a la ilusión. No persistas en el velo de la mentira. Humíllate en la renuncia constructiva, toma tu cruz y prosigue hacia una comprensión más elevada ... en el madero de tu sufrimiento íntimo, oirás la enternecedora voz de un hijo bendito ... Si te aflige el abandono del mundo, será él, junto a ti, el tierno representante de la Divinidad ...
¿Qué falta te hará el manto de las fantasías si dos pequeñitos brazos aterciopelados te ciñen, cariñosos y fieles, para conducirte a la renovación hacia la vida superior? Fue entonces que Cecilia, infundiéndome asombro por lo agresiva, objetó con el pensamiento:
¿Cómo no me dijiste eso antes? En la Tierra siempre satisfacías mis deseos.
Nunca me permitiste el trabajo, favoreciste mi ocio, me hiciste creer que estaba en una posición más elevada que la de las otras criaturas, me inculcaste la suposición de que todos los privilegios especiales se me debían; en fin, ¡no me preparaste! Estoy sola, con un problema afligente ... Ahora no tengo el coraje de humillarme ... Mendigar un trabajo remunerado no es el ideal que me diste y enfrentar la vergüenza y la miseria será para mí peor que morir. ¡No, no! ... ¡No desisto, ni siquiera escuchando tu voz, que a despecho de todo todavía amo! ... Me es imposible retroceder ... La conmovedora escena horrorizada. Presenciaba allí el milenario conflicto de la ternura materna con la vida real.
La venerable matrona lloró con gran amargura, se tomó de la hija con mayor vehemencia y suplicó Perdóname por el mal que te hice al quererte demasiado...
¡Oh, hija querida, no siempre el amor humano avanza vigilante! A veces la ceguera nos impulsa a errores estrepitosos, que sólo borra el golpe de la muerte, en general. ¿Pero no tienes en cuenta mi dolor? Reconozco mi participación indirectas en tu presente infortunio, pero como entiendo ahora la extensión y la delicadez de los deberes maternos, no deseo que tengas que recoger espinos en el mismo lugar donde yo sufro los resultados amargos de mi falta de previsión. Porque yo me haya equivocado por excesos de ternura, no te desvíes tú por exceso de odio y disconformidad. Después del sepulcro, el día del bien es más luminoso y la noche del mal es mucho más densa y tormentosa. Acepta la humillación como una bendición, el dolor como preciosa oportunidad. Todas las luchas terrenas llegan y pasan; aunque perduren no son eternas. No compliques, pues, el destino.
Me someto a tus reproches. Los merece quien se olvidó de la selva de las realizaciones para la eternidad, para quedarse voluntariamente en el jardín de los caprichos placenteros, donde las flores no se ostentan más que por un fugaz minuto. Me olvidé, Cecilia, de la azada bienhechora del esfuerzo propio con la cual debía carpir el suelo de nuestra vida, sembrando dádivas de trabajo edificante y todavía no he llorado lo suficiente como para redimirse de tan lamentable error. Sin embargo, confío en ti, esperando que no te suceda lo mismo en la escarpada senda de la regeneración. Antes mendigar el pan de cada día, soportar las insinuaciones mordaces de la maldad humana, allí en la Tierra, que menospreciar el pan de las oportunidades de Dios, permitiendo que la crueldad avasalle nuestro corazón. El sufrimiento de los vencidos en el combate humano es el granero de luz de la experiencia. La Bondad Divina convierte nuestras llagas en lámparas encendidas para el alma. Bienaventurados los que llegan a la muerte con muchas cicatrices, porque
ellas denuncian la dura batalla. Para esos, una perenne era de paz fulgurará en el horizonte, porque la realidad no los sorprende cuando el frío de la tumba les atraviesa el corazón. La verdad se transforma para ellos en generosa amiga; ¡la esperanza y la comprensión serán sus compañeras fieles! Regresa a ti misma, hija mía, restaura el coraje y el optimismo, a pesar de las nubes amenazadoras que flotan en tu mente delirante... ¡Todavía hay tiempo! ¡Todavía hay tiempo!
La enferma, a pesar de todo, hizo un supremo esfuerzo por regresar al envoltorio de carne, pronunciando ásperas palabras de negación, inopinadas e ingratas.
Mientras se desembarazaba de la influencia pacificadora de Calderaro, regresó gradualmente al campo sensorial, profiriendo gritos roncos.
El instructor se aproximó a la progenitora, llorosa, e informó:
 Desgraciadamente, amiga mía, el proceso de locura por rebeldía parece haberse consumado. Confiémosla ahora al poder de la Suprema protección Divina.
En tanto que la entidad materna se deshacía en lágrimas, la enferma perturbada por las emisiones mentales con las que se complacía, se dirigió a la enfermera para reclamarle:
- ¡No puedo! ¡No puedo más! No soporto... La intervención, ¡ahora! ¡No quiero perder un minuto!
Luego de observar a la compañera durante algunos instantes, con aterrorizada expresión agregó:
- ¡Tuve unas pesadilla horrible! ... ¿Soñé que mi madre volvía de la muerte y me pedía paciencia y caridad! ¡No! ¡No! ... ¡Llegaré hasta el fin! ¡Preferiría el suicidio, por último!
Inspirada por mi orientador, la enfermera hizo aún varios comentarios respetables.
¿No sería conveniente aguardar más tiempo? ¿No sería el sueño un aviso providencial? El abatimiento de Cecilia era enorme. ¿No se sentiría amparada por una intervención espiritual? Juzgada, entonces, oportuno postergar la decisión.
La paciente, no obstante, permaneció irreductible. Y para nuestro asombro, ante la progenitora despojada del envoltorio físico, que lloraba, la operación comenzó, con siniestros propósitos para nosotros que observamos la escena totalmente sensibilizados.
Nunca supuse que la mente desequilibrada pudiera infligir tamaño mal a su propio patrimonio. El desorden del cosmos fisiológico se acentuaba a cada instante.
Penosamente sorprendido proseguí con el examen de la situación, verificando con espanto que el embrión reaccionaba al ser violentado, como adhiriéndose desesperadamente a las paredes de la placenta.
La mente del hijito inmaduro comenzó despertar a medida que aumentaba el esfuerzo para extraerlo. Ahora los rayos oscuros no partían tan sólo del encéfalo materno; eran emitidos igualmente por la organización embrionaria, estableciendo una mayor desarmonía.
Después de un prolongado e intenso trabajo el pequeño ser fue finalmente retirado ... Con asombro reparé también que la improvisada ginecóloga sustraía del recipiente femenino nada más que una diminuta porción de carne inanimada, porque la entidad reencarnante, como si fuerzas vigorosas e indefinibles la mantuviera atraída al cuerpo materno, ofrecía condiciones muy particulares, adheridas al campo celular que la expulsaba.
Semidespierta, en una funesta pesadilla de sufrimiento, reflejaba extrema desesperación; se lamentaba con gritos afligentes; expulsaba vibraciones mortíferas; balbuceaba frases inconexas. ¿No estaríamos allí ante dos fieras terriblemente encadenadas por las manos, la una a la otra? El hijito que no había llegado a nacer se transformó en un peligroso verdugo de la psiquis materna. Al comprimir con impulsos involuntarios el nido de vasos del útero, precisamente en la región donde se efectúa la permuta de la sangre materna con la del feto, provocó un proceso hemorrágico violento y abundante.
Proseguí observando.
Removido indebidamente y manteniendo allí por fuerzas incoercibles, el organismo periespiritual de la entidad que no había llegado a nacer, alcanzó con movimientos espontáneos la zona del corazón. Envolviendo los nudos de la aurícula derecha, perturbó las vías de estímulo, determinando choques tremendos en el sistema nervioso central.
Tal situación agravó el flujo hemorrágico que alcanzó una intensidad imprevista, obligando a la enfermera a pedir socorro inmediato, después de borrar como pudo, los vestigios de su falta.
- ¡Lo odio! ¡Lo odio! - clamaba la mente materna delirando, al sentir todavía la presencia del hijo en la intimidad de su organismo ¡Nunca arrullaré a un intruso que me arrojaría a la vergüenza!
Ambos, madre e hijo, parecían estar ahora, para decirlo más exactamente, sintonizados en la onda del odio, porque la mente de él, que exhibía una extraña forma de presentarse ante mis ojos, respondía en el colmo de la ira:
- ¡Me vengaré! ¡Pagarás moneda a moneda! ¡No te perdonaré! ... No me dejaste retomar la lucha terrenal donde el dolor, que tendríamos en común, me enseñaría a disculparme por el pasado delictuoso y a olvidar mis punzantes amarguras ... Renegaste de la prueba que habría de conducirnos al altar de la reconciliación, Me cerraste las puertas de la oportunidad redentora; sin embargo, el maléfico poder que impera en ti, habita igualmente en mi alma ... Trajiste a la superficie de mi razón el lodo de la perversidad que dormía dentro de mí. Me negaste el recurso de la purificación, pero ahora estamos nuevamente unidos y te arrastraré hacia el abismo... Me condenaste a la muerte y por eso, para ti mi sentencia es igual. No me diste el descanso, impediste mi retorno a la paz de la conciencia, pero no te quedarás por más tiempo en la Tierra ... No me quisiste para el servicio del amor ... Por lo tanto, serás otra vez mía para satisfacer mi odio. ¡Me vengaré! ¡Seguirás conmigo!
Los rayos mentales destructores se cruzaban en un horrible cuadro, de un espíritu a otro. Mientras observaba la intensificación de las toxinas a lo largo de toda la trama celular, Calderaro oraba en silencio, invocando el auxilio exterior, por lo que me pareció.
En efecto, a los pocos instantes un pequeño grupo de trabajadores espirituales entró en el recinto. El orientador suministró instrucciones. Deberían ayudar a la desventurada madre, que permanecía junto a la hija infeliz hasta la consumación de la experiencia.
Enseguida, el Asistente me invitó a salir, agregando:
Se verificará el desprendimiento del envoltorio carnal dentro de alguna horas. El odio, André, diariamente extermina criaturas en el mundo, con intensidad y eficacia más arrasadoras que las de todos los cañones de la Tierra tronando al mismo tiempo.
Es más poderoso, entre los hombres, para complicar los problemas y destruir la paz, que todas las guerras conocidas por la Humanidad en el transcurso de los siglos. Lo que oyes no es una mera teoría, has vivido con nosotros, en estos momentos, un hecho pavoroso que todos los días se repite en la esfera carnal. Establecido el imperio de fuerzas tan detestables sobre esas dos almas desequilibradas, a las que la Providencia procuró reunir en el instituto de la reencarnación, es necesario confiarlas, de aquí en adelante, al tiempo, a fin de que el dolor produzca los correctivos indispensables.
¡Oh! exclamé afligido al contemplar el duelo de ambas mentes tortuosas, ¿cómo quedarán? ¿permanecerán entrelazadas así? ¿Y por cuánto tiempo? Calderaro me observó, tan agobiado como un soldado valeroso que perdió temporalmente la batalla e informó:
- Ahora de nada vale la intervención directa. Solamente podremos cooperar con la oración del amor fraterno, aliada a la función renovadora de la lucha cotidiana. Se consumó para ambos un doloroso proceso de obsesión recíproca, de amargas consecuencias en el espacio y en el tiempo y cuya extensión ninguno de nosotros puede prever.
documentado de el libro Mundo Mayor.In dolorosa perdida y mensaje fraternal P. 139
de Chico Xavier


viernes, 11 de octubre de 2013

CARIDAD

 Me llamo la caridad, soy la ruta principal que conduce a Dios; seguidme, porque soy el objeto al que debéis todos aspirar.
Hice esta mañana mi caminata habitual y con el corazón angustiado vengo a deciros: ¡Oh! Amigos míos, ¡cuántas miserias, cuántas lágrimas y cuánto tenéis que hacer para enjugarlas todas!
He procurado vanamente consolar a las pobres madres, diciéndoles al oído: ¡Ánimo! ¡Hay buenos corazones que velan por vosotras,
no os abandonarán, paciencia! Dios está aquí, sois sus amadas,
sois sus elegidas. Parece que me oyen y vuelven a mí sus grandes
ojos ansiosos; yo leía sobre sus pobres rostros que su cuerpo, ese
tirano del Espíritu, tenía hambre y que mis palabras serenaban un
poco el corazón, no llenaban su estómago. Repetía otra vez: ¡ánimo, ánimo! Y entonces una pobre madre, joven aún, que amamantaba a su hijito, lo ha tomado en sus brazos y lo ha levantado como rogándome que protegiese a aquel pobre pequeño ser que sólo sacaba de su seno estéril un alimento insuficiente. En otra parte, amigos míos, vi a pobres ancianos sin trabajo
y en breve sin asilo, atormentados por todos los sufrimientos de la necesidad, y avergonzados de su miseria, no atreverse, no habiendo mendigado nunca, a implorar la piedad de los transeúntes.
Con  el corazón lleno de compasión, yo que nada tengo, me hice mendiga por ellos y voy por todas partes estimulando la  beneficencia e inspirando buenos pensamientos a los corazones generosos y compasivos. Por esto vengo hoy, amigos míos y os  digo: allá abajo hay infelices cuya mesa está sin pan, su hogar sin fuego y su lecho sin abrigo. No os digo lo que debéis hacer;
dejo la iniciativa a vuestros corazones; si yo os dictase vuestra línea de conducta, no tendríais el mérito de vuestra buena acción, sólo os digo: Soy la caridad y os tiendo la mano para vuestros
hermanos que sufren.
Mas si pido, también doy, y doy mucho; ¡os invito al gran banquete y os facilito el árbol en que os saciaréis todos! ¡Ved cuán bello es y cómo está cargado de flores y frutos! Id, id; coged todos
los frutos de ese hermoso árbol que llaman beneficencia. En el lugar de las ramas que habréis cogido, pondré todas las buenas acciones que hiciereis y llevará ese árbol a Dios para que lo cargue
de nuevo, porque la beneficencia es inagotable. Seguidme, pues, amigos míos, a fin de que os cuente en el número de los que se alisten a mi bandera; no temáis, yo os conduciré al camino de la salvación, porque yo soy la Caridad. , martirizada en Roma, Lyon , 1861). Hay varias maneras de hacer la caridad, que muchos entre vosotros confunden con la limosna; sin embargo, hay una gran diferencia. La limosna, amigos míos, algunas veces es útil porque alivia a los pobres; pero casi siempre es humillante para el que la hace y para el que la recibe. La caridad, por el contrario, une al bienhechor y al beneficiado, y además ¡se disfraza de tantos modos! Se puede ser caritativo incluso con los parientes, con los amigos, siendo indulgentes los unos con los otros, perdonándose sus debilidades, teniendo cuidado de no herir el amor propio de nadie: para vosotros, espíritas, en la manera de actuar con aquellos que no piensan como vosotros; conduciendo a los menos esclarecidos a creer y eso sin chocar, sin contradecir sus convicciones, conduciéndoles suavemente a nuestras reuniones donde podrán escucharnos y donde sabremos encontrar la parte sensible del corazón por donde debemos penetrar. Este es uno de los modos de hacer caridad. Escuchad ahora la caridad con los pobres, con esos desheredados del mundo, pero recompensados por Dios, si saben  aceptar sus miserias sin murmurar, lo que depende de vosotros. Voy a hacerme comprender por medio de un ejemplo.
Veo varias veces a la semana una reunión de señoras de todas las edades; como sabéis para nosotras todas son hermanas. ¿Qué hacen ellas? Trabajan de prisa, de prisa; sus dedos son ágiles; ¡ved
como sus rostros están radiantes y como los corazones laten unidos! Pero, ¿cuál es su objetivo? Ven que se aproxima el invierno, que será rudo para las familias pobres; las hormigas no han podido
reunir durante el verano el grano necesario para su provisión, y la mayor parte de los efectos están empeñados; las pobres madres se inquietan y lloran pensando en sus hijitos que este invierno tendrán
frío y hambre. ¡Pero paciencia, pobre mujeres! Dios ha inspirado a otras más afortunadas que vosotras; se han reunido y os confeccionan vestidos; después, uno de estos días, cuando la nieve haya cubierto la tierra y cuando murmuréis diciendo: “Dios no es justo”, porque esta es la palabra habitual de los que sufren, entonces veréis aparecer a uno de los hijos de esas buenas trabajadoras que se han convertido en costureras de los pobres; sí, es para vosotras que ellas trabajan así y vuestras quejas se cambiará en
bendiciones, porque en el corazón de los infelices el amor sigue de muy cerca al odio.
Como todas esas trabajadoras necesitan ánimo, veo que las comunicaciones de los Espíritus les llegan de todos lados; los hombres que forman parte de esa sociedad, ayudan con su concurso,
haciendo una de esas lecturas que tanto agradan; y nosotros, para recompensar el celo de todos y de cada uno en particular, prometemos a esas obreras laboriosas buena clientela que les pagará
al contado en bendiciones, única moneda de curso en el cielo, asegurándoles, además y sin miedo de adelantarnos demasiado, que no les faltará. caridad.