sábado, 27 de diciembre de 2014

ESPÍRITUS PROTECTORES

¡Dios no deja de auxiliar y amparar a nadie! No existe la orfandad en ninguna parte del Universo. Donde y como estamos, existen Espíritus para orientarnos: son los Espíritus
Protectores, la protección de esos espíritus se manifiestan
de acuerdo con la jerarquía espiritual que ocupan,
Todos tenemos un buen espíritu que se une a nosotros desde nuestro nacimiento y nos ha tomado bajo su protección. Cumple junto a nosotros la misión de un padre para con su hijo: la de conducirnos por el camino del bien y del progreso a través de las pruebas de la vida. Es feliz cuando   correspondemos a sus cuidados, y dolorido cuando nos ve sucumbir.
Su nombre nos importa poco, porque puede ser que no tenga nombre conocido en la tierra; lo invocamos como a nuestro ángel de la guarda nuestro buen genio; podemos también llamarlo con el nombre de un espíritu superior cualquiera por el que sintamos más simpatía.
Además de nuestro ángel de la guarda, que siempre es un espíritu superior, tenemos a los espíritus protectores, que no porque estén menos elevados, son menos buenos y benévolos; éstos son parientes o amigos, o algunas veces personas que nosotros no hemos conocido en nuestra existencia actual. Nos asisten con sus consejos, y muchas veces con su intervención en los actos de nuestra vida.
Los espíritus simpáticos son aquellos que que unen a nosotros por cierta semejanza de gustos y de inclinaciones; pueden ser buenos o malos, según la naturaleza de las inclinaciones que les atraen hacia nosotros.
Por su parte, los espíritus seductores se esfuerzan en desviarnos del camino del bien, sugiriéndonos malos pensamientos. Se aprovechan de todas nuestras debilidades, que son como otras tantas puertas abiertas que les dan acceso a nuestra alma. Los hay que se aferran  como con una presa y no se alejan "sino cuando reconocen su impotencia en lucha contra nuestra voluntad".
Dios nos ha dado un guía principal y superior en nuestro ángel de la guarda, y como guías secundarios en nuestros espíritus protectores y familiares; pero es un error creer que tenemos cada uno de nosotros forzosamente un genio malo para contrarrestar las buenas influencias. Los malos espíritus vienen voluntariamente si encuentran acceso en nosotros por nuestra debilidad o por nuestra negligencia en seguir las inspiraciones de los buenos espíritus; nosotros somos, pues, los que los atraemos. De esto resulta que nunca estamos privados de la asistencia de los buenos espíritus, y que
depende de nosotros el separar a los malos. Siendo el hombre la primera causa de las miserias que sufre por sus imperfecciones, muchas veces él mismo, es su propio mal genio.
También debemos comprender el significado espirita de ángel, que es diferente al que dan algunas  religiones, que lo representan como una figura distante de la realidad de la vida, generalmente vistiendo una túnica muy blanca, aureolada de luminosidad, poseedor de los enormes alas y que vive en beatitud en el cielo. Para el Espiritismo los ángeles son, pues, las almas de los hombres que han llegado al grado de perfección que la criatura admite, gozando en su plenitud la prometida felicidad. Sin embargo, antes de alcanzar el grado supremo, gozan de una felicidad relativa a su adelanto, felicidad que consiste, no en la ociosidad sino en cumplir las funciones que Dios se complace en confiarles y por cuyo desempeño se sienten dichosos, teniendo también en él, un medio de progreso.
Un Espíritu protector podrá, en determinadas circunstancias, alejarse del protegido´se aleja cuando
ve que sus consejos son inútiles y que en el protegido es más fuerte la decisión de someterse a la influencia de los espíritus inferiores. Pero, no lo abandona por completo y siempre se hace oír. Es entonces el hombre quien se tapa los oídos. El protector vuelve siempre que éste lo llame
La certeza de existencias de protectores espirituales que velan nuestros pasos, que nos amparan en las dificultades propias de la evolución que iluminan nuestra mente y nuestro corazón en el largo camino de la vida, que nos sostienen en los momentos amargos, cuando el dolor nos visita, que nos infunden ánimo ante las pruebas de la vida, que comparten nuestras alegrías y se complacen con nuestro progreso moral, es muy consoladora y nos muestra, una vez más el inmenso amor del Padre celestial para con todos sus hijos.
La oración a los ángeles de la guarda, y a los espíritus protectores debe tener por
objeto solicitar su intervención para con Dios, y pedirles fuerza para resistir a las malas
sugestiones, así como su asistencia en las necesidades de la vida.

jueves, 4 de diciembre de 2014

TERNURA

Madrecita querida.
Te recuerdo en este momento en que me desperté para evocarte. Inclinada sobre mi cuna, cantabas, en voz baja y derramabas sobre mi rostro diminutas gotas de luz que más tarde supe que eran lagrimas.
Me abrigaste en tu seno, como si me transportaras en un blando nido y, a partir de entonces, nunca más me dejaste.
Cuando los demás se iban de fiesta, velabas conmigo y me enseñabas a pronunciar el bendito nombre de Dios. En otras ocasiones trabajabas con la aguja entre los dedos, mientras me contabas cuentos
de bondad y alegría para que me durmiera con sueños agradables.
Si yo huía por haber roto el peine o si volvía de la escuela con la ropa hecha jirones, cuando muchos aludían a castigos, tu tomabas mis manos entre las tuyas o besabas mis cabellos desordenados. Después crecí; te veía a mi lado como si fueras un ángel entre cuatro paredes. Crecí para el mundo, pero nunca dejé de ser en tus brazos, el niño a quien dedicaste tu vida. Hasta ahora, día tras día, pacientemente aguardas  con tu dulzura en el momento en que busco tu mirada, para sonreírme y bendecirme siempre, ¡incluso cuando mis problemas te destrocen el pecho como filos de aflicción!.
Hoy escuché la música de los millones de voces que te ensalzan.
Quise tomar las constelaciones del Cielo y combinarlas con el perfume de las flores que brotaron en el suelo, para tejerte una corona de reconocimiento y cariño pero como no pude vengo a traerte los pétalos de amor que recogí en mi alma.
¡Recibelos, Madrecita!. No se trata de perlas ni brillantes de la tierra. Son las lágrimas de ternura que Dios me concedió, a fin de que te ofrende mi propio corazón transformado en un poema de estrellas.