domingo, 8 de febrero de 2015

VIDA DE JESÚS CONTADA POR EL MISMO CAPITULO XI PARTE 3ª

La revelación es un honor que Dios concede a sus hijos y se manifiesta por la inspiración del espíritu en el espíritu, se hace ostensible por el acrecentamiento del deseo y de la voluntad; se impone mediante las misiones encargadas a los espíritus.
La revelación constituye una parte de la ley de amor que se desarrolla en medio de las humanidades. Debe añadirse que la revelación no puede ir más allá de la comprensión de su intermediario y que ella proporciona la luz necesaria según las necesidades de la época en que tiene lugar. La manifestación del espíritu puro es generosa, pero permanece dentro de los límites trazados por la sabiduría y santidad de su misión. No asocia jamás la promesa de los bienes temporales con la promesa de las gracias merecidas con el adelantamiento del espíritu; no contesta a las preguntas dictadas por la curiosidad inconsulta, por eso se aleja de los intérpretes indignos y son poco frecuentes sus manifestaciones. Es justamente por la escasez de estas manifestaciones que yo insisto en la efectividad de mi luz. La participación de Jesús en las alegrías infinitas le confiere el derecho de hablar más divinamente que cuando hablaba como hijo de la Tierra; mas, en estas páginas, en que Jesús evoca las expansiones de su naturaleza humana, tiene que expresarse en la forma en que lo
hacen los hombres ante los hombres, demostrando sus alianzas de familia, su vanidad de hijo rebelde, sus debilidades de espíritu, sus ilusiones del corazón, como si aún se encontrara en el mundo de los humanos. El poder de mi voz se asocia hoy con la emanación de mis recuerdos de hombre. No os preocupéis de la distancia que nos separa, hermanos míos; destruid vuestras erróneas creencias, levantad una barrera infranqueable entre Jesús hombre, su madre mujer y las fábulas que han desnaturalizado la personalidad de Dios. En el transcurso de mi vida terrenal me hice de discípulos y de amigos, derramando palabras de paz y censurando, con la conciencia de un espíritu iluminado, la vanidad y la hipocresía de esa sociedad potente y fastuosa, que predominaba, encendiendo en los cerebros la llama del deseo hacia los goces espirituales, practicando la caridad del corazón para con todos los dolientes, levantando la voz en defensa de todos los débiles, acercándome a todas la miserias, descendiendo a todas las vergüenzas, inspirando a los pecadores el arrepentimiento.
¿Por qué no habría de conseguir yo ahora discípulos y amigos mediante la emanación de mi espiritualidad? Mis palabras del tiempo pasado se vieron adulteradas o mal comprendidas; mis palabras de hoy se honrarán porque reciben la luz divina. Mis palabras de antes tuvieron que desmenuzarse al chocar en contra de la ignorancia; mis palabras de hoy traen en pos de sí el testimonio de Dios. Procedamos, hermanos míos, a una revista fácil y rápida de mis hábitos, de
mis fatigas, de mis entretenimientos, de mis expansiones fraternales, y honrémonos mutuamente, vosotros mediante una justa atención y yo con mis confidencias y con mi libre trabajo de espíritu.
Durante una vida humana no pueden llevarse a cabo trabajos inmensos, mas la marcha en el sentido del progreso puede reanimarse bajo un soplo generador. En el periodo de la decadencia de un mundo, el pensamiento reformador surge de improviso, como el vasto horizonte que, al partirse las nubes, se ofrece repentinamente ante nuestra vista. La actuación humana de Jesús había preparado el horizonte
que hoy, bajo su manifestación divina, expone ante las miradas de la humanidad terrestre, y su voz, en la plenitud hoy de su potencia, hará desaparecer todas las sombras que oscurecieron su alianza con Dios y con los hombres. ¡Alianza con Dios! Sí, porque Jesús tenía que emancipar las órdenes de Dios. ¡Alianza con los hombres! Sí, porque Jesús venía a hablarles de amor, de fraternidad, de paz, de justicia, y éstos dan origen a la sabiduría, a la fuerza, a la ciencia de las alegrías futuras y de los
favores de Dios. Jesús ahora demuestra a la posteridad su naturaleza humana dándole al mismo tiempo pruebas de su existencia de espíritu. Repitamos, pues, las palabras pronunciadas por Jesús hombre, mas agreguémosles las nociones del espíritu de Dios para que os penetréis bien de la elevada misión que Jesús vino a empezar como hombre y que el mismo Jesús viene ahora a continuar como espíritu. Jerusalén me atraía, no obstante las pocas probabilidades de éxito me llevaba a mis tentativas de proselitismo. Yo buscaba presentarles bajo alegres colores a mis discípulos el viaje hacia ella, conociendo bien la repulsión y el terror que su idea les provocaba. Pedro manifestó a gritos, como acostumbraba, su desagrado cuando se le habló de volver a Jerusalén. Los dos hijos de Zebedeo derramaron lágrimas sinceras, suplicándome que desistiera de tal propósito. Los dos Santiagos, hermano y tío de Jesús, le hicieron el completo sacrificio de su voluntad. Todos los demás me dieron
seguridades de su fidelidad y devoción, instándome a permanecer en medio de un pueblo donde había encontrado tanta docilidad y tanto amor. Cansado de esta oposición, pero resuelto a vencerla, dejé que se calmaran estas primeras emociones de mis apóstoles y no les volví a hablar de Jerusalén.
Mas en nuestras conversaciones, como en mis prédicas, yo daba las medidas de las preocupaciones de mi espíritu, sublevándome en contra de la debilidad de los que prefieren el reposo a la lucha, el éxito fácil a los trabajos del pensamiento y a las fatigas corporales. La luz, gritaba yo, debe esparcírsele con profusión. Avergonzaos vosotros que la mantenéis debajo del celemín, hombres pusilánimes, hombres de poca fe. La largueza de los dones divinos os llena de alegrías, mas cuando se hace
necesario demostrar la verdad con el trabajo y la gracia mediante sacrificios, vosotros permanecéis en medio de la holgazanería y del egoísmo. El cultivador que da con una tierra estéril, lleva sus esperanzas hacia otra tierra más productiva; pues bien, yo soy el cultivador y la tierra estéril sois
vosotros. El nivel de mis conocimientos no era alcanzado por las multitudes; mas me seguían algunos discípulos más clarividentes en las casas donde mis apóstoles y yo encontrábamos albergue, ya sea en la misma Cafarnaúm, ya sea en los alrededores. En medio de este círculo de íntimos, yo hacía las confidencias de mis tristezas humanas y de mis esperanzas divinas. Cuanto más próxima me parecía mi muerte, mayores eran las advertencias que ella me sugería. Mi obra perecería, yo lo sabía, si después de muerto, Dios no me permitiera colaborar aún en ella como espíritu. Mi fe y mi confianza arrastraban la fe y la confianza de los que me escuchaban y me abandonaba a las visiones serenas y dulces, tanto como a la dolorosa perspectiva de la ignominia y del martirio. Yo imprimía en el alma de esos oyentes mis ideales y mis propósitos como esos estigmas de fuego, que no pueden desaparecer, e imprimía en sus espíritus la imagen de mis miradas, que eran siempre tiernas, de mi sonrisa, casi inmutable, de mis modales y de mi delicadeza al consolarlos y al demostrarles mis afectos. Veía en ello el pueblo del porvenir y soñaba en el despertar del mundo, en el éxito de mi misión, el triunfo de mi doctrina, a pesar de las tonterías de mis amigos y de la mala fe de mis enemigos. Los hombres, cuya creencia en la divinidad de mi persona fomentaba mi discípulo predilecto Juan, eran mis mismos amigos, poco avisados, que darían lugar más tarde a la fundación de un culto idólatra, con el misterio de la Trinidad, de la Encarnación y de la Redención. Hermanos míos, convertíos en verdaderos adoradores de Dios interpretando con sabiduría las leyes de la naturaleza. Honrad el camino de vuestro espíritu, amontonad pruebas de la grandeza de Dios y rechazad todo lo que sea contrario a esta grandeza. Yo no discuto con vosotros respecto a mi identidad, pero empleo todas las potencias de mi espíritu para quebrantar la falsa e irrisoria denominación que la liga a mi nombre de hombre. Venid, hermanos míos, a la casa en que Jesús, mientras espera la comida de la noche, está sentado en medio de hombres ávidos de escucharlo aún después de haber estado todo el día siguiéndolo y escuchándolo, sea en las Sinagogas, sea en los centros mas populosos de los lugares recorridos. La conversación gira siempre alrededor de las prédicas recientes. Jesús había pronunciado las siguientes palabras después de la parábola del hijo prodigo: La reconciliación de un pecador con Dios, produce mayor alegría en el Cielo que la perseverancia de diez justos. Ahora Jesús desarrolla su pensamiento. La naturaleza humana, según los
dogmas de la ley judaica, está llamada a una recompensa estacionaria en el cielo, o a una condena eterna en el infierno. Pero Jesús, de acuerdo con el sentimiento humano que ve en Dios, la omnipotencia unida a la suprema bondad, determina contradicciones a sus mismas palabras para afirmar su fe delante de sus discípulos y combatir el principio consagrado en otra parte de la ley. Pero Jesús de acuerdo con la alta inteligencia de Dios, abandona la letra dogmática en las bajas regiones y
expande su espíritu hacia el contacto de los espíritus fácilmente iluminados por él. El hijo pródigo, dice, es el pecador llevado al arrepentimiento, es el hombre enfermo vuelto a sus fuerzas y a la salud. Me expliqué para hacer comprender las delicias de la reconciliación, mas escuchad el verdadero sentido de mis palabras. El destino del hombre lo llama a numerosos trabajos y su libertad se opera
lentamente por medio de las alianzas de su espíritu y de la expansión de sus facultades.
En la vida carnal ese destino y esa libertad aparecen ahora débiles, pero volverán corporalmente más fuertes y desembarazados de los terrores imaginarios del espíritu. La espera se ve a menudo alargada por la pereza y la emancipación por el amor sensual. La justicia Divina deja al hombre el libre empleo de sus fuerzas pero si él abusa de ello para empobrecer su alma, le hace sufrir el peso del fardo de sus miserias y de sus dolores, después de habérselo soliviado por un momento.
En un estado más avanzado del espíritu humano, hay espíritus que pueden permanecer inactivos, debido a alianzas perniciosas o a debilidades morales en el cumplimiento de una elevada tarea. He ahí los justos de que quise hablar.
En medio de la degradante humillación de la naturaleza humana, un espíritu puede volverse repentinamente heroico en la justipreciación de los dones de Dios. He ahí el hijo pródigo.                 Ha merecido el bien de Dios el que se levanta con coraje, el que desarraiga el árbol viejo y lo echa al fuego, el que lava su puesto para que nada se note en él del pasado, el que desde el fondo del abismo sale a la luz del Sol en el pleno dominio de su voluntad y mediante sus esfuerzos. El Festín, el Cielo, es la festiva acogida que se le hace al pecador arrepentido a su llegada entre los espíritus del Señor. El árbol desarraigado es el pecado, el puesto lavado es el corazón que estaba manchado; el abismo es la muerte del alma, como la luz es su resurrección.
En la abundancia de los consuelos dados a manos llenas a l
os afligidos, Jesús había dicho: Felices los pobres de espíritu, porque el reino de mi Padre les pertenece. Vuelvo sobre esta expresión para hacer resaltar su alcance.
Los pobres de espíritu son los que huyen del poder de la dominación de los goces mundanos y del reposo egoísta en la posesión de los bienes de la Tierra.
La pobreza de espíritu proporciona el sentimiento de la humildad para empequeñecerse delante de los hombres, elevándose espiritualmente, para despreciar todas las demencias del orgullo y de la presunción. ¡Felices pues, grita aún Jesús, los pobres de espíritu! ¡Felices también los que comprenden y practican la palabra de Dios! ¿Quién de vosotros, amigos míos, no querrá contarse entre los pobres de espíritu, desde que la modestia y la fuerza en el sacrificio los coloca por
encima de los demás hombres?. Jesús define después una palabra lanzada por él en un momento de
indignación. La muchedumbre se había abierto y un hombre del pueblo se aproximó a Jesús y le dijo:
Maestro: ¿Has pagado tú los décimos al César? Si los has pagado, ¿por qué lo has hecho desde que no reconoces más autoridad que la de Dios? Si no los has pagado, ¿por qué prohíbes la rebelión, si das el ejemplo de ella?.
Jesús comprendió que tenía que vérselas con uno de esos hombres groseros y malos cuyo deseo era empujarlo hacia manifestaciones contrarias al gobierno establecido. Mas, conservó la calma exterior a pesar de la indignación que bullía en su interior, y contestó:
Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Los discípulos se sonreían al recuerdo del gesto y acento del Maestro, estando desprevenido; enseguida la palabra de Jesús se vuelve grave y saca de esta contestación motivo de enseñanzas llenas de moralidad. Hagamos depender nuestra felicidad, dijo, del cumplimiento de nuestros deberes, cualesquiera sean las cargas que resulten de ellos. Marchemos sin preocuparnos de los defectos de los demás, a fin de librarnos de nuestras imperfecciones, hacia la libertad de nuestra alma.
La debilidad de los hombres los arrastra a juzgar las intenciones de los otros y se apoyan en la posibilidad del fraude para cometer ellos el fraude; y hablan de injusticia mientras hacen desbordar la injusticia de sus corazones y de sus labios. Hay quien ve una paja en el ojo de su vecino y no ve una viga en el suyo, otros se quejan del egoísmo y del abandono mientras cierran el alma a los lamentos de los infelices, a la desesperación de los náufragos, a la vergüenza del arrepentimiento de
los pecadores. Yo os lo digo, amigos míos, la probidad honra al espíritu, así como la delicadeza en los juicios honra al corazón.
Pagad vuestras deudas, sed fieles a vuestros compromisos, tanto con los justos como con los injustos, con los débiles y con los desheredados, lo mismo que con los fuertes y los poderosos, no condenéis, no digáis jamás Raca a vuestro hermano, y confirmad vuestra fe adorando a Dios con la plegaria, plegaria de pensamientos, de palabra y de acción. El pensamiento debe ser el guía de la palabra y de la acción, el fruto de la resolución; rogad juntos y separadamente, mas hacedlo sin ostentación.
La plegaria del orgulloso se asemeja a la del hipócrita. El hipócrita se encuentra siempre en los primeros lugares en la Sinagoga, para que los demás perciban su frente inclinada y sus mejillas pálidas, para que se diga que ha ayunado y que ora con fervor.
El orgulloso se arrodilla delante de Dios, pero su espíritu está lleno de planes para conseguir deslumbrar a los demás, y pide la gracia exponiendo los derechos que tiene para la gracia. Señor, dice el orgulloso, la dulzura de mi conducta y lo elevado de mis designios merecen que tú les prestes tu sanción y tu apoyo. No he prevaricado en las leyes de mis padres, nada he sustraído de la herencia paterna en detrimento de mis hermanos, he educado a mi familia en el temor y en la justicia y empleo mis bienes en aliviar a los pobres. Soy fuerte y poderoso, pero concedo mi protección a los débiles, me siento inclinado hacia los honores, pero me humillo delante de ti. Os lo digo, amigos míos, la oración de estos hombres es rechazada. Dios acoge en cambio la plegaria del pecador que honra su arrepentimiento con la humildad de su presencia y con la sencillez de sus palabras
Dios mío, dice el humilde, yo te adoro en todos tus decretos y te pido el perdón de mis culpas.
Haz sentir el peso de tu mano sobre tu siervo, mas déjale la esperanza de poder ablandar tu Justicia y de merecer tu misericordia.
Os lo digo, amigos míos, este hombre gozará de su reconciliación con Dios, sacando luz de su misma fe y arrepentimiento. La plegaria en acción es el trabajo y la conformidad, es la limosna y el
sacrificio por el amor de Dios, es la penitencia y la expiación para remediar el daño hecho a sí mismo y al prójimo con el pecado.
Haced a los demás lo que quisierais que se os hiciera a vosotros mismos, y encaminad las almas hacia Dios con la edificación de vuestra vida.
Honradme porque yo no me encontraré siempre en medio de vosotros, mas acordaos de estas palabras: yo volveré y estableceré mi ley y todos los hombres creerán en mí, y no habrá más que una sola grey y un solo pastor porque Dios no me ha mandado para un solo tiempo sino para los siglos futuros.
Yo soy aquel que fue, que es y que será y digo:
Feliz el hombre que renacerá con nuevas fuerzas, puesto que habrá sembrado para recoger.

domingo, 1 de febrero de 2015

VIDA DE JESÚS DICTADA POR EL MISMO CAPITULO XI PARTE 2

Felices los que creerán, porque marcharán en mi ley; felices los que seguirán mis preceptos porque verán a Dios. Es un error fatal el afirmar que Jesús vino a traer la espada, pues yo soy el lazo de amor, habiendo dicho: Amaos los unos a los otros y mi Padre os amará. ¡Errores realmente son los que han dado lugar a alegrías sacrílegas en medio de la sangre y de los horrores de las hecatombes humanas, ofrecidos al Dios de los ejércitos, mientras no son más que delirios por la posesión de bienes efímeros, en medio del triunfo de las bajas pasiones y del propio sometimiento al imperio de la maldad y de los goces vergonzosos del vicio! Yo dije: Permaneced humildes; no os dejéis dominar por la ambición de los bienes terrenales, ni por el deseo de poderes mundanos. Los que se apegan a la Tierra no me pueden seguir. Mi Reino no es de este mundo.
Apoyaos en mí y yo os llevaré hacia la vida, y os daré la vida, porque la vida soy yo. Yo soy el buen pastor; cuando una oveja se pierde, yo la busco y la vuelvo a la majada Mis ovejas son los hijos de los hombres; haced como yo hago y reine la alegría en la casa del patrón cuando una oveja extraviada vuelve al redil. Dejad venir hacia mí a los niños y también a los pobres, a los pecadores y a las mujeres de mala vida, puesto que si la niñez precisa de luz y de apoyo, los pobres son mis preferidos, los pecadores solicitan ayuda para poder entrar a la nueva vida, y las mujeres de mala conducta se apegan a un vaso de arcilla, cuando tienen a su alcance un vaso de oro. El vaso de arcilla es el amor falso de los hombres, y el vaso de oro es el amor de Dios que no perece. Permaneced fieles a mi doctrina y propagadla por toda la Tierra para que los hombres no se encuentren más divididos y no exista más que una religión y un templo.
Haced lo que os digo, arrancad la mala hierba, echad al fuego la planta seca, separad el buen grano de entre los malos y caminad en medio de las ruinas edificando de nuevo. Mas cumplid la ley con dulzura y amor. Hay que compadecerse de la pobre avecilla y recordad, también, que como ella, todo lo que vive depende de Dios. Andad y repetid mis palabras. El Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán, porque la voz del espíritu debe repercutir en todo tiempo. Hagamos resplandecer mi identidad, hermanos míos, con el paciente encadenamiento de los pensamientos y la exposición de mis obras. Humillémonos juntos. Aceptadme como mediador, puesto que me ofrezco a vosotros y vengo a libertaros de los hombres de mala vida. Romped la cadena que os liga al egoísmo, al orgullo, al vicio, a la tibieza, al desaliento, puesto que vengo a libertaros del pecado y de la muerte.
Yo soy siempre aquél que os lleva hacia la vida y os digo: Venid a mí, los que lloráis, porque yo os consolaré. Venid a mí, pobres y pecadores, humildes y abandonados, y yo os daré la paz y el calor. Mis discípulos estaban cada vez más convencidos de la grandeza de mi misión, y la familiaridad de nuestras conversaciones particulares, no disminuían el respeto de sus demostraciones delante de los hombres. Imitadores de mis modales y de mis gestos en la manera de hablar, ellos recibían honores en todas partes, reflejándolos sobre mi persona a quien no perdían las continuas ocasiones que se les presentaban para designarme con los calificativos de Señor y de Maestro, queriendo con esto demostrar el lugar que me daban en medio de ellos. Yo me resigné al honor de ese cargo de maestro, para dirigirlos, pero empleaba todos los argumentos para hacerles comprender la divina esencia de la palabra hermano, reconocer la elevación del alma en medio de las más humildes posiciones del espíritu y saber adquirir toda la fuerza necesaria para soportar todas las humillaciones presentes con la celeste esperanza de la gloria futura. Yo soy vuestro Padre espiritual, pero este carácter me obliga, más que a vosotros, al empleo de la mayor paciencia y dulzura. Soy vuestro Señor, es decir, vuestro director, vuestro defensor; mas si alguien entre vosotros me juzgase indigno de estos títulos, se encontraría en el deber de advertírmelo, puesto que el discípulo vale ante Dios tanto como el maestro y es indispensable que exista entre nosotros una confianza ilimitada, para poder alcanzar el objetivo que nos hemos propuesto.
Oremos juntos para que Dios nos sostenga, mas sería preferible que el discípulo pereciera antes que el maestro, porque la cabeza es más útil que el brazo y porque la ruina del patrón produciría también la de sus siervos. Honrarme, pero no me prodiguéis juramentos referentes al porvenir, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil. Yo os lo digo: muchos de vosotros me abandonarán en el camino del sacrificio. Los dispersos no se reunirán sino para volverse a dispersar. Tan sólo la cabeza es fuerte. La cabeza soy yo, los miembros sois vosotros. No temáis. La prueba que está por llegar soportadla como una ráfaga huracanada.
Los Mesías resucitarán en espíritu y este espíritu brillará en medio de las tinieblas, guiará vuestra nave por encima de las agitadas olas, su voz dominará la tempestad y su palabra anunciará el nuevo día. Vosotros percibiréis al espíritu por la influencia de dulces esperanzas que se filtrarán en vuestra alma y por la fuerza que duplicará vuestras fuerzas. Percibiréis al espíritu mediante el soplo divino que pasará por encima de vuestras cabezas mediante el calor que penetrará en vuestros corazones.
Veréis al espíritu en medio de los resplandores que iluminarán vuestras almas y nadie podrá engañarse al respecto. Mas escuchadme y preparad el reino de Dios practicando la devoción y el amor, la prudencia y el desprecio por los honores. El mundo os llenará de escarnio y muchos os odiarán, pero sufridlo por amor a mí, diciendo siempre: el Señor está con nosotros y nosotros somos sus miembros. Tengo aún otros miembros: son los pobres y cuando veáis a los pobres, acordaos de éstas mis palabras. Dentro de poco yo no seré más; pero mi espíritu os acompañará y os dictará mi voluntad, como si me encontrara aún entre vosotros. No acuséis a nadie por mi muerte. Mi Padre me mandará el cáliz de la amargura y yo lo apuraré hasta el fin.
Mas llevad a la práctica después de mi partida lo que ahora llevamos a la práctica juntos, y desparramad mis palabras como las he dicho, sin cambiarles nada ni añadirles nada. La Tierra se renovará y mis palabras serán comprendidas al pasar los siglos; yo os lo repito: el espíritu ayudará al espíritu y el reino de Dios se establecerá, por obra del poder del espíritu.
El espíritu arrojará la palabra y la palabra será semilla. Muchos de vosotros verán el reino de Dios.
Estas palabras no podéis comprendedlas y tengo que dejaros en la ignorancia, porque el momento no ha llegado para explicároslas; pero muchos las comentarán y yo volveré debido a esto y a otras cosas, por cuanto mi día no ha concluido y dejaré, muriendo, errores y dudas que mi Padre me permitirá disipar. La verdad se siembra en un tiempo y los frutos de la verdad se recogen como cosecha en otro tiempo. Mas la palabra de Dios es eterna, y todos los hombres la recibirán, porque la justicia de Dios es también eterna, y porque su presencia se manifiesta en todos los tiempos. Aprendamos hoy, hermanos míos, la justicia de estas enseñanzas y honradme con la misma atención que prestaban mis discípulos. Marchemos por el camino del engrandecimiento y dejemos divagar a los pobres de espíritu, convirtiendo en cambio nosotros la palabra de Dios en nuestro alimento espiritual. Dios manda a todos los mundos instructores, mas a cada mundo le están destinados como instructores espíritus del mismo mundo. Los Mesías son instructores avanzados, cuyas enseñanzas parecen utopías. Mi misión no podía imponer una regla de conducta en un siglo de ignorancia, teniendo que concretarse a hacer nacer ideas de revolución en los espíritus y prepararlos para la renovación del estado social futuro. Mis apóstoles no debían ser hombres de genio, ni hombres de mundo. Era necesario que yo los eligiera entre la gente sencilla y trabajadora, para instruirlos e imprimirles una dirección justa, sin tenerlos que obligar a la renuncia de los goces del Espíritu y de las comodidades de la fortuna. Mis lazos de familia no me retraían del cumplimiento de mis propósitos, porque desde la infancia me sentía dominado por la idea de sacrificarlo todo en aras de esos ideales y porque me empujaba el deseo de la salud de una familia más preciosa para el apóstol de lo que pueda serlo la familia carnal para el hombre.
Mi resolución inamovible de sacrificar mi vida mediante el martirio, parecía una orden a la que debía obedecer so pena de verme retirar el título de apóstol, el patrocinio de Mesías y ese prestigio de Salvador y de hijo de Dios, con que el Padre me había agraciado y de lo cual la humanidad esperaba especiales beneficios. Mis conocimientos de apóstol se concentraban hacia el porvenir, y a menudo, mientras hablaba a los hombres del presente, me dirigía indirectamente a los hombres del porvenir.
Mi voz se hacía entonces profética y mis discursos sufrían la influencia de la difusión de mis pensamientos cuando llegaba a las alturas de la verdad y que esta verdad había que velarla con la rigidez de los dogmas establecidos.
A las preguntas que tenían por propósito el hacerme caer en contradicciones, yo contestaba de manera como para desconcertar al que preguntaba, buscando al mismo tiempo de infundir respeto en las multitudes con la autoridad de la mirada, del gesto y de la palabra, siempre resuelta e incisiva.
Chocando en contra de todos los poderes, de todos los prejuicios, del nacimiento y de las riquezas, habría facilitado la revuelta, si al mismo tiempo no hubiera predicado la gloria que se encuentra en las humillaciones en frente de la felicidad eterna. Pobre y libre, yo hablaba con firmeza, empujado por un entusiasmo indescriptible al referirme a las libertades espirituales.
Dad vuestros bienes a los pobres y seguidme. Es más difícil que un rico entre en el cielo, que un camello pase por el ojo de una aguja. Las figuras atrevidas, las comparaciones de tinte subido eran apropiadas para un pueblo más fácil de conmoverse que a comprender razones, por cuyo motivo a menudo tenía yo que echar mano de estos medios poderosos para abrir brecha en el espíritu de mis oyentes. Mis discursos, que siempre terminaban con una cita apropiada al caso o con una sentencia, quedaban como estampados y mis formas de lenguaje en nada se parecían a la de los otros oradores.
Yo hacía denuncia ante la Divinidad de todos los vicios que descubría. El castigo del mal rico me inspiraba cuadros sombríos y yo lanzaba anatemas en contra de la explotación del hombre sobre el hombre; mas nada había de preparado en mis palabras, cuya elegancia de asociación como brillantez de pensamientos fueron siempre por mí descuidadas, por cuanto me dirigía a espíritus que convenía más bien sorprender, que seducir con la belleza de las formas. Los goces puros de mi alma, tenían su manifestación únicamente en medio de los amigos, y las conversaciones tranquilas y afables, se me hacían cada día más necesarias.
Hermanos míos, santas compañeras mías, volved a ser nuevamente en estos momentos la fuente de las alegrías retrospectivas del espíritu. Sed el descanso en medio de mis agitados recuerdos, para que las imágenes consoladoras, al presentarse ante mis ojos, juntamente con las sombras pavorosas, eviten el esfuerzo por abreviar el relato bajo la influencia del disgusto y de las pasadas amarguras, lo cual sería una deficiencia histórica y un punto negro para la luz de mi espíritu.
Hermanos míos: Ojalá podáis comprender el valor de mis palabras y ligarme a vosotros, como hermano vuestro en la adoración de un solo Dios; como hermano vuestro en la reforma de vuestros hábitos y en las meditaciones de vuestro espíritu. Como hermano vuestro en el deseo y esperanza por vuestra parte hacia la adquisición de las conquistas del espíritu que, con felicidad, yo disfruto y como hermano por el perfecto acuerdo de vuestras voluntades con la mía, pudiéndose así imprimir a la marcha de las cosas, una dirección más conforme con la naturaleza humana dignificada por una emanación divina. No ignoro que ésta mi fraternal demostración hará el efecto, en el primer momento, de una pura ilusión de mi espíritu, mas cuento con Dios para disipar este error. Dios no me ha dado el poder de manifestarme hoy para abandonarme luego, dejándome en la impotencia de dar pruebas de mi revelación. Dios os mira y espera vuestras miradas. Hombres dominados por el vértigo y por la ceguera piden la continuación de  los honores y riquezas que disfrutan y el derecho de cuya posesión surge de las faltas y delitos cometidos. Hombres devorados por pasiones brutales y egoístas afirman que nada existe más allá de la materia, y que las creencias religiosas no constituyen más que mentidas apariencias o ridículas aberraciones del espíritu. La lucha es la que distribuye los honores. La luz del día y la oscuridad de la noche envuelven al crápula embriagado y al niño que muere de hambre. ¿Qué demuestra todo ello sino el horrible trastorno de la dignidad de los espíritus dada por su Creador? ¡Sólo la decadencia del espíritu inteligente que deprime al espíritu nuevo!. El espíritu de Dios se conmueve ante esta situación y se hace visible su intervención. ¿De qué manera será ésta acogida por los hombres? ¡Con burlas desgraciadamente! Mas el espíritu de Dios es una fuerza que domina al intérprete de su palabra y es una luz que penetra a través de las tinieblas. En medio de la naturaleza humana pocos seres se ven favorecidos por los dones del espíritu puro, porque pocos son los que tienen el valor y la voluntad de desafiar las potencias mundanas, mientras que el espíritu puro huye de las ruidosas agitaciones, de la disipación y del vicio para aproximarse a los que sufren y a los que investigan en el silencio. En las manifestaciones de los dones de Dios el espíritu humano nada tiene que hacer, y el alma debe orar por unirse al pensamiento del espíritu puro. Durante la adoración del alma, el deseo de ella por conocer la verdad es irresistible. Debido a la nulidad del espíritu, la luz se ve libre de los obstáculos de la imaginación y la revelación se obtiene únicamente en medio de estas condiciones del alma y del espíritu. La revelación de los espíritus de Dios proporciona fuerzas al espíritu humano y las impresiones del hombre encuentran fría a la esperanza al lado de la palabra de Dios que la ilumina. El espíritu iluminado por la palabra divina goza en la soledad, pero debe sacrificar este gozo en aras de la expansión del principio de fraternidad y de caridad, puesto que a él le corresponde el cerrar las llagas, cicatrizar las heridas, estudiar las necesidades, insinuarse en los corazones, apaciguar los odios, cubrir las vergüenzas, dar brillo a la esperanza y afirmar la idea de la vida futura. Todos los espíritus de Dios se reconocen por la elevación de sus manifestaciones. Ninguno de ellos concede a su intérprete la facultad de eludir las leyes que rigen para la naturaleza humana, y todos buscan robustecer en sí mismos el sentimiento de justicia y de abnegación. La revelación es un honor que Dios concede a sus hijos y se manifiesta por la inspiración del espíritu en el espíritu, se hace ostensible por el acrecentamiento del deseo y de la voluntad; se impone mediante las misiones encargadas a los espíritus.