miércoles, 17 de junio de 2015

VIDA DE JESÚS CONTADA POR EL MISMO. CAPITULO XII 2ª PARTE

Sigo la vida de Jesús, tan llena de amor, y en la que nos dice y  da tantas cosas.
Perdido, se dijo, perdido está el que ha traicionado a Jesús.
¡Oh, no! ¡Nada se pierde de las obras de Dios! Todas volverán a encontrarse purificadas por el arrepentimiento, glorificadas por la resolución reparadora, luminosas después del perdón. ¡Oh, no! Nada se pierde de las obras de Dios. Todas llegarán a ser grandes, todas serán honradas; todas se arrastran penosamente por las laderas de la montaña para iluminarnos al fin, llegadas a la cima, con los esplendores del fuego divino.
El abandono lleno de ingenuidad y el carácter feliz de Alfeo, contrastaba con la oscura fisonomía de Felipe, quien se obstinaba en vaticinar un porvenir infausto y el fracaso de nuestras doctrinas.
Tomás nunca creyó en la revelación divina, pero le había fanatizado la grandeza de la obra.
Mateo, el mejor preparado de mis apóstoles, fue también el más sincero al referir nuestros discursos.
Mi hermano Jaime era siempre el primero en contestar sí a todo lo que yo proponía. Mi paciencia y mi coraje serían recompensados por este hijo de María, y la gracia coronaría el espíritu de mi hermano en los últimos días de mi vida mortal.
La familiaridad que reinaba entre todos nosotros no impedía los sentimientos de otra índole, como el del reconocimiento de la superioridad, aunque en la más íntima amistad, y bien recuerdo emocionado, la constante devoción de Mateo hacia Tomás y la paternal protección de mi tío Jaime para con Lebeo (Tadeo). Yo le decía a Pedro: Marchemos hacia la conquista de la humanidad. ¿A qué reposarnos en la calma y juntar alegrías dentro de la tranquila posesión de lo que hemos alcanzado, cuando nuevas posesiones les están prometidas a nuestro ardor y a nuestros sacrificios? ¿A qué pedirle fuerzas a Dios y no emplearlas después para logro de sus propósitos?.
¡Jerusalén! ¡Esperanza de mi vida! ¡Ciudad venturosa! El grito sublime de llamada, saldrá de tu seno y tus hijos serán los verdaderos adoradores del Dios viviente y eterno. Los delitos y las ruinas darán origen a la sabiduría y a la magnificencia. La Tierra dirigirá hacia ti sus miradas desoladas y tú la llenarás de consuelos y de luces. Los hombres te llamarán la gloria de las glorias, porque la paz, la libertad, el poder y el amor se confundirán y reinaran unidos por tu sola virtud.
Aunque los justos perezcan a manos de los verdugos, que tus esclavos remachen sus propias cadenas; que tus tiranos se adormezcan sobre sus victorias. Nada, nada será capaz de arrebatar la hora de la libertad, y el amor fraterno se establecerá entre todos los hombres.
Pedro, mientras yo le presentaba mi pensamiento bajo formas simbólicas y proféticas, participaba de mi entusiasmo y me habría seguido hasta el fin del mundo, pero muy pronto ese entusiasmo se apagaba y él volvía a ser el apóstol de los primeros días, que escondía bajo el aspecto de la devoción el miedo que lo dominaba. Mi predilección por Pedro se habría formado debido a la rectitud de su
carácter, ingenuidad de espíritu, delicadeza de sentimientos y a su excesiva probidad. Hablándole con palabras sencillas, de las que más tarde se sacaron motivo de acusación por un delito futuro, yo no hacía más que leer con mi natural discernimiento lo que pasaba en ese corazón leal, en ese espíritu débil y poco desarrollado. En nuestras reuniones familiares, (así designábamos las horas de la comida y mis conversaciones de la noche) Pedro, siempre colocado frente a mí, parecía que hubiese querido defenderme del trabajo de las contestaciones y evitarme la banalidad de las cosas materiales. Se volvía puro oído cuando yo hablaba y sus miradas se esforzaron en leer mis pensamientos, cuando yo callaba. Cuidaba de mi persona como hace una tierna madre por el hijo, y cuando más tarde yo quería permanecer en vela, aunque aparentemente cansado, se empeñaba en demostrarme que debía cuidar
de mi salud, persiguiéndome con su solicitud que llegaba a ser molesta por lo exagerada. Durante nuestras giras, en nuestras excursiones más lejanas y en los momentos de descanso, siempre se le consultaba a Pedro respecto a todos los detalles, de lo cual él se aprovechaba para oponer consejos de prudencia y de calma a mi ardor y a mi fiebre por las obras, empleando la mayor lentitud en los preparativos para asegurar, según él, el éxito de nuestra misión.
Un día nos encontrábamos todos reunidos, me dirigí a Pedro y le dije: Tú serás el primero de mis sucesores, pero resultará, para vergüenza tuya, que decaerás en tu deber abandonando a tu Maestro. El abandono no consiste únicamente en la separación material, sino que se demuestra también y con mucha crueldad, mediante la separación de los espíritus.
¡Felices de aquellos que han creído sin haber visto!. ¡Más felices aún, aquellos que ven y comprenden sin el concurso de los sentidos materiales!.
¡Felices los que sufrirán por la verdad, puesto que el reino de mi Padre será de ellos!.
¡Felices los libres y fuertes! La libertad y la fuerza se adquieren con la renuncia de los bienes de la Tierra ante los bienes eternos.
La fe se muestra mediante los trabajos y brilla frente a las persecuciones. La gracia debe desparramarse para atraer con su aroma a aquellos sobre quienes aún no ha descendido. Los dones de Dios deben modificarse mediante las pruebas para fecundar el porvenir.
¿De qué le sirven a Dios vuestras protestas y a los hombres vuestra dulzura si ha de quedar estéril?.
¿Cómo queréis que Dios acoja vuestras plegarias en la gracia, si esta gracia sólo os aprovecha a vosotros?.
¿Con qué objeto pretendéis que Dios os llene de dones, que vosotros mantendríais escondidos?.
¡Hombres de poca fe! ¡La Tierra os retiene porque carecéis de la verdadera convicción de la vida futura! ¡Hombres indignos de la gracia! ¡La gracia os deja fríos y desganados porque no la comprendéis! ¡Hombres frágiles y embrutecidos, los dones de Dios son para vosotros lo que serían las piedras preciosas para los animales inmundos!.
Pedro se arrojó a mis pies pronunciando estas palabras:
Señor, amado Señor, haz de mí lo que mejor te convenga. Soy tu siervo y no tengo más voluntad que la tuya. En ese momento Pedro era sincero como siempre, pero él obedecía a un sentimiento personal, y yo me hacía ilusiones de promesas tan a menudo renovadas.
Con todo busqué premiarlo más que de costumbre y lo abracé diciéndole: Júrame que me seguirás hasta la muerte y que me escucharás aún después, como inspirador de tus actos, para continuación de lo que venimos llevando a cabo. Juro, contestó Pedro, amarte y seguirte hasta la muerte y que seguiré tus instrucciones después de ti, como si estuvieras aquí. Así pues, Pedro no había comprendido la segunda parte del juramento que yo le exigía, desde que hablaba de mis instrucciones presentes, mientras yo le prometía nuevas inspiraciones después de mi muerte. Seguí insistiendo desde ese día sobre la resurrección de mi espíritu, con tanta perseverancia, que las formas empleadas por mí fueron aprovechadas más tarde para imponer la creencia de mi resurrección corporal.
Volveré, me sentaré a esta mesa para daros la paz y la fuerza, para prepararos para la Pascua, para haceros gustar las delicias de los favores divinos y facilitaros la predicación mediante la luz que os daré. Os lo digo: la vida corporal del hombre es corta, pero su espíritu vivirá eternamente. La casa vuelve a llenarse y el día sucede a la noche, en todos los tiempos y en todos los lugares.
La familia se reconstituye con los miembros desparramados de otra familia antigua, y la estación próxima dará buenos frutos a los que hayan sabido sembrar en momentos favorables.
Aceptad las pruebas pasajeras como una necesidad para vuestra naturaleza, y cuando ya no me veáis, honradme, acordándoos en los repartos de bienes, antes de los pobres que de vosotros mismos.
Ya sea que os separéis o que permanezcáis reunidos a los fines de la consolidación de vuestras doctrinas, yo estaré siempre donde vosotros os encontréis, mas no alteréis ni dividáis nada de lo que yo he formado o reunido, de otro modo mi espíritu se alejará de entre vosotros. La vergüenza y el oprobio serían el resultado de vuestra ingratitud, y el desprecio, la contestación a vuestra iniquidad, si os dejáis influenciar por las pasiones de la Tierra. Vosotros, debéis enseñar el camino hacia la vida eterna, practicando la virtud y desdeñando los honores del mundo.
Mi vida de hombre, tiene que concluir de una manera miserable, mas mi espíritu seguirá la marcha de los siglos y dominará el ruido de la tempestad para sosteneros en la lucha o para reconstituir la que vosotros habéis destruido; para resplandecer en medio de la plenitud de vuestros triunfos, o para arrojar luz entre las tinieblas que habréis fomentado, para defenderos, o para daros el beso fraternal o
para regeneraros, para deciros: yo estoy con vosotros, o para deciros: yo estoy en contra de vosotros
Yo soy la vida, el que crea en mí vivirá. Yo soy el espíritu de verdad y poseo la verdad del Padre mío.
La Tierra pasará, pero mis palabras no pasarán, porque la verdad es de todos los tiempos, de todos los mundos, mientras la Tierra no es más que una habitación momentánea  No digáis jamás: nosotros somos maestros. Sed por el contrario modestos y llevad a la práctica los principios de fraternidad, amando a todos los hombres y ayudándolos. Cualesquiera que sean vuestras penas y tribulaciones, decid: Dios mío, que tu voluntad y no la mía sea hecha. En medio de los sufrimientos os daré la alegría y siempre que oréis me encontraré en medio de vosotros. Sed calmosos en la adversidad y nunca deseéis la ruina y la desgracia de vuestros enemigos. La fuerza nace de la adversidad y la resignación facilita el adelanto del espíritu.
La malicia y la mala fe os empujarán hacia las insidias y los hombres os oprimirán con injurias por mi culpa; mas yo estableceré mi residencia entre vosotros y juntos prepararemos el reino de Dios sobre la Tierra, puesto que se dijo de mí: He aquí la alianza del pasado con el porvenir.
Yo os lo repito, el espíritu volverá a hacerse ver y la Tierra se estremecerá de la alegría. La marcha del espíritu se efectuará tanto en medio del silencio y de las tinieblas de la noche como durante a pleno día y en medio del tumulto de las pasiones humanas. La voz del espíritu se hará oír por todas partes y el pensamiento de Dios se revelará con manifestaciones aparentes y propias de su poder y de su voluntad.
Yo hablaba siempre en este sentido y concluía la mayoría de las veces con un pretexto moral o con algún consuelo profético, cuyo significado temerario o valor real puedo explicar ahora.
Hermanos míos, me parecían definitivas las formas de mis alianzas y de mis lazos humanos y jamás pensé en separarme de los que se me habían asociado en mis tentativas de reforma; pero en esta época fue tanto lo que tuve que luchar, tan dolorosamente, en contra del desaliento, que me arrepentí de haberme ligado con espíritus demasiado nuevos para comprenderme, demasiado dependientes de la familia para que pudieran sacrificarse por completo. Pedro era casado. Los dos hijos de Salomé sostenían a la madre. Tan sólo Judas y Lebeo se encontraban libres de parentela que pudiera gravar sobre ellos por su pobreza. Mis dos Jaimes, ya se sabe, no tenían más esperanzas que en mí, ni otros temores o cuidados. Aprobé con facilidad todos los proyectos de mis apóstoles, cuyo fin era el de endulzar en algo nuestra vida en común, pero yo les recomendaba una probidad escrupulosa en sus
relaciones con las gentes y el abandono de sus derechos ante la falsía y la prepotencia de los demás.
Nuestro Padre que alimenta las avecillas, les decía, os mandará vuestro pan cotidiano si colocáis en Él toda vuestra confianza.
Pedid el perdón perdonando vosotros mismos a los que os hayan ofendido. Load a Dios mientras os encontréis en buena salud así como encontrándoos enfermos, tanto en medio de la alegría como en la tristeza, lo mismo en la pobreza que en la opulencia. Librad vuestro espíritu de las tentaciones de la carne y seguid la ley de amor y de Justicia.
Dios está en todas partes, ve vuestros pensamientos más secretos. Cuidaos por lo tanto de dirigirle vuestras plegarias tan sólo con los labios. Meditad sobre mis palabras. Encontraréis así la regla de una conducta edificante y la fuente de las oraciones agradables al Señor nuestro Dios.
Hermanos míos, la oración dominical no fue dictada por mí. Nuestras plegarias se hacían con el pensamiento y con la práctica de los deberes que nos imponíamos. Orábamos en todos los momentos del día, cuando ofrecía a Dios el sacrificio de mi vida, para sembrar con mi sangre la Tierra prometida a la humanidad del porvenir. Oraba a toda hora para aliviar mi alma, que buscaba a Dios, y para purificar mi Espíritu de las emanaciones terrestres. Pero no tenía que formular oraciones que mis enseñanzas preparaban, y me atenía sencillamente a asuntos de moral y a las explicaciones referentes a la nueva ley que quería reemplazar a la antigua.
La nueva ley se fundaba sobre máximas que yo había recogido y sobre el trabajo de mi mismo espíritu, cuando se lanzaba hacia las esferas de la espiritualidad, delante de las verdades divinas.
La nueva ley inculcaba el amor universal y abolía todos los sacrificios de sangre. La nueva ley favorecía el libre desarrollo de todas las facultades individuales para que concurrieran al bien general, y honraba a todos los hombres diciéndoles: Sed iguales delante de Dios. El poder de los hombres no tiene más que un tiempo, mientras que la Justicia Divina es eterna. Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros para dar esplendor a esta Justicia. La pobreza da derechos a las riquezas. Felices los que son pobres voluntariamente para la gloria de Dios.
La esclavitud será borrada de la Tierra, porque la mujer es igual al hombre y el siervo vale tanto como el patrón ante la sabiduría divina. Esta sabiduría es la que rige los destinos, recompensa y castiga, arroja la palabra de paz en medio de todas las humillaciones, en medio de todos los
sufrimientos, de todas las torturas del alma, del espíritu y del cuerpo.
Yo me unía tan íntimamente con la pobreza que decía: Los pobres son mis miembros. Y buscaba con tanta avidez la vergüenza, para darle la esperanza de la purificación, que mujeres de mala vida, vagabundos de toda laya, se convirtieron en el cortejo permanente de mi predicación durante este periodo de mi vida, desde el día de mi victoria sobre las indecisiones de mis apóstoles hasta el de mi acusación ante el Sanedrín de Jerusalén, ordenada por los príncipes de la ley y por los sacerdotes de
Dios.
Se gire contando esta maravillosa vida Jesús