jueves, 8 de diciembre de 2016

CIRUGÍA DEL ALMA

Profundiza la incisión con el bisturí del auto- conocimiento..
Si aspiras a una paz profunda, procede a hacer una cirugía moral en tu vida interior, buscando extirpar de ti  los elementos que te enferman y te perturban. Profundiza la incisión con el  bisturí del autoconocimiento, hasta que alcances las capas más esenciales de tu ser.
En el análisis de ti mismo,  busca separar aquello que procede de la acción y lo que proviene de la reacción, a partir del estudio de tus posturas y de la percepción de las situaciones que las originan.
Organiza tus creencias sacando de la vida mental los pensamientos limitantes que te unen a círculos de repetición sin fin.
Aplica en tu alma el suero de la esperanza y el bálsamo de la confianza y entrégate a la divina  sabiduría esperando en el tiempo la resolución de aquello que no depende de ti.
Cierra las heridas de tu corazón, con el cuidado de las curaciones diarias de la paciencia, ternura, compasión y amor para que te conecten permanentemente al auto- perdón y al perdón al prójimo, estableciendo la paz en ti.
Toma todos los dias las píldoras del afecto,  de la generosidad y de la fraternidad, percibiendo más allá de ti mismo los dolores que te rodean la existencia a fin de ampararlos, minimizándolos con tu dedicación amorosa,a partir de la activación de las potencias del alma que te inundan la esencia.
Procediendo así, encontrarás descanso para tu alma y paz para tus días en la fuerza permanente
llena del amor que cura y restablece, reconectándote con la presencia de Dios en ti.
extraído del libro píldoras de Esperanza de Andrei Moreira y por el espíritu Días da Cruz.

viernes, 4 de noviembre de 2016

VIDA DE JESÚS DICTADA POR EL MISMO XV 1ª PARTE


Sigo con la vida de Jesús, tan interesante y emocionante que es para mi un balsamo de amor.
La gracia es el beneficio de la fuerza; la fuerza resulta del progreso del espíritu, y todos los espíritus se elevan mediante las pruebas de la vida carnal, cuando comprenden sus enseñanzas. Jesús, desde la felicidad espiritual, hacia la cual lo llevaron los oprobios humanos, tuvo que preparar sus derechos a una gloria cada vez más luminosa, así les sucederá a todos los que llegan al desarrollo de las fuerzas
por medio de la voluntad.
En este capítulo, hermanos míos, tendremos que exponer la doctrina pura de Jesús, haciendo notar las manchas impresas en esta doctrina por los sucesores de Jesús y por él mismo en su última estada en Jerusalén.
Rodeado en Betania de sus amigos más queridos, Jesús no les abrió lo bastante el camino del porvenir mediante un amplio desarrollo de su doctrina y en Jerusalén cometió el error de no erigirse el fundador de una nueva religión. Jesús tenía que haber repudiado toda cohesión con el pueblo judío y morir afirmando su fe sobre otros principios, que no eran los de la ley mosaica.
Las palabras de sentido ambiguo, las parábolas desprovistas de elevación, porque derivaban de la vida exacta y regular de pueblos laboriosos, los discursos oscuros, la sublime teoría de la igualdad, de la fraternidad, de la libertad individual, que parecía hasta entonces urdida con poca habilidad a la organización viciosa e incorregible de la sociedad humana, todo tenía que desaparecer e iluminarse en
medio de los últimos preparativos de la separación. ¡Ay de mí! Dios fue testigo de los dolores de mi alma, de los arrepentimientos de mi espíritu; mas Él consoló mi alma con su fuerza y reservó para mi espíritu el encargo de un perfecto cumplimiento. ¡Me complazco de las tinieblas al salir de las deslumbradoras luces! ¡Quiero desafiar el desmentido brutal y después de haber dejado los efluvios del amor independiente y generoso, me entrego a la humanidad terrestre para desmenuzar sus cadenas y mostrarles a su Creador!.
Coloquemos debajo de nuestros ojos las semejanzas que existen entre la época de las pruebas humillantes de Jesús y los tiempos de espantosas y convulsivas torturas del estado social. La desconfianza del pueblo de Jerusalén se apoyaba en las pruebas que se le daban respecto a mis contradicciones. Mi firmeza en rechazar toda participación en los hechos milagrosos que se me habían atribuido, influyó aún más para aumentar la desconfianza del pueblo. ¿Por qué, repetía el pueblo, permitió él que se le presentara como un sanador inspirado, mientras afirma ahora no haber
sanado a nadie de un modo sobrenatural?.
José y Andrés se atribuían el honor, por burla, de ser los hijos de Dios. María, mi madre, parecía oprimida por la vergüenza y el disgusto. Las mujeres que me acompañaban temblaban presentándome un resguardo con sus cuerpos, y mis nuevos amigos se interponían entre la multitud irreverente y mis discípulos de Galilea. Tales fueron los preliminares de una justicia que se hizo fuerte con el gran nombre de Dios, para luchar en contra de su Mesías y en contra de los intereses de su pueblo,
para abatir al defensor del pueblo.
Hoy, hermanos míos, la doctrina de Jesús, mal comprendida en principio, tanto por la natural debilidad de Jesús, como por efecto de sus más celosos defensores, la doctrina de Jesús, repito, es mal conocida hasta el punto  de que Jesús es un Dios para algunos, un loco para otros y un mito para la mayoría. Los hombres que se creen capaces de dirigir a la humanidad, discuten el poder soberano o no hablan de él jamás; los de espíritu más independiente se inutilizan en las orgías, o dan muestras de sí con acciones miserables, los menos irreligiosos sostienen todas las instituciones en oprobio al Dios de amor y de paz, y la negación de mi presencia aquí descansa en la pretendida imposibilidad de las relaciones espirituales.
 En este dédalo de negras herejías, de despreciables defecciones, de absurdos errores, domina como en los días de la revuelta del pueblo de Jerusalén en contra de Jesús, el loco orgullo de las pasiones inconscientes y el desafío de delincuentes concupiscencias.
Jesús preparado para la lucha y profundamente convencido de su misión divina, hacía depender demasiado su coraje del coraje de los que él amaba y la idea democrática bebida por él en un sentimiento religioso exaltado, pero razonado, no se levantaba lo suficiente por encima de las alegrías del corazón. La ingratitud, el abandono, la calumnia, llenaron el alma de Jesús de una pretenciosa compasión y sellaron sus labios cuando justamente hubiera sido de la mayor habilidad, el anunciar
la religión universal a todos los pueblos de la Tierra.
En este momento Jesús mira hacia la humanidad, presa toda ella en parte del ateísmo y en parte de la superstición y por más que él se sienta tan golpeado por los escépticos como por los relajados y por los hipócritas, permanece impasible en el poder de la idea, en la fuerza de la acción, las que no están ya sujetas a las debilidades de la naturaleza humana. El amor se vuelve una fuerza de entidad
espiritual, y si de la enseñanza práctica de su vida de abnegación, Jesús no pudo recabar los honores populares con que contaba, no por eso resulta menos el dulce apoyo de los pobres y de los humildes, el juez severo de los prevaricadores y de los conquistadores.
Dictemos los principales pasajes de las últimas predicaciones de Jesús y sacaremos en consecuencia que las falsas estimaciones provienen, sobre todo, de las omisiones y de las referencias apócrifas.
Cuando él quiso dar testimonio de su prestigio de hijo de Dios en Jerusalén, pronunció estas palabras: Yo soy aquel que mi Padre enviara para daros su ley; quien quiera que me siga verá a Dios. Yo camino por el sendero de la verdad y la luz resplandece en mí.
Pedid y se os dará, buscad y encontraréis. Ello quiere decir que Dios es una ciencia y contesta a los que trabajan. Estudiad el origen de los males y el de los beneficios y reconoceréis la justicia de Dios.
Alejaos de los vicios y de los ruidos de la Tierra para interrogar a Dios y escuchar lo que os contestará.
Yo soy el hijo de Dios, pero este honor fue merecido por mí y os digo: Todos los hombres de buena voluntad pueden llegar a ser los hijos de Dios.
No me preguntéis adónde voy y de dónde vengo. Tan sólo mi Padre conoce mi porvenir, y mi pasado permanece secreto para mí, mientras el polvo que envuelve mi espíritu se mezcla con el polvo de los muertos.
Destruid en vosotros al hombre viejo y dejad hablar al hombre nuevo. Mientras quede en vosotros algo del hombre viejo, las pasiones serán las más fuertes y el viento soplará sobre vuestros proyectos.
Humillaos delante de Dios y no busquéis la dominación entre los hombres. Arrojad lejos de vosotros las cosas inútiles y cumplid la ley del amor.
Disminuid vuestros gastos para socorrer a los pobres; el que todo lo haya dado a los pobres será rico delante de Dios. Levantad lejos de aquí vuestra vivienda, puesto que, os lo digo, el hombre es pasajero sobre la Tierra. Su familia lo espera; su familia lo seguirá en otro lugar y tendrá aún que trabajar para reparar las pérdidas presentes.
No debilitéis vuestra fe con investigaciones estériles, con un estancamiento más estéril aún, mas practicad los mandamientos de Dios y la luz os llegará, puesto que la luz es una mirada de Dios.
Todo el que cumpla con la ley y desee la luz conquistará la ciencia, no esa ciencia banal que concluye con todas las cosas de este mundo, sino otra ciencia que lo explica todo.
Felices los que comprenderán estas palabras. Felices los hombres de buena voluntad, el Reino de mi Padre les pertenecerá.
Ante estos sermones, ajenos a toda ortodoxia, los doctores de la ley me amenazaron con cerrarme las puertas del Templo. Si el pueblo me hubiera parecido deseoso de conocer la definición de la ciencia y de la luz de las que hablaba, yo habría desafiado la prohibición y habría hecho valer los derechos de un profesor religioso, que no atacaba ninguno de los dogmas reconocidos, pero las malas disposiciones del pueblo me sorprendieron y resolví retirarme a Betania.
Durante el período transcurrido entre la primera defección del pueblo y los actos atroces de que el mismo pueblo fue autor, Jesús no puso ya límites a sus expresiones y el mismo sentimiento de su elevación le inspiraba arranques de furor y profecías de desastres. Él fustigaba a su gusto a los que llamaba los hipócritas y los perversos, y señalaba con anticipación, casi como para oprimirlos después con el terror, a los frágiles en el amor, a los indecisos en la fe, a los desconfiados, a los
ingratos, a toda esa masa de ignorantes y viles que habían de oprimir su cuerpo, sembrar la indecisión en su alma y debilitar casi su confianza en Dios.
Sois sepulcros blanqueados que la herrumbre y los gusanos corroen su interior. Poseéis ropas, los pobres se encuentran desnudos, y os reís cuando los niños lloran de frío y de hambre.
Andáis publicando a gritos vuestras obras, mientras en el interior de vuestras casas se esconden la orgía y el delito. Denunciáis ante el mundo a la mujer adúltera y engañáis a Dios con las apariencias de castidad, mientras vuestro espíritu se encuentra turbado por deseos impuros y ambiciones deshonestas. Condenáis el vicio de los pobres pero guardáis silencio respecto a los escandalosos desórdenes de los emperadores y de la vergonzosa servidumbre de los cortesanos.
Os llamáis los sacerdotes de Dios, los privilegiados del Señor y amontonáis riquezas sobre riquezas e incensáis a los déspotas y conquistadores. Yo soy el Mesías, hijo de Dios, y os anuncio que este templo se derrumbará, que no quedará piedra sobre piedra de vuestros edificios, una nueva Jerusalén se levantará sobre las ruinas de la antigua; vuestros descendientes buscarán el lugar donde se ejercitaba vuestro poder y los fastos de vuestro orgullo se desvanecerán como una sombra.
Tanto que me decretéis honores como que me condenéis a morir, mi nombre sobrevivirá a los vuestros y la ley que traigo prevalecerá sobre la que vosotros predicáis sin cumplirla.
Hipócritas, que tenéis la boca llena de miel y el corazón lleno de ira y de odio. Déspotas, asesinos sin fe, vil majada de esclavos encadenados durante la noche, cueva infecta de bestias venenosas, despreciable caterva de gente embrutecida y apestada, sois el mundo que está por terminar y yo predico un mundo nuevo, una tierra prometida, la verdad, la justicia y el amor. Intérpretes de un Dios vengativo, implacables proveedores de la muerte, la ciencia de la inmortalidad os dirá a todos,
que Dios es bueno y que la vida humana tiene que ser respetada.

jueves, 13 de octubre de 2016

MARÍA MADRE DE JESÚS 2ª PARTE

Sigo con la segunda parte de esta bella historia.
El título de maternidad hacía vibrar en su espíritu los más dulces cánticos. Diariamente, llegaban los desamparados, suplicando su asistencia espiritual. Eran viejos enclenques y desengañados del mundo, que venían a oír sus palabras confortadoras y afectuosas, enfermos que invocaban su protección, madres infortunadas que pedían la bendición de su cariño.
"Madre mía decía uno de los más afligidos ¿cómo podré vencer mis dificultades? Me siento abandonado en el oscuro camino de la vida."
María le enviaba la amorosa mirada de su bondad, dejando en ella aparecer toda la tierna dedicación de su espíritu maternal. "Eso también pasa! decía ella, cariñosamente sólo el Reino de Dios es lo bastante fuerte para nunca pasar de nuestras almas, como eterna realización del amor celestial".
Sus palabras ablandaban el dolor de los más desesperados, tranquilizaban el oscuro pensamiento de los más desanimados.
La iglesia de Efeso exigía de Juan la más alta expresión de sacrificio personal, por lo que, con el pasar del tiempo, casi siempre María estaba sola, cuando la humilde legión de los necesitados bajaba el promontorio desordenado, rumbo a los hogares más confortados y felices. Los días y las semanas, los meses y los años pasaron incesantes, trayéndole los recuerdos más tiernos. Cuando sereno y azulado, el mar hacía que volviese a su memoria el distante Tiberíades. Sorprendía en el aire aquellos vagos perfumes que llenaban el alma de la tarde, cuando su hijo, de quien ni un instante se olvidaba, reuniendo a los discípulos amados, transmitía al corazón del pueblo las lozanías de la Buena Nueva. La edad avanzada no le trajo ni cansancios ni amarguras. La seguridad de la protección divina le proporcionaba consuelo ininterrumpido. Como quien atraviesa el día en labores honestas y provechosas, su corazón experimentaba grato reposo, iluminado por la luz de la esperanza y por las estrellas fulgurantes de la creencia inmortal. Sus meditaciones eran suaves coloquios con las remembranzas del hijo muy amado.
Súbitamente recibió noticias de que un periodo de dolorosas persecuciones se había abierto para todos los que fuesen fieles a la doctrina de su Jesús divino. Algunos cristianos expulsados de Roma traían a Efeso las tristes informaciones. En obediencia a los más injustos edictos, se esclavizaban a los seguidores de Cristo, se destruían sus hogares y eran sujetos a hierros en las prisiones. Se hablaba de fiestas públicas, en que sus cuerpos eran ofrecidos como alimento a fieras insaciables, en horroro espectáculos.
Entonces, en un crepúsculo lleno de estrellas, María se entregó a sus oraciones, como de costumbre, pidiendo a Dios por todos aquellos que se encontrasen en angustias del corazón, por amor a su hijo.
A pesar de la soledad del ambiente no se sentía sola: una especie de fuerza singular le bañaba toda el alma. Brisas suaves soplaban del océano, extendiendo los aromas de la noche que se poblaba de astros amigos y afectuosos, participando en pocos minutos, igualmente la luna, en ese concierto de armonía y de luz. Concentrada en sus meditaciones, María vio que se aproximaba el bulto de un mendigo.
Madre mía exclamó el recién llegado, como tantos otros que recurrían a su cariño, vengo a hacerte compañía y recibir tu bendición.
Maternalmente, ella lo invitó a entrar, impresionada con aquella voz que le inspiraba profunda simpatía. El peregrino le habló del cielo, confortándola delicadamente. Comentó las bienaventuranzas divinas que aguardan a todos los devotos y sinceros hijos de Dios, dando a entender que comprendía sus más tiernas nostalgias del corazón. María se sintió asaltada por especial sorpresa. ¿Qué mendigo sería aquél que calmaba los dolores secretos de su alma nostálgica, con bálsamos tan dulces? Hasta entonces nadie había surgido en su camino para dar; era siempre para pedir alguna cosa. No obstante, aquel viajero desconocido derramaba en su interior los más santos consuelos. ¿¡Dónde había ella escuchado en otros tiempos aquella voz delicada y cariñosa?! ¿Qué emociones eran aquellas que hacían pulsar su corazón con tanta caricia? Sus ojos se humedecieron de ventura, sin que consiguiese explicar la razón de su tierna emotividad.
Fue cuando el huésped anónimo le extendió las manos generosas y le dijo con profundo acento de amor: "¡Madre mía, ven a mis brazos!"
En ese instante, observó las manos nobles que se le ofrecían, en un gesto de la más bella ternura. Tomada de profunda conmoción, vio en ellas dos llagas, como las que su hijo revelaba en la cruz y, por instinto, dirigió la mirada ansiosa para los pies del peregrino amigo, divisando también allí las úlceras causadas por los clavos del suplicio. No pudo más. Comprendiendo la visita amorosa que Dios le enviaba al corazón, exclamó con infinita alegría:
"¡Hijo mío! ¡Hijo mío!  ¡Las úlceras que te hicieron!.."
Y precipitándose hacia él, como madre cariñosa y desvelada, quiso cerciorarse, tocando las herida que le fue producida por el último lancetazo, cerca del corazón. Sus manos tiernas y solícitas lo abrazaron en la sombra visitada por los rayos de la luna, buscando impacientemente la úlcera que tantas lágrimas provocó a su cariño maternal. La llaga lateral también allá estaba, bajo la caricia de sus manos. No consiguió dominar su intenso júbilo. en un ímpetu de amor trató de hacer el movimiento de arrodillarse. quería abrazarse a los pies de su Jesús y besarlos con ternura. El, sin embargo, cercado de un halo de luz, la levantó y se arrodilló a sus pies, y besándole las manos, dijo en cariñoso transporte: "¡Sí madre mía, soy yo!. Vengo a buscarte, pues mi padre quiere que seas en mi reino la Reina de los Ángeles."
María osciló, tomada de inexprimible ventura. Que ría hablar de su felicidad, manifestar su agradecimiento a Dios; pero el cuerpo como que se le paralizó, mientras a sus oídos llegaban los suaves ecos de los  saludos del Ángel, como si se entonasen mil voces cariñosas, entre las armonías del cielo.
Al otro día, dos mensajeros humildes bajaban a Éfeso, de donde regresaron con Juan, para asistir a los últimos instantes de aquella que era para ellos la devota Madre Santísima. María ya no hablaba. En una inolvidable expresión de serenidad, por largas horas aún esperó la ruptura de los últimos lazos que la prendían a la vida material.
La alborada desdoblaba su hermoso abanico de luz cuando aquella alma electa se elevó de la tierra, en donde tantas veces llegó a llorar de júbilo, de nostalgia y esperanza. No veía más a su hijo bien amado, que con seguridad la esperaría, con las bienvenidas, en su reino de amor; pero, extensas multitudes de seres angelicales la cercaban cantando himnos de glorificación.
Sintiendo la sensación de estarse alejando del mundo, deseó rever Galilea con sus sitios preferidos. Bastó la manifestación de su voluntad para que la llevasen a la región del lago Genesareth, de maravillosa belleza. Revió todos los cuadros del apostolado de su hijo y, sólo ahora observando el paisaje desde lo alto, notaba que el Tiberíades, en sus suaves contornos, presentaba la forma casi perfecta de una citara. Entonces recordó, que en aquél instrumento de la Naturaleza Jesús cantó el más bello poema de vida y amor, en homenaje a Dios y a la humanidad. Aquellas aguas mansas, hijas del Jordán caudaloso y tranquilo, había sido las cuerdas sonoras del cántico evangélico.
Duces alegrías invadían su corazón y ya la caravana espiritual se disponía a partir, cuando María recordó a los discípulos perseguidos por la crueldad del mundo y deseó abrazar a los que permanecerían en el valle de las sombras,  en espera de las claridades definitivas del Reino de Dios.
Emitiendo ese pensamiento, imprimió nuevo impulso a las multitudes espirituales que la seguían de cerca. en pocos instantes, su mirada divisaba una ciudad soberbia y maravillosa, extendida sobre colinas adornadas de carros y monumentos que provocaron su asombro. Los más ricos mármoles resplandecían en las magnificas vías públicas, en donde las literas patricias pasaban sin cesar, exhibiendo joyas y pieles, sustentadas por esclavos miserables. Después de algunos momentos su mirada descubría otra multitud trancada a hierro en oscuros calabozos. Penetró las sombrías cárceles del Esquilino, donde centenares de rostros amargados retrataban atroces padecimientos. Los condenados experimentaron en el corazón un consuelo desconocido.
María se aproximó a uno por uno, participó de sus angustias y oró con sus plegarias, llenas de sufrimiento y confianza. Se sintió madre de aquella asamblea de torturados por la injusticia del mundo.
Extendió la claridad misericordiosa de su espíritu entre aquellas fisonomías, pálidas y tristes. Eran ancianos que confiaban en Cristo, mujeres que por él habían despreciado el confort del hogar, jóvenes que depositaban en el Evangelio del Reino todas sus esperanzas. María les alivió el corazón y, antes de partir, deseó sinceramente dejarles en los espíritus abatidos un recuerdo perenne. ¿Qué poseía para darles? ¿Debería suplicar a Dios para ellos la libertad? ¡Pero, Jesús había enseñado que con él, todo yugo es suave y todo fardo ligero, pareciéndole mejor la esclavitud con Dios que las falsas libertad en los desvaríos del mundo. Recordó que su hijo dejó la fuerza de la oración como un poder sin contraste entre los discípulos amados. Entonces, rogó al Cielo que le brindase la posibilidad de dejar entre los cristianos oprimidos la fuerza de la alegría. Fue cuando, aproximándose a una joven encarcelada, de rostro descarnado y flaco, le dijo al oído.
"¡Canta hija mía! ¡Tengamos buen ánimo!. ¡Convirtamos nuestros dolores de la tierra en alegría para el Cielo!." La triste prisionera nunca sabría comprender el por qué de la emotividad que le hizo vibrar súbitamente el corazón. De ojos estáticos, contemplando el luminoso firmamento, a través de los fuertes barrotes, ignorando la razón de su alegría, cantó un himno de profundo y tierno amor a Jesús, en que traducía su gratitud por los dolores que le eran enviados, transformando todas sus amarguras en consoladoras rimas de júbilo y esperanza. De allí a instantes, canto melodioso era acompañado por las centenas de voces de los que lloraban en la cárcel, aguardando el glorioso testimonio.Luego la caravana majestuosa condujo al Reino del Maestro la bendita entre las mujeres y, desde ese día, en los más duros tormentos, los discípulos de Jesús han cantado en la Tierra, expresando su buen ánimo y su alegría, guardando la suave herencia de nuestra Madre Santísima.Por esta razón, mis hermanos, cuando escuchareis el cántico de los templos de las diversas familias religiosas del Cristianismo, no os olvidéis de hacer en el corazón un blando silencio, para que la Rosa Mística de Nazaret extienda allí su perfume.
Termina este maravilloso capitulo de María Madre de Jesús. que nos a envuelto en un bálsamo de Amor y Paz a nuestros corazones.

jueves, 6 de octubre de 2016

MARÍA MADRE DE JESÚS 1ª PARTE

Estoy leyendo este libro, tan sincero y maravilloso,"Buena Nueva." de Chico Xavier. Es un libro para entender como era Jesús de Nazaret, como pensaba, como amaba, con que amor hablaba y aconsejaba, como Oraba, como enseñaba a sus discípulos, como los quería y lo bondadoso que  era  con todos cuando el estaba entre nosotros en la tierra.
Cada capitulo de este libro nos enseña pasajes del Evangelio, Jesús nos hablaba con parábolas para que lo entendiésemos todos, hay un capitulo a nuestra madre Maria que pasó desde que a Jesús lo detuvieron en el monte de los olivos, su madre Maria estuvo con él hasta la crucifixión, aquí en este capitulo explica muy bien como vivió la madre de Jesús Santísima Madre Maria.
MARÍA
Junto a la cruz, el agobiado bulto de Maria ocasionaba dolorosa e inolvidable impresión. Con el pensamiento ansioso y torturado, ojos fijos en el madero de las perfidias humanas, la ternura materna volvía al pasado en amargos recuerdos. Allí estaba, en su hora extrema, el hijo bien amado.
Maria se dejaba transportar por la corriente sin fin de los recuerdos. Eran las maravillosas circunstancias en el que el  nacimiento de Jesús le fue anunciado, la amistad de Isabel, las profecías del viejo Simón, reconociendo que la asistencia de Dios se tornó incontestable en los menores detalles de su vida. En aquel supremo instante, parecía rever el establo en su belleza campestre, sintiendo que la Naturaleza parecía querer dejarle oír nuevamente el cántico de gloria de aquella noche inolvidable. A través del velo espeso de las lágrimas, repasó, una por una, las escenas de la infancia del hijo querido, observando la alarma interior de las más dulces reminiscencias.
En las menores cosas, reconocía la intervención de la Providencia celestial; entretanto, en aquella hora, su pensamiento también vagaba por el vasto mar de las más aflictivas interrogaciones.
¿Qué había hecho Jesús para merecer penas tan amargas? ¿No lo vio crecer de sentimientos inmaculados, bajo el calor de su corazón? Desde los más tiernos años, cuando lo conducían a la tradicional fuente de Nazaret, observaba el cariño fraterno que dispensaba a todas las criaturas. Frecuentemente, iba a buscarlo en las calles empedradas, donde su palabra cariñosa consolaba a los transeúntes desamparados y tristes. Viajeros miserables venían a su modesta casa a loar su hijito idolatrado, que sabía distribuir las bendiciones del Cielo. ¡Con qué deleite recibía a los huéspedes inesperados que sus minúsculas manos conducían a la carpintería de José!.Recordaba bien que, un día el divino niño guió a la casa a dos malhechores públicamente reconocidos como ladrones del valle de Mizhep. Y era de verse la amorosa solicitud con que su pequeño cuidaba de los desconocidos, como si fuesen sus hermanos,. Muchas veces, comentó la excelencia de aquella virtud santificada, recelando por el futuro de su adorable hijito .
Después del agradable ambiente doméstico, era la misión celestial, dilatándose la misma, en cosecha de frutos maravillosos. Eran paralíticos que retomaban los movimientos de la vida, ciegos que se reintegraban en los sagrados dones de la vista, criaturas hambrientas de luz y de amor que se saciaban en su lección de infinita bondad.
¿Qué profundos designios habían llevado a su hijo adorado al suplicio de la cruz?. Una voz amiga le hablaba a su espíritu, dialogando sobre las determinaciones impenetrables y justas de Dios, que necesitan ser aceptadas para la redención divina de las criaturas. Su corazón reventaba en tempestades de lágrimas irreprimibles; con todo, en el santuario de la conciencia, repetía su afirmación de sincera humildad; "¡Que se haga en la esclava la voluntad del Señor!".
De alma angustiada, noto que Jesús había llegado al último límite de sus inenarrables padecimientos. Algunos de las gentes más exaltadas multiplicaban los golpes, mientras las lanzas rayaban el aire, en audaces y siniestras amenazas. mordaces ironías eran proferidas de repente, dilacerando su alma sensible y afectuosa. En medio de algunas mujeres piadosas, que la acompañaban en el angustioso trance, Maria sintió que alguien le posaba levemente las manos sobre los hombros. Se encontró con la figura de Juan que, venciendo la pusilanimidad criminal en que se habían hundido los demás compañeros, le extendía  los brazos amorosos y reconocidos. Silenciosamente, el hijo de Zebedeo se abrazo a aquel triturado corazón maternal. Maria se dejo acoger por el discípulo querido y ambos, al pie del leño, en gesto de súplica, buscaron ansiosamente la luz de aquellos ojos misericordiosos, en el cúmulo de los tormentos. fue entonces que la frente del divino martirizado se movió lentamente, revelando percibir la ansiedad de aquellas dos almas en extremo desaliento.
"¡Hijo mio! Hijo mío!." exclamo la mártir, en aflicción delante de la serenidad de aquella mirada de intraducible melancolía.
El Cristo pareció meditar en el auge de sus dolores, pero, como si quisiera demostrar, en el último instante, la grandeza de su coraje y su perfecta comunión con Dios, replico con significativo movimiento de los ojos vigilantes:
"¡Madre, he ahí tu hijo!." Y dirigiéndose, de forma especial, con un leve saludo, al apóstol, dijo:
" Hijo, he ahí a tu madre".
Maria se envolvió en el velo de su doloroso llanto, pero el gran evangelista comprendió que el Maestro, en su lección final, enseñaba que el amor universal era el sublime coronamiento de su obra. Entendió que, en el futuro, la claridad del Reino de Dios revelaría a los hombres la necesidad del fin de todo egoísmo y que, en el santuario de cada corazón, debería existir la más abundante cuota de amor, no sólo para el circulo familiar, sino también para todos los necesitados del mundo, y que en el templo de cada habitación permanecería la fraternidad real, para que la asistencia recíproca se practicase en la Tierra, sin ser necesarios los edificios exteriores, consagrados a una solidaridad claudicante. Por mucho tiempo, se conservaron aún allí, en oraciones silenciosas, hasta que el Maestro, exánime, fue arrancado de la cruz, antes que la tempestad hundiese el castigado paisaje de Jerusalén en un diluvio de sombras.
Después de la separación de los discípulos, que se dispersaron por lugares diferentes, para la difusión de la Buena Nueva, Maria se retiro para Batanea, donde algunos parientes más próximos la esperaban con especial cariño. Los años comenzaron a pasar, silenciosos y tristes, para la angustiada nostalgia de su corazón. Tocaba por grandes sinsabores, observó que, en tiempo rápido, los recuerdos del hijo amado se convertían en elementos de ásperas discusiones entre sus seguidores. En Batanea, se pretendía mantener una cierta aristocracia espiritual, por causa de los lazos de consanguinidad que allí la prendían, en virtud de su unión con José. En Jerusalén, se combatían los cristianos y los judíos, con vehemencia y acidez. En galilea, los antiguos cenáculos simples y amorosos de la Naturaleza se encontraban tristes y desiertos.
Para aquella madre amorosa, cuya alma digna observaba que el generoso vino de Caná se transformaba en el vinagre del martirio, el tiempo era siempre una nostalgia mayor en el mundo y una esperanza cada vez más elevada en el cielo. Su vida era devoción incesante al inmenso rosario de la añoranza, de los más queridos recuerdos. Todo lo que el pasado feliz había construido en su mundo interior revivía en la tela de su memoria, con minucias solamente conocidas del amor y le alimentaban la savia de la vida.
Recordaba a su Jesús pequeñito, como en aquella noche de belleza prodigiosa, en que lo recibío en los brazos maternales, iluminado por el más dulce misterio. Aún se le figuraba escuchar el balido de las ovejas que venían, presurosas, a acercarse a la cuna que se formo de improviso. ¿Y aquél primer beso, hecho de cariño y de luz? Las reminiscencias envolvían la realidad lejana de bellezas singulares para su corazón sensible y generoso. En seguida, era el río de sentimientos y ternura. A su imaginación volvía Nazaret, con sus paisajes de felicidad y de luz,. La casa simple, la fuente amiga, la sinceridad de los afectos, el lago majestuoso y en el medio  de todos los detalles, el hijo adorado, trabajando y amando, en la formación de la más elevada concepción de Dios, entre los hombres de la Tierra. De vez en cuando, le parecía verlo en sus sueños repletos de esperanzas; Jesús le prometía el júbilo encantador de su presencia y participaba de la felicidad de sus recuerdos.
En ese tiempo, el hijo de Zebedeo, teniendo en cuenta las observaciones que el Maestro le había hecho desde la cruz, surgió en Batanea, ofreciendo a aquél espíritu nostálgico de madre, el refugio amoroso de su protección, Maria aceptó el ofrecimiento con inmensa satisfacción. Y Juan le contó su nueva vida. Se había instalado definitivamente en Efeso, en donde las ideas cristianas ganaban terreno entre almas devotas y sinceras. Nunca había olvidado las recomendaciones del Señor y en lo íntimo, guardaba aquel titulo filial como una de las más altas expresiones de amor universal para con aquella que recibió al Maestro en los brazos venerables y cariñosos. Maria escuchaba sus confidencias, con una mezcla de reconocimiento y ventura. La llevaría consigo; ambos comulgarían en la misma asociación de intereses espirituales.Seria su hijo desvelado, y recibiría de su generosa alma la ternura maternal, en los trabajos del Evangelio. El hijo de Zebedeo explico, que se demoro en venir, porque le faltaba una cabaña, en donde pudiesen abrigarse; entretanto, uno de los miembros de la familia real
de Adiabene, convertido al amor de Cristo, le dono una casita pobre, al Sur de Efeso alrededor de tres leguas de la cuidad, La habitación simple y pobre estaba en un promontorio donde se divisaba el mar. En lo alto de la pequeña colina, lejos de los hombres y en el altar de la Naturaleza, se reunirían ambos para cultivar el recuerdo permanente de Jesús. Establecerían  un hospedaje y refugio para los desamparados, enseñarían las verdades del Evangelio a todos los espíritus de buena voluntad y, como madre e hijo, iniciarían una nueva era de amor, en la comunidad universal.
  Maria acepto alegremente. Dentro de poco tiempo, se instalaron en el seno amigo de la Naturaleza, en frente del océano. Efeso quedaba distante; sin embargo nuevos núcleos de habitaciones modestas al cabo de algunas semanas, la casa de Juan se transformó en un punto de asambleas adorables, en donde los recuerdos del Mesías eran cultivados por espíritus ;humildes y sinceros. María exteriorizaba sus memorias. Hablaba sobre El con enternecimiento maternal, mientras, el apóstol comentaba las verdades evangélicas, apreciando las enseñanzas recibidas. Innumerables veces, la reunión sólo terminaba altas horas de la noche, cuando las estrellas tenían mayor brillo. Y no fue solamente esto. Pasados algunos meses, grandes hileras de necesitados llegaban al lugar simple y generoso. La noticia de que María descansaba, ahora, entre ellos, había expandido una claridad de esperanzas para todos los sufridores. Al paso que Juan predicaba en la ciudad las verdades de Dios, ella atendía, en el pobre santuario domestico, a los que la buscaban exhibiéndole sus ulceraciones y necesidades.
Su cabaña era, entonces, conocida por el nombre de "Casa de la Santísima".
El hecho tuvo origen en cierta ocasión, cuando un miserable leproso, después de aliviado de sus llagas, le besó las manos, murmurando reconocidamente:
"¡Señora, sois la madre de nuestro Maestro y nuestra Madre Santísima!" La tradición creó raíces en todos los espíritus. ¿Quien no le debía el favor de una palabra maternal en los momentos más duras? Y Juan consolidaba el concepto, acentuando que el mundo le sería eternamente grato, pues había sido por su grandeza espiritual que el Emisario de Dios pudo penetrar la atmósfera oscura y pestilenta del mundo para balsamizar los sufrimientos de la criatura. En su sincera humildad, María se esquivaba de los afectuosos homenajes de los discípulos de Jesús, pero aquella confianza filial con que le reclamaban su presencia era para su alma un era para su alma un blando y delicioso tesoro del corazón. El título de maternidad hacía vibrar en su espíritu los más dulces cánticos. Diariamente, llegaban los desamparados, suplicando su asistencia espiritual. Eran viejos enclenques y desengañados del mundo, que venían a oír sus palabras confortadoras y afectuosas, enfermos que invocaban su protección, madres infortunadas que pedían la bendición de su cariño.
La próxima semana terminare, esta vello capitulo.

viernes, 9 de septiembre de 2016

EXPLICACIONES DEL MAESTRO

En plena conversación edificante, Sara, la esposa de Benjamín, el criador de cabras, oyendo los comentarios del Maestro, en los dulces entendimientos del hogar de Cafarnaúm, preguntó, de ojos fascinados por las nuevas revelaciones:
La idea del Reino de Dios, en nuestras vidas, es realmente sublime; sin embargo, ¿cómo iniciarme en ella? Hemos oído las predicaciones a la margen del lago y sabemos que la Buena Nueva aconseja, por encima de todo, el amor y el perdón... Anhelaría ser fiel a semejantes principios, pero me siento presa a las viejas normas. No consigo disculpar los que me ofenden, no entiendo una vida en la que cambiemos nuestras ventajas por los intereses de los otros, soy apegada a mis bienes y celosa de todo que acepto como siendo propiedad mía.
La dama se confesaba con simplicidad, no obstante la sonrisa decepcionada de quien encuentra obstáculos casi invencibles.
Para eso  comentó Pedro, es indispensable la buena voluntad.
Con la fe en Nuestro Padre Celestial  aventuró la esposa de Simón, atravesaremos los tropiezos más duros.
En todos los presentes transparentaba ansiosa expectativa en cuanto al pronunciamiento del Señor, que habló en seguida al largo silencio:
Sara, ¿cuál es el servicio fundamental de tu casa?
 Es la crianza de cabras  respondió la interpelada, curiosa.
 ¿Cómo procedes para conservar la leche inalterada y pura en beneficio doméstico?
 Señor, antes de cualquier otra cosa, es imprescindible lavar, cautelosamente, el recipiente donde ella será colocada. Si se queda cualquier detrito en el ánfora, pronto toda la leche se queda ácida y ya no servirá para los servicios más delicados.
Jesús sonrió y explicó:
Así es la revelación celeste en el corazón humano. Si no purificamos el recipiente del alma, aunque el  conocimiento, sea superior, se mezcla con las suciedades de nuestro mundo íntimo, como si degenerase, y se reduce la proporción del bien que de el  podríamos recibir.  En verdad, Moisés y los Profetas fueron valerosos portadores de mensajes divinos, pero los descendientes del Pueblo escogido no purificaron suficientemente el receptáculo vivo del espíritu para recibirlos.
Esa es la razón por la cual  nuestros contemporáneos son al mismo tiempo justos e injustos, creyentes e incrédulos, buenos y malos . La leche pura de los esclarecimientos elevados penetra el corazón como alimento nuevo, pero ahí se mezcla con la herrumbre del egoísmo viejo. Del servicio renovador del alma quedará, entonces, el vinagre de la incomprensión, postergando el trabajo efectivo del Reino de Dios.
El pequeño grupo, en la sala de Pedro, recibía la lección sublime y sencilla, con conmoción, sin cualquier interferencia verbal.
El Maestro, sin embargo, levantándose con discreción y humildad, acarició los cabellos de la señora que lo interpelara y concluyó, dando una muestra de su generosidad:
El rocío en un lirio blanco es diamante celeste, pero, en el polvo del camino, es una gota de lodo.
 No te olvides de esta verdad simple y clara de la Naturaleza.

viernes, 19 de agosto de 2016

AMOR

AMOR NO ES UNA PRISIÓN NI DEPENDENCIA NI IMPOSICIÓN.
La mayor dificultad se instaura cuando relacionamos el amor con posesión, amor con obligación, amor con sumisión.
El amor maduro es seguro, tolerante y confiado, ya que es autónomo.Genera posibilidades de crecimiento, de ampliación de la consciencia, del desarrollo de la espiritualidad. 
Surge un sentimiento de amplitud en aquellos que de forma madura se aman. Sienten un profundo respeto al amor, al amado y al amante. En sentido contrario,para amarse así mismos, aman a alguien y sienten amor, de forma respetuosa.
Es un engaño decir que no se perdona a una determinada persona exactamente porque la ama y cree inadmisible lo que ella hizo. Cualquier forma de inaceptación nos lleva a la absolutización de algo que no está, en sí mismo y en absoluto, ni en la relación ni en la posibilidad.
Nos equivocamos en la aquilatación axiologica, es decir, en la atribución de valor. Nosotros no somos mejores ni peores que nadie, tan sólo presentamos ángulos diferentes de una realidad multiforme, dinámica y fluida, conforme sabemos. Podemos, incluso, perdonar a alguien sin amar a esa persona. Perdonamos por comprender. Perdonamos por entender. Perdonamos por la utilización correcta de nuestra inteligencia.
Amor e inteligencia forman un binomio primoroso para que no nos quedemos atrapados en una fijación infeliz.
¡Sea libre! Ame.
¡Perdone! Sea libre.
¡Ame y perdone! Sea feliz.
Texto recogido del libro Amor el sentido de la vida.  
  

jueves, 21 de julio de 2016

PENSAR Y RECORDAR

PENSAR Y HACER. 
En muchas situaciones vamos a encontrar, en lo más íntimo del hombre, la confusión instaurada entre el pensar y el hacer.
¿Por qué pienso en el bien y no consigo hacerlo? se preguntan algunos. Este es un problema que existe en la humanidad y con índice alto hasta hoy. No obstante, llamamos la atención para otra posibilidad que existe y que se define en la siguiente expresión: "todavía pienso en el mal, pero ya consigo no hacerlo".
Esta etapa transitoria en la evolución humana es muy importante, pues tanto marca el distanciamiento del patrón existente de hacer el mal, como indica el ejercicio de hacer el bien algo tan necesario para el mantenimiento de la salud integral.
Un día conseguiremos no pensar en el mal nunca más, y al contrario, experimentalmente, hacer siempre el bien. Entre el pensar y el hacer humanos, necesitamos acordarnos del ser psíquico que es el hombre. Cuando Jesús dijo que bastaba pensar en algo para realizarlo, se refería a la dimensión psíquica del hombre. Espíritu eterno que es, a la realización energética.
Recordemos que pensar en enfermedad o pensar de forma enfermiza (el pensamiento desequilibrado, en desaliño y malicioso) es ponerse enfermo, es enfermar su cuerpo y contaminar a aquellos que estén cerca, si ellos lo permiten. Pensemos en Bien y hagamos el bien y en el bien viviremos para siempre. nadie, absolutamente nadie, que piense en desear el mal para alguien se verá privado de sufrir la correspondencia de la propia acción.
Con Jesús en nosotros, el Bien está y estará siempre presente en nuestra vida, que se hace con lo que hagamos. ¿Está enfermo? ¿Siente que va a enfermar? "Modificad vuestro pensamiento" nos enseñó Jesús. Porque, si no, despues... no se queje de la inyección que se verá obligado a tomar.¡ Sabe Dios por cuánto tiempo!
RECORDATORIOS. No hay mucho más que decir , solo recuerda:
1...No pierda el tiempo en su día a día, pues una hora perdida es una hora irrecuperable.
2...Perdone mientras haya tiempo, pues después puede doler más. Los malos sentimientos hacen daño al Espíritu
3...Trabaje mientras haya tiempo, pues siempre hay tiempo para hacer el bien. El bien es tiempo presente.
4...Apártese de los vicios y tendrá más calidad de vivir y servir, pues guardar lo que no sirve es invertir en el mal que nos aniquila.
5...Sea usted mismo, pues reconocer nuestras limitaciones es saludable y nos calma el alma. Tan sólo no use esta expresión por orgullo e insensatez.
6...Deje de disculparse, pues quien quiere cambiar no se disculpa, simplemente, el cambio debe nacer en usted.
7...Revise sus objetivos de vivir y cuando perciba que se está apartando de ellos, no pierda tiempo, vuelva a la ruta correcta y será feliz.
8...Deje de insultar, pues si en un niño es feo, en un adulto es insoportable e indica inferioridad. La palabra debe ser utilizada siempre para construir.
9... Cuidado con la cabeza, pues existen ladrones de varios tipos. Querer lo que es de otro es una forma de negación de sí mismo.
10... Tenga siempre templanza, calma y esperanza y no le faltarán condiciones para servir y amar. El equilibrio es necesario para el buen hacer.
Este no es un decálogo, aunque sean diez recordatorios amigos que le dedico, amigo/amiga que busca aprender hacerlo bien. Que Dios nos ilumine y Jesús nuestro Modelo guié siempre nuestros pasos
este texto esta dictado por el Espíritu Dr. Hans mi felicitaciones Dr Hans eres maravilloso.

miércoles, 6 de julio de 2016

VIDA DE JESÚS DICTADA POR EL MISMO XVI 4ª PARTE

Sigo con la vida de Jesús es tan interesante, que no puedo dejar de contarla gracias amigo Jesús por esta vida tan maravillosa.
Cafarnaúm, demuestran mi conocimiento en la ciencia divina, puesto que me dirigía a hombres capaces de comprenderme. Estos hombres, desgraciadamente, eran tímidos aliados o déspotas depravados, y los primeros no me podían sostener sino con la ayuda del pueblo. Apoyarme en el pueblo hubiera sido, tengo de ello la convicción hoy, crearme seguridades durante el tiempo necesario para la fundación de mi gloria humana como Mesías y revelador de la ley universal.
Cometí un gran error al alejarme de Jerusalén, y de este error dimanan las supersticiones que han mantenido alejados a los espíritus, del propósito latente de todas las humillaciones, la adoración de un solo Dios, el amor fraterno y el progreso en la adoración y en el amor.
De las enseñanzas de Jesús en esa época, deducimos que el pensamiento que dominaba en ellas, destruía desde la cima hasta la base, los preceptos de la antigua ley para reemplazarlos con los de la nueva. Se pronunciaron entonces estas palabras:
La luz viene de Dios y yo soy la luz. Dios ha puesto en mí todas sus esperanzas, en el sentido de que la verdad se hiciera evidente para vosotros. Felices los que comprenderán la verdad. El hombre no sería hombre, si no hubiera aprendido algo antes de nacer. Haceos sabios para descubrir lo que ha
precedido a vuestra actual existencia. El porvenir os será revelado por el conocimiento que adquiráis de vuestro pasado.
Creed en la purificación por medio de las pruebas y jamás dudéis de la misericordia divina, pero retened bien esto: La purificación se opera lentamente y la misericordia divina no podría contrariar la ley de la organización y de la desorganización.
Observad mi ley. Ésta dice: Orad en secreto, perdonad a vuestros enemigos y ayudad a vuestros hermanos.
Os lo repetiré siempre: El que abandona al pobre será a su vez abandonado. Al que mata se le matará, el que maldiga será maldito. Este es un secreto divino que se explica no en una vida sino en muchas.
Defendeos en contra de las supersticiones inferiores de la niñez de los pueblos, que asemejan a Dios con los miembros de la humanidad, y adorad a vuestro Padre, sin pedirle que altere cosa alguna de sus designios.
Los hombres de buena voluntad levantarán un templo a Dios y el reinado de Dios se establecerá sobre la Tierra. Os lo digo: muchos de entre vosotros verán el reino de Dios, mas comprended bien mis palabras; estas palabras son de todo tiempo, porque el espíritu es inmortal, la vida sucede a la muerte, la luz disipa las tinieblas, y el santo nombre de Dios será bendecido por toda la Tierra.
Alejaos de los falsos profetas. Los reconoceréis fácilmente. Ellos anuncian  siempre el hambre, la peste y todos los flagelos. Invocan la cólera de Dios sobre los que han prevaricado y sobre los hombres que investigan los designios de ellos para dar a conocer su picardía. Afirman que Dios protege su poder y afectan grandes apariencias de virtud, mientras su corazón se encuentra sobrecargado de odios.
Ahora os lo digo: Dios no tiene sino amor para sus criaturas. Él las castiga sin enojo y para llevarlas hacia el arrepentimiento. Todos recogen en un tiempo lo que han sembrado en otro. Todos deben cuidar los sembrados, para que el buen grano no se vea sofocado por la mala yerba. Seguid la ley de amor y Dios hablará a vuestros espíritus y os mandará mensajeros de su amor. La gracia de Dios es obra de Justicia.
Felices los que desean la gracia y sabrán merecerla. La verdad les será revelada y ellos la desparramarán para confundir a los malos y a los hipócritas, para instruir a los ignorantes, para consolar a los pobres y a los pecadores, para facilitarles a los justos los medios para fundar el reino de Dios sobre la Tierra.
La verdad se recomienda por sí misma, desde que habla en nombre de la razón, de la igualdad, de la fraternidad, de la inmortalidad, puesto que demuestra la felicidad futura, apoyando sus demostraciones sobre la justicia, sobre el amor y sobre la sabiduría del Creador; puesto que ella desliga la justicia de Dios de las feroces venganzas, el amor de Dios de las debilidades de las predilecciones, la sabiduría de Dios de las indecisiones y cambios de la voluntad.
Hermanos míos, estas instrucciones, todas ellas llenas de la llama divina, estas expansiones de un espíritu penetrado de las grandezas espirituales, tenían que resultar bastante incomprensibles para muchos hombres, mas estos hombres comprendían la oposición que yo les hacía a todos los abusos de autoridad, y me amaban por ello; mas estos hombres decían que yo era el Mesías anunciado por los
Profetas y creían en mí. Si yo hubiera consentido dejarme rodear y defender y no obstante en mis triunfos populares hubiese permanecido dueño de mí mismo, mi muerte, inevitable resultado de la volubilidad de las opiniones humanas, hubiera sido la consagración de la alianza de los mundos y de los espíritus.
En los preparativos de mi alma para sufrir esta muerte, tuvieron lugar grandes luchas en mí. ¿Debía yo revelar públicamente mi ciencia o dejar a mis fieles el cuidado de divulgarla? El silencio que guardé me acusa de una culpa no menos grave que la de haber abandonado Jerusalén cuando era necesario el permanecer en ella.
Yo debía grabar mi semblante de Mesías sobre el porvenir, llenando de espanto a mis verdugos, con palabras que ellos hubieran sido impotentes para corromper. Ellos, lo mismo que los propagadores de mi origen celeste, no habrían podido demoler un conjunto de principios, desligados por mí de los errores de las primeras apreciaciones, y de las contradicciones establecidas dentro del propósito
de la seguridad necesaria.
Dediquemos, hermanos míos, una atención seria a las faltas de Jesús. Ellas dan la medida de las concepciones del espíritu espiritualizado, pero circunscripto por las enfermedades humanas; ponen en luz la Justicia Eterna que concede al misionero la libre dirección de su tarea: prueba la ceguera de la clarividencia, la debilidad de la fuerza, la decadencia de la superioridad, por efecto de dos naturalezas opuestas en el mismo Ser. Jesús arrastró el peso de estas dos naturalezas y si alguna vez sucumbió bajo la presión de corrientes opuestas, siempre se levantó después de la caída, fortalecido por el presentimiento de su gloria cercana.
En Cafarnaúm y sus alrededores, tantas veces recorridos por mí, mis enseñanzas, se habían colocado al nivel de las personas a quienes me dirigía. Empecé en un principio con máximas aisladas y con consejos aplicables a todas las situaciones morales y a todos los sufrimientos físicos. Nadie en Galilea se ocupaba de la medicina propiamente dicha, pero todos los hombres que querían estar en auge con el pueblo, debían establecer su superioridad sobre el mismo con demostraciones
ostensibles de alguna ciencia, y el arte de curar era lo que excitaba en el más alto grado la emoción popular.
La naturaleza me ofrecía en abundancia, en esos campos, plantas preciosas, y guiado por algunos estudios anteriores, obtuve éxitos, que más tarde, se tomaron como milagros y exorcismos. Con mis discípulos emprendí giras en los alrededores de Cafarnaúm. Visité sinagogas, estudié los alcances intelectuales del pueblo e hice uso, para hacerme querer, de una dulzura familiar, que me empujaba tanto hacia las fiestas como hacia la búsqueda de enfermos y de gente abandonada.
Mis parábolas se inspiraban en las mismas pasiones de mis oyentes, mediante un estilo imaginativo y breves comparaciones. Mis descripciones de los tormentos del infierno, mis éxtasis por las bellezas del cielo, los exaltaba, y me creían entonces cuando les decía.
Los que me amen me seguirán y yo los llevaré a la verdadera vida. Yo soy el buen pastor. Cuando el buen pastor percibe que un cordero se ha extraviado, deja por un momento a los otros corderos para descubrir al perdido, y lo devuelve al corral.
Pedid y se os dará. Llamad y se os abrirá. Yo soy el distribuidor de las esperanzas y de los consuelos.
Yo mezclaba a menudo lo que se encuentra entre líneas en la Doctrina pura con los dogmas ortodoxos; pero en las instrucciones más íntimas libraba la Doctrina de las obscuridades de que la veía rodeada. El anuncio del reino de Dios volvió entonces a figurar a menudo en mis discursos y recalqué con energía las siguientes palabras.
Muchos entre vosotros verán el reino de Dios.  Lo repito, hermanos míos:
El reino de Dios se establecerá sobre la Tierra y muchos de vosotros verán el reino de Dios.
¿Por qué dieron a mis palabras un significado absurdo? Para descubrirme en el error ante la presente generación y ante la posteridad. Mas encontrándose ya claramente definida ahora mi doctrina, ¡haced lugar a los hombres de buena voluntad, vosotros hombres intrigantes, hombres de mala fe! ¡Haced lugar a la verdad, ella volverá a traer a la Tierra el reinado de Dios!.
Hermanos míos, os bendigo.
Hermanos míos, el límite que he fijado a este trabajo me obligará al silencio si alguno de vosotros tuviera el deseo de mayores aclaraciones o de una nueva confirmación de los hechos que os he referido. En segundo lugar, el curso de los acontecimientos hasta el final de este libro, me dará motivos para numerosas digresiones con respecto del asunto que en él se desenvuelve. Nosotros limpiaremos el camino y ablandaremos el terreno; sembraremos por Dios. Edificaremos la casa de
nuestros hijos en la luz y acumularemos riquezas para ellos, derramando tesoros divinos sobre las riquezas humanas. Revelémonos tanto por la sencillez de nuestro estilo, como por el ardor de nuestro amor. Expliquemos nuestra defensa delante de los hombres que nos acusan, nuestra fuerza delante de los que nos niegan, nuestra afectuosa piedad ante los que deforman nuestra personalidad. Digámosles a todos, infelices o culpables, ignorantes o malvados.
Acercaos, amigos míos, os daré la felicidad de creer en Dios nuestro Padre, principio y adorable fin de la creación, alianza y movimiento de las invisibles armonías e inconmensurables grandezas del Universo. Os demostraré la superioridad gradual y la afinidad de los espíritus entre ellos, la diversidad de los elementos, y la superioridad absoluta de la dirección de los globos planetarios, de los fosforescentes astros errantes, de las reconstituciones luminosas, del decrecimiento y de la regeneración de los mundos.
Os enseñaré la vida espiritual en la materia y fuera de la materia, os referiré mis dudas, mi esperanzas, mis faltas, mi glorioso coronamiento, el martirio de mi alma, el triunfo de mi espíritu, las luchas de mi naturaleza carnal con las aspiraciones de mi pensamiento, la tendencia humana ardiendo en mi corazón, completamente lleno de los deseos de una pureza inmortal. Os describiré a Jesús como el más adelantado de los Mesías venidos a la Tierra y haré resplandecer la casa de Dios,
libre de toda superstición hija de las criaturas; os volveré al sentimiento del deber y os convenceré de la felicidad que les espera a los fuertes, humildes y devotos observadores de las leyes de Dios.
¡Al oír mi voz, sed consolados vosotros que lloráis, y caminad bajo mi tierna protección, oh, vosotros que gemís en el aislamiento y en la ingratitud, en el abandono y en la injusticia, en el agotamiento de las fuerzas físicas y en las amargas sensaciones del recuerdo y del remordimiento!. Yo quiero agotar toda creencia en lo maravilloso, haciéndome conocer tal cual soy y afirmando la gracia como un efecto de la justicia divina.
La gracia es el beneficio de la fuerza; la fuerza resulta del progreso del espíritu, y todos los espíritus se elevan mediante las pruebas de la vida carnal, cuando comprenden sus enseñanzas. Jesús, desde la felicidad espiritual, hacia la cual lo llevaron los oprobios humanos, tuvo que preparar sus derechos a una gloria cada vez más luminosa, así les sucederá a todos los que llegan al desarrollo de las fuerzas
por medio de la voluntad.
Hasta el próximo, capitulo de esta interesante vida.

lunes, 23 de mayo de 2016

UTILIDAD DEL ESPIRITISMO Y SUS PROGRESOS

El Espiritismo, difunde una luz que penetrará desde el palacio del potentado hasta la cabaña del rústico aldeano, luz que en medio de la diversidad de escuelas, de sistemas y de opiniones religiosas, políticas y sociales que dividen a la humanidad actual, será de un gran poder para iluminar a todos.
El Espiritismo tiene por objeto combatir la incredulidad y sus funestas consecuencias, dando prueba patente de la existencia del alma y su vida futura. Se dirige a todos en general pero muy particularmente a los que no creen en nada y a los que dudan, cuyo número es muy grande por desgracia.
El Espiritismo que sabe que toda creencia es superficial y sólo da las apariencias de la fe pero no la fe sincera, expone sus principios a la vista de todos de modo que puede cada cual formar opinión con conocimiento de causa. Los que lo aceptan lo hacen libremente y porque lo encuentran racional. No impone una creencia, invita a un estudio; no pretende convertirse por sorpresa, sino que se le estudie detenidamente, para después rechazarlo o aceptarlo.
Los espiritistas decimos: al que ha nosotros viene como hermano, como a hermano lo recibimos; al que nos rechaza le dejamos en paz; pero guardándole las misma consideraciones.
El Espiritismo nos enseña la influencia que el mundo invisible ejerce con el mundo visible y las relaciones que entre ambos existen, como la astronomía nos enseña las relaciones de los astros con la Tierra; nos la presenta como una de las fuerzas que gobiernan al Universo y contribuyen al sostenimiento de la armonía general. Y este conocimiento de ultratumba nos lleva a la resolución de infinidad de problemas insolubles hasta ahora; nos da la prueba patente de la existencia del alma; de su individualidad después de la muerte, de su inmortalidad y de su suerte verdadera; es pues, la destrucción del materialismo no con razonamientos sino con hechos.
Por esto, hermanos míos: Cuando los dogmas religiosos se derrumban minados en su base por la ciencia positiva y el espíritu de examen de nuestro siglo; cuando las falsas y desconsoladoras interpretaciones de la ciencia materialista buscan en vano solución a las grandes cuestiones morales y satisfacción a los anhelos y aspiraciones de la humanidad; cuando todo se halla perturbado y pidiendo regeneración, y se agita el problema político “unido en nuestros días al problema social, que es ante todo un problema religioso”; cuando más oscuro se ve el horizonte y más intrincado el camino, conduciéndonos por todas las partes al abismo como irremediable y desastroso fin; cuando hasta las mismas conquistas de la civilización semejan convertirse en elementos perturbadores para sumir a
la humanidad en las tinieblas de caótico desconcierto; en este momento supremo en que todo se pone en tela de juicio y de todo se duda, hasta de la existencia de Dios y de nuestro yo inmortal, aparece providencialmente el Espiritismo hecho de todos los tiempos, con el doble carácter de ciencia de observación y de doctrina filosófica, sentando las bases de la religión del porvenir que ha de resolver todos los problemas hoy planteados.
Abriga esta seguridad el Espiritismo proclamando: La Existencia de Dios. Infinidad de mundos habitados. Preexistencia y persistencia eterna del Espíritu.
Demostración experimental de la supervivencia del alma humana por la comunicación medianímica con los espíritus. Infinidad de fases en la vida infinita de cada ser.
Recompensas y penas como consecuencia natural de los actos. Progreso infinito. Comunión universal de los seres. Solidaridad. Sí, ciertamente; con estos principios, el Espiritismo viene en el momento preciso ha abrir la era nueva de una transformación social y religiosa. Pero a diferencia de las
tradiciones religiosas que han mantenido a los pueblos en la servidumbre del pensamiento, el Espiritismo no admite más que las demostraciones por los hechos estudiados en sus causas y en sus efectos, y rechaza todo supernaturalismo: Sometiendo sus principios al crisol de la razón, no impone ninguna especie de creencia, y por lo tanto no teme la discusión; llama a los librepensadores imparciales y a los amantes de toda idea grande y generosa susceptible de transformar el actual estado social demostrando por medio de una creencia positiva, la imperiosa necesidad para todos indistintivamente, de someterse a la ley de Solidaridad, que encierra los grandes principios de libertad, de igualdad y fraternidad.
La base de toda filosofía y de todo saber, resumida en la célebre inscripción del templo de Delfos, “conócete a ti mismo” es un problema resuelto con la contestación que el Espiritismo da a los tres eternos interrogantes: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos? y la existencia de inmortalidad del yo espiritual, que las escuelas espiritualistas no han podido probar de una manera incontestable, por medio del razonamiento, merced a los fenómenos espiritistas es una verdad que puede ser ya positivamente demostrada, sin contestación posible, por los investigadores concienzudos.
Así el Espiritismo no dice: “cree” sino “estudia” y en esto fía su fuerza atractiva, y a eso debe sus inmensos progresos.
Ninguna escuela filosófica, ninguna doctrina religiosa alcanzó en tan poco tiempo el desarrollo y extraordinario crecimiento que ha tenido el Espiritismo.
Éste ha entrado en una fase de investigación científica con los trabajos de William Crookes, el célebre químico inglés de Sollner, y de Paúl Gibier el eminente médico Francés a quienes precedieron en la afirmación de la realidad de los fenómenos espiritistas distinguidos sabios; naturalistas como Alfredo Russell Wallace, físico y químico como Varley, y otros eminentes profesores; y astrónomos como Flammarión, genios como Víctor Hugo, y una pleyáde de grandes literatos contemporáneos.
Con tan ilustre compañía, bien pueden soportar los espiritistas el calificativo de locos, que también se lo dieron sus contemporáneos a los más notables descubridores y a los grandes bienhechores de la humanidad.
De modo que, en el curso de los progresos del Espiritismo, los principios que proclama concluirán por ser aceptados como la expresión de la realidad porque la influencia de la Verdad, la Belleza y la Bondad de las cuales cada uno tenemos un destello por la esencia de donde hemos salido, tiende a evolucionar hacia la armonía que es el bien, objeto esencial de nuestra doctrina, la cual se impone a la razón como una verdadera ciencia, sin que pueda ser destruida por los sofismas de falsos sabios.
A medida que se extiendan las ideas que el Espiritismo da de la existencia de Dios y su justicia, y de las sucesivas existencias del alma, se verá como ha dicho un profundo pensador; que las impaciencias se calman, las ambiciones se entibian, las disidencias de los partidos se borran, los espíritus se reúnen para un fin común, con un mismo pensamiento, y la opinión pública tomará una fisonomía nueva, permitiendo llenar sus aspiraciones justas.
Entonces el ser humano, llevará con paciencia el destino que le toca en la Tierra, persuadido de que, por duro que sea, es una prueba que ha merecido, y que si la sufre con grandeza de ánimo y resignación durante los instantes de la vida planetaria, dará un gran paso adelante en la vida eterna.
Extraído del libro La luz del camino

martes, 26 de abril de 2016

VIDA DE JESÚS DICTADA POR EL MISMO CAPITULO XVI 3ª PARTE

Jesús definía el amor como el gran motor de la religión universal, y enseñaba la igualdad de los espíritus, la comunidad de sus intereses delante de Dios, el desarrollo y el empleo de las facultades pensantes. Combatía por lo tanto los poderes fundados sobre el desprecio de las leyes de Dios y la inmovilidad del espíritu decretada por estos poderes. Las religiones basadas sobre la divinidad de Jesús, así como todas las doctrinas ajenas a esas religiones, llevan consigo defectuosas apreciaciones sobre la justicia divina. Para que una religión sea en definitiva la fuente de la felicidad humana, es necesario que ella resulte de la razón misma, esencia de Dios. Hagámonos nuevamente fuertes con la enunciación del elemento constitutivo de la razón divina y de la razón humana en su pureza. La razón divina es la preponderancia del amor en la obra de la creación. La razón humana, firmemente establecida, es la emulación del amor de las criaturas entre ellas, para responder al amor que el Creador desparrama sobre la creación. La justicia divina es una consecuencia del amor divino; los efectos de esta justicia demuestran el infalible raciocinio deducido de un poderoso trabajo de concepción infinita. Que los mundos conformados para determinadas categorías de espíritus, reciban otros más desmaterializados para ayudarles en su progreso; que las moradas humanas escondan, de tiempo en tiempo, luminosas inteligencias; que las pruebas carnales representen una cadena continua de intermitencias de reposo y de espantosas catástrofes, ¡qué importa, desde el momento que es la justicia de Dios la que resuelve y es el amor el que dicta su justicia! ¡Qué importa desde el momento que los Mesías, expresan el amor de Dios hacia todas las inferioridades y que los sufrimientos humanos representan actos de reparación hacia la justicia de Dios!. Jesús, ya lo dije, fustigaba los poderes, establecidos por el esfacelo de las conciencias y por el abuso de la fuerza y encontraba en sí el más ardiente patriotismo del alma para abatir todos los despotismos y para compadecer todas las miserias de la humanidad. Mas los enemigos de Jesús afirmaban que él había atacado el dogma de la unidad de Dios, al decirse hijo de Dios y que había debilitado la fe religiosa favoreciendo la revuelta. Aquí, hermanos míos, vamos a reasumir las principales enseñanzas de Jesús, mas no volveremos sobre el carácter de hijo de Dios, tan mal interpretado en todo tiempo y que ya he explicado suficientemente. Cuando Jesús dejó Jerusalén por primera vez y fue a países lejanos, adquirió la certidumbre de que las religiones no dividían a esos pueblos, por cuanto el amor de las artes y de las riquezas llevaba la preferencia con respecto a cualquier otra aplicación del espíritu. Cuando Jesús abandonó Jerusalén, por primera vez se vio libre y feliz en medio de los pueblos libres y llenos de fantasía. Él empezó proporcionando abundantes consuelos y manifestando su carácter llano y expansivo. De su doctrina puso a la vista tan sólo lo que era necesario para establecer el amor como base del equilibrio humano; pero no determinó el amor como una obligación del completo sacrificio, desde que sabía muy bien que para hombres debilitados por los goces mundanos, debía hacer concordar la habitual expansión de sus espíritus con las primeras exigencias de la razón de éstos. Jesús hacía necesario el amor por la necesidad que tenían los hombres de sostenerse los unos a los otros. ¿Acaso el amor no protegía los intereses del pobre, así como defendía al rico en contra de los insensatos deseos de igualdad material?. Jesús defendía la esperanza como un remedio para todos los males. Dirigía las miradas del espíritu hacia la felicidad del porvenir, con palabras de misericordia y de aliento. Él hacía de la muerte una luminosa transformación. Por espacio de dos años, Jesús evitó las críticas del mundo frívolo y la desconfianza de la gente seria. De buen grado se escuchaba al dulce profeta que prometía la abundancia a los que proporcionaran alivio a los pobres, que concedía el perdón de Dios a los que  perdonaran a sus enemigos, que anunciaba la paz y la felicidad a todos los hombres de buena voluntad, en nombre de Dios, Padre de ellos. Le seguían en los lugares públicos y en la plataforma de los edificios, al atrayente revelador de los destinos humanos, que explicaba la igualdad primitiva y la beatífica inmortalidad. Las jóvenes le llevaban a sus hijos y él los bendecía, los enfermos lo mandaban buscar y él se acercaba a ellos, los pobres lo tomaban como apoyo y los ricos se detenían para escucharlo predicar la fraternidad y el desinterés. Se le ofrecía siempre generosa hospitalidad al dispensador de la gracia de Dios, y tanto en las familias como en medio de las masas, Jesús se convertía en el padre, el amigo, el consejero y la alegría de los paganos, a quienes jamás habló del castigo y de la cólera divina. Él guardó el recuerdo consolador de ese tiempo en medio de la agitación y de la tristeza que, más tarde, le oprimieron. Mas Jesús no podría llamar la atención del espíritu humano, sobre las personas que lo rodearon en ese tiempo, y ello porque el espíritu humano no tendría ningún fruto que recoger del conocimiento de las intimidades de Jesús, cuando esas intimidades no se encuentran ligadas con acontecimientos conocidos o que merezcan serlo. Conoció a Juan, por primera vez, a la edad de treinta años y a la de treinta y tres y algunos meses murió. Juan disipó las irresoluciones de Jesús respecto a su misión como hijo de Dios y él prometió a Juan que se atendría a algunas prácticas externas, si sobrevivía al apóstol, lo cual mereció del apóstol las siguientes palabras: Yo soy el precursor, tú eres el Mesías. Te esperaba para continuar la obra y hacerla inmortal. Bendigamos a Dios que nos ha reunido y fundemos el porvenir con el precio de las tribulaciones y de las torturas de la muerte. Las tribulaciones, las torturas, la muerte, serán nuestros títulos para la gloria inmensa, para el poderío eterno. Juan murió asesinado por los que él había señalado con desprecio ante el pueblo, un año después de su entrevista con Jesús. Éste quiso entonces tomar la dirección de los discípulos de Juan y juntarlos con los suyos, pero habría tenido que vencer la obstinación de espíritus sin sagacidad y sin grandeza moral, por lo cual se vio obligado a renunciar a ello. Jesús lo había dicho; sus discípulos de Galilea, tan sólo más tarde lo comprendieron, y su conformación verdadera en la fe, no tuvo lugar sino después de la muerte del que abandonaron casi todos en el camino del dolor. Mantenidos en la gratitud por el respeto que profesaban hacia la memoria de su maestro, los discípulos de Juan me siguieron a distancia y me dieron pruebas de afecto. Dos años consecutivos me trasladé a orillas del Jordán, para observar el ayuno y darles la acostumbrada solemnidad a las prácticas de Juan. En las dos veces fui acompañado por los discípulos de Juan, cuyo número no había disminuido. Eran quince y el más anciano presidía las funciones de la doctrina, con el recogimiento a que lo había acostumbrado su preceptor de prudencia y saber. Estos hombres sobrios y severos daban a la virtud las lúgubres apariencias de venganzas celestes; depositarios de la voluntad de Juan, tenían que sufrir por las contradicciones que resultaban entre ellos y nosotros. Ellos querían la exterioridad de la contrición, el rigor de la forma, la evidencia del culto, nosotros la humildad en la penitencia, la plegaria de corazón, la libertad de los ejercicios religiosos, la abstención completa de pompa en los sacrificios y de métodos en la enseñanza. De nuestros hábitos, de nuestra existencia, alegre en relación con la de ellos, los discípulos de Juan no sacaban conclusiones tristes para el porvenir y siguieron  llamando siempre Mesías a quien su maestro había designado con ese mismo nombre. Lo repito, los discípulos de Juan se mostraron muy superiores a los discípulos de Jesús. Dejando de lado el fanatismo que alejaba al pecador de la esperanza en Dios y la exageración criticable de las prácticas, ellos poseían todas las cualidades del espíritu que determinan la inviolabilidad de la conciencia. Los discípulos de Juan no me acompañaron durante los días nefastos que precedieron a mi suplicio, por cuanto se encontraban entonces dispersos y errantes. Un decreto lanzado en contra de ellos, mientras me encontraba en Betania, los había expulsado de la Judea. La persecución religiosa fue siempre en aumento desde esa época, ésta anunciaba la ruina de Jerusalén y la decadencia del pueblo hebreo. Mis instrucciones, desde la separación de Juan hasta mi partida para Cafarnaúm, demuestran mi conocimiento en la ciencia divina, puesto que me dirigía a hombres capaces de comprenderme. Estos hombres, desgraciadamente, eran tímidos aliados o déspotas depravados, y los primeros no me podían sostener sino con la ayuda del pueblo. Apoyarme en el pueblo hubiera sido, tengo de ello la convicción hoy, crearme seguridades durante el tiempo necesario para la fundación de mi gloria humana como Mesías y revelador de la ley universal.
Hasta el próximo capitulo de esta divina y hermosa vida de Jesús.

viernes, 8 de abril de 2016

VIDA DE JESÚS DICTADA POR EL MISMO CAPITULO XVI 2ª PARTE

Jesús debía a preceptores ilustres sus primeros estudios serios y había madurado sus medios de perfeccionamiento con profundas meditaciones. Jesús debía a inspiraciones secretas, honradas por demostraciones palpables, la revelación de su misión divina, y se arrodillaba sobre el límite de la Patria Celeste para escuchar las órdenes de Dios; con el pensamiento volaba por encima de los siglos de ignorancia, para facilitar a los siglos siguientes la luz y la felicidad. El espíritu llegado al desarrollo moral e intelectual permanece fiel a las convicciones adquiridas por él mismo, hasta que la ciencia de Dios le dé la inmutabilidad de la fuerza y el empuje del fanatismo para sacrificar el presente al porvenir, para preparar el porvenir al precio de las más amargas desilusiones humanas. El espíritu desarrollado en un mundo carnal, designa un Mesías y este Mesías no puede huir de la persecución sino desertando de la causa a cuyo sostén se ha dedicado. Despreciando la muerte
corporal, el espíritu adelantado en el sendero de la perfectibilidad, flaquea aun ante los asaltos que le llevan los seres inferiores, y su confianza engañada, su amor mal correspondido le pesan como remordimientos.
Permanezcamos, hermanos míos, en la creencia absoluta de las fuerzas individuales, desarrolladas con el ejercicio de la voluntad. Permanezcamos en la afirmación de la Justicia de Dios, ya sea que ella se establezca con pruebas o con beneficios pero afirmemos sobre todo, con fuerza, la libertad dada al hombre tanto cuando él lucha en contra de las presiones desorganizadoras del alma, como cuando
él tenga que combatir principalmente en contra de las manifestaciones tumultuosas de la ignorancia y del odio. El espíritu adelantado se desliga de las dependencias humanas y se alimenta de las fuerzas de Dios, a medida que son mejor comprendidas la nada de la materia y la extensión de las posesiones espirituales.
Justicia de Dios, gloria a ti, tú eres explicable y todo lo explicas. Justicia de Dios, honor a los que te dedican su coraje y su resignación; ellos marchan por la vía afortunada del ensanchamiento de la dignidad del espíritu.
Jesús, hermanos míos, tenía conciencia de sus actos y de la fuerza de su sincera naturaleza cuando acusaba a los sacerdotes y a los fariseos. Respetuoso con el culto divino, pero contrariado al mismo tiempo, por la avidez y arrogancia de los ministros de ese culto, por la hipocresía oficial de una secta religiosa con gran poder, Jesús buscó en el mismo origen del culto y en la inexacta ponderación de los deberes humanos, las verdaderas causas de la disolución moral y de las vergüenzas intelectuales que él iba notando. En esta investigación Jesús se vio ayudado por los trabajos anteriores a los suyos, y por alianzas nuevas o renovadas en la vasta asociación de los espíritus y de los mundos. Jesús se prohibió en un principio el escrutar los misterios de la religión mosaica, después se dejó arrastrar por opiniones que respondían a su sentido moral. Enseguida circunstancias cada vez más favorables a su misión, le abrieron paso entre los escombros que caían y las piedras brutas del porvenir.
Jesús comprendió que era necesario conservar algunos vestigios del pasado para no encontrar   obstáculos a su tarea de constructor. A menudo le faltaba la paciencia y decía:
No se pueden hacer ropas nuevas con ropas viejas. Jesús adoraba a su Padre en espíritu y en verdad, y cuando el pueblo ignorante le pedía explicaciones, contestaba.
Dios no tiene sino desprecio para los ofrecimientos y para las prácticas exteriores, cuando no las acompañan la virtud y la fuerza dimanada de la ciencia.
Dios prohíbe el orar tan sólo con los labios, y los que entran en una sinagoga con el corazón lleno de odio y con las manos sucias por la rapiña y la sangre, merecen el castigo de Dios.
Permaneced humildes y pacientes bajo el peso de la vida mortal. Amaos los unos a los otros, libertad a vuestra alma de los lazos vergonzosos, vuestros espíritus de las ambiciones injustas, y habréis servido a Dios y Dios os bendecirá en este mundo y en el mundo que para vosotros sucederá a éste.
Dios quiere vuestros corazones por templo; adorad a Dios en el templo que ha elegido. Las funciones del culto ponen en evidencia, la mayoría de veces, la ineptitud, la vanidad y la hipocresía. La adoración interna lleva siempre al espíritu por el sendero de la sencillez, de la dulzura, y de la sabiduría. Vosotros podéis orar juntos, pero no hagáis pompa con vuestras oraciones y no mezcléis las pompas mundanas con las cosas de Dios.
Hermanos míos, Jesús explicaba a Dios con la elevada inteligencia que de Dios le venía, pero bien sabía que no podía preservarse de los odios y venganzas de los que él acusaba por su orgullo y picardía, de los que eran comprendidos en sus demostraciones.
Jesús definía el amor como el gran motor de la religión universal, y enseñaba la igualdad de los espíritus, la comunidad de sus intereses delante de Dios, el desarrollo y el empleo de las facultades pensantes. Combatía por lo tanto los poderes fundados sobre el desprecio de las leyes de Dios y la inmovilidad del espíritu decretada por estos poderes.
Hasta el próximo capitulo tan fascinante y hermoso.

domingo, 27 de marzo de 2016

VIDA DE JESÚS DICTADA POR EL MISMO CAPITULO XVI 1ª PARTE

 EL DERECHO QUE LE ASISTE A JESÚS PARA SER JUZGADO
Hermanos míos, desarrollando las causas de mi condena y los juicios erróneos de mis actos, deseo que mis palabras no sean defendidas más que por mí mismo; es preciso, pues, dejarlas tal como yo las expongo. Honrémonos por nuestro respeto hacia las órdenes de Dios, no busquemos ni facilitar la admiración de los hombres ni disminuir la maliciosa pretensión de algunos de ellos. Que únicamente el escritor sea el responsable. A la depositaria de mi narración no le permito ninguna adición o corrección. A todos los que formulen sus dudas y la voluntad seria de iluminarse, responderé yo mismo. Sed los discípulos dóciles del enviado de Dios. Endulzad su repentina aparición en medio de un mundo frívolo y escéptico, atribuyendo su alianza con los espíritus cuya luz vosotros habéis ya demostrado, mas no alteréis nada en su modo de presentar los acontecimientos. La vida de Jesús debe ser precedida de comentarios humanos, para explicar el pensamiento que presidió a esta obra divina, y debe ser separada de toda comunicación que no sea del mismo espíritu. Pasemos al examen de los motivos de mi condena. «Yo había facilitado las sediciones populares, haciendo caer sobre los sacerdotes sospechas con los paganos». Sí, yo me había asociado a una muchedumbre de revolucionarios, cuyo objetivo común, idéntico al mío, no excluía intenciones culpables y peligrosos excesos. Pero ya el invasor se cansaba en las represiones de las sublevaciones, como en la sanción de los juicios del tribunal sagrado. El derecho político se establece sobre el derecho humano; las cargas, los empleos, se hicieron accesibles a todas las capacidades, y las facciones se debilitaron poco a poco bajo un gobierno más cuidadoso del bien general. Tan sólo el elemento religioso empezó a sembrar el desorden en los espíritus. El carácter eminentemente dominante del Gran Sacerdote creaba numerosos enemigos al poder sacerdotal; mas estos enemigos divididos por el espionaje, empleaban sus fuerzas en revueltas parciales, que atraían sobre sí sangrientas represalias, resultando inútiles para la obra definitiva. Por prudencia Hanan fue depuesto, pero siguió ejerciendo su influencia durante el pontificado de Caifás, su yerno. En las discusiones de los artículos de la ley, el principio religioso sobre el que descansaba la misma ley, era inexpugnable. Los jefes de escuela encontraban numerosos contrincantes, cuyo objetivo era el de empujarlos hacia la negación y los fariseos sobresalían en este infame oficio. El Sanhedrín, tribunal sagrado, juzgaba los delitos de lesa majestad divina. Todas las infracciones referentes a la ley civil quedaban dentro del círculo de atribuciones de los tribunales ordinarios. Las penalidades se resentían de la diferencia establecida entre los delitos religiosos y los delitos previstos por la constitución del Estado. El fanatismo tenía que demostrarse más despiadado que el principio del orden social. Una ley decretada por el poder romano, castigaba con la muerte al asesino y al bandido armado, pero sucedía a menudo que, circunstancias hábilmente aprovechadas por la defensa desviasen de la cabeza del culpable la terrible expiación. Ante los príncipes de los sacerdotes y de los fariseos, toda sublevación ostensible en contra de las prescripciones del culto mosaico, tenía por consecuencia la muerte. La ley era precisa, inexorable. En las causas mayores a los sesenta príncipes de los sacerdotes, fariseos y doctores de la ley que componían el Sanhedrín se agregaban algunos miembros suplementarios. Se llamaban príncipes a los sacerdotes nobles de nacimiento o de reconocida capacidad, ejercida ésta desde larga fecha de ennoblecimiento. El fariseísmo era una secta piadosa y respetable en apariencia, hipócrita y depravada en realidad. Los doctores de la ley representaban la casta más erudita y más inteligente de la nación judaica. Se dividían las funciones difíciles del apostolado y de la magistratura sagrada. En el Templo ellos ejercían la verdadera autoridad, por cuanto los sacerdotes no eran más que servidores autómatas, más propensos a los honores mundanos y a los goces materiales, que deseosos de las prerrogativas de la ciencia y de la virtud. En las Sinagogas los doctores de la ley hacían preceder sus conferencias de algunas incitaciones hacia la curiosidad, que se referían a tales o cuales personalidades. En la vida retirada daban consejos y en la vida pública daban fe de sus creencias con elocuentes discursos. Las funciones de la magistratura sagrada los sometían a los deberes de jueces, de acusadores y de defensores. El prestigio de su talento establecía convencimientos y la marcha de los procedimientos dependía únicamente de ellos. Hermanos míos, las participaciones de Jesús en las sublevaciones populares, que tuvieron lugar cuando tenía veinticuatro años de edad, fueron una consecuencia de su educación y de las ideas religiosas que él se empeñaba en levantar como una doctrina. Jesús era revolucionario porque decía: «Los poderes de la Tierra se mantienen por la ignorancia de las masas». Mas Jesús había bebido el principio democrático que lo hacía obrar en el principio divino de las alianzas celestes, mas el democrático Jesús quería la igualdad y la fraternidad entre los hombres porque los hombres son iguales delante de Dios, que es su Padre, mas el democrático Jesús profesaba el desprecio de los honores mundanos, porque esos honores paralizan las manifestaciones que adquieren los honores espirituales, porque apoyaba el elevado destino del espíritu sobre los deberes que le incumben a este espíritu en su marcha ascendente. El revolucionario Jesús combatía la opresión, porque la opresión es contraria a la ley de Dios, pero ordenaba el perdón porque el perdón se encuentra en la ley de Dios. El revolucionario Jesús amaba a los pobres, porque los pobres eran para él hermanos desgraciados. Compadecía a los ricos, porque los ricos eran para él hermanos extraviados. El democrático Jesús decía: «Los poderosos de este mundo serán los parias del otro mundo». Y decía también: «Amaos los unos a los otros y mi Padre os amará. En la casa de mi Padre no hay pobres ni ricos, ni patrones ni sirvientes, sino espíritus, cuya ciencia habrá perfeccionado su propia virtud». Aplicad, hermanos míos, las palabras de Jesús y sed revolucionarios como yo; es una cosa heroica el serlo.  Pueblos y gobiernos de pueblos, deponed las armas y reflexionad finalmente en el objetivo de la existencia temporal. ¡Infelices envilecidos, negros negadores de la Providencia divina, levantaos y adorad a Dios! Ricos, honrad la pobreza, y vosotros pobres, no envidiéis las riquezas. El poder y la grandeza humana, hacen decaer al espíritu no penetrado del poder divino y de las grandezas espirituales. La adversidad eleva al espíritu, que reconoce la justicia de Dios. El espíritu no puede adquirir la fuerza sino por medio de las pruebas de la vida corporal; el espíritu fuerte se hace pronto digno de la gloria de Dios. Expliquemos, hermanos míos, el carácter y el valor del delito de la desviación del culto divino imputándole a Jesús. Desde tiempo inmemorial, el culto divino es una mezcla de supersticiosas devociones e interesadas mentiras. Desde tiempo inmemorial han existido hombres que han demostrado en nombre de Dios que la razón debe someterse a todas las deformidades del sentido intelectual, para la edificación de tal o cual doctrina religiosa. Desde tiempo inmemorial la fuerza suprime el derecho, la noche devora la luz, y la ayuda de Dios es invocada por los asesinos y por las tinieblas. Dios es inmutable. Nuevas semillas llenan el vacío, la luz se reproduce en medio de las tinieblas; y la vida generada por la muerte, la luz victoriosa sobre la noche, deposita sobre la superficie de un mundo los vivos del Señor, los luchadores de las verdades eternas. Ello debe suceder, ello sucede y se llama progreso. Todas las humanidades atraviesan por las fases de la niñez en medio de horizontes nublados, todas las humanidades se alejan del objetivo y se detienen indecisas, pero entonces luces repentinas iluminan el camino, y este camino vuelve a emprenderse y la verdad prepara su reino definitivo, bajo las miradas y el apoyo de Dios. Jesús debía a preceptores ilustres sus primeros estudios serios y había madurado sus medios de perfeccionamiento con profundas meditaciones. Jesús debía a inspiraciones secretas, honradas por demostraciones palpables, la revelación de su misión divina, y se arrodillaba sobre el límite de la Patria Celeste para escuchar las órdenes de Dios; con el pensamiento volaba por encima de los siglos de ignorancia, para facilitar a los siglos siguientes la luz y la felicidad. El espíritu llegado al desarrollo moral e intelectual permanece fiel a las convicciones adquiridas por él mismo, hasta que la ciencia de Dios le dé la inmutabilidad de la fuerza y el empuje del fanatismo para sacrificar el presente al porvenir, para preparar el porvenir al precio de las más amargas desilusiones humanas. El espíritu desarrollado en un mundo carnal, designa un Mesías y este Mesías no puede huir de la persecución sino desertando de la causa a cuyo sostén se ha dedicado. Despreciando la muerte corporal, el espíritu adelantado en el sendero de la perfectibilidad, flaquea aun ante los asaltos que le llevan los seres inferiores, y su confianza engañada, su amor mal correspondido le pesan como remordimientos. Permanezcamos, hermanos míos, en la creencia absoluta de las fuerzas individuales, desarrolladas con el ejercicio de la voluntad.

jueves, 3 de marzo de 2016

VIDA DE JESÚS DICTADO POR EL MISMO CAPITULO XV 4ª PARTE

Cuantas cosas nos ha dejado Jesús en su corta vida terrenal y cuanto nos da para pensar y meditar en su maravillosa vida
 Mi hora se aproximaba.  A este respecto, hermanos míos, es necesario hacer resaltar la lucidez del alma, la penetración del espíritu. Nunca debéis atribuir a causas extra-naturales las faltas que son el fruto de vuestra incuria, las faltas cometidas por nuestro libre albedrío, los acontecimientos derivados de una acción de la voluntad, de un acuerdo o enredo de ideas, de un capricho furioso o de un estado de somnolencia. Nuestro destino, es cierto, se apoya en el pasado, mas es también indiscutible que él mejora o se agrava debido a los honores o a las vergüenzas del espíritu y que estos honores y estas vergüenzas preparan el porvenir. Mi muerte voluntaria coronaría mi obra, pero nada me obligaba a una muerte voluntaria. Yo era todavía un Mesías destinado a sufrir por los hombres y también a morir por ellos, puesto que en la época que yo vine a la Tierra como Mesías, los hombres llevaban a la muerte a sus Mesías. Pero, lo repito, yo podía huir, y si mi hora estaba cercana era porque, queriendo elevarme por el martirio, veía que no era posible alargar la lucha.
Judas me traicionó, no porque estuviera fatalmente predestinado para semejante acto, dependiente de mi acto personal, sino porque, su carácter celoso lo empujaba a la venganza. Si yo hubiera evitado el suplicio, Judas habría encontrado otro medio para demostrar su resentimiento.
Supongamos a los hombres menos crueles ahora que cuando yo vine a la Tierra como Mesías, de lo cual debiera resultar algunas modificaciones en los sufrimientos preparatorios de la muerte y en los de la muerte misma. ¿Por qué los Mesías están destinados a grandes sufrimientos en los mundos inferiores? Porque los Mesías traen verdades y en los mundos dominados por las tradiciones de la ignorancia, no pueden ser aceptadas las verdades sino a fuerza de trabajos, de humillaciones, de luchas heroicas y de loca desesperación hasta la muerte, cualesquiera que sean las peripecias de esta muerte.
Regresé a Betania contento de encontrar allí a los que yo había dejado y evoque las felices disposiciones de todos para festejar mi regreso.
Llegamos por la tarde, recibiendo la primorosa acogida de mis discípulos, el abrazo efusivo de mi madre, y la emoción de las demás mujeres, aunque se percibía un malestar general.
Pero Simón, grité, ¿dónde está Simón? Marta, inundada en lágrimas, salió de una sala contigua a la que nosotros ocupábamos. Ven, dijo ella, por lo menos él morirá tranquilo, puesto que te llama.
María mi pobre pequeña María, se arrojó entre mis brazos gritando: Sálvalo, Jesús, sálvalo.
Aparté a Marta y a María y entré en el cuarto de Simón. Mi amigo era presa de una fiebre ardiente, pero tranquilicé inmediatamente a todos haciéndome responsable de su salud. Me coloqué a su lado, permaneciendo así durante algunas horas y me hice dueño de ese delirio, que no anunciaba ninguna lesión mortal.
Cualquier otro, conocedor como yo de las ciencias médicas, hubiera obtenido el mismo resultado.
Seis días después, Simón se encontraba convaleciente y la eficacia de mi cura fue reconocida con el mismo entusiasmo que siempre se daba a mis actos más sencillos, una trascendencia funesta para mi seguridad presente y para mi dignidad de espíritu ante la posteridad.
Para celebrar la buena salud de Simón, Marta tuvo la idea de dar un banquete en el que debía honrarme especialmente, y para disimular a mis ojos lo que había de ofensivo en tal acto para mis principios, Marta me recordó una costumbre a la que nosotros habíamos dejado de someternos a mi llegada, debido a la tristeza que dominaba en la casa.
Esta costumbre designaba al visitante, como a un amigo esperado desde mucho tiempo antes; estaban prescriptas demostraciones a que no podía sustraerse el huésped, bajo pena de desmerecer el carácter de amigo que le confería la hospitalidad. Nos encontrábamos muchos en este banquete. Tomaron parte en él varios parientes, algunos notables del pueblo, todos mis discípulos de Galilea, Marcos,
  Jose de Arimatea, mi madre, Salomé, Verónica y muchas amigas y compañeras de Marta, formando en fin un total de treinta y nueve personas. Marta, que debía formar el número cuarenta, prefirió, según manifestaciones de ella al finalizar los preparativos, el honor de servirme, juntamente con María de Magdala, Juana, Débora y Fatmé.
María, hermana de Simón, permanecía casi constantemente detrás de él, que estaba sentado a mi frente, en el centro de la mesa. Su intención bien resuelta, era la de contemplar mi semblante, de sorprender mis más pequeños gestos, de saborear mis palabras, estudiando todas las graduaciones de mis impresiones, de abandonarse finalmente a ese instinto especulativo del alma, que desprecia las formas exteriores para elevar el pensamiento y concentrar su deseo en el sublime ideal. La conversación debía naturalmente girar alrededor del motivo de la reunión.
Mis conocimientos espirituales, mi dependencia divina, exaltaron las imaginaciones y me vi obligado a explicar el origen de mi fuerza moral, para luchar en contra de la efervescencia que pretendía hallar el don del milagro, en lo que tan sólo existía la armonía de las cualidades sensitivas del alma con la fácil penetración del espíritu.
Para mejor convencer a mis oyentes, pasé revista a mi vida de apóstol y di a cada uno de mis actos, tenidos por sobrenaturales, el justo valor que les correspondía dentro de mis afirmaciones. Me mostré como el Mesías preparado para su misión con sólidos estudios sobre el poder de los elementos, sobre la propiedad de las plantas, la debilidad del espíritu humano y el imperio de la voluntad. Hice depender todas mis alianzas espirituales de una misma fuente: la larga vida del espíritu,
y todas mis manifestaciones ostensibles del encadenamiento práctico y sabio de las causas y de los efectos.
Deduje de la ciencia humana, los caracteres ostensibles de mis medios curativos y de la ciencia divina, la felicidad de mi alma, la cual arrojaba sus reflejos sobre las almas oprimidas y los espíritus enfermos. Establecí finalmente la grandeza de mi fe, la inmensidad de mis esperanzas con tan fogosas imágenes y con tales arranques de entusiasmo, que Simón, presentándome un vaso lleno, me suplicó que mojara en él mis labios, a fin de mezclar el soplo divino con el soplo mortal, y de confundir el salvador con él, el humilde resucitado, honor que él pedía, gracia que recibiría con la ardiente fe, con el amor inextinguible que le inspiraba el hijo de Dios.
En ese momento y después de haber contentado a Simón, oí como un sollozo a mi lado. Me di la vuelta y vi a María. Ella se había separado de su hermano para acercarse a quien había sido llamado salvador; su gratitud, su culto se traducían en acentos entrecortados, en espasmos de la voz, y su espíritu sobreexcitado por mis demostraciones, venía a implorar el apoyo de mi fuerza en contra de la violencia de sus ilusiones. Tomé a la niña entre mis brazos, su cabeza se inclinó y sus cabellos
sueltos formaron un marco de ébano a su rostro inanimado. Todos los ojos quedaron fijos con semblantes ansiosos, a la espera del desenlace de tal crisis, cuyo final se anunció con algunas lágrimas y un débil sonrojo de la piel. María se despertó como de un sueño, sin darse cuenta de la emoción que había sufrido, y también con un sentimiento de felicidad. Expliqué a Simón la extremada sensibilidad de la hermana y le indiqué con insistencia que no debía jamás contrariar bruscamente en su excentricidades a esa alma tan exuberantemente dotada, a ese espíritu tan despóticamente gobernado por el alma.
Apenas vuelta en sí, María desapareció. Me encontraba, por consiguiente, en buenas condiciones para hablar de un accidente que me sugirió numerosas observaciones sobre las naturalezas corporales, dominadas por visiones demasiado fuertes del alma y por ambiciones demasiado fuertes del espíritu. Enseguida me dejé transportar, como siempre, por mi movediza fantasía, hablando con frases
sentenciosas y proféticas, en evocaciones de mi espíritu hacia el Ser Supremo.
Habíamos llegado al final del banquete, y nadie ya comía ni bebía, sino que todos habían quedado pendientes de mis palabras. Me elevé paulatinamente hacia lo absoluto de mis ideas, referente a las alianzas de los mundos y de los espíritus. Poco a poco me sentí como separado de los que fraternizaban conmigo en ese banquete, viéndome rodeado de los hombres del porvenir, y se me presentó, tras sucederse los siglos, mi emancipación de esta Tierra. Después, atraído por el sentimiento de la actualidad, hablé de mi muerte, rodeándola de todas las seducciones de la gloria
inmortal. Les anuncié que casi todos me abandonarían, les prometí que los honraría en sus esfuerzos o los consolaría en sus arrepentimientos, que los dirigiría hacia la luz mediante los dones del espíritu para con el espíritu y que los elevaría con la persistencia de mi amor.
Juan como siempre, se encontraba a mi izquierda y se esforzaba en ese momento por conocer a los que yo había querido aludir al hablar de abandono. A este deseo, manifestado en una forma de pregunta, contesté que la presciencia respecto a los sucesos se hace fácil mediante el esfuerzo del espíritu en el estudio de los hombres y de las cosas.
Muchos me abandonarán, añadí, porque muchos son débiles y miedosos. Algunos me renegarán, otros me traicionarán, tal vez para eludir la responsabilidad o para satisfacer su hastío.
Los hombres no son suficientemente creyentes en mi fuerza de Mesías y la proximidad del peligro los separará de mi lado. Pero después de mi muerte los hombres de quienes hablo, comprenderán la
cobardía de su conducta y mi espíritu se les aproximará nuevamente para continuar la obra que he fundado.
Hermanos míos, yo no señalé de un modo más preciso los que me habían de abandonar, renegar o traicionar. La razón, os la doy con mi contestación, a ese discípulo tan audaz en su fanatismo, como exagerado en sus testimonios de amor. La luz que brilla de la ciencia espiritual es la guardiana de las fuerzas humanas para perseverar en las actividades del alma y en el heroísmo del espíritu, mas no podría determinar una violación de la ley que quiere que la materia sea un obstáculo para la visión completa del alma y del espíritu. Yo gozaba deliciosamente con los honores que se me prodigaban y cuando Marta derramó agua perfumada sobre mis manos y su joven hermana me la salpicó por la cabeza y por las ropas, me mostré feliz al contemplar la felicidad que ellas experimentaban. La tarde terminó en medio de una alegría expansiva, que nada vino a turbar.
Hermanos míos, en el capítulo siguiente de este libro pasaremos revista a las causas del odio de los sacerdotes y de mi condena. Después continuaremos la exposición de los hechos que precedieron a mi muerte.
finaliza otro capitulo de la maravillosa vida de Jesús,