viernes, 4 de noviembre de 2016

VIDA DE JESÚS DICTADA POR EL MISMO XV 1ª PARTE


Sigo con la vida de Jesús, tan interesante y emocionante que es para mi un balsamo de amor.
La gracia es el beneficio de la fuerza; la fuerza resulta del progreso del espíritu, y todos los espíritus se elevan mediante las pruebas de la vida carnal, cuando comprenden sus enseñanzas. Jesús, desde la felicidad espiritual, hacia la cual lo llevaron los oprobios humanos, tuvo que preparar sus derechos a una gloria cada vez más luminosa, así les sucederá a todos los que llegan al desarrollo de las fuerzas
por medio de la voluntad.
En este capítulo, hermanos míos, tendremos que exponer la doctrina pura de Jesús, haciendo notar las manchas impresas en esta doctrina por los sucesores de Jesús y por él mismo en su última estada en Jerusalén.
Rodeado en Betania de sus amigos más queridos, Jesús no les abrió lo bastante el camino del porvenir mediante un amplio desarrollo de su doctrina y en Jerusalén cometió el error de no erigirse el fundador de una nueva religión. Jesús tenía que haber repudiado toda cohesión con el pueblo judío y morir afirmando su fe sobre otros principios, que no eran los de la ley mosaica.
Las palabras de sentido ambiguo, las parábolas desprovistas de elevación, porque derivaban de la vida exacta y regular de pueblos laboriosos, los discursos oscuros, la sublime teoría de la igualdad, de la fraternidad, de la libertad individual, que parecía hasta entonces urdida con poca habilidad a la organización viciosa e incorregible de la sociedad humana, todo tenía que desaparecer e iluminarse en
medio de los últimos preparativos de la separación. ¡Ay de mí! Dios fue testigo de los dolores de mi alma, de los arrepentimientos de mi espíritu; mas Él consoló mi alma con su fuerza y reservó para mi espíritu el encargo de un perfecto cumplimiento. ¡Me complazco de las tinieblas al salir de las deslumbradoras luces! ¡Quiero desafiar el desmentido brutal y después de haber dejado los efluvios del amor independiente y generoso, me entrego a la humanidad terrestre para desmenuzar sus cadenas y mostrarles a su Creador!.
Coloquemos debajo de nuestros ojos las semejanzas que existen entre la época de las pruebas humillantes de Jesús y los tiempos de espantosas y convulsivas torturas del estado social. La desconfianza del pueblo de Jerusalén se apoyaba en las pruebas que se le daban respecto a mis contradicciones. Mi firmeza en rechazar toda participación en los hechos milagrosos que se me habían atribuido, influyó aún más para aumentar la desconfianza del pueblo. ¿Por qué, repetía el pueblo, permitió él que se le presentara como un sanador inspirado, mientras afirma ahora no haber
sanado a nadie de un modo sobrenatural?.
José y Andrés se atribuían el honor, por burla, de ser los hijos de Dios. María, mi madre, parecía oprimida por la vergüenza y el disgusto. Las mujeres que me acompañaban temblaban presentándome un resguardo con sus cuerpos, y mis nuevos amigos se interponían entre la multitud irreverente y mis discípulos de Galilea. Tales fueron los preliminares de una justicia que se hizo fuerte con el gran nombre de Dios, para luchar en contra de su Mesías y en contra de los intereses de su pueblo,
para abatir al defensor del pueblo.
Hoy, hermanos míos, la doctrina de Jesús, mal comprendida en principio, tanto por la natural debilidad de Jesús, como por efecto de sus más celosos defensores, la doctrina de Jesús, repito, es mal conocida hasta el punto  de que Jesús es un Dios para algunos, un loco para otros y un mito para la mayoría. Los hombres que se creen capaces de dirigir a la humanidad, discuten el poder soberano o no hablan de él jamás; los de espíritu más independiente se inutilizan en las orgías, o dan muestras de sí con acciones miserables, los menos irreligiosos sostienen todas las instituciones en oprobio al Dios de amor y de paz, y la negación de mi presencia aquí descansa en la pretendida imposibilidad de las relaciones espirituales.
 En este dédalo de negras herejías, de despreciables defecciones, de absurdos errores, domina como en los días de la revuelta del pueblo de Jerusalén en contra de Jesús, el loco orgullo de las pasiones inconscientes y el desafío de delincuentes concupiscencias.
Jesús preparado para la lucha y profundamente convencido de su misión divina, hacía depender demasiado su coraje del coraje de los que él amaba y la idea democrática bebida por él en un sentimiento religioso exaltado, pero razonado, no se levantaba lo suficiente por encima de las alegrías del corazón. La ingratitud, el abandono, la calumnia, llenaron el alma de Jesús de una pretenciosa compasión y sellaron sus labios cuando justamente hubiera sido de la mayor habilidad, el anunciar
la religión universal a todos los pueblos de la Tierra.
En este momento Jesús mira hacia la humanidad, presa toda ella en parte del ateísmo y en parte de la superstición y por más que él se sienta tan golpeado por los escépticos como por los relajados y por los hipócritas, permanece impasible en el poder de la idea, en la fuerza de la acción, las que no están ya sujetas a las debilidades de la naturaleza humana. El amor se vuelve una fuerza de entidad
espiritual, y si de la enseñanza práctica de su vida de abnegación, Jesús no pudo recabar los honores populares con que contaba, no por eso resulta menos el dulce apoyo de los pobres y de los humildes, el juez severo de los prevaricadores y de los conquistadores.
Dictemos los principales pasajes de las últimas predicaciones de Jesús y sacaremos en consecuencia que las falsas estimaciones provienen, sobre todo, de las omisiones y de las referencias apócrifas.
Cuando él quiso dar testimonio de su prestigio de hijo de Dios en Jerusalén, pronunció estas palabras: Yo soy aquel que mi Padre enviara para daros su ley; quien quiera que me siga verá a Dios. Yo camino por el sendero de la verdad y la luz resplandece en mí.
Pedid y se os dará, buscad y encontraréis. Ello quiere decir que Dios es una ciencia y contesta a los que trabajan. Estudiad el origen de los males y el de los beneficios y reconoceréis la justicia de Dios.
Alejaos de los vicios y de los ruidos de la Tierra para interrogar a Dios y escuchar lo que os contestará.
Yo soy el hijo de Dios, pero este honor fue merecido por mí y os digo: Todos los hombres de buena voluntad pueden llegar a ser los hijos de Dios.
No me preguntéis adónde voy y de dónde vengo. Tan sólo mi Padre conoce mi porvenir, y mi pasado permanece secreto para mí, mientras el polvo que envuelve mi espíritu se mezcla con el polvo de los muertos.
Destruid en vosotros al hombre viejo y dejad hablar al hombre nuevo. Mientras quede en vosotros algo del hombre viejo, las pasiones serán las más fuertes y el viento soplará sobre vuestros proyectos.
Humillaos delante de Dios y no busquéis la dominación entre los hombres. Arrojad lejos de vosotros las cosas inútiles y cumplid la ley del amor.
Disminuid vuestros gastos para socorrer a los pobres; el que todo lo haya dado a los pobres será rico delante de Dios. Levantad lejos de aquí vuestra vivienda, puesto que, os lo digo, el hombre es pasajero sobre la Tierra. Su familia lo espera; su familia lo seguirá en otro lugar y tendrá aún que trabajar para reparar las pérdidas presentes.
No debilitéis vuestra fe con investigaciones estériles, con un estancamiento más estéril aún, mas practicad los mandamientos de Dios y la luz os llegará, puesto que la luz es una mirada de Dios.
Todo el que cumpla con la ley y desee la luz conquistará la ciencia, no esa ciencia banal que concluye con todas las cosas de este mundo, sino otra ciencia que lo explica todo.
Felices los que comprenderán estas palabras. Felices los hombres de buena voluntad, el Reino de mi Padre les pertenecerá.
Ante estos sermones, ajenos a toda ortodoxia, los doctores de la ley me amenazaron con cerrarme las puertas del Templo. Si el pueblo me hubiera parecido deseoso de conocer la definición de la ciencia y de la luz de las que hablaba, yo habría desafiado la prohibición y habría hecho valer los derechos de un profesor religioso, que no atacaba ninguno de los dogmas reconocidos, pero las malas disposiciones del pueblo me sorprendieron y resolví retirarme a Betania.
Durante el período transcurrido entre la primera defección del pueblo y los actos atroces de que el mismo pueblo fue autor, Jesús no puso ya límites a sus expresiones y el mismo sentimiento de su elevación le inspiraba arranques de furor y profecías de desastres. Él fustigaba a su gusto a los que llamaba los hipócritas y los perversos, y señalaba con anticipación, casi como para oprimirlos después con el terror, a los frágiles en el amor, a los indecisos en la fe, a los desconfiados, a los
ingratos, a toda esa masa de ignorantes y viles que habían de oprimir su cuerpo, sembrar la indecisión en su alma y debilitar casi su confianza en Dios.
Sois sepulcros blanqueados que la herrumbre y los gusanos corroen su interior. Poseéis ropas, los pobres se encuentran desnudos, y os reís cuando los niños lloran de frío y de hambre.
Andáis publicando a gritos vuestras obras, mientras en el interior de vuestras casas se esconden la orgía y el delito. Denunciáis ante el mundo a la mujer adúltera y engañáis a Dios con las apariencias de castidad, mientras vuestro espíritu se encuentra turbado por deseos impuros y ambiciones deshonestas. Condenáis el vicio de los pobres pero guardáis silencio respecto a los escandalosos desórdenes de los emperadores y de la vergonzosa servidumbre de los cortesanos.
Os llamáis los sacerdotes de Dios, los privilegiados del Señor y amontonáis riquezas sobre riquezas e incensáis a los déspotas y conquistadores. Yo soy el Mesías, hijo de Dios, y os anuncio que este templo se derrumbará, que no quedará piedra sobre piedra de vuestros edificios, una nueva Jerusalén se levantará sobre las ruinas de la antigua; vuestros descendientes buscarán el lugar donde se ejercitaba vuestro poder y los fastos de vuestro orgullo se desvanecerán como una sombra.
Tanto que me decretéis honores como que me condenéis a morir, mi nombre sobrevivirá a los vuestros y la ley que traigo prevalecerá sobre la que vosotros predicáis sin cumplirla.
Hipócritas, que tenéis la boca llena de miel y el corazón lleno de ira y de odio. Déspotas, asesinos sin fe, vil majada de esclavos encadenados durante la noche, cueva infecta de bestias venenosas, despreciable caterva de gente embrutecida y apestada, sois el mundo que está por terminar y yo predico un mundo nuevo, una tierra prometida, la verdad, la justicia y el amor. Intérpretes de un Dios vengativo, implacables proveedores de la muerte, la ciencia de la inmortalidad os dirá a todos,
que Dios es bueno y que la vida humana tiene que ser respetada.