domingo, 24 de enero de 2016

FE Y PACIENCIA

Entrégate a El.
Cuando el sufrimiento te visite el alma presentándote renuncias, sacrificios y esfuerzo,
mantén la fe en la intimidad del corazón, conservando en el alma la esperanza y la paciencia.
Hay movimientos internos esenciales que se hacen con el tiempo, que tal vez aún necesiten ser
ejecutados para vencer los desafíos del momento.
Ten la certeza de que todos los que te rodean se sustentan y gravitan alrededor de tu campo
magnético y bendice en ellos tus características, sueños y deseos.
Todos se ayudan en la humanidad como criaturas divinas e imperfectas a camino de la expresión
más integral de la presencia del Padre.
En cualquier momento la misericordia divina puede alterar el panorama terrestre y sorprenderte con las circunstancias.
Entrégate a Él con fe y paciencia porque Él resolverá lo demás.
Extraído del libro píldoras de Esperanza Andrei Moreira
   

miércoles, 6 de enero de 2016

VIDA DE JESÚS DICTADA POR EL MISMO CAPITULO XV 3ª PARTE

Sigo con la vida de Jesús tan importante y maravillosa:
¡Fe resplandeciente! Tú nos confías el secreto de nuestros destinos. Tú nos das la explicación de Dios, de la sublimidad de sus leyes, del poder de su justicia y de su amor; tú señalas el deber con la seguridad de ser comprendido… El deber descansa en el cumplimiento de la ley general y en las obligaciones morales, establecidas en nombre de los principios del derecho individual. La ley general, principio de derecho individual, emancipación deducida de una creación inteligente. Inmortalidad, consecuencia de la perfectibilidad. Vosotros exhibís el espíritu humano despreciando las grandezas universales, porque el espíritu humano practica o aprueba el homicidio. La familia humana sobrepasa todos los errores del juicio, cuando afirma el derecho de muerte. Dios, árbitro soberano de los espíritus, les concede el cuerpo como instrumento, y el cuerpo se conserva más o menos tiempo, según la dirección que le es impresa por el espíritu y el lugar habitado por el espíritu y por el cuerpo.
Decrecimiento anticipado de fuerza, o debilidad de nacimiento, intermitencia de salud y de enfermedad, desarrollo feliz o extenuación prolongada, amplitud de manifestación u opresión servil, decadencia natural o accidentes fortuitos, todo ello demuestra el cansancio actual o el cansancio precedente, todo ello explica la disciplina universal por medio de la prueba y de la rehabilitación, y rechaza los nombres, monstruosamente estúpidos como: Dios de las armadas, Dios vengador, Dios celoso, Dios terrible. Viles asesinos, defensores embrutecidos de una mala causa, defensores sagaces de una causa incomprensible, heresiarcas realmente convencidos o valientes apóstoles de una falsa religión que creéis verdadera, vosotros sois todos más o menos culpables delante de Dios y Dios os juzgará. Delincuente endurecido, has de permanecer aplastado mientras no aparezca el arrepentimiento como indicio de castigo y la expiación voluntaria te sea tenida en cuenta como atenuante. Mas llegado a este punto, podrás trabajar bajo las miradas de Dios y tu trabajo será recompensado. ¡Pobre ignorante! Has de vegetar entre vaguedades e indecisiones, hasta la aparición de una luz lejana, que irá aproximándose y haciéndose cada vez más visible. Libres o encadenados, maestros de verdades, discípulos conscientes del error, Dios os tendrá en cuenta las circunstancias de esos errores, de la causa de vuestras debilidades y repararéis vuestras culpas y gozaréis de los honores debidos a las reparaciones.
Así es la justicia de Dios. Ella levanta a los más grandes culpables, ordena la emancipación, lleva cuenta de los trabajos, pesa los actos de valor, prepara nuevas  glorias a sus Mesías, después de haber purificado sus Espíritus, ofuscados por las glorias precedentes.
Justicia de los hombres, ¿cuándo llegarás a ser una copia de la justicia de Dios?.
(Hermanos míos, empleo aquí la palabra justicia para designar vuestra fuerza social; mas vuestra fuerza social encontrándose privada de la idea que manifiesta la palabra justicia, reconozco que esta palabra es deficiente y seguiré empleándola tan sólo para ser comprendido.)
¡Justicia de los hombres, la que deja envilecerse, con todos los vicios una forma humana, y que, en un momento dado, toma esta forma humana y mata con el pretexto de dar un ejemplo necesario para la sociedad, embrutecida con las más abominables máximas de inmoralidad y desprovista del sentido intelectual hasta el punto en que, por una parte, los mandamientos de Dios continuamente repetidos, no
se ven jamás observados, y que, por otra parte, se niega la existencia de Dios. Justicia de los hombres, la que decreta la muerte con el sentimiento del deber cumplido que se apoya en la mentira, al invocar a Dios para matar, y que resulta siempre como una consecuencia de los instintos de la naturaleza bestial, cualquiera que sea la creencia religiosa de que alardee!.
Depositarios de la fuerza social, los puestos que vosotros ocupáis en este mundo de pruebas, son consecuencia natural de las debilidades humanas y preparan otras dependencias humanas. La expresión de vuestro poder, no habiendo tenido jamás como causa motriz la emancipación de los espíritus y el justo reparto de las ayudas materiales, constituirá siempre una vergüenza y una condena para vosotros.
Recabaréis el sentimiento de vuestra inferioridad del recuerdo de las explosiones de vanidad de vuestro orgullo y sufriréis la terrible pena del Talión, aplicada inexorablemente en todos los casos de sangre, derramada deliberadamente o con la fría crueldad de una inteligencia humana. He aquí ¡oh depositarios de la fuerza social!, los castigos aplicados a todos los hombres, que han dirigido a otros hombres sin antes iluminarse con el sentido moral e intelectual de los seres superiores. Justicia de Dios, que la misericordia te acompañe, puesto que dejas una puerta abierta para el arrepentimiento. Justicia de los hombres, te acompaña la más espantosa demencia, puesto que, o nada sabes de la inmortalidad, y entonces arrojas a un precipicio sin fondo todos los pensamientos cuyo origen no puedes explicar, esas pulsaciones que hacen palpitar otros corazones, esas fuerzas que parecen
destinadas a producir más de lo que ha producido hasta ese momento, o tienes nociones respecto a la inmortalidad, ¿y por qué entonces te atreves a estorbar el camino hacia la inmortalidad? ¡Espantosa demencia! Ya lo dije. Justicia humana, Jesús como todos los condenados, que tienen tiempo para ello, podía ensayar iluminarte para salvar su vida, pero Jesús debía considerarte suficientemente iluminada, y no se defendió. Justicia humana, pregunta a tus mártires por las diversas fases de su agonía, todos te dirán que jamás habían amado como en ese momento, a los que estaban llegando. Todos ofrecerán minuciosos detalles respecto a la calma mentida y a los alardeados actos de coraje, que deponen en favor de su valentía en el mismo momento en que el corazón gime, despedazado por las ansiedades de la duda, de la vergüenza, de los remordimientos y de la naufragada esperanza, cuando el alma
tiembla en frente de la horrible visión que le proporcionan los aparatos accesorios del suplicio, inventados por la maldad en medio de sus orgías. ¡Gran Dios! ¡Cuánta sangre derramada sobre esta Tierra! Tiemblo al pensar en el pasado, en el porvenir, en el presente, en todos los países, en todas las religiones, en todos los orígenes, en todas las castas, en todas las sucesiones, en todas las ambiciones y hasta en todos los caprichos manchados de sangre, y dirijo a todos los mártires mis reminiscencias de mártir, y elevo con fuerza mi voz hacia Dios, suplicando: «Piedad, misericordia Padre mío, para estos hombres, que una sociedad perversa ha empujado hacia el delito, mediante el ateísmo, y a los que castiga luego con el delito». Digo a todos los justos: «Lo mismo que vosotros he sufrido por la separación de la carne, lo mismo que vosotros, he fatigado mi espíritu en la contemplación de las miserias morales, lo mismo que vosotros, dudé de la utilidad de mi vida. Y en este momento solemne en que la naturaleza luminosa del espíritu se turba bajo el peso de las aflicciones de la vida corporal, en ese momento precursor de mi libertad, la elevada figura de Dios pareció debilitarse y mi espíritu se llenó de dolor y de pesaroso recordar».
¡Ay de mí! Las explosiones de una alegría grosera, los insultos de un pueblo engañado, el abandono de la mayor parte de los que me amaban, la desesperación de las mujeres que me veían morir, la opresión de una intensa sofocación, todas las lívidas armonías de las últimas torturas del alma y del cuerpo, arrojaron en mi espíritu una profunda tristeza que estalló en esta quejumbrosa plegaria:
«Padre mío, ¿por qué me has abandonado? Mártires, mayor que vuestra fe, fue la mía, mas si desmayé ante las atrocidades de la ingratitud humana, si sentí entorpecerse mi voluntad y titubear mi amor fraterno, fue porque las dependencias de los espíritus se convierten en escollos para los grandes caracteres, cuando la fuerza de lo alto no los sostiene suficientemente en contra de los embates que lo asaltan desde abajo. Es que tenía aún demasiadas ligaduras para que pudiera recogerme en Dios sólo. Mártires, la gran voz de Dios os lo dice por mi boca: El espíritu se eleva rápidamente en el estudio de las leyes eternas, a raíz de una muerte impuesta violentamente, cuando esta muerte no es el coronamiento de una vida manchada por el homicidio».
Hermanos míos, que un hombre depravado levante su mano sacrílega en contra de una vida humana, no significa en manera alguna que una cantidad de hombres tenga derecho de matar al asesino, puesto que la muerte sólo le corresponde a Dios y no puede ser un medio para el uso de las criaturas. Cualquiera que sea la forma dada al asesinato, el derecho de asesinato no puede existir, puesto que Dios no
ha pretendido alterar tácticamente y según las circunstancias, las palabras: Tú no matarás. Conclusión: La aplicación de la pena de muerte es un insulto al Creador.
Otra conclusión derivada del mismo mandamiento, tú no matarás, es: La guerra y todos los actos que inundan la Tierra de sangre constituyen negaciones al principio divino y al mismo tiempo, asquerosas saturnales del espíritu en delirio. Pasemos ahora, hermanos míos, a hablar de la enfermedad de Simón.
Yo me había ausentado de Betania, llevando conmigo algunos de mis discípulos de Galilea. Teníamos que visitar las Sinagogas más cercanas de Jerusalén.
En Galilea, la sencillez cordial de los habitantes, mi elocuencia casi siempre improvisada, mis preceptos de moral ampliamente desarrollados, con una familiaridad que no excluía el respeto debido a la palabra de Dios, mis conversaciones fácilmente concedidas por mí, el derecho que otorgaba a todos de observar mis actos humanos, así como de interrogar mi ciencia espiritual, nuestras
reuniones íntimas, a las cuales yo daba a menudo participación a nuevos iniciados, con el objeto de iluminar al pueblo con testimonios insospechables de devoción anterior a mi persona, y, en fin, en el teatro estrecho de mi emanación de apóstol, todo había contribuido a mantener la persuasión de mi autoridad divina. Mas en Jerusalén y en sus alrededores, el pobre Galileo había de ser contradicho a cada instante. Las Sinagogas habían de serle hostiles, los fanáticos y los hipócritas le lanzarían injurias y el desprecio cuyo desenlace se apoyaría en estas palabras: Es mejor que un hombre perezca, antes que por él se conmueva la fe de una nación.
Fuimos tan mal recibidos en todas partes desde el principio de nuestra gira, que creíamos inútil el intentar nuevas pruebas en las Sinagogas, de las que nosotros constituíamos el escándalo, como decía la gente devota, y nos retiramos los dos hijos de Salomé, Mateo, Tomas, mi tío Jaime y yo en la ciudad de Efrón. Permanecimos allí dos semanas y mientras gozábamos del reposo de la intimidad, tuvimos la satisfacción de aumentar el número de nuestros fieles. De una parte y de la otra nos dirigíamos las más tiernas despedidas, unidas a las más dulces promesas de volvernos a ver. Tan sólo yo sabía que no volvería. Mi hora se aproximaba.
Volveré el próximo día con esta interesante vida que fascina esta vida tan intensa y importante como es la vida de nuestro gran amigo Jesús