jueves, 17 de noviembre de 2011

LEY DEL PROGRESO

Hay dos especies de progreso, que se prestan mutuo apoyo pero que, sin embargo, no marchan juntas: el progreso intelectual y el progreso moral. El progreso moral no siempre acompaña al progreso intelectual.» Es consecuencia de éste, pero no siempre lo sigue inmediatamente».
El Espíritu progresa ascendiendo en forma insensible, pero el progreso no se efectúa simultáneamente en todos los sentidos. Durante un período de su existencia adelanta en lo científico; durante otro en lo moral.
«Los mayores obstáculos al progreso son el orgullo y el egoísmo. Me refiero al progreso moral, porque el intelectual se efectúa siempre.
El progreso puede ser comparado con el amanecer. Aunque aparentemente se demore, culmina en el éxito.
La ignorancia, disfrazada con la fuerza y engañada por la falsa cultura, no pocas veces se ha levantado para crear obstáculos al desenvolvimiento de los hombres y los pueblos Pero él llega inevitablemente, altera el aspecto y la estructura que encuentra e implementa recursos, fomentando la belleza, la tranquilidad, el confort, la dicha.
Esta es la marcha del progreso: inexorablemente levantará al hombre del suelo de las imperfecciones, donde todavía se encuentra, en dirección a su glorioso destino: la perfección.
Hay dos tipos de progresos: el intelectual y el moral. El hombre se desenvuelve
por sí mismo, naturalmente. Pero no todos progresan simultáneamente y del mismo modo. Entonces sucede que los más adelantados favorecen el progreso de los otros, por medio del contacto social.
El progreso moral no siempre acompaña al progreso intelectual. Generalmente los individuos y los pueblos adquieren mayor progreso científico y, más lentamente, se moralizan. Con el aumento del discernimiento entre el bien y el mal, por el desarrollo del libre albedrío, crece en el ser humano la noción de responsabilidad al pensar, hablar y obrar. El desenvolvimiento del libre albedrío acompaña al de la inteligencia y aumenta la responsabilidad de los actos.
El desarrollo intelectual no implica la necesidad del bien. Un Espíritu, superior en inteligencia, puede ser malo. Eso sucede con aquel que mucho ha vivido sin mejorarse:
solamente sabe. Por eso encontramos en naciones técnicamente adelantadas, tantas injusticias sociales: falta la moralización de sus componentes humanos.
«Solamente el progreso moral puede asegurar a los hombres la felicidad en la Tierra,
refrenando las malas pasiones; solamente ese progreso puede hacer que reinen entre los
hombres la concordia, la paz, la fraternidad .
En el siglo que vivimos ha habido grandes avances en los diversos campos del conocimiento humano, pero el progreso moral se encuentra muy por debajo del Asunto fabuloso progreso intelectual a que llegó, por eso es que prevalece, en nuestros días, una ciencia sin conciencia y no pocos se valen de sus adquisiciones culturales tan sólo para practicar el mal.
Tarde o temprano los resultados del mal uso del libre albedrío y la inteligencia recaerán sobre los hombres, a través de la ley de causa y efecto y, atormentados por el dolor, ganarán experiencia y entendimiento para equilibrarse y continuar sus jornadas evolutivas.
«El amor y el conocimiento son las alas armoniosas para el progreso del hombre y de los pueblos, progresos que, no obstante las pasiones nefastas todavía predominantes en la naturaleza animal del hombre, es imposible que no sea alcanzado. Los mayores obstáculos a la marcha del progreso moral son, sin sombra de dudas, el orgullo y el egoísmo. A primera vista parece que el progreso intelectual multiplica la actividad de aquellos vicios, desarrollando la ambición y el gusto por las riquezas, que a su turno, incitan al hombre a emprender pesquisas que esclarecen su Espíritu. Así es que todo se eslabona, tanto en el mundo moral como en el mundo físico, y hasta del mal
puede nacer el bien. Corta es, sin embargo, la duración de este estado de cosas, que cambiará a medida que el hombre comprenda mejor que, además de la que el gozo de los bienes terrenos proporciona, existe una felicidad mayor e infinitamente más duradera.
No es una facultad portadora de requisitos morales. La moralización del médium es la que lo libera de la influencia de los Espíritus inferiores y perversos que se sienten, entonces, imposibilitados de mayor predominio por faltarles los vínculos para la necesaria sintonía. Rechazar las comunicaciones de ultratumba es repudiar el medio más poderoso de instruirse, ya sea por la iniciación en los conocimientos de la vida futura o por los ejemplos que tales comunicaciones nos proporcionan. Además de eso, la experiencia nos enseña el bien que podemos hacer al desviar del mal a los Espíritus imperfectos, ayudando a los que sufren a desprenderse de la materia y a perfeccionarse. Proscribir las comunicaciones es, por lo tanto, privar a las almas sufrientes de la asistencia que podemos y debemos dispensarles.
Una civilización es completa o evolucionada por el desenvolvimiento moral.
Creéis que estáis muy adelantados porque habéis hecho grandes descubrimientos y obtenido maravillosas invenciones; porque os alojáis y vestís mejor que los salvajes. Sin embargo, no tendréis verdadero derecho a llamaros civilizados mientras no hayáis desterrado de vuestras sociedades a los vicios que la deshonran y no viváis como hermanos, practicando la caridad cristiana. Hasta entonces seréis solamente pueblos esclarecidos, que han recorrido la primera fase de la civilización.
La civilización creó necesidades nuevas para el hombre, necesidades relativas a la posición social que éste ocupa. Entonces se tiene que regular, por medio de leyes humanas, los derechos y deberes de esa posición.
MARCHA DEL PROGRESO, CIVILIZACIÓN
«El progreso, para ser legitimo no puede prescindir de la elevación moral de los hombres, que se inspira en el Evangelio, siempre vigente.
Las conquistas de la inteligencia, a pesar de ser valiosas, cuando carecen de la santificación de los sentimientos conducen al desvarió y a la destrucción.
Para ser autenticas, las adquisiciones humanas deben cimentarse en los valores éticos, sin los cuales el conocimiento se convierte en un vapor tóxico que culmina por aniquilar a quien lo retiene.
La Humanidad progresa por medio de los individuos que poco a poco se mejoran se instruyen. Cuando éstos prevalecen por el número, toman la delantera y arrastran a los otros. De tiempo en tiempo surgen en el seno de la humanidad hombres de genio que le dan impulso; vienen después, como instrumentos de Dios los que tienen autoridad y, en algunos años, la hacen adelantarse como si se tratase de muchos siglos.
La marcha del progreso es ascendente, sea intelectual o moralmente hablando. No obstante, el hecho de que una nación progrese científicamente más que otra, no significa que sea moralmente más adelantada. Civilizar quiere decir progresar, pero es un progreso incompleto.
Para llegar a un estado de civilización completa, estado de humanidad moralmente evolucionada, deberán ser realizadas muchas conquistas, tanto en el campo moral como en el intelectual.
Existen diferencias entre la civilización completa o evolucionada y los pueblos esclarecidos. Cuando un pueblo sale del estado salvaje o de barbarie y, por fuerza del progreso, adquiere nuevos conocimientos, se inicia el proceso de civilización; pero, esta civilización es, todavía, incompleta porque su progreso es incompleto. Como todas las cosas, la civilización presenta gradaciones diferentes. Una civilización incompleta es un estado transitorio, que genera males especiales, desconocidos para el hombre en el estado primitivo. No obstante, no por eso constituye menos un progreso natural, necesario, que trae consigo el remedio para el mal que causa. A medida que la civilización se perfecciona hace cesar algunos de los males que generaron, males que desaparecerán, en su totalidad, con el progreso moral.
De dos naciones que hayan llegado a la cúspide de la escala social, solamente puede considerarse como la más civilizada, en la legitima acepción del termino, a aquella donde exista menos egoísmo, menos codicia y menos orgullo; donde los hábitos sean más intelectuales y morales que materiales; donde la inteligencia se pueda desenvolver con mayor libertad; donde haya más bondad, buena fe, benevolencia y generosidad reciprocas; donde menos enraizados se muestren los prejuicios de casta y de cuna, por eso que tales perjuicios son incompatibles con el verdadero amor al prójimo; donde todo hombre de buena voluntad esté seguro de que no le faltará lo necesario.
En la pregunta 793 de «El Libro de los Espíritus» los Espíritus Superiores Esclarecen perfectamente respecto a la diferencia señalada: una civilización completa, la reconoceréis por el desarrollo moral. Creéis estar muy adelantados porque habéis hecho grandes descubrimientos y obtenido maravillosas invenciones; porque os alojáis y vestís mejor que los salvajes. Sin embargo, no tendréis verdadero derecho a llamaros civilizados sino cuando hayáis desterrado de vuestras sociedades a los vicios que la deshonran y cuando viváis como hermanos, practicando la caridad cristiana. Hasta entonces seréis solamente pueblos esclarecidos, que han recorrido la primera fase de la civilización.
en lo que corresponde a la evolución de los códigos de justicia humana, a
Hamurabi se debe el más antiguo conjunto de leyes conocidas por la Humanidad, en las cuales se tiene una visión de equidad avanzada para la época en que predominaba el poder sobre el derecho, la supremacía del vencedor sobre el vencido.
Posteriormente, las civilizaciones, debido a la necesidad de establecer códigos destinados a regir a sus miembros, ora subordinados a los lineamientos religiosos hora a las imposiciones éticas sobre las imposiciones éticas sobre las que colocaban sus bases, crearon sus estatutos de justicia y orden, que no siempre resultaron felices.
De los primeros moralistas, de la escuela ingenua, a los grandes legisladores, se destacan las figuras de Moisés, el médium del Decálogo, y Jesús, el excelso paradigma del amor, que se consubstanciaron con las necesidades humanas, proporcionando al mismo tiempo los medios liberadores para el ser que marcha en dirección a la inmortalidad.
Desde el derecho romano a los tratados modernos las formulas jurídicas progresan, presentando disposiciones y artículos cada vez más acordes con el espíritu de justicia de que con las ambiciones del comportamiento individual y grupal.
La civilización creó necesidades nuevas para el hombre, necesidades relativas a la posición social que este ocupa. Entonces se tienen que regular, por medio de las leyes humanas, los derechos y deberes de esa posición.
Cuanto menos evolucionada fuera la sociedad más rígida son sus leyes. «Una sociedad depravada seguramente precisa leyes severas. Lamentablemente, esas leyes están destinadas más a castigar el mal después de hecho, que a eliminar su fuente de origen. Solo la educación podrá reformar a los hombres, que entonces ya no precisaran leyes tan rigurosas.
INFLUENCIA DEL ESPIRITISMO EN EL PROGRESO
La primera revelación, personificada en Moisés, la segunda, en Jesús, fueron producto de una enseñanza individual, resultando forzosamente localizadas, «es decir, que aparecieron en un solo punto, a partir del cual la idea se propago poco a poco; pero, fueron necesarios muchos siglos para que alcanzasen los extremos del mundo, sin invadirlo totalmente. La tercera tiene lo siguiente de particular: por no estar personificada en un solo individuo, surgió simultáneamente en millares de puntos diferentes, que se transformaron en centros o focos de irradiación. Al multiplicarse esos centros, sus rayos se reúnen poco a poco, como los círculos formados por una multitud de piedras lanzadas al agua, de tal suerte que, en determinado tiempo, acabaran por cubrir toda la superficie del globo. «Esta circunstancia le da una fuerza excepcional y un irresistible poder de acción. más aun, si la combatieran en un individuo, no podrán combatirla en los espíritus, que son la fuente de donde proviene. Ahora bien, como los Espíritus están en todas partes y existirán siempre, si por un acaso imposible consiguieran sofocarla en todo el globo, reaparecería poco tiempo después, porque reposa sobre un hecho de la naturaleza y no se pueden suprimir las leyes de la Naturaleza. He aquí de qué deben persuadirse aquellos que sueñan con el aniquilamiento del espiritismo.
«En cuanto al futuro del espiritismo, los espíritus, como se sabe, son unánimes en afirmar su triunfo próximo, a despecho de los obstáculos que se le opongan. Fácil les resulta hacer esta previsión, en primer lugar porque su propagación es obra personal de ellos: concurriendo al movimiento o dirigiéndolo, saben naturalmente lo que debe hacerse; en segundo lugar, les es suficiente entrever un periodo de corta duración: ven en ese
periodo, a lo largo del camino, a los poderosos auxiliares que Dios les envía y que no tardaran en manifestarse.
La doctrina de Moisés, incompleta, quedo circunscrita al pueblo judío; la de Jesús, más completa, se esparció por toda la Tierra, mediante el cristianismo, pero no convirtió a todos; el Espiritismo, más completo todavía, con raíces en todas las creencias,
convertirá a la humanidad.
«El progreso de la humanidad, sin duda, es lento, muy lento, pero constante e
interrumpido. Aun cuando parezca estar retrocediendo, cosa que ocurre en ciertos periodos transitorios, ese retroceso no es sino el preanuncio de una nueva etapa de expansión.
Lo que hace avanzar siempre son las nuevas ideas que, generalmente, son traídas a la Tierra por misioneros encargados de activar su marcha.
Sin embargo, sucede que la «naturaleza no da saltos» y todo principio más avanzado, que se aparte de los moldes culturales establecidos, solo al cabo de varias generaciones logra ser aceptado y asimilado por los que van en la retaguardia.
Esa resistencia a las concepciones modernas, sean ellas políticas, sociales o religiosas,
parece un mal, pero en verdad es un bien, porque funciona como un proceso de selección natural, haciendo que las que carezcan de real valor desaparezcan y caigan en el olvido, para que solo prosperen aquellas que deban contribuir, efectivamente, al
perfeccionamiento de las instituciones.
El Espiritismo es uno de esos movimientos y está destinado no solamente a abrir un campo diferente de investigaciones para la Ciencia, sino, principalmente, a marcar una nueva era en la Historia, de la Humanidad, por la profunda revolución que provoca
en sus pensamientos y en sus ideales, impulsándola a la sublimación espiritual, por la vivencia del Evangelio.
Tal vez nos pregunten: si es así, si el Espiritismo está predestinado a ejercer gran influencia en el adelantamiento de los pueblos, ¿por qué los espíritus no desencadenan una onda de manifestaciones ostensivas, patentes, de modo que todos, incluso los
materialistas y los ateos, sean forzados a creer en ellos y en las informaciones acerca de lo que nos espera del otro lado de la vida?
Desearíais milagros; pero, Dios los esparce a manos llenas delante de vuestros pasos y, sin embargo, todavía hay hombres que lo niegan. ¿Por ventura, consiguió Cristo convencer a sus contemporáneos, con los prodigios que produjo? ¿No conocéis en el presente a quienes niegan los hechos más patentes ocurridos ante su propia vista? ¿No
hay quienes dicen que no creerían, aunque vieran? No, no es por medio de prodigios que Dios quiere encaminar a los hombres. Por su bondad, Él les deja el mérito de que se convenzan por la razón.»
NECESIDAD DE LA VIDA SOCIAL
La sociabilidad es una ley de la naturaleza a la que el hombre no puede eludir sin perjudicarse, pues es por medio de la relación con sus semejantes que desarrolla sus potencialidades. Dios le dio el habla y otras facultades para que, a través de la vida en sociedad, pudiera evolucionar. El aislamiento priva al hombre de las relaciones sociales que garantizan su progreso. la sociabilidad es instintiva y obedece a un mandato categórico de la ley del progreso que rige a la humanidad.
Sucede que Dios, en sus sabios designios, no nos hizo perfectos, sino perfectibles; así, para alcanzar la perfección a la que estamos destinados, todos precisamos unos de otros, pues no hay cómo desarrollar y perfeccionar nuestras facultades intelectuales y morales sino con la convivencia social, sin la cual el destino de nuestro espíritu seria el embrutecimiento y la atrofia.
Como el fin supremo de la sociedad es promover el bienestar y la felicidad de todos los que la componen, para que el mismo sea alcanzado existe la necesidad de que cada uno de nosotros observe ciertas reglas de procedimiento, dictadas por la justicia y la moral, absteniéndose de todo lo que la pueda destruir.
Ningún hombre posee facultades completas. Mediante la unión social es que las unas completan a las otras para asegurar el bienestar y el progreso. Por eso es que, por precisar unos de otros, los hombres fueron hechos para vivir en sociedad y no aislados. El hombre es, indiscutiblemente, un ser gregario, organizado por la emoción para vivir en sociedad.
Su aislamiento, con el pretexto de servir a Dios, constituye una violencia a la ley natural, que se caracteriza por la huida injustificable de las responsabilidades cotidianas.
«La forma de vida cristiana se distingue por la convivencia social dentro de un clima de fraternidad, en el cual todos se ayudan y socorren, para resolver dificultades y solucionar problemas.
Vivir según cristo es también convivir con el prójimo, aceptándolo con sus imperfecciones, sin erigirse en un fiscal ni pretendiendo corregirlo, sino acompañándolo con bondad, induciéndolo al despertad y al cambio de conducta de motus propio.
Aislarse, por lo tanto, con el pretexto de servir al bien, no deja de ser una experiencias en la cual predomina el egoísmo, apartada de la lucha que forja los héroes y construye a los santos que se caracterizan por la abnegación y la caridad.

sábado, 5 de noviembre de 2011

LAS LEYES MORALES

MANOS HERRUMBROSAS: Esta historia es para leerla con mucha atención y pensar como nos comportamos en la vida que hemos elegido simplemente por tener dinero; se cree uno que lo tiene todo atado y bien atado y por tener dinero se pude comprar todo. Pero un buen día nos viene la muerte, entonces nos encontramos que todo ha sido un sueño que al despertar ya no podemos volvernos atrás para recuperar el tiempo perdido: El equilibrio que debemos tener en nuestra vida, y vernos como hemos sido y sentir lo que hemos hecho; que por haber tenido mucho dinero podíamos comprar todo para nuestra alma ( oraciones etc.) que equivocación la nuestra cuando llegamos a la esfera que debemos ir por nuestro comportamiento; y progreso vemos que no somos ricos y que todo el dinero que teníamos lo hemos dejado en la tierra. y solo nos llevamos el conocimiento adquirido.
Cuando Joaquín Sucupira abandonó el cuerpo, después de los sesenta años, dejó en quienes le conocían la impresión de que subiría al Cielo directamente. Había vivido alejado del mundo, en el precioso confort heredado de sus padres. Hablaba poco, andaba menos, no hacía nada.
Se lo veía con trajes impecables. La corbata ostentaba siempre una perla de alto precio, una pequeña orquídea destacaba la solapa y el pañuelo, admirablemente doblado; caía, impecable, del bolsillo pequeño. El rostro denunciaba su depurado culto a las maneras distinguidas. Cada mañana buscaba, en el cuidadoso barbero una renovada expresión juvenil. El cabello ordenado, aunque escaso, le cubría el cráneo con el mayor esmero.
Decía ser cristiano y, realmente, si bien vivía aislado, no hacia mal siquiera a una hormiga. A pesar de eso afirmaba que los religiosos, de cualquier matiz, le causaban pavor. Detestaba a los sacerdotes católicos, criticaba a las organizaciones protestantes y colocaba a los espíritas en la categoría de locos. Aceptaba a Jesús a su modo, pero no según el propio Jesús.
Las facilidades económicas transitorias le retrasaban las lecciones bienhechoras del concurso fraterno, en el campo de la vida.
Estudiaba, estudiaba, estudiaba…
Y cada vez más se convencía de que las mejores directivas eran las suyas.
Aislamiento individual para evitar complicaciones y disgustos. Admitía, sin reservas, que así efectuaría la preparación adecuada para la existencia después del sepulcro. En vista de eso, el desprendimiento del envoltorio carnal de un hombre tan cauteloso en preservarse, habría de transcurrir como un viaje sin escalas con destino a la Corte Celeste.
Daba a los familiares el dinero suficiente para satisfacer aventuras y extravagancias, para que no lo incomodaran; distribuía abultadas limosnas; para que los problemas de la caridad no visitasen su hogar; se apartaba del Mundo para no pecar. ¿No sería Joaquín? — se preguntaban sus amigos íntimos
— ¿el tipo de religioso perfecto? Distante de todas las complicaciones de la experiencia humana, debido a la fortuna que había heredado de sus parientes, sería imposible que no conquistase el paraíso.
Sin embargo, la realidad que ahora le hacía frente no correspondía a la expectativa general.
Sucupira, en el mundo espiritual, había ingresado en una esfera de acción dentro de la cual parecía no ser percibido por los grandes servidores celestiales. Los veía en destacada actividad, en los campos y en las ciudades. Decían las órdenes divinas, en secreto, a los oídos de todas las personas que colaboraban en servicios dignos. Incluso había llegado a ver un ángel que abrazaba en forma singular a la vieja cocinera analfabeta.
Pero si él se aproximaba a los Mensajeros del Cielo, no lo atendían.
Podía andar, ver, oír, pensar. Sin embargo — ¡Desventurado Joaquín! – las manos y los brazos permanecían inertes. Parecían antenas de mármol, irremediablemente ligadas al cuerpo espiritual. Si intentaba matar la sed o el hambre se veía obligado a caer de bruces, porque no disponía de manos amistosas que lo ayudaran.
Durante mucho tiempo soportó semejante infortunio, multiplicando ruegos y lágrimas, hasta que fue conducido por una entidad caritativa al pequeño tribunal de socorro que funcionaba temporariamente en las regiones inferiores donde vivía compungido.
Una vez reunida la asamblea de espíritus penitentes, el bienhechor que desempeñaba ahí las funciones de juez, declaró que no contaba con mucho tiempo, debido a las obligaciones que lo ligaban a los círculos más elevados y que había ido hasta ese lugar solamente para liquidar los casos más dolorosos y urgentes.
Algunos compañeros, entre los dedicados al bien con devoción, seleccionaron a media docena de sufridores que podrían ser oídos, entre los cuales, en último lugar, figuró Sucupira, exhibiendo los brazos petrificados.
Lloró, rogó, se lamentó. Cuando parecía estar dispuesto a hacer un relato general y pormenorizado de la existencia finalizada, el juez objetó con prudencia:
_ No, mi amigo, no cuente su biografía. El tiempo es corto. Vamos a lo que interesa
Lo examinó detenidamente y, pasados algunos instantes, dijo:
- Su maravillosa agudeza mental demuestra que estudió muchísimo.
Hizo un pequeño intervalo y empezó a interrogar:
- Joaquín ¿estaba casado?
- Sí
- ¿Cuidaba la casa?
- Mi mujer cuidaba de todo.
- ¿Fue padre?
- Sí.
- ¿Cuidaba a los hijos cuando eran pequeños?
- Teníamos suficientes número de criadas y amas.
- ¿Y cuando llegaron a jóvenes?
- Estaban naturalmente confiados a los profesores.
- ¿Ejerció alguna profesión útil?
- No tenía necesidad de trabajar para ganar el pan.
- ¿Nunca sufrió dolores de cabeza por los amigos?
- Siempre huí, receloso, de las amistades. No quería perjudicar ni ser perjudicado.
- El juez se detuvo, reflexionó largamente y prosiguió:
- ¿Adoptó alguna religión?
- Sí, era cristiano – aclaró Sucupira.
- ¿Ayudaba a los católicos?
- No. Detestaba a los sacerdotes.
- ¿Cooperaba con las iglesias reformadas?
- De ningún modo. Son excesivamente intolerantes.
- ¿Acompañaba a los espiritistas?
- No. Temía su presencia.
- ¿Amparó a los enfermos, en nombre de Cristo?
- La tierra tiene numerosos enfermeros.
- ¿Auxilió a las criaturas abandonadas?
- Hay hogares infantiles por todas partes.
- ¿Escribió alguna página consoladora?
- ¿Para qué? El mundo está lleno de libros y escritores.
- ¿Utilizaba el martillo o el pincel?
- No, absolutamente.
- ¿Socorrió a los animales desprotegidos?
- No
- ¿Le agradaba cultivar la tierra?
- Nunca.
- ¿Planto árboles bienhechores?
- No, tampoco.
- ¿Se dedicó al servicio de canalizar las aguas, para proteger paisajes empobrecidos?
Sucuspira hizo un gesto de desdén e informó:
- Jamás pensé en esto.
El instructor le hizo indagaciones sobre todas las actividades dignas conocidas en el Planeta. Al final del interrogatorio, opinó sin dilaciones.
- Hay una explicación para su caso: Ud. Tiene las manos cubiertas de herrumbre.
Ante la cara del amargado interlocutor, aclaró:
- Es el talento no usado, mi amigo. Su remedio está en regresar a la lección. Repita el curso terrestre.
Joaquín, confundido, deseaba más amplias explicaciones.
No obstante, el juez, sin tiempo para oírlo, lo entregó al cuidado de otro compañero.
Rogelio, un carioca ingresado en el mundo espiritual en 1945, lo recibió con el semblante amable y feliz y, luego de escuchar sus extensas lamentaciones, pacientemente, lo invitó:
- Vamos, Sucupira. Ud. Entrará en la fila en pocos días.
- ¿Fila? – interrogó el infeliz, boquiabierto.
- Sí – agregó el alegre ayudante – en la fila de la reencarnación.
Y, empujando al paralítico por los hombros, concluía sonriendo:
- Lo que Ud. Precisa, Joaquín, es movimiento...