Para alcanzar el desequilibrio en la víctima, el obsesor se va acoplando, sintonizando y ajustándose poco a poco, en función de los desajustes y disturbios emocionales del “obsesado”. Son las “actitudes mutuamente asumidas”, como escribe Wallace Leal Rodríguez, en el prefacio que hace para el libro de Allan Kardec, “La Obsesión”.
LA CONTRARIEDAD:
Cuando una persona observa que algo o alguien no se comportan, piensa, reaccionan o se expresa a su gusto, su contrariedad es notoria. El orgullo que manifiesta claramente, en actitudes extremistas, o de descalificación hacia los demás. Es en esos momentos, que nuestros hermanos inferiores, encuentran el medio o el “caldo de cultivo”, para sintonizar e influenciar a su futura “víctima”.
EL ENFADO:
Es la suma de contrariedades que, si antes se concentraba en distintos puntos, ahora se amplía al lugar de trabajo, al círculo de amistades o parientes.
La víctima cree que la razón está de su parte, piensa: “son los demás los que se equivocan.” La persona queda impregnada de esas bajas vibraciones, que le son enviadas constantemente, apoyadas por las entidades que planean “instalarse”.
DE LA IRRRITACIÓN:
Por el enfado creado, los nervios comienzan a hacernos pasar malos momentos. El individuo nervioso, va perdiendo el control. Sus actos, palabras y actitudes pueden llegar a ser ofensivas, agresivas y coléricas. Se sienten humillados, tal vez, amenazados por los demás, algo que los obsesores incitan en la víctima. Su comportamiento comienza a ser “extraño”.
EL MALHUMOR:
Permaneciendo cada vez más en sintonía con el obsesor, la persona se siente malhumorada, irritada y contrariada. La continúa afinidad de bajo tenor vibratorio, hacen que el individuo “conecte” de continuo con sus perseguidores y aumente, aún más, su extraño estado, queriendo aparecer como “víctima” delante de los que son las víctimas reales, todos los que le rodean. El obsesado se queja de que “no le hacen caso” o no “le prestan oídos” etc. Al más mínimo llamamiento a la razón, el individuo explota con ira, que ellos aumentan desde el plano invisible.
EL PESIMISMO:
El obsesado jamás es optimista. Busca constantemente la negatividad que, en condiciones actuales de vida, halla sin dificultades. Le molesta el optimismo en los demás. Se vuelve receloso y desconfiado. Crece su estado de inseguridad y vive mentalmente, situaciones y diálogos, que nunca ocurren. El “no”, siempre está presente en su mente, y aquellos que le hostigan, le refuerzan sin compasión, aquello que él no controla, ni se esfuerza en superar.
LA FRUSTRACIÓN:
La frustración es un grado más en la escalera del obsesado. Sus verdugos van controlando, cada vez más campo abonado. El frustrado revive, una y otra vez, todas sus frustraciones, viviendo en un círculo cerrado, que le convierte en un resentido, triste y, muchas veces, en un amargado.
Crece en él sentimientos negativos: envidia, celos y angustia.
LA ANGUSTIA:
Está en uno de los mayores estadios. El estado de ansiedad le atormenta. Siente una gran angustia, que se convierte, en desesperación. Poco a poco, el individuo va perdiendo el sentido de la realidad. Su capacidad de juicio, va esfumándose. Y el obsesado se convierte en presa fácil, para aquellos que aún, no tienen conciencia del bien. En esos momentos delicados y graves, él casi nunca tiene capacidad de reaccionar por sí mismo; su mundo se va empequeñeciendo, a medida que va creciendo la influencia de “ellos, los invisibles”, para convertirlo en víctima entregada.
La persona está imantada con sus perseguidores o verdugos, que harán todo lo posible por estrechar los lazos de afinidad; no dejaran que su víctima escape; de ahí a la locura hay un paso.
Es en ese momento que la víctima debe reaccionar o aceptar la ayuda que le venga del exterior; sea de los Amigos Invisibles o visibles. Su voluntad será su mejor aliada y, desde el momento que sea consciente del problema, de la gravedad del problema, podrá ponerse a trabajar en su propia recuperación.
La oración, el pensamiento elevado, la conducta positiva y el firme deseo de romper los lazos que le unen a sus verdugos, serán las mejores “armas” para luchar.
Una vez que existe conciencia de lo que está ocurriendo y hay conocimiento de la causa de sus padecimientos, será más fácil romper el yugo y comenzar a luchar por la “liberación”. Pero siempre hay que tener mucha confianza en Dios, en los Buenos Espíritus, en uno mismo y, la mente y el corazón volcados en el bien: esa es la mejor cura, cuando se pone en práctica, los verdugos intentan un ataque mayor y feroz, pero la “víctima”, esta cambiando de tono vibratorio y con su voluntad está sintonizando con los que le quieren bien y, de esa forma le resultará más fácil romper el yugo.
¡Sólo basta querer, para poder! Y se puede.
No nos ¡ha de faltar la ayuda! del Plano Espiritual Elevado y de luz.lo hace con las formas
No hay comentarios:
Publicar un comentario