viernes, 11 de octubre de 2013

CARIDAD

 Me llamo la caridad, soy la ruta principal que conduce a Dios; seguidme, porque soy el objeto al que debéis todos aspirar.
Hice esta mañana mi caminata habitual y con el corazón angustiado vengo a deciros: ¡Oh! Amigos míos, ¡cuántas miserias, cuántas lágrimas y cuánto tenéis que hacer para enjugarlas todas!
He procurado vanamente consolar a las pobres madres, diciéndoles al oído: ¡Ánimo! ¡Hay buenos corazones que velan por vosotras,
no os abandonarán, paciencia! Dios está aquí, sois sus amadas,
sois sus elegidas. Parece que me oyen y vuelven a mí sus grandes
ojos ansiosos; yo leía sobre sus pobres rostros que su cuerpo, ese
tirano del Espíritu, tenía hambre y que mis palabras serenaban un
poco el corazón, no llenaban su estómago. Repetía otra vez: ¡ánimo, ánimo! Y entonces una pobre madre, joven aún, que amamantaba a su hijito, lo ha tomado en sus brazos y lo ha levantado como rogándome que protegiese a aquel pobre pequeño ser que sólo sacaba de su seno estéril un alimento insuficiente. En otra parte, amigos míos, vi a pobres ancianos sin trabajo
y en breve sin asilo, atormentados por todos los sufrimientos de la necesidad, y avergonzados de su miseria, no atreverse, no habiendo mendigado nunca, a implorar la piedad de los transeúntes.
Con  el corazón lleno de compasión, yo que nada tengo, me hice mendiga por ellos y voy por todas partes estimulando la  beneficencia e inspirando buenos pensamientos a los corazones generosos y compasivos. Por esto vengo hoy, amigos míos y os  digo: allá abajo hay infelices cuya mesa está sin pan, su hogar sin fuego y su lecho sin abrigo. No os digo lo que debéis hacer;
dejo la iniciativa a vuestros corazones; si yo os dictase vuestra línea de conducta, no tendríais el mérito de vuestra buena acción, sólo os digo: Soy la caridad y os tiendo la mano para vuestros
hermanos que sufren.
Mas si pido, también doy, y doy mucho; ¡os invito al gran banquete y os facilito el árbol en que os saciaréis todos! ¡Ved cuán bello es y cómo está cargado de flores y frutos! Id, id; coged todos
los frutos de ese hermoso árbol que llaman beneficencia. En el lugar de las ramas que habréis cogido, pondré todas las buenas acciones que hiciereis y llevará ese árbol a Dios para que lo cargue
de nuevo, porque la beneficencia es inagotable. Seguidme, pues, amigos míos, a fin de que os cuente en el número de los que se alisten a mi bandera; no temáis, yo os conduciré al camino de la salvación, porque yo soy la Caridad. , martirizada en Roma, Lyon , 1861). Hay varias maneras de hacer la caridad, que muchos entre vosotros confunden con la limosna; sin embargo, hay una gran diferencia. La limosna, amigos míos, algunas veces es útil porque alivia a los pobres; pero casi siempre es humillante para el que la hace y para el que la recibe. La caridad, por el contrario, une al bienhechor y al beneficiado, y además ¡se disfraza de tantos modos! Se puede ser caritativo incluso con los parientes, con los amigos, siendo indulgentes los unos con los otros, perdonándose sus debilidades, teniendo cuidado de no herir el amor propio de nadie: para vosotros, espíritas, en la manera de actuar con aquellos que no piensan como vosotros; conduciendo a los menos esclarecidos a creer y eso sin chocar, sin contradecir sus convicciones, conduciéndoles suavemente a nuestras reuniones donde podrán escucharnos y donde sabremos encontrar la parte sensible del corazón por donde debemos penetrar. Este es uno de los modos de hacer caridad. Escuchad ahora la caridad con los pobres, con esos desheredados del mundo, pero recompensados por Dios, si saben  aceptar sus miserias sin murmurar, lo que depende de vosotros. Voy a hacerme comprender por medio de un ejemplo.
Veo varias veces a la semana una reunión de señoras de todas las edades; como sabéis para nosotras todas son hermanas. ¿Qué hacen ellas? Trabajan de prisa, de prisa; sus dedos son ágiles; ¡ved
como sus rostros están radiantes y como los corazones laten unidos! Pero, ¿cuál es su objetivo? Ven que se aproxima el invierno, que será rudo para las familias pobres; las hormigas no han podido
reunir durante el verano el grano necesario para su provisión, y la mayor parte de los efectos están empeñados; las pobres madres se inquietan y lloran pensando en sus hijitos que este invierno tendrán
frío y hambre. ¡Pero paciencia, pobre mujeres! Dios ha inspirado a otras más afortunadas que vosotras; se han reunido y os confeccionan vestidos; después, uno de estos días, cuando la nieve haya cubierto la tierra y cuando murmuréis diciendo: “Dios no es justo”, porque esta es la palabra habitual de los que sufren, entonces veréis aparecer a uno de los hijos de esas buenas trabajadoras que se han convertido en costureras de los pobres; sí, es para vosotras que ellas trabajan así y vuestras quejas se cambiará en
bendiciones, porque en el corazón de los infelices el amor sigue de muy cerca al odio.
Como todas esas trabajadoras necesitan ánimo, veo que las comunicaciones de los Espíritus les llegan de todos lados; los hombres que forman parte de esa sociedad, ayudan con su concurso,
haciendo una de esas lecturas que tanto agradan; y nosotros, para recompensar el celo de todos y de cada uno en particular, prometemos a esas obreras laboriosas buena clientela que les pagará
al contado en bendiciones, única moneda de curso en el cielo, asegurándoles, además y sin miedo de adelantarnos demasiado, que no les faltará. caridad.

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