viernes, 7 de febrero de 2014

EL AUXILIO MUTUO

Delante de los compañeros, Andrés leyó un expresivo trecho de Isaías y habló, conmovido, en cuanto a las necesidades de salvación.
Comentó Mateo los aspectos menos agradables del trabajo y Felipe opinó que es siempre muy difícil atender a la propia situación, cuando nos consagramos al socorro de los otros.
Jesús oía a los apóstoles en silencio y, cuando las discusiones, alrededor, disminuyeron, comentó, muy simple:
 En una zona montañosa, a través de una región desierta, caminaban dos viejos amigos, ambos enfermos, cada cual defendiéndose, cuanto posible, contra los golpes del aire helado, cuando fueron sorprendidos por un niño semimuerto, en la senda, a merced del ventarrón del invierno.
Uno de ellos fijó el singular hallazgo y clamó, irritado: — “No perderé tiempo. La hora exige cuidados para conmigo mismo. Sigamos adelante”.
El otro, sin embargo, más piadoso, consideró: “Amigo, salvemos al chiquito. Es nuestro hermano en humanidad”. “No puedo — dijo el compañero, endurecido —, me siento cansado y enfermo. Este desconocido sería un peso insoportable. Tenemos frío y tempestad. Precisamos llegar a la aldea más próxima sin pérdida de minutos”.
Y siguió adelante en largos pasos.
El viajero de buen sentimiento, sin embargo, se inclinó para el niño extendido, se demoró algunos minutos arrimándolo paternalmente al propio pecho y, apretándolo aún más, marchó adelante, aunque menos rápido.
La lluvia helada cayó, metódica, durante la noche, pero él, sosteniendo el valioso fardo, después de mucho tiempo alcanzó la hospedería del pueblo que buscaba. Con enorme sorpresa, sin embargo, no encontró ahí al colega que lo precediera. Solamente al otro día, después de minuciosa búsqueda, fue encontrado el infeliz viajero sin vida, en un rincón del camino inundado.
Siguiendo deprisa y a solas, con la idea egoísta de preservarse, no resistió a la ola de frío que se hiciera violenta y tumbó encharcado, sin recursos con que pudiese hacer frente al congelamiento, mientras que su compañero, recibiendo, en cambio, el suave calor del niño que sostenía junto a su propio corazón, superó los obstáculos de la noche frígida, librándose indemne de semejante desastre. Descubriera la sublimidad del auxilio mutuo... Ayudando al niño abandonado, ayudara a sí mismo. Avanzando con sacrificio para ser útil a otro, consiguiera triunfar de los percances de la senda, alcanzando las bendiciones de la salvación recíproca.
La historia sencilla dejara los discípulos sorprendidos y sensibilizados.
Tierna admiración translucía en los ojos húmedos de las mujeres humildes que acompañaban la reunión, mientras que los hombres se miraban recíprocamente, espantados.
Fue entonces que Jesús, después de un corto silencio, concluyó expresivamente:
— Los más elocuentes y exactos testigos de un hombre, delante del Padre Supremo, son sus obras. Aquellos que amparamos constituyen nuestro sustentáculo. El corazón que auxiliamos se convertirá ahora o más tarde en recurso a nuestro favor. Nadie lo dude.
Un hombre solito es simplemente un adorno vivo de la soledad, pero aquel que coopera en beneficio del prójimo es acreedor del auxilio común. Ayudando, seremos ayudados. Dando, recibiremos: ésta es la Ley Divina.

1 comentario:

Unknown dijo...

Un hombre solito es simplemente un adorno vivo de la soledad, pero aquel que coopera en beneficio del prójimo es acreedor del auxilio común. Ayudando, seremos ayudados. Dando, recibiremos: ésta es la Ley Divina.
Precioso! Y asi es, un hombre solo es solo un adorno una muestra.Un alma inerte.Muy buen texto.Saludos!