lunes, 11 de mayo de 2015

VIDA DE JESÚS CONTADA POR EL MISMO CAPITULO XII 1ª PARTE.

Sigo con la vida de Jesús donde nos cuenta su vida como hombre, sin dejar de ser el espíritu superior que vino a la tierra a decirnos tantas cosas, espero que nuestro corazón y nuestro espíritu las entienda y las ponga en practica.
EL MESÍAS DEFINE SU PERSONALIDAD
La demostración de mi personalidad, hermanos míos, exige la confidencia de mis penas íntimas como hombre y de mis alegrías espirituales como espíritu.
Tengo también que precisar la diferencia que existe entre mi revelación de antes y mi revelación actual. Atribuyámosle a Jesús hombre las pasiones del hombre.
Atribuyámosle a Jesús mediador la calma bebida en el seno de las instituciones divinas, la fuerza del sacrificio, y la resignación del mártir. Atribuyámosle a Jesús hombre, los impulsos del corazón hacia los llamados de la naturaleza humana.
Atribuyámosle a Jesús mediador, la fuerza repulsiva en contra de toda impureza.
Atribuyámosle a Jesús hombre, el disgusto hacia la humanidad perversa y cobardemente delincuente, mas veamos a Jesús mediador proclamándose el hermano y amigo de los culpables, el consolador de los afligidos, el sostén de todos los desgraciados, el arca abierta de los pobres, el consuelo de todos los arrepentidos. Coloquemos en este libro bajo los ojos del lector, la doble condición de Jesús
como espíritu elevado y como criatura carnal, para dar a comprender bien el laborioso coraje del espíritu en lucha con la materia, y liberemos a la Justicia Divina de las tinieblas con que la rodeó la ignorancia humana, para elevar el espíritu del hombre a la altura de nuestra intervención.
La naturaleza de Jesús, hermanos míos, es vuestra propia naturaleza. El espíritu de Jesús define la emancipación de una criatura nueva. El favor de Dios no existe, la denominación de privilegiado no tiene sentido alguno.
La desproporción de las fuerzas, se encuentra en relación con la ancianidad y el trabajo de cada uno. La dependencia produce la dependencia y la libertad nace de una victoria definitiva de la naturaleza espiritual sobre la naturaleza animal. La perfectibilidad se hace más rápida cuando se logra dominar la naturaleza animal; mas la perfección se encuentra tan sólo en Dios, y todos los seres habiendo sido creados por Dios, tienen derecho a esta luz.
La decadencia del espíritu es tan sólo momentánea, pues la ley del progreso arrastra consigo todas las individualidades hacia un objetivo de acrecentamiento, mediante el equilibro general de las creaciones. La indiferencia y la depresión son ocasionadas por la difusión y por los contactos malsanos. Los mundos jóvenes, como la Tierra, entran en la faz de su desarrollo moral cuando el acercamiento de las ideas, se produce mediante el regreso provechoso de los espíritus desligados de la materia, a los que se les ha dado la facultad de volver para acelerar los movimientos y la vida
del espíritu en las condiciones de la esclavitud humana. Los Mesías no vuelven ya a ser llamados hacia la vida material, pero tienen el supremo honor de dirigir a los menos Mesías.
El número de los Mesías aumenta progresivamente, de cuya suerte ellos, multiplicándose, inyectando, inoculando y desparramando por todas partes la luz y la faz del desarrollo, de que hemos hablado. La marcha de los mundos señala la marcha de las individualidades. La energía, la luz espiritual, la ciencia universal se apuntalan mutuamente y producen el amor, la fuerza, la devoción y la revelación. La desmaterialización del espíritu se efectúa mediante el desarrollo de su razón. La naturaleza animal va cediendo poco a poco ante la naturaleza espiritual cuando domina la razón y el
progreso es notable. El progreso recoge mayor fuerza de las luces divinas cuando el espíritu alcanza más elevación abandonando la sensualidad de la materia y acumulando honores sobre sí por el acuerdo de la razón con la fe.
Me aproximo hacia vosotros, hermanos míos, libre ya para siempre de la naturaleza carnal, mas he sufrido como vosotros las humillaciones y las desesperaciones propias de dicha naturaleza y si mi vida de Mesías fue gloriosa en virtud de las obras del Mesías, las alianzas, los desengaños del hombre fueron realmente crueles. Mis culpas me proporcionaron remordimientos, y los sufrimientos hicieron nacer en mí dudas y errores. Si mi vida de Mesías saboreó las delicias del amor humano en sus dependencias espirituales, las tiernas afecciones del hombre se vieron aplastadas sobre sus carnes y el espíritu triunfó en la lucha, pero tan sólo después de largos suplicios y heridas profundas.
Si finalmente, la luz del Mesías se vio turbada por las sombras de la naturaleza humana, la luz del espíritu pudo elevarse por encima de ellas, debido a su completa libertad con respecto a esas sombras y a las fuerzas progresivamente adquiridas en el estudio de las leyes divinas.
Establecida la diferencia existente entre mi revelación como Mesías y mi revelación presente, continuemos la relación de los hechos y reproduzcamos a los hombres bajo su verdadero aspecto.
Pedro, el más celoso de mis discípulos, me negaría. No era por lo tanto del todo creyente, desde el momento que negó su alianza con Jesús.
Juan, el más tierno de mis amigos, desnaturalizaba mis palabras y me presentaba como dotado de poderes sobrenaturales. No se encontraba por consiguiente subyugado por la fe, puesto que tuvo que emplear el fraude para honrar mejor, delante de todos, mi persona y agrandarla ante el espíritu humano.
Jaime, hermano de Juan, seguía el impulso que recibía de su hermano, más fanático que él.
Andrés no era más que una pálida copia de Pedro.
Los dos Judas estaban en constante oposición, tanto desde el punto de vista de la ideas, como por su misma exterioridad.
Judas primo de Pedro, era tímido de espíritu, de constitución endeble, fácil a conmoverse, dispuesto a ser influenciado por todos los afectos, a imitar todas las virtudes, a humillarse delante de todas las superioridades; pero sin iniciativa y sin fuerzas para luchar abiertamente en contra de la adversidad.
Judas, el que se llama ordinariamente Judas Iscariote, no tenía las apariencias de una naturaleza perversa, y debemos enmendar la opinión de los hombres respecto a este discípulo oprimido bajo el peso de una reprobación universal. Pueda nuestro juicio hacer penetrar en los espíritus esa tierna piedad, que disculpa todos los extravíos, ese desprecio por las prevenciones, que proporciona la sabiduría. Pueda nuestro juicio demostrar la debilidad de los juicios humanos, cuando juzgan una vida entera por el efecto de un sólo acto, aunque este acto haya sido delictuoso. Judas era trigueño y sus cabellos caían naturalmente sobre sus espaldas. Tenía ancha la frente, los ojos grandes y bien abiertos, la tez pálida, las formas sin defectos; su voz, bien timbrada, se hacía elocuente, cuando se inspiraba con asuntos graves. En la intimidad él era quien inspiraba la alegría en los semblantes, con sus anécdotas y observaciones llenas de agudezas. Nunca se le vio distraer en provecho propio la más pequeña parte de nuestro reducido peculio, el que, por otra parte, él nunca administró; mi tío Jaime
era el encargado especialmente de ello.
El mal concepto que persigue a Judas en este sentido, es el resultado de un dato enteramente falso respecto a sus atribuciones entre nosotros. Excesivamente celoso y aspirando a honores y alegrías vanidosas, deseoso de establecer su superioridad en una asociación fraternal, cuyos miembros se consideraban iguales; he ahí los defectos del que más tarde me traicionó, para satisfacer un resentimiento, cuya causa me condena.
¿Por qué daba yo a Pedro pruebas de una confianza tan evidentemente exclusivista? ¿Por qué, le permitía a Juan esos modales de preferido que acusaban una manifiesta parcialidad de mi parte hacia él? ¿Por qué, cuando eran pocos los que tenían que acompañarme, elegía siempre a los mismos? ¿Por qué, en fin, habiendo descubierto el mal efecto que ello producía en Judas, no supe remediarlo?.
Sí, digámoslo bien alto: Jesús, el hermano, el protector de Judas, no dio la debida atención a su naturaleza sensible, aunque desviada. Jesús no comprendió que era necesario combatir los celos, la vanidad, el orgullo de ese hombre mediante una extremada dulzura en todas las relaciones y con una justicia severamente igualitaria en las manifestaciones de todos para con uno solo y de uno solo para con todos.
Colóquese a Judas en el lugar del discípulo predilecto y a éste en el lugar de Judas; Juan, no viéndose ya apoyado por mi excesiva debilidad se hubiera mantenido en los límites de una afección santa, y no hubiera ofendido a la verdad con el deseo extravagante de quererme establecer un culto divino. Judas, mientras tanto, dirigido en el sentido que le era conveniente, no me hubiera traicionado. ¡Pobre Judas! Yo me alejaba de él a medida que aumentaba su resentimiento. El mal se iba agravando, el
abismo se abría, cuando yo justamente podía encontrar el remedio en mi amor, evitando la caída de ese espíritu débil. ¡Pobre Judas! En mis últimas horas tú, más que todo, has ocupado mi pensamiento, y mi alma se inclinaba hacia la tuya para hablarle de esperanzas y de rehabilitación.
Seguirá la segunda parte de este maravilloso capitulo que no es posible dejar de leerlo

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