Después de algún tiempo de marcha, teníamos la impresión de estar venciendo
grandes distancias, vimos que fueron abiertas las persianas, dándonos la posibilidad de
distinguir, en el horizonte aun alejado, un severo conjunto de murallas fortificadas. Mientras
una pesada fortaleza se elevaba imponiendo respeto y temor en la soledad que se cercaba.
Era una región triste y desolada, envuelta en la neblina como si todo el paisaje fuera
recubierto por el sudario de continuas nevadas, aunque ofreciendo posibilidad de visión. No
se distinguía, al inicio, ninguna vegetación ni señales de habitantes en los alrededores de la
inmensa fortaleza. Apenas extensas planicies blancas, colinas salpicando la inmensidad,
semejando montículos acumulados por la nieve. Y al fondo, plantadas en medio de esa
melancolía desoladora, murallas amenazantes, la grandiosa fortaleza, modelo de las viejas
fortificaciones medievales, teniendo por detalle primordial media docena de torres cuyas
líneas enormemente sugestivas despertarían la atención de quien por allí transitase.
Una profunda inquietud repercutió vigorosamente en nuestras sensibilidades,
vivificando recelos algo acomodados durante el trayecto.
¿Que nos esperaría mas allá de tan sombrías fronteras?... Pues era evidente que allí
nos conducían...
Vista, a la distancia, la edificación asustaba, sugiriendo rigores y disciplina austera...
Nos asaltó tal impresión de poder, grandiosidad y e majestad que nos sentimos pequeños,
acobardados sólo de avistarla.
Aproximándose cada vez mas, el convoy finalmente paró ante un gran portón, que
seria la entrada principal.
Más allá de la cornisa, esmeradamente trabajada, y entrelazadas en letras artísticas y
grandes, se leía en portugués esta inscripción ya conocida nuestra, la cual, como por
encanto, serenó nuestra agitación luego que la descubrimos.
Legión de los Siervos de María
Siguiendo esta indicación que, emocionante, nos forzó a nuevas preocupaciones:
Colonia Correccional
Sin respuesta a las indagaciones confusas del pensamiento aun lerdo y aturdido por las
largas mortificaciones que me venían persiguiendo desde hacia mucho, me desobligué de
averiguaciones y dejé que las cosas siguiesen su curso, percibiendo que mis compañeros
hacían lo mismo.
No le faltaba a la fortaleza ni siquiera la defensa exterior de una foso. Un puente bajó
sobre él y el convoy venció el obstáculo, haciéndonos ingresar definitivamente a la Colonia,
no eximidos, sin embargo, de serias preocupaciones respecto al futuro que nos aguardaba.
De entrada, notamos por las inmediaciones a numerosos militares, como si allí se
acuartelase un regimiento. En tanto, estos se parecían mucho a los antiguos soldados
egipcios e hindúes, lo que nos admiró mucho. Sobre el pórtico de la torre principal se leía
otra inscripción, pareciéndonos todo muy interesante, como un sueño que nos llenase de
incertidumbre:
Torre del Vigía
¿En que lugar estaríamos?...¿Volveríamos a Portugal?... viajaríamos por algún país
desconocido, mientras la nieve se esparcía dominando el paisaje?...
Pasamos sin parar por esa gran plaza militar, convencidos de que se trataría de una
fortificación militar idéntica a las de la Tierra, aunque revestida de indefinible nobleza,
inexistente en las congéneres que conociéramos en toda Europa, pues no podíamos,
entonces, determinar la verdadera finalidad de su existencia en aquellas regiones desoladas
de lo Invisible inferior, cercadas de peligros bien mas serios que los que podíamos presumir.
Con sorpresa comprobamos que entrábamos a una ciudad movidísima, aunque
recubierta por extensos mantos de nieve, y cerrazón pesada. No hacia, no obstante, frío
intenso, lo que nos sorprendió, y el Sol, mostrándose medroso entre la cerrazón, daba
ocasión no solo para calentarnos, mas también para distinguir lo que había alrededor.
Soberbios edificios se hacían apreciar, presentando el hermoso estilo portugués
clásico, que tanto nos hablaba al alma. Individuos atareados, entraban en ellos y de ellos
salían en afanoso movimiento, todos uniformados con largos delantales blancos, ostentando
en el pecho la cruz azul-celeste flanqueada por las iniciales: L. S. M.
Parecían los edificios, ministerios públicos o departamentos. Casas residenciales se
alineaban, graciosas y evocativas en su estilo noble y superior, trazando calles artísticas que
se extendían laqueadas en blanco, como que asfaltadas de nieve. Ante uno de aquellos
edificios paró el convoy y fuimos convidados a bajar. Sobre el pórtico se definía su finalidad
en letras visibles:
Departamento de Vigilancia
(Sección de Reconocimiento y Matricula)
¡Se trataba de la sede del Departamento donde seríamos reconocidos y matriculados
por la dirección, como internos de la Colonia. Desde aquel momento en adelante
estaríamos bajo la tutela directa de una de las más importantes agremiaciones
pertenecientes a la Legión dirigida por el gran Espíritu María de Nazaret, ser angélico y
sublime que en la Tierra mereció la misión honrosa de seguir, con solicitud maternal, a Aquel
que fue el redentor de los hombres!
Conducidos a un patio extenso y majestuoso, que nos recordaba a antiguos claustros
de Portugal, fuimos enseguida transportados en pequeños grupos de diez individuos, hacia
un determinado gabinete donde varios funcionarios colaboraban en los trabajos de registro.
Allí dejaríamos la identidad terrena, como también así las razones que nos indujeron al
suicidio, el genero del mismo como el lugar en que yacían los despojos. En caso que el
recién llegado no estuviese en condiciones de responder, el jefe de la expedición supliría
rápidamente la insuficiencia, pues estaba presente en la ceremonia, dando cuentas al
director del Departamento de la importante misión que acababa de desempeñar. Tan arduo
trabajo, en torno de toda una falange, llevara cuando memos de media hora, ya que los
procesos usados no eran idénticos a los conocidos en las reparticiones terrenas. Las
respuestas de los pacientes serian antes gravadas en discos singulares, especie de álbumes
animados de escenas y movimientos, gracias a la ayuda de aparatos magnéticos especiales.
Esos albumes hasta reproducían el sonido de nuestra voz, como también nuestra imagen y
la prolongación de las noticias sobre nosotros mismos, ya que puesto en contacto con una
admirable maquina, apropiada al efecto, exactamente como los discos y filmes en la Tierra
reproducen la voz humana y todas las demás variedades de sonidos e imágenes existentes
en ellos y que deban ser retenidos y conservados. Nuestra identidad, era, por lo tanto, antes
fotografiada: las imágenes emitidas por nuestros pensamientos, en el momento de las
respuestas a las preguntas formuladas, serian captadas por procesos que en esa ocasión
escapaban a nuestra comprensión.
Durante mucho tiempo perdimos de vista a las mujeres que habían llegado con
nosotros al Departamento de Vigilancia. Los reglamentos de la Colonia imponían la
necesidad de separarlas de sus compañeros de desventura.
Siendo así, luego a la llegada e inmediatamente después de la matrícula, fueron
confiadas a las damas funcionarias de la Vigilancia a fin de ser encaminadas a los
Departamentos Femeninos. Desde el momento, en que nos matriculaban, éramos
separados del elemento femenino.
Al rato, entregados a nuevos servidores, cuyas tareas se desarrollaban dentro de los
muros de la institución, fuimos compelidos a ingresar en nuevos medios de transporte, que
iniciado desde el Valle
Nuestros vehículos ahora eran leves y graciosos, como trineos ligeros y confortables,
tirados por las mismas admirables parejas de caballos normandos, y con capacidad para
diez pasajeros cada uno. Al cabo de una hora de viaje moderado, durante el cual dejábamos
una región despoblada, aunque las estradas se presentasen esmeradamente proyectadas,
de triunfo, indicando el ingreso a un nuevo Departamento, una nueva provincia de esa
Colonia Correccional localizada en las fronteras invisibles de la Tierra con la Espiritualidad
propiamente dicha.
En efecto. Allá estaba la indicación necesaria al frente de la arcada principal, guiando al
Departamento Hospitalario
A uno y otro lado sobresalían otras en que flechas indicaban el inicio de nuevos
caminos, mientras que nuevas inscripciones satisfacían la curiosidad o necesidad del
viajero:
A la derecha - Manicomio.
A la izquierda - Aislamiento.
Los conductores los hicieron ingresar en la del centro, donde también se leía, el
subtitulo:
Hospital María de Nazaret
¡Un inmenso parque jardinado nos sorprendió mas allá de la entrada, mientras amplios
edificios se erguían en lugares apacibles del sitio. Padronizando siempre el estilo portugués
clásico, esos edificios exhibían mucha belleza y amplias sugestiones con sus arcadas,
columnas, torres, terrazas, donde flores trepadoras se enroscaban acentuando la agradable
estética. Para quién, como nosotros, angustiados y miserables, veníamos de aquellas
regiones, semejante lugar, aunque insulso, gracias a su inalterable blancura, aparecía como
la suprema esperanza de redención!. Y no faltaban, hermoseando el parque, estanques con
labrados artísticos borboteando agua límpida y cristalina, cayendo en silencio, en cascadas
graciosas gotas como perlas, mientras mansas aves, con un bando de palomas graciosas
sobrevolaban ligeros entre azucenas.
A diferencia de las demás dependencias hospitalarias, como el Aislamiento y el
Manicomio, el Hospital María de Nazaret, u "Hospital Matriz", no se rodeaba de ninguna
muralla. Apenas árboles frondosos, tablones de azucenas y rosas formaban graciosas
murallas. Muchas veces pensé, en mis días de convalecencia, como seria arrebatador el
paisaje si la policromía natural rompiese el sudario níveo que envolvía todo aquello
entristeciendo el ambiente de incorregible monotonía!.
Fatigados, somnolientos y tristes, subimos las escaleras Grupos de enfermeros
atentos, todos hombres, a cargo de dos jóvenes vestidos a lo hindú, asistentes del director
del Departamento, mas tarde supimos que se llamaban - Romeu y Alceste, nos recibieron de
las manos de los funcionarios de la Vigilancia encargados, hasta entonces de nuestra
guardia, y, amparándonos bondadosamente, nos condujeron al interior.
Atravesamos galerías magníficas, a lo largo de las cuales amplias puertas vidrieras,
con molduras levemente azules, dejaban ver el interior de la enfermería, lo que venia a
mostrar que el enfermo jamas estaría a solas. Nuestros grupos se separaron por indicación
de los enfermeros: - diez a la derecha... diez a la izquierda... Cada dormitorio tenia diez
lechos blanquisimos y confortables, amplios salines con balcones hacia el parque. Nos
dieron, caritativamente, un baño, vestidos de hospital, lo que nos produjo lágrimas de
reconocimiento y satisfacción. A cada uno de nosotros le fue servido un delicioso caldo, tibio,
reconfortante, en platos tan albos cuanto las sabanas: y cada uno sintió el sabor de aquello
que le apetecía. Hecho singular: - mientras hacíamos la refección frugal, era el hogar
paterno el que acudía del recuerdo, las reuniones en familia, la mesa de la cena, la dulce
figura de nuestras madres sirviéndonos, la figura austera del padre a la cabecera... Y
lágrimas indefinibles se mezclaron al alimento reconfortante...
¡En un ángulo favorable a los diez lechos una chimenea calentaba el recinto,
proporcionándonos alivio. Y arriba, suspendida en lo alto de la pared, que se diría
estructurada en porcelana, una fascinante tela de color, luminosa y como animada de vida e
inteligencia, despertó nuestra atención luego que traspusimos los acogedores umbrales.
¡Era un cuadro de la Virgen de Nazaret, algo semejante al célebre de Murillo, que yo tan
bien conocía, mas sublimado por virtuosidades inexistentes entre los genios de la pintura en
la Tierra!.
Al terminar la refección, súbitamente dos varones hindúes entraron en nuestro cuarto,
presentando particularidades que los reconocían como médicos. Se hacían acompañar por
otros dos varones, los que deberían acompañarnos durante toda nuestra hospitalización,
pues eran los responsables de la enfermería que ocupábamos. Se llamaban Carlos y
Roberto de Canalejas, eran padre e hijo, respectivamente, y, cuando estaban encarnados,
habían sido médicos españoles en la Tierra. Era sin embargo que a todos ellos les
distinguíamos imperfectamente, dado el estado de debilidad en que nos encontrábamos. Se
diría que soñábamos, y lo que venimos narrando al lector sólo podía ser visto por nosotros
como durante las oscilaciones del sueño...
No obstante, los hindúes se aproximaron a cada uno de los lechos, hablaron
dulcemente a cada uno de nosotros, pusieron sobre nuestras cabezas atormentadas las
delicadas y blancas manos que aprecian translúcidas, acomodaron nuestras almohadas,
obligándonos al reposo; nos cubrieron paternalmente, acercando cobertores a nuestros
cuerpos helados, mientras cantaban tonadas tan cariñosas y sugestivas, que una pesada
somnolencia nos venció inmediatamente:
"- Necesitáis de reposo... Reposad sin recelo, mis amigos... Sois todos huéspedes de
María de Nazaret, la dulce Madre de Jesús... Esta casa es de ella..."
¡Y si con nosotros así procedieron, otros asistentes, por cierto, hacían lo mismo con los
demás componentes de la trágica falange recogida por el Amor de Dios!.
Al despertar, después de un sueño profundo y reparador, me pareció haber dormido largas
horas, y de algún modo sentí que mi razonamiento se me aclaraba, ofreciendo una mayor
posibilidad de entendimiento y comprensión de las circunstancias. Me veía seguro de mí
mismo, como libre de aquel estado mórbido de pesadilla, que tantas exasperaciones me
acarreaba. ¡Mas, ay de mí! ¡Semejante alivio mental profundizaba antes que balzamizar
angustias, pues me compelía a examinar con mayor dosis de sentido común y serenidad la
profundidad de la falta que contra mí mismo cometiera!. Un ardiente sentimiento de disgusto,
remordimiento, temor, decepción, me impedía apreciar debidamente la mejoría de la
situación. ¡Y una incómoda sensación de vergüenza me chicoteaba el pudor, gritándole a mi
orgullo que allí me encontraba indebidamente, sin ningún derecho a que me asistan tanto,
únicamente tolerado por la magnanimidad de individuos altamente caritativos, iluminados por
el verdadero amor de Dios!.
Amargas dudas continuaban remolineando en mi mente. No era posible que yo hubiese
muerto. ¡El suicidio absolutamente no me matara!. ¡Yo continuaba vivo y bien vivo!...
¿Que pasara, entonces?... ¡Mis compañeros de enfermería y, por cierto, todos los
demás que integraban el extenso cortejo proveniente de las oscuridades del Valle, se
entregarían a idénticas elucubraciones!. Se estampaba el asombro, el temor y el pesar
inconsolable en aquellos semblantes desfigurados.
Y, acompañando la nueva serie de amarguras que nos invadía a pesar de la
hospitalización y del sueño reconfortante, los dolores físicos oriundos de la herida que nos
hiciéramos continuaba torturando nuestra sensibilidad, como recordándonos nuestro estado
irremediable de réprobos.
¡Yo y Jerônimo gemíamos de cuando en cuando, bajo el imperativo de la herida hecha
en el oído por el arma de fuego que usáramos en el momento trágico; Mário Sobral re
retorcía, el cuello, entumecido, debatiéndose en tics periódicos contra la asfixia, pues se
ahorcara; João d'Azevedo, reteniendo en la mente torturada el envenenamiento de su
cuerpo que allá se consumiera, bajo el secreto de la tumba, lloraba mansamente, exigiendo
la visita de un médico; y Belarmino yéndose en sangre, el brazo dolorido, entorpecido, ya
paralítico - ¡oh! preludiando, desde ese momento, el drama físico que seria suyo, en la
encarnación posterior - pues se suicidara cortándose los pulsos!.
¡Mas el alivio era sensible!. Bastaría que observásemos que ya no veíamos las
escenas mentales de cada uno, reproduciendo en asombrosas escenas el momento
supremo, tal como sucedía en el Valle, donde no existía otro paisaje. La enfermería, muy
confortable, decía de como nos habían instalado bien. Existían hasta trazos de arte y belleza
en aquellos atrios de molduras azules, forradas de substancias pulidas como la porcelana;
en aquellas cortinas bordadas también azules, en las trepadoras blancas que subían por los
balcones, metiéndose dentro de la terraza, como espiando nuestras caretas dramáticas de
réprobos cogidos en flagrante.
Súbitamente, la voz de un enfermo, compañero nuestro, quebró el silencio de la
meditación en la que sumergíamos el pensamiento, exteriorizando sus impresiones, como si
apenas para sí hablase:
"- Llegué a la conclusión - dijo, pausada amargamente - de que lo mejor que todos
tenemos que hacer es enecomendarnos a Dios, resignándonos buenamente a las peripecias
que aun nos sobrevengan... ¡De nada vale desesperarse, sino para ser todavía más
desgraciados! ¡Tanta rebelión e insensatez... y nada obtuvimos a no ser agravar nuestras ya
tán atroces desgracias!... Por ahí se podrá ver que venimos escogiendo caminos errados
para nuestros destinos... ¡Es innegable, no obstante, que estamos todos subordinados a una
Dirección Mayor, independiente de nuestra voluntad!... ¡Eso es asas significativo... No sé
bien si morí... Mas, sinceramente, creo que no!...
Mi madre era una persona simple, humilde, de pocas letras, más devota a la creencia y
al respeto a. Dios. Afirmaba a sus hijos, con extraña convicción, cuando los reunía al pié de
la chimenea a fin de enseñarles las oraciones nocturnas, mezclados con los principios de la
fe cristiana, que todas las criaturas traemos un alma inmortal, creada por el Ser Supremo y
destinada a la gloriosa redención por el amor de Jesús Cristo, y que esa alma algún día
daríamos cuenta al Padre Creador. ¡Nunca mas, desde entonces, adquirí una ciencia de
mas elevado valor!. Considero que las aulas que mi madre nos administrara, durante el
sarao de la familia, superiores a las que más tarde aprendí en la Universidad. Infelizmente
para mí, me reí de la sabiduría materna, enbreñandome por los desvíos de las pasiones
mundanas... ¡ !Sin embargo, oh madre mía! ¡Yo aceptaba la posibilidad de la hermosa
creencia que tentaste infundir a mi alma rebelde!. ¡ No fui realmente ateo!.
¡Hoy pasados tantos años, y después de tantos sufrimientos, situado ante situaciones
que escapan a mi análisis, yo estoy convencido de que mi madre tenia razón: debo tener un
alma, realmente inmortal!.
¡Escapar de un tiro de revolver, uno hasta puede restablecerse!.
¡Curarnos de la ingestión de un veneno, cualesquiera que sean las circunstancias en
que lo hayamos usado. Más no se escapa de una fuerza como a la que yo me destiné. Y
estoy aquí y si sufrí todo cuanto sufrí sin conseguir aniquilar dentro de mis las potencias de
la vida, es porque soy inmortal!. ¡Y si soy inmortal es porque tengo un alma, sin duda,
porque en cuanto al cuerpo humano, ese no es inmortal, pues se consume en la tumba!. ¡Y
si tengo un alma dotada de la virtud de la inmortalidad es que elle provino de Dios, que es
Sempiterno!. ¡Oh, madre mía, tu decías la verdad!. ¡Oh, mi Dios!. ¡Mi Dios!. ¡Tu existes!. ¡Y
yo renegándote siempre, con mis actos, mis pasiones, mi desobediencia a tus normas, mi
indiferencia criminal a tus principios!... ¡Ahora... que súbitamente está sonada la hora de
rendirte cuentas de mi alma que tu creaste – de mi alma!. ¡Aquí está que nada tengo para
decirte, Señor, sino que mis pasiones la hicieron infeliz, cuando lo que determinaste al
crearla era que yo la condujese obedientemente a tu regazo de Luz!. ¡Perdóname!.
¡Perdóname, Señor Dios !..."
Abundantes lágrimas se mezclaron a estertores de asfixia. Mas, a pesar de saber a la
intensa amargura, ya no traían lo macabro característico de las convulsiones que, en el
Valle, las lágrimas provocan.
Era Mário Sobral el que hablara.
Mário tenía grandes ojos negros, cabellera revuelta, mirar alucinado. Cursara a
Universidad de Coimbra y se reconocía en el tipo bien acabado del bohemio rico de Lisboa.
Su conversación, ordinariamente, era nerviosa y fácil. Seria un excelente orador, si de la
Universidad hubiera salido sabio y no bohemio. En el cautiverio del Valle fuera una de las
entidades que más sufría que tuve ocasión de conocer, y así mismo se destacó durante todo
el largo período de internación en la Colonia.
Con ese discurso se inicio una serie de confidencias entre los diez. No sé por que
deseáramos conversar. Tal vez la necesidad de mutuo consuelo nos empujase a abrir los
corazones, recurso, además, ineficaz para lenificar angustias, porque, si le es difícil a un
suicida el consolarse, no será, por cierto, recordando dolores y desgracias pasadas que
logrará amenizar la penuria que le oprime el alma.
"- Eres fuerte en dialéctica, amigo, te felicito por la progresión del modo de razonar: -
no fue así que tuve la honra de conocerte en otro lugar..." – me mofe yo, a quien incomodara
mucho la quiebra del silencio.
"- ¡También yo así lo creo y admiro la lógica de sus consideraciones, amigo Sobral!." –
intervino un portugués de grandes bigotes, mi vecino de lecho, cuya herida en el oído
derecho, sangrando sin intermitencia me causaba un infinito malestar, puesto que, cuantas
veces le prestase atención, me recordaba que también yo traía una herida idéntica y me
torturaba en reminiscencias atroces.
Era, ese, Jerónimo de Araújo Silveira, el más impactante y pretensioso entre los diez, el
más incoherente y revelado. Prosiguió él:
“- Además, yo jamás negué la existencia del Dios, Creador de Todas las Cosas. ¡Fui...,
es más, soy!. ¡Yo soy, ya que no morí!. Católico militante, hermano salvado de la Venerable
Hermandad de la Santísima Trinidad, de Lisboa, con derecho a bendiciones e indulgencias
especiales, cuando las necesite...”
“-Creo, vecino mío, que llegó, o ya va pasando, la ocasión de que reclames los
favores a los que tienes derecho... No puedes estar más necesitado de ellos...”- repliqué, en
un creciente mal humor, haciéndome el obsesor.
No respondió, y continuó.
“-¡Fui, sin embargo, muy impaciente y nervioso desde mi juventud!. Me impresionaba
fácilmente, era indomable y disconforme, a veces melancólico y sentimental... y confieso que
nunca tuve en cuenta los verdaderos deberes de un cristiano, expresados en las santas
advertencias de nuestro consejero y confesor, de Lisboa. Por eso mismo, por cierto, cuando
me enfrenté con la ruina de mis negocios comerciales, pues no sé si sabéis que fui
importador y exportador de vinos; lleno de deudas impagables; sorprendido por una
estruendosa e irremediable quiebra; sin posibilidad de evitar la miseria que a mí y a mi
familia abría sus fauces irremediables; acusado por propios y extraños como único
responsable del dramático fracaso; abatido por la perspectiva de lo que sucedería a mi
mujer e hijos, a quien yo, por mucho mimar, habituara a una excesiva comodidad, realmente
al lujo, mas los que, ahora que me veían castigado y sufriendo, me responsabilizaban
crudamente de todo, en vez de pacientemente ayudarme a llevar la cruz del fracaso, que a
todos nos abatía – flaqueé en el coraje que hasta entonces tuviera y "traté" desertar ante
todos y hasta de mi mismo, a fin de evitarme censuras y humillaciones. Mas, me engañé:
mude apenas de habitación, sin conseguir encontrar la muerte, y perdí de vista a mi familia,
lo que me ha acarreado insoportables contrariedades!."
"- ¡Si, es lastimoso! - tornó Mário en la misma tonalidad abatida, como si no hubiese
oído lo precedente, - Caí en las tinieblas de la Desgracia! ... ¡Cuándo tan buenas
oportunidades encontré durante toda la vida, facilitándome el dominio de las pasiones para
el devenir de conquistas honestas!. ¡Me olvide de que el respeto a Dios, a la Familia, al
Deber, seria el objetivo sagrado a alcanzar, pues recibí buenos principios de moral en la
casa paterna!... ¡Joven, seductor, inteligente, culto, me envanecí con las dotes que me
favorecían y cultivé el egoísmo, dando alas a los instintos inferiores, que reclamaban
placeres siempre más febriles... La convivencia vanidosa de la Universidad hizo de mi un
pedante, un tonto cuyas únicas preocupaciones eran las exhibiciones ostentosas, sino
escandalosas... De ahí a perderme en el tropel de las embocaduras de las pasiones
deprimentes... Y, después, cuando no conseguí mas encontrarme a fin de reconducirme a
mi mismo, busque la muerte suponiendo poder esconderme de los remordimientos tras el
olvido de una tumba!... ¡Me engañé! ¡La muerte no me acepto!. ¡Me encontró por cierto
demasiado vil para honrarme con su protección!. ¡Por eso me devolvió a la vida cuando el
sepulturero tuvo la honra de cubrir mi figura repulsiva da la luz del Sol!...
Mi madre, sin embargo, esa si, no se engañó: - yo soy inmortal!. ¡Jamas, jamas moriré!.
¡He de existir por toda la consumación de los evos, en presencia de Aquel que es mi
Creador!. ¡Sí!. ¡Porque, para sobrevivir a las desgracias que crucificaran mi sentir, desde la
noche aciaga de la primavera del año 1.889, sólo podría un ser que sea inmortal!."
Extendió la mirada congestionada, como llamando recuerdos pasados al presente y
murmuró, anhelante, aterrorizado, ante la página más negra que le condenaba la
consciencia:
"- ¡Si, mi Dios!. ¡Perdóname!. ¡Perdóname!. !Yo me arrepiento y me someto, visto que
reconozco que erre!. ¡Me perdí ante ti, mi Dios, ante la desesperante pasión que nutrí por
Eulina!... ¡Mas, si me lo permites, me rehabilitaré por amor a ti...
" ¡Eulina!... ¡Tu no valías siquiera el pan que yo te daba para saciar tu hambre! ¡Sin
embargo, te amaba, mas allá de todas las conveniencias, a despecho hasta de la misma
honra!. ¡Eras pérfida, malvada!... ¡Yo, sin embargo, debía ser inferior, todavía mas que tu,
porque casado, siendo mi esposa noble y digna señora!. ¡Era padre de tres inocentes
criaturas, a las cuales debía amor y protección!. ¡Los abandoné por ti, Eulina, me
desinteresé de sus encantos, porque me arrebaté irremediablemente de los tuyos, extraña
belleza de las tierras sudamericanas, que eras tu!... ¡Oh, como eras linda!... ¡Mas no me
me abandonaste a la desesperación de la miseria y de la ingratitud, al rechazarme por el
capitalista brasileño, tu compatriota, que te pretendió!.
¡Fui a tu casa: me vi despechado... Te supliqué, me arrastré a tus pies como un loco,
desesperado al perderte, como un insensato que siempre fui!. ¡Imploré migajas de tu
compasido que ya no seria posible tu amor!.Bien provoqué la discursión viendo que te hacías la insensíble a mis désesperadas de reconciliación y ciego por los ínsultos que repetías te a gredí hiriendo el rostro que yo adoraba; te golpee sin piedad, te maltraté a puntapiés, mi Dios!. ¡Oh mi Dios!.
¡Te estrangulé, Eulina!. ¡Te maté!... ¡Te maté!..."
Paró sofocado, en las convulsiones odiosas de un perfecto réprobo, para continuar
después, como dirigiéndose a los compañeros:
"- Cuando, lleno de horror, contemplé la acción abominable que practicara, apenas un
recurso acudió en mi mente, rápido cual impulso obsesor, a fin de escapar a las
consecuencias que, en aquel momento, se me figuraban insoportables: - ¡el suicidio!.
Entonces, allí mismo, sin perder tiempo, rasgué las sabanas de la desgraciada... y me
colgué de una viga existente en la cocina..."
"-¡Que forma, esa, tan poco poética de morir un amante... – me mofé yo, enfadado con
la larga descripción que desde el Valle diariamente lo oía repetir. – Apuesto en como V.
Excia., Sr. Profesor, que tan elegantemente deseó morir, recordando a Petronio, ¿lo hizo por
el amor platónico de alguna señora inglesa, rubia y bien parecida?... Portugueses ilustres,
como V. Excia. vienen demostrando ser así, gustan de amar a damas inglesas..."
Me dirigía ahora a Belarmino de Queiroz e Sousa, cuyo nombre exhalaba hidalguía.
Hasta ese momento todavía me irritaban las actitudes del pobre cómplice del gran drama
que también yo vivía; y, siempre que había una oportunidad, lo ridiculizaba, defecto muy mío
y que muchos vejámenes y sinsabores me costó hasta corregirlo, durante los trabajos de
reforma interior que impuse a mi carácter en la Patria Espiritual.
Belarmino era alto y seco, muy elegante y fino de maneras. Se decía rico y viajado,
profesor de Dialéctica, de Filosofía y Matemática, era poliglota – respetable patrimonio para
un sólo hombre que se arrastre en la Tierra, no había duda, mas que no lo impidiera de
demorarse, y más el monóculo, el frac y el bastón, en las pocilgas del Valle Siniestro,
durante la interesante pasantía que allí hiciera, por haberse suicidado. Eso mismo le echara
yo en cara muchas veces, malhumorado ante la vanidosa enumeración que hacia de sus
diferentes títulos. El doctor, todavía - porque era doctor, honrado por mas de una
Universidad -, jamas respondió a mis impertinencias. Pulido, educado, sentimental, llegaría
también a la vera de la bondad de corazón si a la par de tan bonitas dotes no cargara los
defectos del orgullo, del egoísmo de endiosarse a sí mismo por juzgarse superior a todos.
Al oírme, no respondió con irritación como siempre. Fue en un tono suave, aunque
pesaroso, que se expandió, dirigiéndose a todos:
"- Yo creía, sinceramente, que la tumba absorbería mi personalidad, transmutándola en
la esencia que se perderá en los abismos de la Naturaleza:- ¡ que seria la Nada!-
Discípulo de Augusto Comte, la filosofía me llevó al Materialismo, al mecaninisismo
accidental de las cosas - única explicación satisfactoria que al razonamiento pude ofrecer
ante las anomalías con que me encontraba a cada paso por toda la existencia, para
alarmarme el corazón y decepcionar mi mente.
¡Siempre nutrí una gran ternura y compasión por los hombres, a los que consideraba
hermanos en la desgracia, aunque tratase de ellos cuanto fuera posible, temiendo amarlos
demasiado, y, por tanto sufrir!. ¡Yo comprendía mejor que nada, que el nacer era para el
hombre solo una desgracia; nacer, vivir, trabajar, sufrir, luchar por todos los pretextos...para
después deshacerse irremediablemente en el polvo en la tumba!.
No fui jamas, dado a enamoramientos con mujeres de clase alta ni baja. ¿Para que
amar, construir una familia, contribuyendo a lanzar a la vida a otros desgraciados mas, si la
Filosofa me convenciera, además, de que el Amor era apenas una secreción del cerebro?...
Fui un estudioso, eso sí, y estudiaba a fin de aturdirme, evitando el cumulo de
elucubraciones sobre la miserable situación de la Humanidad. ¡Siendo así, a mi no me
sobraban horas para cultivar el amor junto a damas inglesas ni portuguesas... Estudiaba
para olvidar de un día también me perdería en el vacío!. ¡Fui un infeliz, como toda la
Humanidad lo es. Solamente en el ambiente sereno del hogar disfrutaba de alguna
satisfacción... ¡Me agarré al hogar cuanto era posible, pesaroso de, un día, ser forzado a
abandonarlo para aniquilarme entre los vermes que destruían mi individualidad!. ¡Mi madre,
que compartía mis convicciones, porque también las recibiera de mi genitor, me bastaba
para compañía en las horas de ocio. ¡El móvil de mi "tentativa" de suicidio, como ve, no fue
el disgusto amoroso. Fué la perdida de la salud!. Fui siempre físicamente débil, delgado, un
triste, soñador infeliz e insatisfecho, aterrorizado de Existir!. ¡Un incorregible desconsuelo
ennegreció los días de mi vida!. ¡Encerrado en este círculo deprimente, vi a la tuberculosis
apoderarse de mi organismo, mal hereditario que no me fue posible combatir!.
¡Desengañado por la Ciencia, preferí, entonces acabar de una vez, sin mayores
sufrimientos, con la materia miserable que comenzaba a pudrirse bajo la desintegración
producida por una molestia incurable, materia que, por su misma naturaleza, estaba
destinada era a la podredumbre de la muerte, a la eterna caída en las vorágines de la Nada!.
¿Para que, pues, yo esperaría que el avance doloroso de la tuberculosis extinguiese mi
individualidad en lento suplicio, sin consuelo, sin esperanza compensadora en el porvenir del
mas allá de la muerte, donde no encontraría sino el aniquilamiento absoluto, la
desintegración perfecta, espantajo humano tirado al desaliento, del cual huirían todos,
inclusive mi propia madre – ¿quien lo diría? - temiendo los peligros del contagio?!...
Morir era una buena solución, muy lógica, para quien como yo, sólo veía ante sí un
cuerpo aniquilado por la enfermedad y la destrucción absoluta del ser como desanimadoras
expectativas
"- No poseo a competencia de V. Excia., Señor Profesor, ni me será dado razonar con
tanta finura. Todavía, con el debido respeto a la persona de V. Excelencia, considero un
execrable pecado que el hombre no acepte la existencia de Dios, Su Paternidad para con
sus criaturas y la eternidad del alma, por más criminal y abyecto que sea. Felizmente para
mí, esas fueron cosas en que siempre creí con vehemencia..." – se entrometió Jerônimó con
simplicidad, sin percibir la tesis profunda que presentaba a un ex-profesor de Dialéctica.
"- ¿Cómo y por qué, entonces, os revelasteis contra las circunstancias naturales de la
vida humana, o sea, a los sufrimientos que os cabían en la desoladora herencia, al punto de
confesaros que deseasteis morir, Sr. de Araújo Silveira?... ¡Si yo, desfavorecido por la Fe,
carente de Esperanza, desamparado por la incredulidad en un Ser Supremo, a merced del
pesimismo al que mis convicciones conducían, para quien la tumba apenas significaba
olvido, aniquilación, la absorción en el vacío, me desorientase al embate de la desventura y
"tentase" matarme a fin de evitar la lucha desigual e inútil, se concibe!.
¡Mas, ¿vosotros?. ... Vosotros, creyentes en la Paternidad de un Dios Creador, sede de
perfecciones infinitas, como decís, bajo cuya dirección sabia camináis; vosotros,
convencidos de la personalidad eterna, destinada a la misma finalidad gloriosa de su
Creador, heredera de la propia eternidad existente en aquel Ser Supremo, hacia la cual
marcha por el Orden natural de la ley de atracción y afinidad, caer en desesperaciones y
revelarse contra la misma ley, pues se que la creencia en un Poder Absoluto prohíbe la
infracción del suicidio, es una paradoja que no se puede admitir. Portadores de tal Ciencia,
corazones alumbrados por los ardores de tan radiosa convención, energías revigorizadas
por la fortaleza de tan sublime esperanza, deberíais consideraros también dioses, hombres
sublimados para quienes los infortunios serian meros contratiempos del momento!.
¡Oh!. si yo pudiese convencerme de esa realidad, no temería enfrentar, nuevamente, ni
los disgustos que arruinaron mis días, ni la tuberculosis que me redujo a lo que veis!.- replicó
con lógica férrea el discípulo de Comte, cuya sinceridad despertó mi simpatía.
“-¿Y ahora, cual es la opinión de V.Ecia. sobre el momento presente?. ¿Que
explicación sugiere la filosofía comtista para lo que pasa? ... -interrogué, lleno de curiosidad,
interesándome por el debate.
"- ¡Nada! - respondió simplemente. - No sugiere nada...Continuo igual... No conseguí
morir!..."
Era evidente que desconcertante dudas nos atacaban a todos, a él también. Lo que no
queríamos era curvarnos ante la evidencia. Teníamos miedo de encarar de frente la
realidad.
"- Decid algo de vos, Sr. Botelho – se atrevió João a exhortarme. – Desde hace mucho
tiempo estimáis observarnos, mas habéis silenciado sobre vuestra persona, que tan
interesante nos parece... ¡En cuanto a mí, no deseo permanecer incógnito!. Bien sabéis los
motivos que me arrojaran al piélago abyecto del suicidio: - la pasión por lo juego. - ¡Jugué
todo!. ¡La honra inclusive, y la propia vida!..."
"- ¡Perdón, amigo d'Azevedo, ¿como jugaste la vida... si ahí estás hablándonos de ti?!"
- intervino Jerônimo desconcertado.
El interlocutor se sobresaltó y, sin responder, insistió en su propósito de excitarme :
"- Vamos, ilustre romancista, viejo bohemio de Porto, baja de tu feo pedestal del
orgullo... Ven a decir algo de tu "majestuosa" superioridad..."
Sentí la mordacidad en las descorteses expresiones de João, que se antipatizara
conmigo en la misma proporción que yo y Belarmino, del cuál era muy amigo, y que dejara
Me enfadé. Siempre fui un individuo susceptible, y la muerte no corrigiera todavía la
grave anormalidad.
"- ¡¿Por que?!... ¡¿Seria yo, acaso, forzado a confesar intimidades a tal canalla, sólo
porque ellos habían confesado las suyas?!... ¡¿Por ventura debía yo cualquier consideración
a esa ralea, que fui a encontrar en el Valle inmundo?!..." - pensé, sofocado por el orgullo,
realmente, juzgándome superior.
La consideración que a los compañeros de infortunio mi mal juicio negaba, la
continuaba a mí mismo dispensando dulcemente, él entendiendo que, si para allá yo
también me viera arrojado, era que en mi caso existiera una injusticia calamitosa; que yo no
mereciera la represión por ser mejor, mas digno, mas acreedor de favores que los otros que
conmigo allá se habían matado. Fuese como fuese, preferiría no expandirme porque mi
orgullo a tanto no me animaba. Mas, personajes de nuestra infeliz categoría no están a la
altura de vencer impulsos del pensamiento callando expansiones ante iguales; tampoco
saben dominar emociones, esquivándose de la vergüenza de las indagaciones en el campo
íntimo, en presencia de extraños. Siendo así, los torrentes de vibraciones maleducadas se
derraman de su interior configuradas en un palabrerío ardiente y emotivo, aunque ellas
mismas no lo deseen, como si las compuertas magnéticas que las retuviesen en los abismos
mentales, se hubiesen roto gracias a las agitaciones de que se hicieron presas. Además, el
tono sincero, la hermosa llaneza del profesor de Filosofía y Dialéctica, convidándome a una
actitud menos descortés de la que me habituara hasta entonces, me hizo concordar a la
sugestión de João d'Azevedo. Mas fue, antes, dirigiéndome preferentemente a aquel que,
por entender que sólo a su elevada cultura estaría a la altura de comprenderme, fui diciendo
grave, compenetrado, concediéndome una importancia ridícula en la humillante situación en
que me encontraba:
"- ¡Yo, Sr. Profesor, soy un individuo que se imaginaba iluminado por un saber sin
manchas, mas que, en verdad hoy comienza a comprender que ignoraba, y continua
ignorando, lo que a dos dedos de su propia nariz existe. Fui paupérrimo (digo "fui" porque
algo cuchichea a mi ser que todo eso perteneció al pretérito), con el insoportable defecto de
ser orgulloso. Un hombre, finalmente, que no negaba la existencia de un Ser Superior
presidiendo su Creación, es cierto, mas que, considerándolo una Incógnita desafiando sus
posibilidades humanas de descifrar sus enigmas, no solamente dejaba de asociar el respeto
a ese Ser a su vida, como, principalmente, no le daba ninguna explicación de lo que hacia o
pretendía hacer para placer de sus mismos caprichos y pasiones. ! Será pues, una
redundancia afirmar que, muy sabio - como me juzgaba – arrastraba la disonante ignorancia
de la incredulidad en la posibilidad de existir leyes omnipotentes, irremediables, partiendo de
una Divinidad Creadora y Orientadora para dirigir la Creación, lo que me hizo cometer
errores gravísimos!.
¡Sufrí, y mi existencia fue fértil en situaciones desanimadoras!. ¡La resignación nunca
fue virtud a la que se amoldase mi carácter violento y agitado por naturaleza. La profundidad
de mis sufrimientos me tornó irritadizo, irascible. El orgullo me aisló en la convicción de que
después de mí sólo existirían valores sufribles.
¡Después de décadas de luchas malogradas, de aspiraciones desterradas de la
imaginación por irrealizables en el campo de la objetividad, de ideales decepcionados, de
deseos tan justos cuanto insatisfechos, de esfuerzos rechazados, de energías barridas por
sucesivas decepciones y voluntades conjugadas hacia el bien volvieran al punto de origen
debilitadas y rotas por impíos fracasos - la ceguera, ¡amigo!. ¡Que apagó mis ojos cansados
-, como un desconcertante premio a las luchas que de mis fuerzas exigieran impulsos
supremos!.
¡Quedé ciego!-
¡El espectro negro de la eterna oscuridad se extendía sobre mis ojos pávidos de su
manto de tinieblas, que ni la ciencia de los hombres, ni la fe candorosa e ingenua de los
amigos que me tentaban llevar a la conformidad, ni los votos místicos de los corazones que
me amaban a las Potestades Celestes - serian capaces de desviar!.
Negué a las mismas Potestades:
- ¡¿Ciego?!. ¡¿Ciego, yo?!...
- ¡¿Cómo viviría yo, ciego ?!...
Entendí que, si el Ente Supremo, de quien yo no negaba hasta entonces, que existiese
realmente, tal cosa no se daría, porque no querría por cierto desgraciarme. ¡Me olvidaba de
que existían esparcidos por el mundo millones de hombres ciegos, muchos en condiciones
aun más apremiantes que la mía, y que eran todos, como yo, criaturas venidas del mismo
Dios!. ¡Negué porque entendí que, si había otros ciegos, que los hubiese: - mas que yo no
debería serlo!. ¡Era, sí, una injusticia, un fin de esos para mí!.
¡¡Ciego!!... ¡Era lo máximo!.
¡Tan profunda cuan sorprendente desesperación devoraba mi voluntad, mi energía
mental, mi coraje moral, reduciéndome a la inferioridad del cobarde!. ¡Yo, que tan
heroicamente supiera superar los abrojos que dificultaran mi marcha hacia la conquista de la
existencia, sobreponiéndome a ellas, de ahí para adelante iba a encontrarme imposibilitado
de continuar luchando! Me Di por vencido. Ciego, yo entendía que mi vida era como una
cosa que perteneciese al pretérito, una realidad que "fuera", mas que ya no "era"...
La obsesión fatal del suicidio entró a hacer ronda en torno de mis facultades. Me
enamoré de ella y le di guarida con todo el abandono de mi ser desanimado y vencido. La
muerte me atraía como remate honroso de una existencia que jamas curvara la cerviz ante
quien quiera que fuese!. ¡La muerte me extendía los brazos seductores, falsamente
mostrando, a mis concepciones viciadas por la incredulidad en Dios, la paz de la tumba en
consoladoras visiones!.
¡Confirmada la resolución sobre sugestiones enfermizas; atormentado y a solas con mi
superlativa desgracia; abandonado por el sereno consuelo de la Fe, que habría suavizado el
ardor de mi íntima desesperación; excitada la imaginación ya de sí misma audaz y ardiente,
creé un romance dolorido en torno de mí mismo y, considerándome mártir, me condené sin
apelación!.
¡Es que tuve miedo y vergüenza de ser ciego!.
¡Me maté con la intención de encubrir de la sociedad, de los hombres, de mis enemigos
la incapacidad a la que quedara reducido!.
¡No!. ¡Nadie se gloriaría viéndome recibir el amargo pan de la compasión ajena!. ¡Nadie
contemplaría el espectáculo, humillante para mí, de mi figura vacilante, tanteando en las
tinieblas de mis ojos incapacitados para la visión!. ¡Mis enemigos nos se refocilarían,
alegrándose en la venganza de asistir a mi irremediable derrota!. ¡Mil veces no!. ¡Yo no me
brutalizaría en la inercia de mirar dentro de mí mismo, cuando el Universo continuaría
irradiando vida fecunda y progresiva alrededor de mi sombra empobrecida por la ceguera!.
¡Me maté porque me reconocí excesivamente débil para continuar, dentro de la noche
pávida de la ceguera, la jornada que, ya enfrentada a la buena luz de los ojos, estuviera
llena de obstáculos y trastornos!
¡Era demasiado! ¡Me revelé hasta lo indecible contra el Destino que me reservara tan
desconcertante sorpresa e inconsolable permanecí bajo la aniquilación de la dramática
ingratitud que supuse proviniese de Dios! ¡Para mí, la Providencia, el Destino; el mundo, la
sociedad, estaban errados todos: - sólo yo tenía razón, exagerando la tragedia de mis
desesperanzas!
¡¿Por que?!... ¡Yo, que poseía una capacidad intelectual superior, era paupérrimo, casi
hambriento, mientras que circulaban mi alrededor ignorantes e ignorantes de cofres llenos!.
¡Yo, que me sentía idealista y bueno, vivía molestado por adversidades que me tejían un
continuo cerco, sitiándome en campos que desafiaban posibilidades de victoria!. ¡Yo, cuyo
corazón sentimental se abrazaba en ansias generosas y tiernas, de excelencia quizá
sublime, al saberme incesantemente incomprendido, incompensado, herido por
desconsideraciones tanto mas amargas cuanto más extensas fuesen las radiaciones de mi
sentir!. ¡Yo, honesto, probo, recto, a pautarme por directrices sanas por entenderlas más
bellas y ajustadas al idealismo que acompañaba mi carácter, a tratar con bellacos, a
comerciar con ladrones, a disputar con hipócritas, a confiar en pusilánimes, a atender a
traficantes!....
¡Si, era demasiado!...
¡Y después de tan extenso panorama de desventuras - porque, para mí, individuo
impaciente nada conformado, esos hechos, tan vulgares en mi vida cotidiana, acentuaban
como verdaderas calamidades morales -, el doloroso remate de la ceguera reduciéndome a
la insignificancia del verme, en la angustia del desamparo, en la inercia del idiota, en la
soledad del encarcelado!.
¡No pude más! ¡Me faltó comprensión para tan grande anomalía!. ¡No comprendí a
Dios! ¡No entendí su Ley! ¡No entendí a la Vida! ¡Un torrente de confusión sin solución llenó
mi pensamiento aterrado ante la realidad! ¡Sólo comprendí una cosa: - y era que precisaba
morir, debía morir! ¡Y cuando una criatura deja de confiar en su Dios y Creador – se torna
desgraciada! ¡Es un miserable, es un demonio, es un réprobo!, ¡Quiere el abismo, busca el
abismo, se precipita en el abismo!
“Me precipité."
No sé que malvadas sugestiones a mi elocuencia blasfema esparció por el ambiente
mórbido de nuestra enfermería. Lo que sí es que la triste asamblea se dejó resbalar hacia
las vibraciones desarmonicas, entregándose al llanto dolorido y a crisis impresionantes,
notoriamente el antiguo exportador de vinos - Jerónimo – y el universitario Sobral, que eran
los que más sufrían. Yo mismo, mientras proseguía en mi angustiosa exposición, infectada
de conceptos enfermizos, retrocedía mentalmente a las situaciones temerarias de mi pasada
vida carnal, a las fases doloridas e ineluctables que me deprimieran crudamente - que
lágrimas escaldantes volvían a correr por mis mejillas mortificadas, mientras nuevamente se
me oscurecía la visión y las tinieblas substituían a los dulces detalles de los coordinados
azules, flotantes, y de las róseas trepadoras trepando las columnatas de los balcones.
Acudieron enfermeros solícitos a ver lo que pasaba, ya que no era previsto el incidente.
En el Hospital María de Nazaret el enfermo, rodeado de las emanaciones mentales
revivificantes de sus tutelares y dirigentes, bañados por ondas magnéticas saludables y
generosas, que tenían por objetivo beneficiarlo, debería ayudar el tratamiento
conservándose silencioso, sin entretenerse jamas en conversaciones sobre asuntos
personales. Convenía reposar, tratar de olvidar el pasado tormentoso, barrer recuerdos
chocantes, rehaciéndose cuanto fuese posible de las largas dilaceraciones que desde hacia
mucho lo acuchillaban. Fuimos advertidos, por tanto, como infractores de uno de los más
importantes reglamentos internos. Y ni podríamos exculparnos alegando ignorancia, porque,
a lo largo de las paredes, letreros fosforescentes a cada momento despertaban nuestra
atención con permanentes pedidos de silencio, mientras la propia institución daba el ejemplo
moviendo su constante agitación bajo el control de una criteriosa discreción. Y, aunque
bondadosamente, dijeron que una reincidencia implicaría en actitud punitiva por parte de la
dirección, como la transferencia para el Aislamiento, pues, el hecho, de repetirse, produciría
disturbios de consecuencias imprevisibles, no solo para nuestro estado general, mas
también para la disciplina del hospital, que debería ser rigurosamente observada - lo que nos
llevó a percibir que eran mas austeras las reglas en el Aislamiento, mas temible su
disciplina. Y para que medida tan ríspida fuese evitada, fue establecida una severa vigilancia
en nuestra dependencia. Desde aquel momento, un guardia del regimiento de lanceros
hindúes, acuartelados en el Departamento de Vigilancia, fue designado para la guardia en
nuestros apartamentos.
Cerca de un cuarto de hora después, un enfermero rubio y risueño, joven que andaría
por los veintitrés años, el cual entreviéramos al darnos entrada en el importante
establecimiento del astral, por ser uno de aquellos que nos recibieron a la par de Romeu y
de Alceste, nos visitó haciéndose acompañar de más dos obreros de la casa; e, irradiando
simpatía, fue diciendo muy afectuosamente, poneos a gusto:
"- Mis amigos, me llamo Joel Steel, soy – o fui, como quieran - portugués nato, mas de
origen ingles. En verdad el viejo Portugal fue siempre muy querido a mi corazón... Jamas
pude olvidar los días venturosos que en su seno generoso pasé... Fui feliz en Portugal... mas
después... los hados me arrastraron para el País de Gales, cuna natal de mi querida madre,
Doris Mary Steel da Costa, y entonces... Bien, es como compatriota y amigo que os convido
iniciarán en este momento los trabajos de cirugía..."
Nos preparamos, esperanzados. ¡No deseábamos otra cosa desde hacia mucho
tiempo!. Los dolores que sentíamos, nuestra indisposición general, reflejando penosamente
lo que ocurriera con el cuerpo físico-material, hacia mucho que nos hacia ansiar por la
presencia de un facultativo.
Mário y João, cuyo estado era delicado, fueron transportados en camillas, mientras los
demás seguían apoyados en los brazos fraternos de los enfermeros bondadosos.
Pude entonces distinguir algo de esa casa magnánima asistida por la cariñosa
protección de la excelsa Madre del Nazareno.
No solo el excelente conjunto arquitectónico seria digno de admiración. También el
montaje, los grandiosos equipos, conjunto de piezas extraordinarias, apropiadas a las
necesidades de la clínica en el astral, demostrando el elevado grado que alcanzara la
Medicina entre nuestros tutelares, aunque no se tratase, el local donde nos encontrábamos,
de una zona adelantada de la Espiritualidad.
Médicos dedicados y diligentes atendían con fraternas solicitudes a los míseros
necesitados de su servicio y protección. Se estampaba en sus fisionomías bondadosas el
compasivo interés del ser superior por el más frágil, de la inteligencia preocupada por el
hermano infeliz todavía inmerso en las tinieblas de la ignorancia. Entre tanto, no todos
vestían uniformes a lo hindú. Muchos llevaban largos delantales vaporosos y alvísimos,
como túnicas singulares, de tejido fosforescente...
No asistí a lo que les pasó a mis compañeros de desdicha. Mas, en cuanto a mí, al
llegar al pabellón reservado a las labores asistenciales, fui transferido de los cuidados de
Joel Steel para los del joven doctor Roberto de Canalejas, el cual me encaminó a
determinada dependencia, donde mi organización físico-espiritual - o periespíritu - fue
sometida a minuciosos e importantes exámenes. Carlos de Canalejas, padre del precedente
anciano venerable, antiguo facultativo español que hiciera de la Medicina un sacerdocio,
pagina heroica de abnegación y caridad digna del beneplácito del Medico Celeste, y más
uno de los psiquistas hindúes que nos socorrieran a la llegada - Rosendo -, fueron mis
asistentes. Roberto pasó entonces a asistir a la importante labor como siguiendo las
lecciones de los maestros en los santuarios de la Ciencia, lo que venia a aclarar que se
encontraba el todavía en aprendizaje de la Medicina local.
A mi organización astral le prestaran socorros físico-astrales justamente en las
regiones correspondientes a las que, en el envoltorio físico-terreno, fueran dilaceradas por el
proyectil del arma de fuego que utilizara para el suicidio, o sea, los aparatos faríngeos,
auditivos, visuales y cerebral, pues la herida alcanzara toda esa delicada región de mi infeliz
envoltorio carnal.
Era como si yo, cuando fuera hombre encarnado (y realmente fuera así, así es con
todas las criaturas) poseyese un segundo cuerpo, molde, modelo del que fuera destruido por
el acto brutal del suicidio; como si yo fuera el "doble" y el segundo cuerpo, poseyendo la
facultad de ser indestructible, si se resintiese, en ese lapso, o cuando le sucediese algo al
primitivo, como si extrañas propiedades acústicas sustentasen repercusiones vibratorias
capaces de prolongarse por indeterminado plazo, haciendo enfermar a aquel.
Sé que los tejidos semimateriales de las regiones ya citadas de mi periespíritu,
profundamente afectadas, recibieron sondas de luz, baños de propiedades magnéticas,
bálsamos quintesenciados, intervenciones de substancias luminosas extraídas de los rayos
solares; que de ellos extraían fotografías y mapas con movimiento, y sonoros, para análisis
especiales; y que esas fotografías y mapas mas tarde serian encaminados a la "Sección de
Planeamiento de Cuerpos Físicos", del Departamento de Reencarnación, para estudios
concernientes a la preparación de la nueva vestidura carnal que me cabria para el retorno a
los testimonios y expiaciones en la Tierra, a los cuales juzgara haber podido evitar con el
desvariado gesto que tuviera. Sé que, sometido al extraño tratamiento, envuelto en aparatos
sutiles, luminosos, transcendentes, permanecí una hora, durante la cual el viejo doctor de
Canalejas y el cirujano hindú se desvelaran cariñosamente, reanimándome con palabras de
coraje, exhortándome a la confianza en el futuro, a la esperanza en el Supremo Amor de
Dios!. ¡Y también sé que causé trabajos arduos, y hasta fatigas a aquellos abnegados
siervos del Bien de quienes exigí preocupaciones, obligándolos a deducciones profundas
hasta que en mi físico-astral se extinguiesen las corrientes magnéticas afines con el físicoterreno,
las cuales mantenían el clamoroso desequilibrio que ninguna expresión humana
será bastante veraz para describir!
Es que el "cuerpo astral", o sea, el periespíritu – o todavía el "físico-espiritual" - no es
una abstracción, figura incorpórea, etérea, como supusieran. Él es, al contrario de eso, una
organización viva, real, sede de las sensaciones, en la cual se imprimen y repercuten todos
los acontecimientos que impresionen la mente y afecten el sistema nervioso, del cual es el
dirigente.
Es que, en ese envoltorio admirable del Alma – de la Esencia Divina que en cada uno
de nosotros existe, señalando el origen del que provenimos -, persiste también una
substancia material, aunque quintaesenciada, la que a él le faculta la posibilidad de
enfermarse, resentirse, puesto que semejante estado de materia es asaz impresionable y
sensible, de naturaleza delicada, indestructible, progresible, sublime, no pudiendo, por eso
mismo, padecer, sin grandes disturbios, la violencia de un acto brutal como el suicidio, para
su envoltorio terreno.
En tanto, bajo tantos cuidados médicos mas se agrandaban mis dudas en cuanto a mi
situación. ¡Muchas veces, durante la desesperante permanencia en el Valle Siniestro, yo
llegara a creer que muriera, oh, sí! Y que mi alma condenada expiaba en los infiernos los
tremendos desatinos practicados en vida. Ahora, sin embargo, mas sereno, viéndome
internado en un buen hospital, sometido a intervenciones quirúrgicas, aunque muy diferentes
fuesen los métodos locales de los que me eran habituales, nuevas camadas de
incertidumbre me inquietaban el espíritu:
¡No!. ¡No era posible que yo hubiese muerto!.
¿Seria esto la muerte?.. . ¿Seria la vida?...
Fui, entonces, derramando un afligido llanto que, en un momento dado, en aquel primer
día, bajo las desveladas atenciones de Carlos y Rosendo, grité excitado, febril, incapaz de
contenerme por mas tiempo:
"- ¿Mas, al final, donde estoy yo?... ¿Que pasó?... ¿Estaré soñando?... ¿Morí o no
morí?... ¿Estaré vivo?... ¿Estaré muerto?... "
Me atendió el cirujano hindú, sin detenerse en la delicada actuación. Mirándome con
dulzura, tal vez para demostrar que mi situación le causaba lástima o compasión, escogió el
tono más persuasivo de expresión, y respondió, sin dejar margen a segundas
interpretaciones:
"- ¡No, mi amigo! ¡No moriste! ¡No morirás jamas!... ¡porque la muerte no existe en la
Ley que rige el Universo! Lo que pasó fue, simplemente, un lamentable desastre con tu
cuerpo físico-terreno, aniquilado antes de la ocasión oportuna por un acto mal orientado de
tu razonamiento... La Vida, sin embargo, no residía en aquel cuerpo físico-terreno y sí en
este que ves y contigo sientes en el momento, el cual es el que realmente sufre, el que
realmente vive y piensa y que trae la calidad sublime de ser inmortal, mientras que el otro, el
de carne, que rechazaste, aquel, apropiado solo para el uso durante la permanencia en los
proscenios de la Tierra, ya desapareció bajo la sombría losa de una tumba, como vestimenta
pasajera que es de este otro que aquí está... Cálmate, ya... Comprenderás mejor a medida
de que te vayas restableciendo..."
Me trajeron en camilla rumbo a la enfermería. Mi estado requería reposo. Me sirvieron
un reconfortante caldo, pues yo tenía hambre. Me dieron de beber agua cristalina y
balsamizante, pues yo tenía sed. Alrededor, el silencio y la quietud, envueltos en ondas de
bienestar y beneficencia, convidaban al recogimiento. Obedeciendo a la caritativa sugestión
de Rosendo, traté de dormir, mientras la desilusion, traída por la inapelable realidad, hacia
resonar sus decisivas expresiones en mi mente atormentada:
"- ¡La Vida no residía en el cuerpo físico-terreno, que destruiste, y sí en este que ves y
sientes en el momento, el cual tiene la calidad sublime de ser inmortal!”
JERÔNIMO DE ARAÚJO SILVERA Y FAMILIA
No teníamos noticias de nuestras familias ni tampoco de los amigos. Una punzante
añoranza, como ácido corrosivo que nos retorciese el dominio afectivo, lanzaban sobre
nuestros corazones infelices la decepcionante amargura de mil angustiosas incertidumbres.
¡Muchas veces, Joel y Roberto nos sorprendían llorando a escondidas, suspirando por
nombres queridos que jamas oíamos pronunciar!. Caritativamente, esos buenos amigos nos
reanimaban con palabras de coraje, aseverando ser tal contrariedad pasajera, pues
tendíamos a suavizar la situación propia, lo que necesariamente resolvería los problemas
más apremiantes.
Entre tanto, existía el permiso para informarnos de las visitas mentales y votos
fraternos de paz y felicidad futuras, y cualquier gentileza emanada del Amor, y que
proviniesen de los entes queridos dejados en la Tierra o de los simpatizantes, a mas de los
que, aun de las moradas espirituales, nos amasen, interesándose por nuestro
restablecimiento y progreso. Siempre que esos pensamientos fuesen irradiados por una
mente verdaderamente erguida a expresiones superiores, nos eran ellos transmitidos por un
medio asaz curioso y muy eficiente, el cual, en la ocasión vigente, nos llevaba a la
perplejidad, dado nuestro desajuste espiritual, mas que posteriormente comprendimos se
trataba de un acontecimiento natural y hasta común en localidades educativas del Astral
intermedio. Existía en cada dormitorio cierto aparato delicadísimo, estructurado con substancias
electromagnéticas, que, acumulando un potencial de atracción invalorable, selección,
reproducción y transmisión, estampaba en una región reflectante, que formaba parte
integrante, cualquier imagen y sonido que benévola y caritativamente nos fuesen dirigidos.
¡Cuándo un corazón generoso, perteneciente a nuestras familias o mismo de los
desconocidos, lanzase vibraciones fraternas por la inmensidad del Espacio, al Padre
Altísimo invocando merced para nuestras almas enlutadas por los sinsabores, éramos
inmediatamente informados por una luminosidad repentina, que, traduciendo el balbuceo de
la oración, reproducía también la imagen de la persona operante, lo que, a veces, nos
sorprendía sobremanera, viendo suceder que personas a quienes no siempre
distinguiéramos con nuestro afecto y desvelo se presentaban frecuentemente en el espejo
magnético, mientras que otras, que de nuestros corazones obtuvieron las máximas
solicitudes, raramente mitigaban las asperezas de nuestra íntima situación con las blandura
santificante de la Oración!. Podíamos, así, saber cuando pensasen a nuestro respecto; de
las súplicas dirigidas a las Divinas Potestades, de todo el bien que nos pudiesen desear o, a
nuestro favor, practicar.
Infelizmente para nosotros, sin embargo, tal acontecimiento, que tanto amenizaría las
agruras de la soledad en que vivíamos; que seria como un refrigerante sereno sobre las
escaldantes añoranzas que nos abatían la mente y el corazón era rarísimo en la casi
totalidad del Hospital, referente a los afectos dejados en la Tierra, puesto que el genial
aparato sólo era susceptible de registrar las invocaciones sinceras, aquellas que, por la
naturaleza sublimada de las vibraciones emitidas en el momento de la Oración, pudiesen
armonizarse a las ondas magnéticas transmisoras capaces de romper las dificultades
naturales y llegar a las mansiones excelsas, donde la Oración es acogida entre fulgores y
bendiciones. Sin embargo, al realizarse tan generoso hecho esto no nos facultaría la
posibilidad de obtener noticias respecto a la persona que lo practicase, tal como lo desearía
nuestra ansiedad. ¡De ahí las angustias excesivamente amargas, y la desoladora añoranza
por sentirnos olvidados, privados de cualquier informe!.
No obstante, los mismos preciosos instrumentos de transmisión incesantemente
revelaban que éramos recordados por habitantes del Mas Allá. De otras zonas astrales,
como de otras localidades de nuestra propia Colonia, llegaban fraternos votos de paz, alivio
amistoso, animo para los días futuros. Oraban por nosotros en súplicas ardientes, no apenas
invocando el amparo maternal de María para nuestras inmensas debilidades, mas aun la
intervención misericordiosa del maestro Divino.
De la Tierra todavía, no eran raras las veces que discípulos de Allan Kardec, tratando
de pautar actitudes de acuerdo a directrices cristianas, se congregaban periódicamente en
gabinetes secretos, como los antiguos iniciados en el secreto de los santuarios; y,
respetuosos, obedeciendo a impulsos fraternos por amor al Cristo Divino, emitían
pensamientos caritativos en nuestro favor, visitándonos frecuentemente a través de cadenas
mentales vigorosas que la Oración santificaba, tornándolas ungidas de ternura y compasión,
las que caían en el fondo de nuestras almas crucificadas y olvidadas, como fulgores de
consoladora esperanza!.
No obstante, no era sólo eso.
Caravanas fraternas, de Espíritus en estudio y aprendizaje beneficiosos, asistidas por
Mentores eméritos, entraban en nuestra triste región, venidas de zonas espirituales más
favorecidas, a fin de traer su piadosa solidaridad, en visitas que mucho nos calmaban. Así
hicimos buenas relaciones de amistad con individuos moralmente mucho más elevados que
nosotros, los que no desdeñaban el honrarnos con su estima. ¡Esas amistades, tan suaves
afectos serian duraderas, porque estaban fundadas en los desinteresados, en los elevados
principios de la fraternidad cristiana!.
Sólo mucho más tarde nos fue otorgada la satisfacción de recibir las visitas de los
entes caros que nos habían precedido en al tumba. Aun así, sin embargo, deberíamos
contentarnos con aproximaciones rápidas, pues el suicida está en la vida espiritual como el
sentenciado en la sociedad terrena: no tienen regalías normales, vive en un plano expiatorio
penoso, donde no es lícita la presencia de otros que no sean sus educadores, mientras que
él mismo. Dado su precario estado vibratorio, no logrará alejarse del pequeño círculo en que
se agita...hasta que los efectos de la calamitosa infracción sean totalmente expurgados.
"- ...Y serás atado de pies y manos, lanzado en las tinieblas exteriores, donde
habrá llanto y crujir de dientes. De allí no saldrás mientras no pagues hasta el último
ceitil..." – avisó prudentemente el Celeste Instructor, hace muchos siglos.
Dos acontecimientos de profunda significación para el desarrollo de nuestras fuerzas
en el ajuste al plano espiritual se verificaron luego en los primeros días que siguieron a
nuestra admisión al magno instituto del astral.
Cierta mañana, se nos presentó el joven Dr. Roberto de Canalejas, a participarnos de
que estabamos invitados a una importante reunión para esa tarde, debiendo todos los recién
llegados reunirse con el director del Departamento al que estábamos confiados en el
momento, para aclaraciones de interés general.
Jerónimo, cuyo malhumor se agravaba de modo asustador, formalmente declaró no
desear comparecer a la misma, puesto que no se creía obligado a obediencias serviles por
el simple hecho de encontrarse hospitalizado, y más aun, que en la ocasión, solo se
interesaba por la obtención de noticias de su familia. Roberto, sin embargo, dijo
delicadamente, sin muestras de ninguna irritación, que era portador de una invitación y no de
una orden, y que, por eso mismo, ninguno de nosotros seria forzado a asistir.
Avergonzados ante la actitud grosera del compañero, nos sentimos también chocados,
y fué con la mejor sonrisa que encontramos en los archivos de antiguos recuerdos que
concordamos, agradeciendo todavía la honra que nos dispensaban.
¡Ya en ese tiempo éramos sometidos a un tratamiento especializado, del cual adelante
trataremos y con el cual igualmente no concordara el antiguo hermano de la Santísima
Trinidad, de Lisboa, así que supo era la terapia fundada en las fuentes magnético-psíquicas,
asuntos que absolutamente no admitía!.
No obstante, impaciente y displicente, se dirigió al bondadoso facultativo, después del
incidente, y dijo, olvidado ya de su lamentable actitud anterior:
"- Sr. doctor, un obsequio inestimable vengo pensando obtener de V. Excia., confiado
en los sentimientos generosos que por cierto adornan tan noble carácter..."
Roberto de Canalejas que, en efecto, antes de ser un espíritu convertido al Bien,
dedicado operario de la Fraternidad, habría sido en la sociedad terrena un perfecto
caballero, esbozó una sonrisa indefinible y respondió:
"- Estoy a su entera disposición, amigo!". ¿En que debo atenderlo?..."
"- Es que... Tengo la necesidad imperiosa de dirigir cierta petición a la benemérita
dirección de esta casa... Me aflijo por la falta de noticias de mi familia, que no veo desde
hace mucho... ni siquiera se desde cuando!... En vano he esperado noticias... y ya no me
restan fuerzas para sufrir en el pecho las ansias que me dilaceran... Deseo la obtención de
licencia, de la muy digna dirección de este Hospital, para ir hasta mi casa, a certificarme de
los motivos que ocasionan tan ingrato silencio... No soy visitado por los míos. . . No recibo
cartas. . . Será posible a V. Excia. conducir un requerimiento al Sr. Director? ¿No prohibirán,
por cierto, los reglamentos internos, la actitud que deseo tomar?..."
Como vemos por lo expuesto, el pobre ex-comerciante de Porto parecía no hacerse
una idea muy justa de la situación en que se encontraba, y, mas que los demas compañeros
de habitación, se perdía en un desorden mental, entre los estados terreno y espiritual.
"- ¡De ningún modo, mi caro amigo!. ¡No hay prohibición!. ¡El director de este
establecimiento tendrá la satisfacción de oírlo!”.- - afirmó el paciente médico.
"- ¿Haré entonces hoy mismo el pedido?..."
"- Encaminaré verbalmente la solicitud... y Joel lo participará de lo que quede
resuelto..."
Cerca de media hora después, Joel volvía a la enfermería a fin de comunicar al afligido
enfermo que el director lo convidaba a presentarse personalmente a su gabinete. Venia, sin
embargo, pensativo, y descubrimos un acento de pesar en su semblante generalmente
límpido y sonriente.
Nuestro compañero que, como es sabido, era, entre los diez, el más rebelde e
indisciplinado, exigió que Joel le devolviese el traje que le fuera sacado a la entrada, pues le
repugnaba presentarse al gabinete del mayoral envuelto en un feo sudario de enfermería, tal
como nos encontrábamos todos.
Muy serio, Joel no tentó contrariarlo. Le devolvió, enseguida, la referida indumentaria.
Salieron.
No habían transpuesto aun la galería inmensa, hacia donde se proyectaban las puertas
de los dormitorios, y súbitamente el joven Dr. de Canalejas y uno dos nuestros asistentes
hindúes entraron en nuestro compartimento, mientras, sonriente, fue diciendo el último, con
acento amistoso:
"- Aquí nos encontramos, mis caros amigos, a fin de convidaros a acompañar a vuestro
amigo Jerônimo de Araújo Silveira en la peregrinación que desea tentar. Estamos
conscientes de que ninguno de vosotros se siente satisfecho con los reglamentos de esta
casa, que de ningún modo intercepta noticias circunstanciales provenientes de los planos
terrenos. Sin embargo, será bueno que seáis informados de que, si tal rigor se verifica, a
vuestro beneficio lo establecemos, aunque no exista una formal prohibición para una rápida
visita a la Tierra, como veréis dentro de poco. Atended en este aparato de visión a la
distancia, que ya conocéis, y acompañad los pasos de nuestro Jerônimo desde este
momento. En caso que vaya a obtener la licencia que ruega, como espero que suceda, dada
la insistencia a que se atiene, haréis con él la peregrinación que tanto desea respecto a su
familia, sin, sin embargo, precisar salir de este local... Y mañana, si todavía deseáis bajar a
vuestros antiguos hogares en visita prematura, seréis atendidos inmediatamente... a fin de
que la rebelión que os viene hiriendo la mente no continúe retardando la adquisición de
nuevas tendencias que os puedan beneficiar en el futuro... Todos los demás enfermos en
idénticas condiciones reciben igual sugestión en este momento..."
Se aproximó del aparato y, con graciosa desenvoltura; lo amplió hasta que pudiese
retratar la imagen de un hombre en tamaño natural.
Perplejos, mas interesados, dejamos el lecho, que raramente abandonábamos, a fin de
apostarnos ante la placa que comenzaba a iluminarse. Nos hicieron sentar cómodamente,
en poltronas que ornaban el recinto, mientras aquellos celosos colaboradores del Bien
tomaran lugar a nuestro lado. Era como si aguardásemos el inicio de una pieza teatral.
De súbito Joel surgió ante nosotros, tan visible y naturalmente, destacándose en el
mismo plano en que nos encontrábamos, que lo supusimos dentro de la enfermería, o que
nosotros le siguiésemos el rastro... Sostenía a Jerônimo por el brazo... caminando en busca
de la salida de servicio... y tan intensa se iba tornando la sugestión que luego nos
abstraímos, olvidados de que, en verdad, continuábamos cómodamente sentados en
poltronas, en nuestro aposento...
Mas real que el actual cinematógrafo y superior al ingenio de la televisión del momento,
ese magnífico receptor de escenas y actos, tan usado en nuestra Colonia, y que tanta
admiración nos causaba, en esferas mas elevadas se incrementa, evoluciona hasta alcanzar
lo sublime en el auxilio para la instrucción de Espíritus en marcha hacia la adquisición de
valores teóricos que les permitan, en el futuro, testimonios decisivos en las luchas terrenas,
yendo a rebuscar y seleccionar, en las lejanas planicies del espacio celeste, el propio
pasado del Globo Terráqueo y de sus Humanidades, su Historia y sus Civilizaciones, así
como o pretérito de los individuos, si es necesario, los cuales yacen esparcidos y
confundidos en las ondas etéreas que se agitan, se eternizan por el invisible todo, y en ellas
permaneciendo fotografiados, impresos como en un espejo, mientras se conserven
confusamente, en tropel con otras imágenes, tal como en la consciencia de las criaturas se
imprimieran también sus propios hechos, sus acciones diarias!.
Así fue que atravesamos algunas alamedas del parque blanco y alcanzamos el Edificio
Central, donde se asentaba la jefatura de aquella hermosa falange de científicos iniciados
que laboraban en el Departamento Hospitalario.
¡La llegada, sin embargo, de Jerônimo pasó para la tutela de un asistente del
director y Joel se retiró, habiendo aquel conducido inmediatamente al visitante,
haciéndolo pasar a una sala donde amplias ventanas permitían la vista hacia el jardín,
dejándose ver el panorama melancólico el arrabal donde tantos y tantos dolores se
entrechocaban!.
Era un gabinete, una especie de escritorio de consultas o sala de visita, dispuesto en
perfecto estilo hindú. Un perfume sutil, de alguna esencia desconocida a nuestro olfato, nos
deleitó, al mismo tiempo que alongaba nuestra admiración por la naturalidad inapreciable del
aparato que nos servia. Una leve cortina, de un tejido flexible y dulcemente centelleante, se
agitó en una puerta al frente y el director-general del Departamento Hospitalario se presentó.
De un salto el pobre Jerônimo, que se había sentado, procuró levantarse y su primer
gesto fue de fuga, en la que se vio interceptado por su acompañante.
Ante sí estaba un varón de entre cuarenta y cincuenta años, rigurosamente trajeado a
lo hindú, con un turbante albo donde centelleaba una hermosa esmeralda cual estrella; una
túnica de grandes mangas, la faja a la cintura y sandalias típicas. El oval del rostro,
suavemente moreno, era de una pureza clásica de líneas, y de sus ojos brillantes y
penetrantes como que se desprendían chispas de inteligencia y penetración magnética. En
el anular de la siniestra, una gema preciosa, semejante a la del turbante, lo distinguía, quizá
como maestro de los demás componentes da pleyade hermosa de médicos al servicio del
Hospital María de Nazaret.
Tan encantados cuanto el propio Jerônimo, nos confesamos vivamente atraídos por la
noble figura.
Sin demora el asistente Romeu, pues era él el que había recibido al impetrante, decia
al que venia:
"- Caro hermano Teócrito, aquí está nuestro pupilo Jerônimo de Araújo Silveira, que
tanto nos viene preocupando... Desea visitar a su familia en el ambiente terreno, pues cree
estar mas allá de sus posibilidades de resignación a la obediencia de los principios de
nuestra institución... Y afirma preferir la acumulación de pesares a la espera de una ocasión
oportuna para el deseado desideratum..."
Irreverente, el presentado interrumpió con nerviosismo:
"- ¡Es bien esa la expresión de la Verdad, Sr. Príncipe!. – pues se imaginaba en
presencia de un soberano.
- !Prefiero envolverme nuevamente en el remolino del dolor del cual salí hace poco, a
soportar por mas tiempo la feroz añoranza que me crucifica por la falta de noticias de mi
familia!... !Si, realmente, no existe una prohibición intransigente en las leyes que facultarían
esa posibilidad, ruego a la generosidad de Vuestra Alteza la concesión para rever a mis
hijos!... ¡Oh! !A mis queridas hijas!. !Cómo son hermosas, señor!. Son tres, y apenas un varón: - Arinda, Marieta, Margarida, que dejé con siete años, y Albino, que contaba ya los diez!... Sufro de tanta añoranza, Señor mi Dios!... !Mi esposa se llama Zulmira, bonita mujer! !Y bastante educada!... Me aflijo desesperadamente!. !No consigo calma para la necesaria ponderación respecto a mi rara situación actual!... !Y por eso ruego humildemente a Vuestra
Alteza compadecerse de mis angustias!."
Los ojos chispeantes del jefe de la falange de médicos cayeron enternecidos sobre el
Espíritu intranquilo de aquel que demoraría todavía a aprender a dominarse. !Lo contempló
bondadosamente, con pena ante la desarmonía mental del suplicante, entreviendo el largo
carrero de luchas que le seria necesario hasta que consiguiese allanarlas a las gratas
actitudes de la renuncia o de la conformidad!. Sorprendido, Jerônimo, que contaba
encontrarse ante los acostumbrados burócratas terrenos, estancados en la complicación a
que se apegan, a los cuales estaba habituado, percibió en aquella mirada indagadora la
humildad de una lágrima oscilando en las pestañas.
El noble varón lo tomó dulcemente del brazo, y lo hizo sentar a su frente, en un cómodo
cojín, mientras Romeu, de pié, observaba respetuosamente. El hindú ofreció al suicida un
vaso de agua cristalina, servido por el mismo de una elegante jarra reluciente cual neblina
bajo la caricia del sol. El portugués la sorbió, incapacitado de rechazar; después de que,
algo sereno, tomó la actitud de espera a la solicitud enunciada.
"- ¡Mi amigo!. ¡Mi hermano Jerònimo!. – comenzó Teócrito. - Antes de ofrecer
respuesta a la versión de tu súplica, debo aclarar que, absolutamente, no soy un príncipe,
como supusiste, y, por eso mismo, no tengo el título de Alteza. Soy, simplemente, un
Espíritu que fue hombre que, habiendo vivido, sufrido y trabajado en varias existencias sobre
la Tierra, aprendió, en el trayecto, algo que con la propia Tierra se relaciona. !Un siervo de
Jesús el Nazareno – aquí está lo que me honro de ser, aunque muy modesto, pobre de
méritos, rodeado de señores!. Un trabajador humilde que, junto a vosotros, que sufrís,
ensaya los primeros pasos en el cultivo de la Viña del Maestro Divino; destinado
temporalmente, y por Su orden magnánima, para los servicios de María de Nazaret, Su
augusta Madre!.
Entre nosotros dos, Jerônimo – yo y tu -, una muy pequeña diferencia existe, una
distancia no muy avanzada: - es que, he vivido mayor número de veces sobre la Tierra, sufrí
mas, trabajé un poco mas, aprendiendo, por tanto, a resignarme mejor, a renunciar siempre
por amor a Dios, y a dominar las propias emociones; observé, luché con mas ardor,
obteniendo, así, mayor suma de experiencia. No soy, como ves, soberano de estos
dominios, y sí un simple operario de la Legión de María - María,
única Majestad que gobierna este Instituto Correccional donde te abrigas
temporalmente!. !Un hermano tuyo más viejo – aquí está la verdadera cualidad que en mi
debieras ver!... sinceramente deseo auxiliarte en la solución de los graves problemas que te
enredan... Llámame pues, hermano Teocrito, y habrás acertado..."
Hizo una breve pausa extendiendo los bellos ojos por la amplitud nebulosa que se
adivinaba a través de las ventanas, y prosiguió, tierno:
"- ¡¿Deseas rever a tus hijos, Jerônimo?!... ¡Es justo, mi amigo!. !Los hijos son parcelas
de nuestro ser moral también, cuyo amor nos transporta de emociones supremas, mas que
no raramente también nos reduce a la desolación de percucientes disgustos!. !Comprendo
tus ansias violentas de padre amoroso, pues sé que amaste a tus hijos con sinceridad y
desprendimiento!. !Sé de la dureza de tus dudas actuales, alejado de aquellos entes
queridos que allá- quedaron, en Porto, huérfanos de tu dirección y de tu amparo!. !Como tu,
yo también fui padre y también ame, Jerônimo!. !Es mas que justo, pues, que yo, validando
tus sentimientos afectivos por la termometría de los míos, loe tu aspiración antes de
censurarla, por cuanto mucho atesta ella en favor de tus respetos por la Familia!. !Sin
embargo, de ningún modo yo aconsejaría a que dejes este recinto, donde tan penosamente
te deshaces, de las influencias deletéreas de los ambientes terrenos, aunque sea apenas
por una hora!. !Aunque sea para buscar informes de tus hijos!..."
"- ¡Señor!. !Con el debido respeto a vuestra autoridad, suplico conmiseración!... Se
trata de una visita rápida... dandoos yo mi palabra de honor en que volveré... pues bien sé
que no paso de un prisionero..." – se recalcitró todavía el antiguo impaciente, perdiéndose
nuevamente en las confusiones mentales en que se placía enredar.
"- !Aun así no aprobaré la realización de ese deseo en este momento, aunque lo vea
justo... Sofrena un poco mas los impulsos de tu carácter, mi Jerônimo!. !Aprende a dominar
tus emociones, a retener ansiedades, tornándolas aspiraciones equilibradas bajo la
protección santa de la Esperanza!. !Recuerda que fueron esos impulsos, desequilibrados,
estribados en la falta de resignación, en la impaciencia y la desarmonía del sentido, que te
llevaran a la violencia del suicidio!. !Verás, sí, a tus hijos!. Sin embargo, por tu propio
beneficio te pido que concuerdes en postergar el proyecto para de aquí a algunos pocos
meses... cuando estés mas bien preparado para enfrentar las consecuencias que se
precipitaron después de tu desordenado gesto!. !Concuerda, Jerônimo, en someterte al
tratamiento conveniente a tu estado, al cual tus compañeros se someten buenamente,
confiando en los servidores leales que a todos vosotros desean socorrer con amor y
desprendimiento!. Cede a la invitación para la reunión de hoy a la noche, porque inmensos
beneficios sacarás de ella. mientras que una visita a la Tierra en este momento, el contacto
con la familia, en las precarias condiciones en que te encuentras, estaría en oposición con
los planes benignos ya elaborados para conducirte a la tan necesaria reorganización de tus
fuerzas. .. "
"- !!Mas... Yo no adquiriría serenidad para ningún proyecto futuro mientras no obtuviese
las deseadas informaciones, señor!... Oh, Dios del Cielo!. Margaridinha, mi pequeña, que
allá quedó, con siete años, tan rubia y tan linda!..."
"- ¿Ya te acordaste de apelar para la grandeza paternal del Señor Todo-Poderoso, a fin
de obtener valor para la resignación de una espera muy prudente, que seria coronada de
éxitos?... !!Queremos tu bienestar, Jerônimo, nuestro deseo es el de encaminarte a la
situación que te dé tregua para la rehabilitación que se impone... Vuélvete hacia María de
Nazaret, bajo cuyos cuidados fuiste acogido... es preciso que tengas buena voluntad para
elevarte al Bien!. Practica la oración... procura comulgar con las vibraciones superiores,
capaces de animarte hacia emprendimientos redentores... Es indispensable que lo hagas
por libre y espontanea voluntad, porque no te podremos obligar a hacerlo ni podríamos
hacerlo por ti... Renuncia, pues, a ese proyecto contraproducente y confía en nuestros
buenos deseos de auxilio y protección hacia tu persona!."
Mas el ex-comerciante de Porto era inaccesible. El carácter rebelde y violento, que en
un asomo de voluntariedad siniestra prefirió la muerte a tener que luchar, imponiéndose a la
adversidad hasta corregirla y vencerla, replicó impaciente, no comprendiendo la sublime
caridad que recibía:
"- Confiaré, señor. !Hermano Teócrito. . . Viviré de rodillas a los pies de todos vosotros,
si es necesario!... mas después de rever a mis entes caros y enterarme de las razones por
las que me abandonaron, resarciendo, de algún modo, esta añoranza que me despedaza..."
Cumplido su deber de consejero, Teócrito comprendió que seria inútil insistir.
Contempló al pupilo deshecho en lágrimas y murmuró tristemente, mientras Romeu sacudía
la cabeza, con pena:
"- ¡Dices una gran verdad, pobre hermano!. ¡Sí!. ¡Sólo después!... ¡Sólo después
encontrarás el camino de rehabilitación!... ¡Hay tendencias que sólo los duros aguijones del
Dolor serán bastante poderosos para corregir, encaminándolas
hacia el Deber!... ¡Aun no sufriste lo suficiente para recordarte que desciendes de un
Padre Todo-Misericordioso..."
Se dejó estar algunos instantes pensativo y continuó:
"- Podríamos evitar este incidente, impedir la visita y punirte por la actitud tomada. Nos
asiste para eso autoridad y permiso. !Mas éstas aun demasiado materializado, padeciendo,
por tanto, muchos prejuicios terrenos, para que nos puedas comprender!... “Además,
nuestros métodos, son persuasivos y no punitivos, serian incompatibles con una prohibición
intransigente, por mas armonizados con la Razón... Sin embargo, consultaré a nuestros
Instructores del Templo, como es nuestra obligación en dilemas como el que acabas de
crear..."
Se concentró firmemente, retirándose hacia un compartimento secreto, contiguo al
gabinete de consultas. Se comunicó telepáticamente con la direccion-general del Instituto,
que sobresalía al costado del Templo, y, después de un corto espacio de tiempo, tornó,
dando la nota final:
"- Nuestros orientadores mayores te permiten libertad de acción. Aunque una entidad
en tus condiciones no pueda disfrutar de la libertad natural a un Espíritu libre de las ataduras
carnales, no podrás también ser violentado por nosotros a deberes que te repugnarían.
Visitarás a tus entes queridos en la Tierra... Irás, por tanto, a Portugal, a la ciudad de Porto,
donde residías, a Lisboa, tal como deseas... Y como la ternura paternal del Creador lleva a
extraer, muchas veces, de un acto imprudente o condenable, ejemplos saludables para el
propio delincuente o para su observador, estoy convencido de que tu inconsecuencia no
será estéril para ti mismo ni dejará de agrandar profundas advertencias para cuantos de
buena-voluntad tomen de ellas conocimiento. Atiende sin embargo, lo siguiente, mi caro
Jerônimo: - Es que, dejando de aceptar nuestros consejos y sublevándote contra los
reglamentos de este Instituto, cometerás una falta cuyas consecuencias recaerán sobre ti
mismo. !Esa visita será realizada bajo tu exclusiva responsabilidad!. !No hay permiso para
ella: - es tu libre-albedrio el que la impone!. Si el descontento que de ahí provenga excede
de tu capacidad para el sufrimiento, dirigirás las quejas contra ti mismo, por que nuestros
esfuerzos sólo se emplean en dulcificar infortunios y evitarlos cuando son innecesarios... Por
eso mismo dejamos de darles las tan deseadas noticias por los medios de los que
disponemos... pues la verdad es que no había necesidad de alejarte de aquí a fin de
obtenerlas..." Se volvió hacia el asistente y prosiguió:
"- Prepárenlo para que vaya... Satisfáganle los caprichos sociales terrenos... porque
muy rápido va a detestar la Tierra... Que lo dejen actuar como desea... La lección será
amarga, mas le dará una mas rápida comprensión y consecuentemente progreso..."
Se hizo una pausa en la secuencia de la reproducción de los acontecimientos. Nos
sorprendiera una gran ansiedad mientras censurábamos al compañero por la displicencia
con que se portara. Concordáramos en atribuir a la mala educación de Jerônimo la falta de
respeto manifiesta a los reglamentos de la noble institución, en lo que fuimos interrumpidos
por los servidores presentes:
"- Ciertamente, la buena educación social auxilia grandemente a la adaptación a los
ambientes espirituales. Ella no es, sin embargo, todo. Los sentimientos depurados, estado
mental armonioso a los principios elevados, las buenas cualidades del carácter y del
corazón, produciendo la "buena educación" moral, son los que constituyen el elemento
primordial para una prometedora situación en al mas allá... siempre que un suicidio no venga
a anular esa posibilidad..."
"- ¿No podrían los directores de esta casa dar las noticias solicitadas, sin que el
enfermo se arriesgase a un viaje de onerosas consecuencias para su estado general?..." -
inquirí, curioso.
"- Si, si esas noticias concurriesen para el bienestar del paciente. !Además, en regla
general, les conviene a entidades en vuestras condiciones abstenerse de cualquier choque o
emociones que alimenten el estado de excitación en que se encuentren... Noticias de la
Tierra jamas confortarán a ninguno de nosotros, que pertenecemos a la Espiritualidad!. Y en
este caso se torna evidente el deseo de la administración de la casa de ocultar al pobre
enfermo algo que lo herirá profundamente, sin necesidad. Si se sometiese de buenavoluntad
a los reglamentos protectores, la realidad que verá dentro de poco vendría en un
tiempo en que él estuviese suficientemente preparado para enfrentarla, lo que evitaría
choques grandemente dolorosos. Insubordinándose, sin embargo, se coloca en una
situación delicada, razón por la que él fue entregado a sus propias inconsecuencias, las que
lo harán con violencia, a él, siendo que el trabajo educativo sus consejeros lo efectuarían
suave y amorosamente... "
Súbitamente sin embargo, volvíamos a observar movimientos en la luminosidad del
receptor de imágenes. Y lo que entonces pasó excedió tanto nuestra expectativa que
pasamos a sufrir con el desventurado Jerônimo los dramáticos sucesos con su familia
desarrollados después de su muerte.
El asistente Romeu providenció ordenes para el Departamento de Vigilancia, del cual
dependían todos los servicios exteriores de la Colonia. Olivier de Guzman, su celoso
director, apeló a la Sección de Relaciones Externas, en el sentido de ser proporcionados dos
guías vigilantes, de competencia comprobada, a fin de acompañar al visitante a la Tierra,
pues no seria admisible largar a los peligros de tal excursión a un pupilo de la Legión de los
Siervos de María, aun sin experiencia y débil.
Se presentaron - Ramiro de Guzman -, en el cual reconocimos al jefe de las
expediciones que visitaban el Valle Siniestro, bajo cuya responsabilidad de allá también
saliéramos; y otro cuyo nombre ignorábamos, ambos igualmente vistiendo la ya popular
indumentaria de los iniciados orientales.
Comenzábamos a comprender que, en ese Instituto modelo, los puestos avanzados, de
mayor responsabilidad; las tareas delicadas, que exigiesen mayor suma de energía,
voluntad, saber y virtudes, estaban a cargo de esos personajes atrayentes y bellos, en quienes vimos, desde los primeros días, elevadas cualidades morales e intelectuales.
A las ordenes de Olivier fue preparada la expedición condigna, en la cual no faltó ni siquiera la guardia de milicianos.
Entre tanto, una transformación sensible se operara en las actitudes del pobre Jerônimo. La auto-obsesion de la visita a la familia, conturbándole las facultades, lo tornaba
ajeno a todo lo que lo rodeaba, reintegrándolo mas que nunca a la condición que fuera la
suya cuando era hombre: - burgués rico de Portugal, comerciante de vinos, celoso de la
opinión social, esclavo de los preconceptos, jefe de familia amoroso y extremado. Lo
veíamos ahora vistiendo una buena capa, una vistosa corbata, bastón de mango dorado y
bajo el brazo un ramillete de rosas para ofrecer a su esposa, pues todo eso exigiera de la
paciente vigilancia de Joel, a quien habían recomendado satisfacerle los deseos. Y nuestros
mentores, presentes en la enfermería, viendo nuestra admiración, aclararon que, sólo muy
lentamente, Espíritus vulgares o muy humanizados consiguen deshacerse de esas
pequeñas frivolidades inseparables de las rutinas terrestres.
Rigurosamente guardado, viajando en un vehículo discretamente cerrado, Jerônimo
parecía, en efecto, un prisionero. Él parecía no darse cuenta de eso, sin embargo. Parecía
no distinguir realmente la presencia de Ramiro y sus auxiliares, tan abstraído se encontraba,
juzgándose viajando como otras veces que otrora le eran comunes.
Corría regularmente el vehículo. Si no fuera por la presencia de los guardianes
recordando a cada instante la naturaleza espiritual de la escena, afirmaríamos que se
trataba de un carruaje que nada tenia de "creación semimaterial", que la necesidad de los
métodos educativos del Mas Allá impone, y si de un muy pesado y confortable medio de
transporte que bien podría pertenecer a la propia Tierra.
Vimos que recorrían estradas sombrías, gargantas cubiertas de plúmbeas nevadas,
desfiladeros, valles lodosos cual pantanos desoladores, cuya visión nos dejaba inquietos,
pues aseguraban nuestros atentos asistentes que tales panoramas eran productos mentales
viciados de los hombres terrenos y de infelices Espíritus desencarnados, arraigados a las
manifestaciones inferiores del pensamiento. Los viajeros, sin embargo, llegaban a lugares
como aldeas miserables, habitadas por entidades pertenecientes a los planos más bajos de
lo Invisible, bandoleros y hordas de criminales desencarnados, los que investían sobre el
carruaje, malos y rabiosos, como deseando atacarla por adivinar en su interior a criaturas
mas felices que ellas mismas. Mas la banderola de blancura inmaculada, llevando el
emblema de la respetable Legión, los hacia recular atemorizados. Muchos de esos futuros
arrepentidos y regenerados - pues tendían todos al progreso y a la reforma moral por
derivar, como las demás criaturas, del Amor de un Creador Todo Justicia y Bondad – se
descubrían como si homenajeasen el nombre respetable evocado por la banderola, aun
conservando el hábito, tan común en la Tierra, del sombrero a la cabeza, mientras otros se
alejaban gritando y llorando, profiriendo blasfemias e imprecaciones, causándonos pasmo y
conmiseración... Y el carro proseguía siempre, sin que sus ocupantes se dirigiesen a
ninguno de ellos, convencidos de que no sonara aun para sus corazones endurecidos en el
mal el momento de ser socorridos para voluntariamente cogitar su propia rehabilitación.
De súbito, un grito unísono, aunque discreto, se exhaló de nuestros pechos cual sollozo
de añoranza enternecedora, vibrando dulcemente por la enfermería:
- ¡Portugal!. ¡Patria venerada!. ¡Portugal!...
- ¡Oh!. ¡Dios del Cielo!.... ¡Lisboa!. ¡El Tajo hermoso y orgulloso!... ¡El Porto!. ¡El Porto
de tan gratos recuerdos!...
- ¡Gracias, Señor Dios!... ¡Gracias por la merced de rever la tierra natal después de
tantos años de ausencia y de tumultuosa añoranza!...
¡Y llorábamos enternecidos, gratamente emocionados!.
¡Paisajes portugueses, en efecto, todos muy queridos a nuestros doloridos corazones,
nos rodeaban como si, tal como afirmaran de inicio los mentores presentes, formásemos
parte de la comitiva del pobre Jerônimo!.
¡Arraigándose mas en nosotros a sugestión consoladora por la excelencia del receptor,
mas se acentuaban en nuestras facultades la impresión de que personalmente pisábamos el
suelo portugués, cuando la verdad era que no salimos del Hospital!...
La silueta al principio lejana, de la ciudad de Porto, se diseñó pálidamente en las
brumas tristes en que envuelve la atmósfera terráquea, cual diseño en "crayón" sobre un
lienzo ceniciento. Algunos instantes mas y la extraña caravana caminaba por las calles de la
ciudad, como lo hiciese en el cantón de la Vigilancia, lo que mucho nos edificó.
Algunas arterias portuguesas, viejas conocidas de nuestro tumultuoso pasado,
desfilaran ante nuestros ojos cuajados de conmovido llanto, como si también transitásemos
por ellas Agitadisimo, Jerônimo, presintiendo la realidad de aquello que una ominosa
angustia le cuchicheaban al oído, y que apenas la insania del pavor a lo inevitable se
obstinaba inútilmente en encubrir, paró frente a una residencia de buena apariencia, con
jardines y balcones, subiendo precipitadamente las escaleras, mientras los tutelares se
predisponían caritativamente a la espera.
Fuera allí su residencia.
El antiguo comerciante de vinos entró desembarazadamente, y su primer impulso de
afecto y añoranza fue para su hija menor, por quien nutria la mas apasionada atracción:
"- Margaridita, ¡oh! !Mi hija querida!. ¡Aquí está tu papá!, Margaridita!... ¡¿Mar-ga-ri-dita?!...
- tal cual le llamara otrora, todas las tardes, al volver al hogar después de las penosas
lides del día...
¡Mas nadie acudía a sus amorosos llamados!. !Solo la indiferencia, la soledad
decepcionante alrededor augurando desgracias por ventura aun más duras de las que
soportadas por su corazón hasta allí, mientras en las profundidades sentimentales de su
alma atormentada por múltiples sinsabores retumbaban desoladoramente los alaridos
amorosos, más inútiles, de su cariño de padre, no correspondidos ahora por la mimosa niña
ya alejada de aquel lugar, que tan querido le fuera!.
"- ¡Margarita!... ¿Dónde estás, hijita?... ¡Margaridita!... ¡Mira que es tu papito el que
llega, mi hija!...”
Buscó por toda la casa. !Parecía, en tanto, que habían desaparecido de bajo la luz del
Sol todos aquellos pedazos sacrosantos de su alma, que allí dejara, y que él, único
sobreviviente, de la inconmensurable catástrofe, no se podía acomodar a la irrefutable
realidad de rever deshabitado, dramáticamente vacío, el hogar que tanto amara!.
Llamó a su esposa, llamó a sus hijos de a uno, y finalmente gritó por los criados: - ¡No
veía a nadie!. !Sombras y figuras extrañas, sin embargo, se movían por los compartimentos
que pertenecieran a la familia y lo dejaran gritar y preguntar sin dignarse a responder, no
percibiendo su presencia... puesto que se trataba de individuos encarnados, eran los nuevos
habitantes de la casa que le perteneciera!. El propio mobiliario, la decoración interior, todo se
presentaba diferente, indicando acontecimientos que lo confundían. Una decepción
punzante le dio un golpe certero, extrayéndole del alma el primitivo entusiasmo para que
aflictivas inducciones en ella mas se fortaleciesen. Reparando suspendidas a los muros de
un determinado aposento telas que le eran desconocidas, su mirada se fijó en un calendario
colocado en un ángulo de la estufa, cuya hoja indicaba la fecha de ese día. Leyó ahí:
-6 de noviembre de 1.903-
Un escalofrío de terror insoportable pasó lúgubremente por sus facultades vibratorias.
Hizo un esfuerzo inaudito, moviendo recuerdos; escudriñó reminiscencias, sacudiendo el
polvo mental de mil ideas confusas que le nublaban la claridad del razonamiento. El vértigo
de la sorpresa ante la realidad irremediable, que hasta allí él retardara a costa de la mala
voluntad de sofismas ingenuos, le perturbó el raciocinio: - no cogitara enterarse de fechas
durante mucho tiempo!. La verdad era que perdiera la noción del tiempo envuelto en el
volcán de las desgracias que lo cogieran después del desgraciado gesto de tránsfuga de la
vida terrenal Tan agudo fuera el estado de locura en el que se debatiera desde el trágico
momento en que tentara el suicidio; tan grave la enfermedad que lo alcanzara después del
choque por la introducción del proyectil en su cerebro, que, gracias a los tormentos de ahí
consecuentes, perdiera la cuenta de los días, se alucinara dentro de lo Desconocido sin
averiguar mas si los días eran noches, si las noches eran días... pues, en el abismo en el
que se viera aprisionado tanto tiempo, sólo existían tinieblas. ante él!. Para él, para su
percepción obliterada por la desesperación, el conteo social del Tiempo aun era el mismo
del día aciago, pues no se recordaba de otra fecha después de esa:
-l5 de febrero de 1.890-
¡Aquí está, sin embargo, que la hojita a su frente, indiferente, más expresiva, sirviendo
a una grandiosa causa, revelaba al mártir que estuviera ausente de su casa durante trece
años!.
Salió a la calle corriendo, abatido y aterrorizado frente al choque del pretérito, de
encuentro con la realidad del presente, la mente conflagrada por un inalienable desconsuelo.
Indagaría a los vecinos el paradero de la familia, que se mudara, por cierto, en su ausencia.
Los lanceros, sin embargo, en la puerta, cruzando las armas, formaran una barrera
intransponible, interceptando su fuga impensada, y obligándolo a refugiarse en el interior del
carro. Ante las protestas impresionantes del infeliz, inconforme con la prisión en la que se
reconocía, acudieran curiosos y vagabundos del plano invisible, Espíritus aun escondidos en
las camadas depresivas de la Tierra. Entre chacotas, excesos y carcajadas lo atormentaban
con incriminaciones y censuras, al paso que lo enteraban de lo que les había sucedido a
aquellos a quienes buscaba. Ramiro de Guzman y sus auxiliares no lo interfirieron, en el
sentido de evitar a Jerônimo el sinsabor de oírlos, ya que la visita corría bajo su
responsabilidad, y que solo les habían recomendado garantir el regreso a la Colonia dentro
de pocas horas.
"- ¿Pretendes entonces saber el paradero de tu muy amada familia, oh miserable
príncipe de los buenos vinos?... vociferaban los infelices. - !Pues debes saber tu que de ahí
fueron todos expulsados, hace muchos años!... !Tus acreedores les sacaron la casa y lo
poco que, para tus hijos, anduviste ocultando a última hora!. !Busca a tu hijo Albino en la
Penitenciaría de Lisboa!. !Tu "Margaridita" en las alcantarillas del Embarcadero da Ribeira,
vendiendo peces, haciendo recados y amores a quien se digne remunerarla con mas
prodigalidad, explotada por su propia madre, tu esposa Zulmira, a quien habituaste al lujo
exorbitante para tu posición, y cuyo orgullo jamas puede dedicarse al trabajo digno y a la
pobreza!... ¿Y tus otras hijas Marieta y Arinda?... ¡Oh! !!La primera está casada,
sobrecargada de hijos enfermizos, a bracear en la miseria, a sufrir hambre, golpeada por un
marido ebrio y rudo... La segunda... criada de hoteles de quinto orden, lavando el piso,
bruñendo cacerolas, limpiando botas de viajantes inmundos!... ¿Oyes y te espantas?...
¿Tiemblas y te aterrorizas?... ¿Por que?... ¡¿Que esperabas, entonces, que sucediese?!...
¡¿No fue esa la herencia que les dejaste con tu suicidio, canalla?!...."
Y pasaron a insultar al desventurado con injurias y vituperios cual chiflidos impíos,
intentando atacar el carro a fin de arrebatarlo, en lo que fueron impedidos por la guardia
protectora.
No obstante, exigió el rebelde pupilo de la Legión de los Siervos de María que lo
llevasen donde se encontraba su hijo, esperanza que fuera de su vida, aquel brote querido,
que quedara en el florecimiento delicado de las diez primaveras cuando el mismo, su padre,
lo hubiera abandonado a los peligros de la orfandad, matándose.
Convulsionado bajo el ardor de un llanto insólito, comprendió que era conducido y que
atravesaba los muros siniestros de una cárcel, sin que hubiese podido distinguir si se
encontraba en Porto o realmente en Lisboa.
¡En efecto!. !Ahí estaba Albino, metido en una celda sombría, implicado en crímenes de
chantaje y latrocinio, condenado a cinco años de prisión celular y a otros tantos de trabajos
forzados en África, como reincidente en las gravísimas faltas!. !A pesar de la diferencia
evidente de trece años de ausencia, Jerónimo reconoció a su hijo, escuálido, pálido,
maltratado por los rigores del cautiverio, embrutecido por los sufrimientos y por la miseria,
prueba patética del hombre destruido por los vicios!.
El antiguo negociante contempló el mísero bulto sentado sobre un banco de piedra, en
la semi-oscuridad de la celda, el rostro entre las manos. De los ojos mortecinos, fijos en las
losas del piso, caían lágrimas de desesperación, comprendiendo el suicida que el joven
sufría profundamente. !Un extenso desfilar de pensamientos caliginosos corría por la mente
del cautivo, y, dada la circunstancia de la atracción magnética existente entre ambos, pudo
el huésped del Hospital María de Nazaret enterarse de las conmovedoras peripecias que al
desventurado mozo le habían arrastrado a tan deplorable ocaso de la vida social, apenas
saliera de la infancia!. Como si la presencia de la atribulada alma de Jerónimo impregnase
de advertencias telepáticas a sus dones sensibles, Albino entró a recordar, satisfaciendo, sin
saberlo, los deseos de su padre, que ansiaba enterarse de los acontecimientos; y, como
avergonzado de las malas acciones cometidas, recordaba al genitor muerto hacia trece años
y diciendo a su mismo pensamiento, mientras las lágrimas le escaldaban el rostro y
Jerônimo le oía como si hablase en voz alta:
"- !Perdóname, Señor, mi buen Dios!. !Y ven con Vuestra Misericordia a socorrerme en
esta emergencia penosa de mi vida!. !No fue, exactamente, mi deseo el precipitarme en este
báratro insoluble que me atormenta para siempre!. !Yo quisiera ser bueno, mi Dios mas me
faltaron amigos generosos que me extendiesen las manos salvadoras, ocasiones favorables
que me ampliasen las perspectivas honestas!. ¡Me vi lanzado al abandono después de la
muerte de mi padre, criatura indefensa e inexperta!. ¡No tuve recursos para instruirme,
habilitándome en alguna cosa seria y digna!. ¡Sufrí hambre!. ¡Y el hambre maltrata el cuerpo
mientras envenena el corazón con al ansiedad de la rebelión!. ¡Tirité de frío en mansardas
inhóspitas, y el frío, que hiela el cuerpo, también hiela el corazón!. ¡Sufrí la angustia negra
de la miseria sin esperanza y sin treguas, la soledad del huérfano corroído de añoranzas del
pasado, envejecido en plena alborada de la vida, gracias a las desilusiones de múltiples
sinsabores!. ¡No me pude allegar a los buenos, a los honestos y respetables, para que me
comprendiesen y ayudasen en la conquista laboriosa de un futuro digno, porque aquellos de
nuestros antiguos amigos a quien busqué, confiado, me repelieron con desconfianza,
entendiendo que yo pertenecía a una descendencia marcada por la deshonra, pues,
además, mi madre se desvirtuó tan luego se reconoció desamparada y sola!. ¡Me torné
hombre después de entrechocarme con los peores aspectos y elementos de la sociedad!.
¡Precisé vivir!. ¡Me acicateaba el orgullo herido, la indomable ambición de liberarme de la
miseria abominable que me acosaba sin treguas desde el suicidio de mi pobre padre!. ¡Me vi
arrastrado a tentaciones perversas, mas que, a mi ignorancia y a mi debilidad, se me
figuraban soluciones salvadoras!... ¡Y cedí a sus seducciones, porque no tuve el amparo
orientador de un verdadero amigo que me indicara el carrero cierto a preferir!... ¡Oh, mi
Dios!. ¡Que triste es verse la criatura huérfana y abandonada, aun en la infancia, en este
mundo repleto de torpezas!... ¡Mi pobre y querido padre!. ¡¿Porqué te mataste, porqué?!...
¿No amabas entonces a tus hijos, que se desgraciaron con tu muerte?... ¿Porqué te
mataste, padre mío?... ¡Oh! ¿No tuviste siquiera compasión de nosotros?... ¡Me recuerdo
tanto de ti!... ¡Yo te amaba!. ¡Yo sí!... ¡Muchas veces, en aquellos primeros tiempos, lloré
inconsolable, con añoranza de ti, tan bondadoso eras para con tus hijos!... ¿Si nos amabas,
porqué te mataste, porqué?... ¿Porqué preferiste morir, lanzarnos a la miseria y al
abandono, a luchar por amor a nosotros?... ¿Porqué no resististe a los sinsabores,
previendo que co tu falta desgraciarías a tus pobres hijos que sólo contigo contaban en este
mundo?... ¡Si vivieras y nos hubieras terminado de criar yo seria hoy, ciertamente, un
hombre útil, respetado y honesto, mientras que, en verdad, no paso de un precito maculado
por la deshonra irreparable!..."
!Eran vibraciones sombrías y cáusticas, que repercutían en la consciencia del padresuicida
como estiletes que le rasgaban el corazón!. ¡Se confesaba único culpado de los
desastres insolubles del hijo, y semejante convicción se dilataba de intensidad, en diástoles
torturantes, en proporción a que los recuerdos, emergiendo de las fraguas mentales de
Albino, desfilaban cuales retazos de episodios dolorosos, a sus ojos aterrados de tránsfuga
del Deber!. ¡Jamas un hombre, en la Tierra, recibiría tan significativo libelo acusatorio, ante
el tribunal de la ley, como ese que el desventurado suicida lanzaba contra sí mismo
validando la narración de los infortunios descritos a través de las reminiscencias del hijo, y
que las sombras del presidio circundaban de los lúgubres atavíos de los dramas profundos e
irremediables!.
¡Desorientado, se precipitó hacia el joven, en el incontenido deseo de resarcir tantas y
tan profundas amarguras con el testimonio de su presencia, de su perenne interés paternal,
su indisoluble amor pronto a extender la mano amiga y protectora!. ¡Quería disculparse,
suplicar perdón, él, el padre faltoso; darle expresivos consejos que lo reconfortasen,
levantándole el animo de aquella ruinosa prestación!. ¡Mas era en vano que lo tentaba,
porque Albino dejaba correr el llanto, sin verlo, sin oírlo, sin poder suponer la presencia de
aquel mismo por quien lloraba todavía!.
Entonces el mísero se puso a llorar también, emitiendo vibraciones chocantes,
reconociéndose impotente para socorrer al hijo encarcelado. Y como su presencia,
expidiendo desaliento, diseminando ondas nocivas de pensamientos dramáticos, podría
actuar funestamente sobre la mentalidad frágil del detenido, sugiriéndole quizá el mismo
desánimo generador del suicidio - Ramiro de Guzman y su asistente se aproximaron y le
desarmaron las investidas encubriendo a Albino de su visión.
"- Volvamos a nuestra mansión de paz, mi amigo, donde encontrarás reposo y solución
suave para tus atroces penurias. . . - ponderaba amigablemente el jefe de la expedición. -
¡No recalcitres!. ¡Vuélvete al Amor de Aquel que, clavado sobre el madero, ofreció a los
hombres, como a los Espíritus, las reglas de la conformidad en el infortunio, de la
resignación en el sufrimiento!...!Estás cansado... precisas serenarte para reflexionar, porque,
en el delicado estado en que te encuentras, nada alcanzarás a hacer en beneficio de quien
quiera que sea!..."
Mas, por lo que todo indicaba, Jerônimo aun no padeciera lo suficiente a fin de
acomodarse a las advertencias de sus guías espirituales.
"- ¡No puedo, quiera disculparme, señor!... - gritó voluntarioso. - No dejaré a mi hija, mi
Margaridita!. !Quiero verla!. ¡Preciso desenmascarar a la turba de maledicientes que la
vienen difamando!... ¿Mi chiquita, tirada al Embarcadero de la Ribeira?... ¿Vendiendo
peces?... ¿Mandados?...y... ¡Era lo que faltaba!... ¡Imposible!. !Imposible tanta desgracia
acumulada sobre un sólo corazón!... ¡No!. ¡No es verdad!. ¡No puede ser verdad!. ¡Confío en
Zulmira!. ¡Es madre!. ¡Velaría por la hija en mi ausencia!. ¡Quiero verla, mi Dios!. !Mi Dios!.
¡Preciso ver a mi hija! ¡Preciso ver a m hija, oh Dios del Cielo!."
!Era bien cierto, sin embargo, que nuevas y más atroces torrentes de decepciones se
derramarían sobre su ulcerado corazón, super lleno de dolores irreparables!.
Aun a lo lejos, se diseñara a la visión ansiosa del extraño peregrino la perspectiva del
Embarcadero de la Ribeira, lleno de personas que iban y venían en afanes incansables. Se
acentuaban las vendedoras y regateras, mujeres que se alquilaban para mandados, de
ínfima educación y honestidad dudosa.
Jerónimo se puso a caminar entre los transeúntes, seguido de cerca por sus guardias y
el paciente vigilante, que se diría su propia sombra. Angustiosos presentimientos lo
advertían de la veracidad de lo que afirmaban los "difamadores". ¡Mas, deseando mentirse a
sí mismo, en la suprema repugnancia de aceptar la abominable realidad, se veía compelido
a investigar las fisionomías de las regateras; iba, y volvía, nerviosamente, afligido, aterrado
ante la idea de encontrarse entre aquellas despreocupadas e insolentes criaturas las
facciones añoradas de su adorada hija menor!.
Se detuvo súbitamente, en una reculada dramática de alarma: - acabara de reconocer
a Zulmira gesticulando, en discusión acalorada con una joven rubia y delicada, que se
defendía, llorando, de las injustas e insufribles acusaciones que le eran tiradas por aquella.
Se acercó apresuradamente el pupilo del noble Teòcrito, como impelido una por
desesperante diástole, para, enseguida, alcanzado por un supremo golpe, parar, sumiso a la
sístole no menos torturante, reconociendo en la joven llorosa a su Margaridita.
¡Era, en efecto, pecera!. A su lado estaban los cestos vacíos. Traía el vestido típico de
la clase y suecos inmundos. Zulmira, al contrario, vestíase casi como las señoras, lo que no
le impedía portarse como las regateras.
Giraba alrededor de las ferias del día la discusión vergonzosa. Zulmira acusaba a su
hija de robarle parte del producto de las. ventas, desviándola para fines oscuros. La moza
protestaba entre lágrimas, avergonzada y sufriendo afirmando que no todos los cliente del
día habían pagado sus deudas. En el calor de la discusión, Zulmira, excitándose mas,
abofeteó a la hija, sin que las personas presentes pareciesen admiradas o tentasen impedir
la violencia, serenando los ánimos.
Indignado, el antiguo comerciante se interpone entre ambas, con la intención de sanar
la escena deplorable. Amonesta a su esposa, habla cariñosamente a su hija, le enjuga el
llanto, que corría por el rostro, la convida a recogerse a su domicilio. Mas ninguna de las
dos mujeres podían verlo, ni podían oírlo, no se daban cuenta de sus intenciones, lo que
grandemente lo irritaba, llevándolo a convencerse de la inutilidad de sus propias tentativas.
No obstante, Margaridita alzó los cestos, los puso al hombro y se alejó. Zulmira, a
quien las adversidades mal soportadas y mal comprendidas habían arrastrado a los
excesos, transformándola en una bruja innoble, la siguió rabiosa, explotando en vituperios e
insultos soeces.
El recorrido fue breve. Residían en una sombría mansarda, en las inmediaciones de la
Ribeira. Y al llegar al miserable domicilio, la madre inhumana entró a golpear dolorosamente
a la pobre moza, exigiéndole a toda costa la totalidad de la feria, mientras, impotente, la
pecera imploraba tregua y compasión. Finalmente, la desalmada - para quien el Espíritu
atribulado de su esposo leal le trajera, de las moradas del Astral, un ramillete de rosas - salió
precipitadamente, arrastrando ondas turbias de odio y pensamientos caliginosos, lanzando a los aires insultos y blasfemias y groserías que, ahora, le eran comunes, y de lo cual
Jerônimo se sorprendió, confesando desconocerla.
La joven quedó sola. !A su lado la figura invisible de su padre amoroso y sufridor se
entregaba a crucificantes expansiones de llanto, reconociéndose imposibilitado de socorrer al adorado pedazo de su corazón, su Margarita, a quien entrevía todavía, mentalmente, tan
rubia y tan linda, en la lírica candidez de los siete años!... ¡Mas, tal como sucediera con su hermano Albino, la infeliz muchacha ocultó el rostro bañado en lágrimas entre las manos y,
sentándose en un rincón, rememoró dolorosamente los oscuros días de su tan corta y ya tan accidentada vida!.
Margarina abrió las compuertas de los pensamientos, y ondas de recuerdos punzantes
se desprendieron a los borbotones, mostrando a su padre el extenso calvario de
desventuras que pasara a recorrer desde el día nefasto en que el se tornara reo ante la
Providencia, esquivándose del deber de vivir a fin de protegerla, tornándola mujer honesta y
útil a la sociedad, a la familia y a Dios. ¡La oía como si ella le hablase en voz alta. !A medida
que se consolidaban las desgracias de la mísera huérfana, se acentuaban la decepción, la
sorpresa crucificante, el dolor inconsolable, que le partía el corazón como venablos asesinos
robándole la vida!. Cayó de rodillas a los pies de su desventurada hija menor, las manos
juntas y suplicantes, mientras derramaba el llanto convulsivamente de su alma de precito y
temblores traumáticos le sacudían la configuración astral, como si extraños temblores
pudiesen súbitamente alcanzarlo.
¡Y fue en esa humillada posición de culpa que el pupilo de la legión excelsa recibió el
supremo castigo que las consecuencias de su ominoso y salvaje gesto de suicidio podría
infligir a su consciencia!.
Este es el resumen acerbo del drama vivido por Margarina Sirviera, tan común en las
sociedades hedieras, donde diariamente padres inconscientes desertan de la
responsabilidad sagrada de guías de la Familia, donde madres vanidosas y livianas,
desposeídas de la aureola sublime que el deber bien cumplido confiere a sus héroes, se
desvirtúan al balanceo brutal de las pasiones insanas, incontenidas por la perversión de las
costumbres:
Siendo huérfana de padre a los siete años, la rubia y linda Margaridita, frágil y delicada
como un lirio floreciente, se criara en la miseria, entre rebeliones e incomprensiones, junto a
su madre que, habituada a los excesos de su insidioso orgullo, como al imperativo de
vanidades funestas, nunca se resignara a la decadencia financiera y social que la
sorprendiera con la trágica desaparición de su marido. Zulmira se prostituyera, esperando,
en vano, rever el antiguo fausto de esa manera culposa y condenable. Arrastrara a la hija
inexperta al barro del que se contaminara. Indefensa y desconocedora de las insidias
brutales de los ambientes y hábitos viciados que a rodeaban, la moza sucumbió muy pronto
a los enredos del mal, a despecho de no presentar inclinaciones hacia las miserables
situaciones diariamente surgidas. !La decadencia llegó rápida, como rápido había llegado la
caída deshonrosa. El trabajo exhaustivo y el Embarcadero de la Ribeira con su usual
movimiento de feria les ofrecieran recursos para no extinguirse, ella y su madre, a las
ásperas torturas del hambre Zulmira agenciaba mandados, ventas variadas, negocios no
siempre honestos, empleando generalmente en su ejecución las fuerzas y la juventud
atrayente de su hija, a quien esclavizara usurpando lucros y ventajas para su exclusivo
regalo. La pobre pecera, sin embargo, cuya índole modesta y aprovechable no se
aclimataba a la hiel del execrable servilismo, sufría por no entrever alguna posibilidad de
sustraerse de la miserable existencia que le reservara el destino. ¡E, inculta, inexperta,
tímida, no sabría actuar en defensa propia, lo que la hacia conservarse sumisa a la negra
situación creada por su propia madre!. Como Albino, también pensó en su padre, advertida,
en el fondo del corazón, de su invisible presencia, y murmuró, oprimida y anhelante:
"- !Que falta tan grande tu me haces, oh mi querido y añorado papá!... ¡Te recuerdo
tanto!... y mis desventuras nunca permitirán olvidar tu memoria, tan bueno y desvelado fuiste
con tus hijos!. !!Cuantos males el destino me habría ahorrado, padre mío, si no te hubieras
hurtado al deber de velar por tus hijos hasta el final!... ¡Dónde estés, recibe mis lágrimas,
perdona la maldad que sobre tu nombre involuntariamente lancé, y compadécete de mis
viles desdichas, ayudándome a desligarme de este espinero terrible que me sofoca sin que
ningún fulgor de esperanza libertadora venga a darme coraje!..."
¡Era lo máximo que el prisionero del Astral podría soportar!.! !El no poseía energías
para continuar sorbiendo la hiel de las amarguras lanzadas en el sacrosanto seno de su
propia familia por el acto condenable que contra sí mismo practicara!. ¡Oyendo los lamentos
de la desgraciada hija a quien tanto amaba, se sintió abominablemente herido en la más
delicada profundidad de su corazón paternal, donde los infernales clamores del
remordimiento repercutían violentamente, despertando en sus entrañas espirituales un dolor
inconsolable, un dolor redentor de la mas sincera compasión que podría experimentar!.
Desesperándose, ante la imposibilidad de prestar socorro inmediato a la hijita infeliz, de
hablarle, por lo menos, insuflando animo a su alma con el consuelo de su presencia, o
aconsejándola, Jerônimo ensanchó el padrón de los desatinos que le eran comunes y se
entregó a la alucinación, completamente influenciado por la locura de la inconformidad.
Acudieron los lanceros ante una imperceptible señal de Ramiro de Guzman. Lo
cercaran, protegiéndolo contra el peligro de una posible evasión, alejándolo rápidamente.
Condolido ante los infortunios de la joven Margarida, Ramiro, que fuera hombre, fuera padre
y tuviera una hija muy amada, por ventura más infeliz aun, se aproximó cariñosamente y,
posando en su frente las manos protectoras, le transmitió al ser suaves efluvios magnéticos,
confortantes y de animo. ¡Margaridita buscó el lecho y se durmió profundamente, bajo la
bendición paternal del siervo de María... mientras el suicida, debatiéndose entre el "llanto y
el chirriar de dientes", suplicaba que lo dejasen socorrer, de cualquier modo, a su hija
despreciablemente ultrajada!. Dominándolo, en tanto, con energía, a fin de que por un
momento procurase razonar, replicó el paciente guía:
"- ¡Basta de desatinos, hermano Jerônimo!. ¡Llegaste a lo máximo de la desobediencia
y capricho que nuestra tolerancia podría aceptar!. ¿No quieres, pues, comprender, que nada
podrás hacer en beneficio de tus hijos, mientras no conquistes las cualidades
imprescindibles para ello, y que en ti mismo escasean?... ¿No entiendes que tus hijos,
luchando contra pruebas muy ásperas, sucumbirían fatalmente al suicidio, como tu, si
permaneces junto a ellos, influenciando sus indefensas sensibilidades con las vibraciones
funestas que te son propias, aun no debidamente informado respecto al estado general en
que te debates, tal como te prefieres conservar?... ¡Partamos, Jerônimo!. Regresemos al
Hospital... ¿O desearás, por ventura, todavía sondar los pasos de Marieta y de Arinda?..."
Chocado como que ante la acción de fuerzas renovadoras, el precito tuvo un momento
de tregua contra sí mismo, a fin de considerar algunos instantes. Sacudió las desesperantes
alucinaciones que le cegaban el razonamiento, y respondió, resuelto:
"-¡Oh!. ¡No!. ¡No, mi buen amigo!. ¡Basta!. ¡No puedo mas!. ¡Mis pobres hijos!. ¡A que
abismo os arrojé, yo mismo, que tanto os ame!.
¡Perdón, hermano Teócrito!. Ahora comprendo... Perdón, hermano Teócrito..."
Y, de nuestra enfermería, vimos que retornaban con las mismas precauciones...
Jerónimo ya no volvió a formar parte de nuestro grupo.
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