domingo, 9 de marzo de 2014

LA NECESIDAD DE COMPRENSIÓN

Uno de los compañeros traía al culto evangélico enorme expresión de abatimiento.
Ante las indagaciones fraternales del Señor, aclaró que fue tratado rudamente en la vía pública. Varios deudores, que fueron invitados por él a pagarle, respondieron con ingratitud y grosería.
No se limitó Cristo al consuelo  individual,  sino que exhortando  evidentemente a todos los compañeros, narró, con inflexión benevolente:
Un grande explicador de los textos de Job poseía singulares disposiciones para los servicios de la comprensión y de la bondad, y, quizá por eso, organizó una escuela en la que pontificaba con indiscutible sabiduría.
Amparando, en cierta ocasión, a un aprendiz inquieto que frecuentemente se lamentaba de maltratos que recibía en la plaza pública, salió pacientemente en compañía del discípulo, por las calles de Jerusalén, implorando limosnas para determinados servicios del Templo.
La mayoría de los transeúntes daba o negaba, con indiferencia, pero, en una esquina de mucho movimiento, un hombre vigoroso les respondió a la rogativa con aspereza y escarnio.
El maestro tomó al aprendiz por la mano y ambos lo siguieron, cuidadosos. No anduvieron mucho tiempo y lo vieron caer al suelo, atormentado por un dolor violento, provocando el socorro general. Verificaron, pronto, que el hermano irritado sufría de cólicos mortales.
Siguieron adelante, cuando se quedaron frente a un caballero que no se dignó responderles a la súplica, dirigiéndoles tan sólo una mirada rencorosa y dura. El orientador y el tutelado le siguieron los pasos, y, cuando el extraño personaje alcanzó su domicilio, notaron que un compacto grupo de personas llorosas lo aguardaba, grupo ése al cual se unió en copioso llanto, informándose los dos de que el infeliz retenía en el hogar una hija muerta.
Prosiguieron pidiendo limosnas en la vía pública y, a pocos pasos, recibieron fuertes palabrotas de un muchacho a quien se habían dirigido. Se retrajeron ambos, a la expectativa, verificando, después de media hora de observación,  verificaron que el infortunado  no era más  que un loco.
Enseguida, oyeron atrevidas frases de un viejo que les prometía prisión y pedradas; pero, transcurridas algunas horas, supieron que el infortunado era simplemente un negociante quebrado, que se convirtiera de señor en esclavo, en razón de las deudas enormes.
Como el día declinaba, el respetable instructor propuso al discípulo que regresaran, y reflexionó
¿Guardaste la lección? Acepta la necesidad del entendimiento como sagrado imperativo de la vida. Nunca más te quejes de aquéllos que exhiben expresiones de rebeldía o desespero en las calles.
El primero que nos surgió al frente era un enfermo común; el segundo tenia a la muerte en su casa; el tercero padecía de locura y el cuarto experimentaba la quiebra . En la mayoría de los casos, quien nos recibe de mal humor permanece en una senda mucho más oscura y más espinosa que la nuestra.
Y, completando la enseñanza, terminó el Señor, delante de los compañeros sorprendidos:
 Cuando encontremos a los portadores de la aflicción, tengamos piedad y auxiliémoslos a que recuperen la paz interior. El toro conserva los cuernos, por no haber alcanzado, aún, el don de las alas. Protestamos, generalmente, contra la oveja que nos perturba el reposo, balando, atormentada; pero, raramente nos acordamos de que el pobre animal está siguiendo, bajo pesado lazo, el camino del matadero.

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