viernes, 6 de junio de 2014

LA VISITA DE LA VERDAD

En cierta ocasión, dijo el Maestro que sólo la Verdad hará libre al hombre, y tal vez no podía abarcar en lo inmediato la amplia extensión de esa manifestación,  le preguntó Pedro, durante  el culto doméstico:
Señor, ¿qué es la Verdad?
Jesús mostró en su rostro una enigmática expresión y contestó:
 La Verdad total es la Luz Divina total; sin embargo, el hombre aún está lejos de resistir su grandioso fulgor.
Reparando, sin embargo, que el pescador continuaba hambriento de nuevos esclarecimientos, el Amigo Celeste meditó algunos minutos y habló:
En una caverna oscura, donde la claridad nunca llegó, se encontraba cierto devoto, implorando el socorro divino. Se declaraba el más infeliz de los hombres, no obstante, en su ceguera, sentirse el mejor de todos. Reclamaba contra el ambiente fétido en que se encontraba. El aire apestado lo sofocaba  decía él en gritos conmovedores. Pedía una puerta libertadora que lo condujese a convivir con el día claro. Se consideraba robusto, apto, aprovechable. ¿Por qué motivo era conservado allí, en aquel aislamiento doloroso? Lloraba y gritaba, sin ocultar aflicciones y exigencias. ¿Qué razones lo obligaban a vivir en aquella atmósfera insoportable?
Notando Nuestro Padre que aquel hijo formulaba súplicas incesantes, entre la revuelta y la amargura, profundamente compadecido le envió la Fe.
La sublime virtud lo exhortó a confiar en el porvenir y a persistir en la oración.
El infeliz se consoló, de algún modo, pero, en breve tiempo, volvió a lamentarse.
Quería huir del basurero y, como se le aumentaron las lágrimas, el Todopoderoso le mandó la Esperanza.
La emisaria le acarició la frente sudorosa y le habló de la eternidad de la vida, buscando secarle el llanto desesperado. Para eso, le rogó calma, resignación, fortaleza.
El pobre pareció mejorar, pero, transcurridas algunas horas, retomó la lamentación.
No podía respirar — clamaba, con desaliento.
Condolido, determinó el Señor que la Caridad lo buscase.
La nueva mensajera lo acarició y alimentó, dirigiéndole palabras de cariño, como si fuera madre abnegada.
Pero, porque el miserable prosiguiese gritando, revoltoso, el Padre Compasivo le envió la Verdad.
Cuando la portadora del esclarecimiento se hizo sentir en la forma de una gran luz, el infortunado, entonces, se vio tal cual era y se aterrorizó. Su cuerpo era un conjunto monstruoso de llagas pestilentes de la cabeza a los pies y, ahora, percibía, espantado, que él mismo era el autor de la atmósfera intolerable en que vivía. El pobre tembló tambaleante, y, notando que la Verdad serena le abría la puerta de la liberación, se horrorizó de sí mismo; sin coraje de pensar en su propia curación, lejos de encarar a la visitante, frente a frente, para aprender a limpiarse y a purificarse, huyó, despavorido, en busca de otra caverna donde pudiese esconder la propia miseria que sólo entonces reconocía.
El Maestro hizo una larga pausa y terminó:
 Así ocurre con la mayoría de los hombres, delante de la realidad. Se sienten con derecho al recibimiento de todas las bendiciones del Eterno y gritan fuertemente, implorando la ayuda celestial.
Mientras están amparados por la Fe, por la Esperanza o por la Caridad, se consuelan y desconsuelan, creen y no creen, tímidos, irritados y titubeantes; pero, cuando la Verdad brilla delante de ellos, revelándoles la condición en que se encuentran, suelen huir, apresurados, en busca de escondrijos tenebrosos, dentro de los cuales puedan cultivar la ilusión.

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