sábado, 21 de junio de 2014

EL MENSAJERO DEL AMOR

Se hablaba en la reunión, con respeto a la preponderancia de los sabios en la Tierra, cuando Jesús tomó la palabra y contó, sereno y cordial.
Hace muchos años, cuando el mundo peligraba en una desastrosa
crisis de ignorancia y perversidad, el Poderoso Padre le envió un mensajero de la ciencia, con la misión de entregarle un glorioso mensaje de vida eterna. Tomando forma, en los círculos de la carne, el esclarecido obrero se hizo profesor y, sumamente interesado en letras, se apasionó exclusivamente por las obras de la inteligencia, alejándose, asqueado, de la multitud inconsciente y declarando que vivía en una vanguardia luminosa, inaccesible a la comprensión de las personas comunes. Observándolo incapaz de atender a los compromisos asumidos, el Señor Compasivo providenció el viaje de otro portador de la ciencia que, transcurrido algún tiempo, se transformó en médico admirado. El nuevo emisario de la Providencia se refugió en una sala de hierbas y brebajes, interesándose tan sólo por el contacto con enfermos importantes, habilitados a la concesión de grandes recompensas, afirmando que la plebe era demasiado mezquina para cautivarle la atención. El Todo Bondadoso determinó, entonces, la venida de otro emisario de la ciencia, que se convirtió en un célebre guerrero. Usó la espada del cálculo con maestría, se puso al lado de hombres astuciosos y vengativos y, alejándose de los humildes y de los pobres, afirmaba que la única finalidad del pueblo era la de destacar la gloria de los dominadores sanguinolentos. Entristecido con tantos fracasos, el Señor Supremo expidió a otro misionero de la ciencia, que, pronto, se hizo primoroso artista. Se aisló en los salones ricos y hartos, componiendo música que embriagaba de placer el corazón de los hombres provisionalmente felices y afianzó que el populacho no le seducía la sensibilidad, que él mismo creía excesivamente avanzada para su tiempo.
Fue, entonces, que el Excelso Padre, preocupado con tantas negaciones, ordenó la venida de un mensajero de amor a los hombres.
Ése otro enviado divisó todos los cuadros de la Tierra, con inmensa piedad. Se compadeció del profesor, del médico, del guerrero y del artista, tanto cuanto se conmovió ante la desventura y el salvajismo de la multitud y, decidido a trabajar en nombre de Dios, se transformó en el siervo diligente de todos. Pasó a actuar en beneficio general e, identificado con el pueblo al que viniera a servir, sabía disculpar infinitamente y repetir
mil veces el mismo esfuerzo o la misma lección. Si era humillado o perseguido, procuraba comprender en la ofensa un desafío benéfico a su capacidad de desdoblarse en la acción regeneradora, para manifestar reconocimiento a la confianza del Padre que lo enviara. Por amar sin reservas sus hermanos de lucha, en muchas situaciones fue compelido a orar y pedir socorro del Cielo, delante de las garras de la calumnia y del sarcasmo; no obstante, entendía, en las más bajas manifestaciones de la naturaleza humana, sobrados motivos para consagrarse, con más calor, al mejoramiento de los compañeros animalizados, que aún desconocían la grandeza y a sublimidad del Padre Benevolente que les diera el ser.
Fue así, haciéndose el último de todos, que consiguió encender la luz de la fe renovadora y de la bondad pura en el corazón de las criaturas terrestres, elevándolas al más alto nivel, con plena victoria en la divina misión de la que fuera investido.
Hubo ligera pausa en la palabra dulce del Mesías y, ante la quietud que se hiciera espontánea en el ruidoso ambiente de minutos antes, concluyó él, con expresivo acento en la voz:
Cultura y santificación representan fuerzas inseparables de la gloria espiritual. La sabiduría y el amor son las dos alas de los ángeles que alcanzaron el Trono Divino, pero, en todas partes, quien ama sigue al frente de aquél que simplemente sabe.

No hay comentarios: