
subdividida en diversas secciones de servicio.
Allí está el Departamento del Deseo,
donde actúan los propósitos y las aspiraciones, que acicatean los impulsos al trabajo;
El Departamento de la inteligencia, que amplía el patrimonio de la evolución y la cultura;
El Departamento de la Imaginación, que atesora las riquezas de los ideales y de la sensibilidad;
El Departamento de la Memoria, que archiva el cúmulo de las experiencias; y algunos otros, que definen los anhelos del alma.
Por encima de ellos, sin embargo, aparece el Despacho de la Voluntad.
La Voluntad es una gerencia esclarecida y vigilante que gobierna a cada uno de los sectores de la
acción mental. La Divina Providencia concedió al raciocinio la Voluntad, como una aureola luminosa, al cabo d
el laborioso y multimilenario viaje del ser por las oscuras provincias del instinto.
Para valorar su importancia, basta con recordar que la Voluntad es el timón de todas las categorías
de fuerzas incorporadas a nuestro conocimiento. La electricidad es energía dinámica.
El magnetismo es energía estática.
El pensamiento es fuerza electromagnética.
El pensamiento, la electricidad y el magnetismo
se conjugan en cada una de las manifestaciones de la Vida Universal, para crear gravitación y afinidad,
asimilación y desasimilación en los campos múltiples de la forma, que están al servicio del peregrinaje del espíritu hacia las Metas Supremas trazadas por el Plan Divino.
La Voluntad, empero, es el impacto determinante. Es el botón poderoso, a nuestra disposición,

por falta de Voluntad, la Imaginación que ha sido dominada por las sombras puede generar peligrosos monstruos, y si la Memoria no está aliada a la Voluntad aunque permanezca fiel a su función de registro, de conformidad con el destino que le ha asignado la Naturaleza puede llegar a caer en un deplorable relajamiento. Sólo la Voluntad aportará la fortaleza necesaria para sustentar la armonía del espíritu. Por cierto, la Voluntad no consigue evitar la reflexión mental cuando se trata de la conexión entre semejantes, porque la sintonía es una ley irrevocable; sin embargo, tiene la posibilidad de imponer el yugo de la disciplina a los elementos que administra, de manera de mantenerlos en íntima concordancia dentro de la corriente del bien.
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