jueves, 15 de enero de 2015

VIDA DE JESÚS DICTADA POR EL MISMO CAPITULO XI PARTE I

CONTINÚA EL DESARROLLO DE LA MISIÓN DE JESÚS

Vida de Jesús dictada por él mismo», viene a prestar un importantísimo servicio al Espiritismo en el momento preciso, desmintiendo totalmente, muchos de los acontecimientos que se hacían inaceptables para la mayor parte de los estudiosos, sobre la personalidad de Jesús, devolviendo la verdadera imagen al Nazareno. Además apoya totalmente, sin lugar a duda, el grandioso trabajo realizado por Allan Kardec, y sobre todo la definición que encontramos en los libros de la codificación espirita, respecto al cuerpo de Jesús y su naturaleza.
Durante su corta aparición como Mesías en medio de los hombres, Jesús tuvo que renunciar a darse a conocer porque su poder residía en el título de hijo de Dios, título lleno de promesas, pero lleno también de la oscuridad sobre lo desconocido, de lo cual tomaba motivo para adquirir ascendiente sobre las masas. Mas en sus conversaciones particulares, Jesús dejaba comprender que la filiación de que se honraba, honraría también a todos los espíritus llegados a la emancipación del alma en medio de la naturaleza carnal. La unidad de Dios jamás se vio comprometida por Jesús. Los que hicieron los milagros fueron los que convirtieron a Jesús en Dios. Dios distribuye a cada uno la fuerza y la inteligencia, en proporción a los honores ganados en la lucha de los instintos de la materia con las emanaciones divinas de la inmortalidad espiritual. La inmortalidad del alma, al poner de manifiesto ante el espíritu el objeto de sus existencias sucesivas en la materia, lo empuja al desprecio por toda dependencia carnal, elevándolo en cambio hacia la gloria de la misión divina.
Los mesías son los hijos de Dios, porque muestran a Dios. Ahora puedo hablar así, pero antes era necesario que me rodease de prestigio, a lo cual no convenía que se explicara el principio sobre el que  descansan los honores del Mesías. Era necesario dilatar el sentido moral de la humanidad y no convenía proporcionarle la posibilidad de discutir mis derechos de hijo de Dios. Era necesario obtener el resultado bajo proporciones fuera de lo ordinario, so pena de ser arrestado a los primeros pasos. A pesar de ello, a menudo me he reprendido a mí mismo por esa tortuosidad del camino y cuando me encontraba a solas con alguno de mis discípulos, si se me presentaba una ocasión favorable para arrojar en un espíritu perspicaz el germen de la verdad, yo me confiaba a medias, pronunciando frases misteriosas, de cuyo significado esperaba que, tal vez el porvenir sacara algún provecho para la verdad. Me decían que era el confidente de los profetas y de los mártires sorprendidos por la muerte y llamado por el sentimiento de mi posición, reprimía manifestaciones y recomendaba a los que habían sido testigos de mis expansiones entusiastas, que guardaran el mayor secreto respecto a lo que habían oído. En mis conversaciones siempre intentaba asociar la creencia en los dogmas establecidos con la doctrina de las encarnaciones sucesivas de los espíritus, hablando al mismo tiempo del infierno y de la santidad de mis derechos de hijo de Dios. Mas el dilatado horizonte se extendía delante de mis pensamientos, los hechos se veían justificados por los propósitos. Yo dirigía mis esperanzas hacia el porvenir y colocaba las deliciosas emociones de mi alma en frente de las armonías en que soñaba, viéndose ellas justificadas aún en este mismo momento  en que vuelvo para completar mi obra, valiéndome nuevamente de Dios. Yo mezclaba la ley antigua con la nueva, de lo cual resultaban esas parábolas que a menudo carecían de claridad, esas contradicciones aparentes, envueltas en la rapidez de mis exposiciones y mal advertidas por la poca perspicacia del auditorio, y esas apreciaciones sobre la Justicia Divina, llenas al mismo tiempo de misericordia y de eterna venganza. Hermanos míos, inclinémonos ante la majestad de Dios y confesemos la pobreza de nuestra naturaleza. Yo decía a mis discípulos: «Vosotros, todos sois hijos de Dios, y el último de vosotros tendrá que trabajar para llegar a ser grande y fuerte». «Se hace más fiesta en la casa de mi Padre cuando entra en ella un espíritu recién convertido que no por la perseverancia de dos justos». «La voluntad y la emulación libran al espíritu de las humillaciones de la  carne. El amor de Dios inspira el amor de las criaturas, que son la obra de Dios». «Convertíos en los depositarios de mi ley; ella es una ley de amor. La ley de amor no dice: diente por diente, ojo por ojo; ella dice: perdonad a vuestros enemigos, orad por los que os calumnian, llevad sin hacer ruido, vuestra limosna a la casa del pobre. Si os dan una cachetada en una mejilla, presentad la otra, porque los hombres ceden antes a la dulzura de la virtud que a la justicia de las represalias».
«Habitad con los enemigos de Dios y no esquivéis a las mujeres de mala vida, puesto que el dar ejemplo es una obligación para los que trabajan en la viña del Señor, y la proximidad del vicio no puede manchar al justo». Yo traía ejemplos favorables para las inteligencias de aquellos a quienes ellos iban dirigidos y atraía con conversaciones familiares, en las fiestas, encontrando a menudo ahí en qué aplicar mis preceptos. Me acuerdo de un hecho que tuvo lugar en una casita de la montaña que  domina el valle de Sichem. Estaba cansado y mientras reposaba esperando a mis discípulos que habían ido a renovar nuestras provisiones, empecé a hacer elogios de la limpieza que se observaba en medio de tanta pobreza, con el propósito de entablar conversación con una mujer que se mantenía respetuosamente de pie delante de mí. En estos lugares de Jerusalén había mucha población samaritana, despreciada por los hebreos.
«Señor, me dijo esa mujer, ya que eres profeta, enséñame a mí también, porque la ley de Dios está encerrada en el Templo de Jerusalén, mientras que nosotros tenemos que adorarle aquí». «Mujer, le contesté, Dios no tiene más que un Templo y ese Templo está en todas partes».
«Los hombres adorarán a Dios en espíritu y en verdad; la hora no ha llegado todavía, mas la luz dará origen a la verdad, y yo voy predicando la luz». Créeme, sobre esta montaña, como en el Templo de Jerusalén, Dios ve los corazones y favorece a los justos. Sobre esta montaña, como en el Templo de Jerusalén, no hay una brizna de hierba que pase inadvertida a los ojos de Dios. La ley de Dios no se encuentra encerrada en un Templo, sino que resplandece en todos lo corazones.
Hermanos míos, la mejor prueba de vuestra alianza con Dios es la de reconocer dicha ley en todas partes, inclinándoos bajo la prueba como en presencia de sus bendiciones, adorando al Padre con los pensamientos y con las obras, alabándolo tanto en medio de los sufrimientos como en medio de la prosperidad. Demostrad la ley de Dios con la rectitud de vuestra vida; convertid a los hombres en justos, haciéndoles felices y sed felices vosotros mismos mediante la fe.
Me acuerdo todavía de una fiesta en que la abundancia y la alegría reinaban entre los presentes, y en esos momentos todos se olvidaban de los cuidados y de las penas de la vida. La alegría se dibujaba en todos los semblantes y la mesa colocada en medio de un patio que formaba un jardín, recibía algunos rayos de sol, a pesar de la bóveda de verdor que lo cubría. Los jóvenes me dirigían miradas tímidas, los hombres, las mujeres y muchachos me rodeaban y todos querían darme el puesto de honor. Yo
acepté, colocándome a la cabecera de la mesa y mis discípulos, que me habían acompañado en número de cuatro, ocuparon el otro extremo. Me mostré amable y conversador esa noche. Mis miradas y mis sonrisas se dividían entre los comensales iluminándose con el brillo de la alegría general. Así procedí siempre tomando las actitudes que correspondían a las circunstancias en que me encontraba y jamás en una fiesta o en una reunión de amigos, se me vio deseoso de silencio o distraído por penosas preocupaciones. Acostumbrado a la vida nómada, renegaba de la familia y de la patria para honrarlas mejor, en la elevada expresión de estas palabras: ¡Familia de hombres! ¡Patria universal!. Yo llevaba el fanatismo por los derechos del alma hasta la renuncia completa de las esperanzas humanas, pero en los casos de mi presencia entre los hombres, daba la seguridad del apoyo divino para los que supieran dirigir bien sus familias y para la justa y amorosa dirección de las madres. Mi doctrina se basaba sobre la fraternidad humana y las masas se apretaban a mi alrededor para oír estas palabras, de las que eran pródigos mis labios: Dejad que se aproximen a mí los más pequeños y los más débiles. Yo he venido para dar alegría a los tristes y para decirles a los felices: Sed los siervos de los pobres, el Dios del amor y de la justicia os recompensará. Vosotros todos sois hermanos y el siervo vale tanto como el maestro en la casa de mi Padre. El que se humilla será elevado. Humillaos para servir a Dios; tan sólo los humildes serán glorificados.
«Llamad y se os responderá, golpead y se os abrirá». Aprended mi ley y divulgad mis preceptos por toda la Tierra, amándoos los unos a los otros. Non procedáis como los hipócritas que se postran delante de Dios para ser observados por los hombres, que oran con el corazón lleno de cólera y celos; deponed en cambio ante las puertas del Templo de Dios vuestros deseos de fortuna terrestre, vuestras alegrías de esperanzas mundanas, vuestras debilidades de amor propio, vuestros pensamientos impuros, vuestras bajas concupiscencias, para que la gracia descienda sobre vosotros con la oración.
«Dad asilo a la viuda y al huérfano». Librad al pecador de su vergüenza, mostrándole los brazos siempre abiertos para recibirlo Descubrid el vicio, desenmascarad la impostura, mas haced que penetren en todos los culpables las palabras de misericordia, la promesa del perdón.
La limosna hecha con ostentación no es agradable al Señor, nuestro Padre, y el óbolo de la viuda tiene mayor mérito ante sus ojos que los millones del rico. La limosna no es provechosa para el que la hace, sino cuando se la rodea del mayor misterio. Guardad por lo tanto el secreto sobre las miserias que hubierais aliviado, y que vuestra mano izquierda ignore lo que vuestra derecha haya distribuido.
Decid ¡Creo! Y obrad. La actividad es a la fe, como el calor al amor, una señal de vida. Meditad mis palabras y no les deis un sentido diferente del que tienen El fervor no consiste en la abundancia de las palabras y en la petulancia de la acción, sino en la modestia de la caridad. Él honra al espíritu sin darle brillo entre los hombres. Él da al alma un dulce ascendiente sobre las almas, pero no la empuja hacia la opresión, hacia la dominación, hacia la prepotencia del mando. Hace florecer la sabiduría, no arrastra al espíritu hacia la turbación del orgullo y del poder, hacia las pasiones tumultuosas de la grandeza humana, en la temeridad de la ambición de los honores humano Predicad en mi nombre y afirmad mi presencia, porque mi espíritu seguirá aún en medio de vosotros. Permaneced fieles a mi voz y consolaos diciendo: El Señor está con nosotros. Tomadme como ejemplo; soy pobre, permaneced pobres; soy perseguido, sufrid persecución y que el Dios de paz dicte vuestras palabras Despreciad los ultrajes, ejerced el amor y rogad con un corazón puro El hierro y el fuego, el abismo y el espíritu de las tinieblas, no prevalecerán en contra de vosotros. Yo soy aquel que Dios ha enviado para que diga la verdad a los hombres. Soy el lazo del amor. Soy la puerta de la patria feliz y las puertas del infierno no prevalecerán contra mí. Soy aquel que fue, que es y que será. No explico estas palabras porque vosotros no podríais comprendedlas; mas el día llegará en que todos los hombres podrán comprender la verdad. Permaneced fuertes en el amor. Soy vuestro Señor y vuestro Padre y estaré con vosotros durante todos los siglos mediante el poder de Dios y por efecto de mi voluntad No desenvainéis jamás la espada; quien quiera que haga uso de la espada perecerá bajo el golpe de ésta. Mejor sería que no hubierais jamás nacido antes que olvidar mis enseñanzas, porque la Justicia de Dios pesa con mayor rigor en contra de los padres que de los hijos; en contra de los ministros infieles, que en contra de la masa de los pecadores. Id por toda la Tierra y anunciad la palabra de Dios, proclamándoos sus Profetas. Perdonad los pecados. Todo lo que vosotros perdonareis aquí, perdonado será en el cielo, y la gracia os acompañará mientras sigáis mi ley. La Justicia de Dios quiere todavía que Jesús sea vuestra estrella conductora en medio de los errores y peligros, pero manda que las palabras de otros tiempos sean desligadas de la oscuridad que las envolvía para resplandecer de luz divina y para iluminar a los espíritus que se encuentran ahora mejor dispuestos para recibir la luz que en la época en que Jesús vivía como hombre entre los hombres.
La doctrina de Jesús demostraba la igualdad entre los espíritus al salir de las manos del Creador, siendo la diferencia que se establece después entre ellos el resultado del adelantamiento más o menos rápido de cada uno, de acuerdo con la irradiación del amor hacia la familia universal, cuyos miembros son todos hermanos, y deben ayudarse mediante la caridad y la abnegación. Cuanto mayor es el progreso de los espíritus, tanto más sienten los deberes de la fraternidad. Cuanto más adelantados son los espíritus, tanto más sienten la tendencia generosa y el ardor del sacrificio a favor de sus hermanos como expresión del amor fraternal. Con la palabra caridad yo no entiendo tan sólo la limosna y la falta de los sentimientos del odio sino la condolencia íntima del alma ante todo sufrimiento. Con la palabra devoción no quiero designar únicamente la exaltación pasajera del alma en busca de Dios, empujada tal vez por un sufrimiento momentáneo, sino el sentimiento de la plegaria en la asociación continua con todos los sufrimientos y la tendencia permanente a participar de todas las miserias, todas las vergüenzas, todos los conflictos del alma. La palabra amor no encierra la explicación de las ternuras entre los aliados terrestres, sino que impone el bien por medio de la palabra, de las obras, del olvido de sí mismo en beneficio de los demás, mediante la firmeza en la protección de nuestros semejantes y el cumplimiento de todos nuestros deberes fraternos y humanos. La doctrina del amor, basada en la igualdad y en la fraternidad; he ahí la causa del prestigio de Jesús en medio de la humanidad. Ha venido a traer la ley de Dios a un mundo demasiado nuevo para poderla comprender, pero puso los cimientos de su obra, que sería inmortal, y esa obra continúa su desarrollo. Él vino para enseñar la ley de sacrificio, y si bien los sucesores de sus apóstoles, que estaban en la obligación de marchar en medio de la humildad y de la pobreza, para honrar la ley y obedecer al mandamiento, no han respetado la palabra del Maestro, vendrán discípulos más fervorosos que sabrán colocarse en el cumplimiento de dichas enseñanzas, repitiendo sus palabras, las que tendrán al fin continuadores. Hermanos míos, yo soy el Mesías y el fundador de la Iglesia Universal. Vuelvo ahora para repetir todo lo que dije, dándole el sello de la grandeza divina a las palabras humanas. La presencia del espíritu resplandecerá en medio de las tinieblas y las tinieblas serán despejadas. La luz ilumina a todo hombre de buena voluntad. Los hombres no me han conocido porque no poseían la verdadera luz, pero me reconocerán al adquirir mayor luz, iluminados por las claridades del espíritu enviado por el Señor. Felices los que creerán, porque marcharán en mi ley; felices los que seguirán mis preceptos porque verán a Dios.

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