domingo, 1 de febrero de 2015

VIDA DE JESÚS DICTADA POR EL MISMO CAPITULO XI PARTE 2

Felices los que creerán, porque marcharán en mi ley; felices los que seguirán mis preceptos porque verán a Dios. Es un error fatal el afirmar que Jesús vino a traer la espada, pues yo soy el lazo de amor, habiendo dicho: Amaos los unos a los otros y mi Padre os amará. ¡Errores realmente son los que han dado lugar a alegrías sacrílegas en medio de la sangre y de los horrores de las hecatombes humanas, ofrecidos al Dios de los ejércitos, mientras no son más que delirios por la posesión de bienes efímeros, en medio del triunfo de las bajas pasiones y del propio sometimiento al imperio de la maldad y de los goces vergonzosos del vicio! Yo dije: Permaneced humildes; no os dejéis dominar por la ambición de los bienes terrenales, ni por el deseo de poderes mundanos. Los que se apegan a la Tierra no me pueden seguir. Mi Reino no es de este mundo.
Apoyaos en mí y yo os llevaré hacia la vida, y os daré la vida, porque la vida soy yo. Yo soy el buen pastor; cuando una oveja se pierde, yo la busco y la vuelvo a la majada Mis ovejas son los hijos de los hombres; haced como yo hago y reine la alegría en la casa del patrón cuando una oveja extraviada vuelve al redil. Dejad venir hacia mí a los niños y también a los pobres, a los pecadores y a las mujeres de mala vida, puesto que si la niñez precisa de luz y de apoyo, los pobres son mis preferidos, los pecadores solicitan ayuda para poder entrar a la nueva vida, y las mujeres de mala conducta se apegan a un vaso de arcilla, cuando tienen a su alcance un vaso de oro. El vaso de arcilla es el amor falso de los hombres, y el vaso de oro es el amor de Dios que no perece. Permaneced fieles a mi doctrina y propagadla por toda la Tierra para que los hombres no se encuentren más divididos y no exista más que una religión y un templo.
Haced lo que os digo, arrancad la mala hierba, echad al fuego la planta seca, separad el buen grano de entre los malos y caminad en medio de las ruinas edificando de nuevo. Mas cumplid la ley con dulzura y amor. Hay que compadecerse de la pobre avecilla y recordad, también, que como ella, todo lo que vive depende de Dios. Andad y repetid mis palabras. El Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán, porque la voz del espíritu debe repercutir en todo tiempo. Hagamos resplandecer mi identidad, hermanos míos, con el paciente encadenamiento de los pensamientos y la exposición de mis obras. Humillémonos juntos. Aceptadme como mediador, puesto que me ofrezco a vosotros y vengo a libertaros de los hombres de mala vida. Romped la cadena que os liga al egoísmo, al orgullo, al vicio, a la tibieza, al desaliento, puesto que vengo a libertaros del pecado y de la muerte.
Yo soy siempre aquél que os lleva hacia la vida y os digo: Venid a mí, los que lloráis, porque yo os consolaré. Venid a mí, pobres y pecadores, humildes y abandonados, y yo os daré la paz y el calor. Mis discípulos estaban cada vez más convencidos de la grandeza de mi misión, y la familiaridad de nuestras conversaciones particulares, no disminuían el respeto de sus demostraciones delante de los hombres. Imitadores de mis modales y de mis gestos en la manera de hablar, ellos recibían honores en todas partes, reflejándolos sobre mi persona a quien no perdían las continuas ocasiones que se les presentaban para designarme con los calificativos de Señor y de Maestro, queriendo con esto demostrar el lugar que me daban en medio de ellos. Yo me resigné al honor de ese cargo de maestro, para dirigirlos, pero empleaba todos los argumentos para hacerles comprender la divina esencia de la palabra hermano, reconocer la elevación del alma en medio de las más humildes posiciones del espíritu y saber adquirir toda la fuerza necesaria para soportar todas las humillaciones presentes con la celeste esperanza de la gloria futura. Yo soy vuestro Padre espiritual, pero este carácter me obliga, más que a vosotros, al empleo de la mayor paciencia y dulzura. Soy vuestro Señor, es decir, vuestro director, vuestro defensor; mas si alguien entre vosotros me juzgase indigno de estos títulos, se encontraría en el deber de advertírmelo, puesto que el discípulo vale ante Dios tanto como el maestro y es indispensable que exista entre nosotros una confianza ilimitada, para poder alcanzar el objetivo que nos hemos propuesto.
Oremos juntos para que Dios nos sostenga, mas sería preferible que el discípulo pereciera antes que el maestro, porque la cabeza es más útil que el brazo y porque la ruina del patrón produciría también la de sus siervos. Honrarme, pero no me prodiguéis juramentos referentes al porvenir, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil. Yo os lo digo: muchos de vosotros me abandonarán en el camino del sacrificio. Los dispersos no se reunirán sino para volverse a dispersar. Tan sólo la cabeza es fuerte. La cabeza soy yo, los miembros sois vosotros. No temáis. La prueba que está por llegar soportadla como una ráfaga huracanada.
Los Mesías resucitarán en espíritu y este espíritu brillará en medio de las tinieblas, guiará vuestra nave por encima de las agitadas olas, su voz dominará la tempestad y su palabra anunciará el nuevo día. Vosotros percibiréis al espíritu por la influencia de dulces esperanzas que se filtrarán en vuestra alma y por la fuerza que duplicará vuestras fuerzas. Percibiréis al espíritu mediante el soplo divino que pasará por encima de vuestras cabezas mediante el calor que penetrará en vuestros corazones.
Veréis al espíritu en medio de los resplandores que iluminarán vuestras almas y nadie podrá engañarse al respecto. Mas escuchadme y preparad el reino de Dios practicando la devoción y el amor, la prudencia y el desprecio por los honores. El mundo os llenará de escarnio y muchos os odiarán, pero sufridlo por amor a mí, diciendo siempre: el Señor está con nosotros y nosotros somos sus miembros. Tengo aún otros miembros: son los pobres y cuando veáis a los pobres, acordaos de éstas mis palabras. Dentro de poco yo no seré más; pero mi espíritu os acompañará y os dictará mi voluntad, como si me encontrara aún entre vosotros. No acuséis a nadie por mi muerte. Mi Padre me mandará el cáliz de la amargura y yo lo apuraré hasta el fin.
Mas llevad a la práctica después de mi partida lo que ahora llevamos a la práctica juntos, y desparramad mis palabras como las he dicho, sin cambiarles nada ni añadirles nada. La Tierra se renovará y mis palabras serán comprendidas al pasar los siglos; yo os lo repito: el espíritu ayudará al espíritu y el reino de Dios se establecerá, por obra del poder del espíritu.
El espíritu arrojará la palabra y la palabra será semilla. Muchos de vosotros verán el reino de Dios.
Estas palabras no podéis comprendedlas y tengo que dejaros en la ignorancia, porque el momento no ha llegado para explicároslas; pero muchos las comentarán y yo volveré debido a esto y a otras cosas, por cuanto mi día no ha concluido y dejaré, muriendo, errores y dudas que mi Padre me permitirá disipar. La verdad se siembra en un tiempo y los frutos de la verdad se recogen como cosecha en otro tiempo. Mas la palabra de Dios es eterna, y todos los hombres la recibirán, porque la justicia de Dios es también eterna, y porque su presencia se manifiesta en todos los tiempos. Aprendamos hoy, hermanos míos, la justicia de estas enseñanzas y honradme con la misma atención que prestaban mis discípulos. Marchemos por el camino del engrandecimiento y dejemos divagar a los pobres de espíritu, convirtiendo en cambio nosotros la palabra de Dios en nuestro alimento espiritual. Dios manda a todos los mundos instructores, mas a cada mundo le están destinados como instructores espíritus del mismo mundo. Los Mesías son instructores avanzados, cuyas enseñanzas parecen utopías. Mi misión no podía imponer una regla de conducta en un siglo de ignorancia, teniendo que concretarse a hacer nacer ideas de revolución en los espíritus y prepararlos para la renovación del estado social futuro. Mis apóstoles no debían ser hombres de genio, ni hombres de mundo. Era necesario que yo los eligiera entre la gente sencilla y trabajadora, para instruirlos e imprimirles una dirección justa, sin tenerlos que obligar a la renuncia de los goces del Espíritu y de las comodidades de la fortuna. Mis lazos de familia no me retraían del cumplimiento de mis propósitos, porque desde la infancia me sentía dominado por la idea de sacrificarlo todo en aras de esos ideales y porque me empujaba el deseo de la salud de una familia más preciosa para el apóstol de lo que pueda serlo la familia carnal para el hombre.
Mi resolución inamovible de sacrificar mi vida mediante el martirio, parecía una orden a la que debía obedecer so pena de verme retirar el título de apóstol, el patrocinio de Mesías y ese prestigio de Salvador y de hijo de Dios, con que el Padre me había agraciado y de lo cual la humanidad esperaba especiales beneficios. Mis conocimientos de apóstol se concentraban hacia el porvenir, y a menudo, mientras hablaba a los hombres del presente, me dirigía indirectamente a los hombres del porvenir.
Mi voz se hacía entonces profética y mis discursos sufrían la influencia de la difusión de mis pensamientos cuando llegaba a las alturas de la verdad y que esta verdad había que velarla con la rigidez de los dogmas establecidos.
A las preguntas que tenían por propósito el hacerme caer en contradicciones, yo contestaba de manera como para desconcertar al que preguntaba, buscando al mismo tiempo de infundir respeto en las multitudes con la autoridad de la mirada, del gesto y de la palabra, siempre resuelta e incisiva.
Chocando en contra de todos los poderes, de todos los prejuicios, del nacimiento y de las riquezas, habría facilitado la revuelta, si al mismo tiempo no hubiera predicado la gloria que se encuentra en las humillaciones en frente de la felicidad eterna. Pobre y libre, yo hablaba con firmeza, empujado por un entusiasmo indescriptible al referirme a las libertades espirituales.
Dad vuestros bienes a los pobres y seguidme. Es más difícil que un rico entre en el cielo, que un camello pase por el ojo de una aguja. Las figuras atrevidas, las comparaciones de tinte subido eran apropiadas para un pueblo más fácil de conmoverse que a comprender razones, por cuyo motivo a menudo tenía yo que echar mano de estos medios poderosos para abrir brecha en el espíritu de mis oyentes. Mis discursos, que siempre terminaban con una cita apropiada al caso o con una sentencia, quedaban como estampados y mis formas de lenguaje en nada se parecían a la de los otros oradores.
Yo hacía denuncia ante la Divinidad de todos los vicios que descubría. El castigo del mal rico me inspiraba cuadros sombríos y yo lanzaba anatemas en contra de la explotación del hombre sobre el hombre; mas nada había de preparado en mis palabras, cuya elegancia de asociación como brillantez de pensamientos fueron siempre por mí descuidadas, por cuanto me dirigía a espíritus que convenía más bien sorprender, que seducir con la belleza de las formas. Los goces puros de mi alma, tenían su manifestación únicamente en medio de los amigos, y las conversaciones tranquilas y afables, se me hacían cada día más necesarias.
Hermanos míos, santas compañeras mías, volved a ser nuevamente en estos momentos la fuente de las alegrías retrospectivas del espíritu. Sed el descanso en medio de mis agitados recuerdos, para que las imágenes consoladoras, al presentarse ante mis ojos, juntamente con las sombras pavorosas, eviten el esfuerzo por abreviar el relato bajo la influencia del disgusto y de las pasadas amarguras, lo cual sería una deficiencia histórica y un punto negro para la luz de mi espíritu.
Hermanos míos: Ojalá podáis comprender el valor de mis palabras y ligarme a vosotros, como hermano vuestro en la adoración de un solo Dios; como hermano vuestro en la reforma de vuestros hábitos y en las meditaciones de vuestro espíritu. Como hermano vuestro en el deseo y esperanza por vuestra parte hacia la adquisición de las conquistas del espíritu que, con felicidad, yo disfruto y como hermano por el perfecto acuerdo de vuestras voluntades con la mía, pudiéndose así imprimir a la marcha de las cosas, una dirección más conforme con la naturaleza humana dignificada por una emanación divina. No ignoro que ésta mi fraternal demostración hará el efecto, en el primer momento, de una pura ilusión de mi espíritu, mas cuento con Dios para disipar este error. Dios no me ha dado el poder de manifestarme hoy para abandonarme luego, dejándome en la impotencia de dar pruebas de mi revelación. Dios os mira y espera vuestras miradas. Hombres dominados por el vértigo y por la ceguera piden la continuación de  los honores y riquezas que disfrutan y el derecho de cuya posesión surge de las faltas y delitos cometidos. Hombres devorados por pasiones brutales y egoístas afirman que nada existe más allá de la materia, y que las creencias religiosas no constituyen más que mentidas apariencias o ridículas aberraciones del espíritu. La lucha es la que distribuye los honores. La luz del día y la oscuridad de la noche envuelven al crápula embriagado y al niño que muere de hambre. ¿Qué demuestra todo ello sino el horrible trastorno de la dignidad de los espíritus dada por su Creador? ¡Sólo la decadencia del espíritu inteligente que deprime al espíritu nuevo!. El espíritu de Dios se conmueve ante esta situación y se hace visible su intervención. ¿De qué manera será ésta acogida por los hombres? ¡Con burlas desgraciadamente! Mas el espíritu de Dios es una fuerza que domina al intérprete de su palabra y es una luz que penetra a través de las tinieblas. En medio de la naturaleza humana pocos seres se ven favorecidos por los dones del espíritu puro, porque pocos son los que tienen el valor y la voluntad de desafiar las potencias mundanas, mientras que el espíritu puro huye de las ruidosas agitaciones, de la disipación y del vicio para aproximarse a los que sufren y a los que investigan en el silencio. En las manifestaciones de los dones de Dios el espíritu humano nada tiene que hacer, y el alma debe orar por unirse al pensamiento del espíritu puro. Durante la adoración del alma, el deseo de ella por conocer la verdad es irresistible. Debido a la nulidad del espíritu, la luz se ve libre de los obstáculos de la imaginación y la revelación se obtiene únicamente en medio de estas condiciones del alma y del espíritu. La revelación de los espíritus de Dios proporciona fuerzas al espíritu humano y las impresiones del hombre encuentran fría a la esperanza al lado de la palabra de Dios que la ilumina. El espíritu iluminado por la palabra divina goza en la soledad, pero debe sacrificar este gozo en aras de la expansión del principio de fraternidad y de caridad, puesto que a él le corresponde el cerrar las llagas, cicatrizar las heridas, estudiar las necesidades, insinuarse en los corazones, apaciguar los odios, cubrir las vergüenzas, dar brillo a la esperanza y afirmar la idea de la vida futura. Todos los espíritus de Dios se reconocen por la elevación de sus manifestaciones. Ninguno de ellos concede a su intérprete la facultad de eludir las leyes que rigen para la naturaleza humana, y todos buscan robustecer en sí mismos el sentimiento de justicia y de abnegación. La revelación es un honor que Dios concede a sus hijos y se manifiesta por la inspiración del espíritu en el espíritu, se hace ostensible por el acrecentamiento del deseo y de la voluntad; se impone mediante las misiones encargadas a los espíritus.

No hay comentarios: