sábado, 5 de septiembre de 2015

VIDA DE JESÚS CONTADA POR EL MISMO. CAPITULO XIII 4ª PARTE

Sigo con este episodio tan maravilloso y tan lleno de amor de paz.  Es tan grande todo lo que nos enseña nuestro Maestro Jesús, gracias Maestro por darnos tanto en cada momento y segundos de nuestras vidas Gracias amigo mio.
Presentadme la verdad y yo os la diré ahora y más tarde, puesto que la verdad es de todos los tiempos, y yo soy la alegría y la esperanza, el presente y el futuro
Yo me fijé inmediatamente en las riberas del Jordán. Nos dedicamos a las prácticas de la purificación, encontrándonos en la época de mayores calores del año. Siempre con el propósito de empujar a los hombres hacia la creencia en la resurrección del espíritu, pronuncié muchos discursos en el sentido de mi participación futura en la liberación de la humanidad y del establecimiento de mi
doctrina en toda la Tierra. Nadie, decía yo, cree ahora en la resurrección del espíritu, pero se creerá bien cuando yo vuelva para acusar y maldecir a los falsos profetas, las perniciosas doctrinas, los feroces dominadores, los depravados y los hipócritas.
¡Se creerá bien cuando Dios calme la tempestad con mi palabra y que esta palabra será repetida, de boca en boca, hasta el final de los siglos! ¡Cuando los muertos despertarán de su sueño para anunciar la vida! ¡Cuando la naturaleza exhausta recibirá un nuevo impulso y la sangre no brotará más de sus entrañas!.
La resurrección se efectúa también ahora, pero se evidenciará mejor cuando podáis conservar el recuerdo de vuestro pasado, y os lo afirmo: muchos de los que me escuchan, me verán y me reconocerán. La purificación, nuevo bautismo, como decía Juan, tenía también la predilección de mis pensamientos. La culpa y el delito, todos los vicios, principalmente la hipocresía, me sugerían plegarias fraternas para obtener un arrepentimiento verdadero; pero, Juan pronunciaba con palabras duras la condena del pecador sumido en la impenitencia final. De mi diferente forma de hablar, según los hombres a que me dirigía, creo, hermanos míos, haberos ya dado la razón, y las contradicciones puestas en evidencia más tarde, como acusaciones ante el pueblo de Jerusalén, se explican fácilmente.
Mas, las contradicciones cesan desde el momento que anuncio el reino de Dios, que muchos verán y que precisa la resurrección del espíritu, desnudándola de las formas nebulosas que le había dado al principio, para huir de una persecución demasiado apurada.
Yo me coloco en este instante como demostrador de la justicia divina y acuso con mayor energía a las instituciones humanas, puesto que designo las riquezas como un escollo, el poder como una aberración y el principio donde descansan las leyes humanas como un flagrante delito de esa majestad divina. Echo abajo todas las posesiones basadas en el derecho del más fuerte y proclamo la esclavitud, la más vergonzosa demostración del embrutecimiento humano; anuncio el reino de Dios que muchos verán e insisto en la resurrección del espíritu, diciendo: La libertad del hombre se obtiene gradualmente, con la fuerza de su voluntad unida a las luces de sus predecesores en la vida espiritual.
Estas cosas no pueden todavía ser comprendidas, mas vendrá el tiempo en que todos comprenderán y entonces el reino de Dios se establecerá sobre la Tierra. Muchos entre vosotros verán el reino de Dios y el Mesías repetirá las palabras que hoy pronuncia.
El hombre nuevo renacerá hasta que el principio carnal haya sido extinguido en él. Todo el que nace tiene que renacer y los que hayan vivido bastante irán a vivir a otra parte. El espíritu del hombre tiene que abandonar su cuerpo, pero el espíritu, volverá a tomar otro cuerpo. Por eso, cuando vosotros me preguntáis si soy Elías, os contesto: ¡Elías volverá, mas yo no soy Elías, soy el hijo de Dios!, y mi Padre me mandará nuevamente para hacer resplandecer su justicia y su amor, pero solamente
me mostraré a algunos y mis discípulos tendrán que repetir mis palabras y afirmar mi presencia.
Soy el Mesías y el Mesías morirá sin haber terminado su obra, pero la concluirá después de su muerte. Os lo recomiendo, libertaos del temor de la muerte, que la muerte se reduce a un cambio de residencia, y haced de la resurrección del espíritu un honor para los que no habrán prevaricado en contra de mi ley. El espíritu marcha siempre hacia delante mientras esté sostenido por la fe en
las promesas de Dios, quien concede también la gracia de poder persuadir a los hombres, a los que tienen fe. No os amedrentéis por mi muerte y marchad hacia el espíritu con fe y con amor. No esperéis de los hombres la recompensa de vuestros trabajos; poned sólo en Dios vuestras esperanzas. Dios jamás permanece sordo a la plegaria y a los deseos de un corazón puro y agradecido.
Hermanos míos, en el ejercicio del apostolado, Jesús tuvo que ser despreciado de los ricos y de los poderosos (exceptuando algunos casos de los cuales ya os he hablado y que haré nuevamente resaltar), pero en el último periodo de mi misión, el pueblo, cuyos derechos Jesús había sostenido siempre, calmando sus sufrimientos morales, ese pueblo fue su acusador y su verdugo.
Es que la ignorancia convierte al pueblo en cómplice de sus más crueles enemigos. Es que la hipocresía, baldón espantoso de la humanidad terrestre, emplea como instrumento para oprimir el pensamiento, encadenar el brazo, herir el corazón, aquellos mismos a quienes debiera aprovechar el trabajo del pensamiento, la fuerza del brazo, el amor del corazón.
Yo tenía que caer tan sólo por la malevolencia de las masas, y sabía también que esta malevolencia se manifestaría, y preparaba para ella a mis discípulos. Sed mis guardianes y mi consuelo, les decía, rodeadme de dulzura, puesto que me veo entre las garras de la mala fe de los grandes, y de la ingratitud de los pequeños, del odio de los malos y del abandono de los mejores.
La clara interpretación de mis fuerzas y de mis esperanzas se producía cada vez más en el espíritu de mis fieles y la respetuosa deferencia ante mis deseos favoreció mi libertad de acción y mis medios de proselitismo durante el espacio de tiempo que corrió entre mi llegada a Jericó y mi apresamiento en el Monte de los Olivos.
Hay que contar siete meses entre estas dos épocas. Jericó me gustaba, ya sea por su situación y por la afabilidad de sus habitantes, ya sea por los recuerdos que despertaba en mi espíritu. Pero aquí también tengo que hacer notar algunos errores. A Zaqueo el aduanero y a Bartimeo el mendigo se les dio una denominación convencional.
El título de hijo de David, con que se me gratificó en Jericó y en otras partes, no produjo en mí más que piedad e impaciencia. El título de hijo del Hombre se pretende que haya sido elegido por mí, pero yo jamás quise otro patrocinio que no fuese el de las denominaciones de Mesías y de hijo de Dios. La cualidad de Mesías está llena de claridad; la de hijo de Dios comprende en su oscuridad el derecho de
todo hombre a la filiación divina, tal como ya lo ha explicado. La fuerza del porvenir, el triunfo de la verdad tenían que surgir de estas palabras: Mesías hijo de Dios.
¿Qué podía importarle a Jesús el título vanidoso de hijo de David y el otro título, al que quiso dársele una forma dogmática?.   Diré más tarde cómo y por quién se me dio la denominación de hijo del
Hombre. Hermanos míos, aprovecho mi estancia en Jericó. Empezare a contaros, entrando a Jerusalén. Enseguida os presentaré mis huéspedes de Betania, María de Magdala y muchas figuras que os son desconocidas.
el próximo día seguiremos con este interesante episodio, se titulara. Jesús personándose a Jose de Arimatea.

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