Antes de iniciar los trabajos de nuestra expedición socorrista, el asistente Jerónimo nos condujo al Templo de la Paz, en la zona consagrada al servicio de auxilio, donde un esclarecido instructor comentaría las necesidades de cooperación junto a las entidades infelices, en los círculos más bajos de la vida espiritual que rodean la Corteza de la Tierra.
La maravillosa noche derramaba inspiraciones divinas.
A lo lejos, constelaciones centelleantes parecían perlas caprichosamente dispuestas en una colcha de terciopelo inmensamente azul. El paisaje lunar ofrecía detalles encantadores. Picos y cráteres sobresalían a nuestra vista, aunque a considerable distancia, en filigranas deslumbrantes. Brillaba la Gran Cruz del Sur como símbolo sublime, diseñada en el fondo azul oscuro del firmamento. Canopus, Sirio y Antares brillaban, infinitamente, como señales radiantes y significativas del cielo. La Vía Láctea, dándonos la impresión de ser un prodigioso nido de mundos, parecía un diluvio de monedas resplandecientes que se derramaban de un cuerno de la abundancia gigantesco e invisible, invitándonos a meditar en los secretos excelsos de la naturaleza divina. Y las suaves vibraciones nocturnas, besándonos la mente en éxtasis, pasaban apresuradas, susurrándonos grandiosos pensamientos, antes de dirigirse a las esferas distantes... El Templo, edificado en la falda de una graciosa colina, presentaba un aspecto festivo, en virtud de la mágica iluminación que proyectaba efectos especiales en los caminos adyacentes. Las torres, a la manera de agujas brillantes, se proyectaban en el cielo, contrastando con el indefinible azul de la noche clara y, abajo, las flores de variados matices eran como tazas luminosas, sirviendo luz y perfume, balanceándose, suavemente, en el follaje, al soplo incesante del viento…
No éramos los únicos interesados en la conversación de la noche, porque numerosos grupos de hermanos se dirigían al interior, acomodándose en el recinto. Eran entidades de todas las condiciones, haciéndonos sentir el interés general por las lecciones que se iban a impartir.
El asistente Jerónimo, el padre Hipólito, la enfermera Luciana y yo, constituíamos un pequeño equipo de trabajo, con la misión de operar en la corteza planetaria, durante treinta días, aproximadamente, con el objetivo de auxilio y estudio, con vistas a nuestro desarrollo espiritual.
Jerónimo, el orientador de nuestras actividades por lo elevado de su posición, percibiendo mi curiosidad ante las animadas conversaciones a nuestro alrededor, me explicó:
–Hay mucha expectación en torno al tema. Casi la totalidad de los interesados y estudiosos que viene aquí están integrados en comisiones y grupos de socorro a las regiones menos evolucionadas.
Y mirando detenidamente las hileras de jóvenes y ancianos que entraban en la sala, añadió:
–La palabra del instructor Albano Metelo merece la consideración excepcional de la noche. Se trata de un campeón de las tareas de auxilio a los ignorantes y sufridores de los planos inmediatos a la corteza terrestre. Aquí estamos diversos grupos de aprendices, y su experiencia nos proporcionará un bien infinito.
Pasaron algunos minutos y entramos, a nuestra vez, al recinto radiante.
Sonaban en el aire suaves melodías, precediendo a la palabra orientadora. Flores perfumadas decoraban el ambiente de la amplia nave.
Después de algunos instantes de espera, el emisario apareció en la sencilla tribuna, magníficamente iluminada. Era un anciano de aspecto respetable, cuyos cabellos le tejían una corona de nieve luminosa. De sus ojos tranquilos, espléndidamente lúcidos, irradiaban fuerzas llenas de simpatía que al instante dominaron nuestros corazones. Después de extender sobre nosotros su mano amiga, en un gesto de quién bendice, se oyó el coro del Templo entonando el himno “Gloria a los siervos fieles”:
¡Oh Señor!
Bendice a tus siervos fieles,
mensajeros de Tu paz,
sembradores de Tu esperanza.
¡Donde haya sombras de dolor,
enciéndeles la lámpara de la alegría;
donde domine el mal,
amenazando la obra del bien,
ábreles la puerta oculta de Tu misericordia;
donde surjan las espinas del odio,
¡auxíliales a cultivar las flores bienaventuradas de Tu sacrosanto amor!
¡Señor! son ellos
Tus héroes anónimos, que remueven pantanos y espinas,
cooperando en Tu divina siembra...
Concédeles la alegría interior
de la claridad sagrada en la que se bañan las almas redimidas.
Unge su corazón con la armonía celestial
que reservas al oído santificado;
muéstrales las visiones gloriosas
que guardas para los ojos de los justos;
condecora su pecho con las estrellas de la virtud leal...
Llénales las manos de dádivas benditas
para que repartan en tu nombre:
¡la ley del bien,
la luz de la perfección,
el alimento del amor,
el vestuario de la sabiduría,
la alegría de la paz,
la fuerza de la fe, el influjo del coraje
la gracia de la esperanza,
el remedio rectificador!...
¡Oh Señor,
inspiración de nuestras vidas,
Maestro de nuestros corazones,
refugio de los siglos terrestres!
¡Haz brillar Tus divinos laureles y
Tus eternos dones,
en la frente lúcida de los buenos
¡Tus siervos fieles!
El instructor oyó, en silencio, con los ojos llenos de lágrimas, dejando traslucir su íntimo júbilo, mientras la mayoría de la asamblea disimulaba discretamente las lágrimas que las tonalidades armoniosas del cántico nos arrancaban del corazón. Y al irse perdiendo en el espacio las últimas notas de la melodía sublime, Albano nos saludó con expresiva sencillez, deseándonos la paz del Señor, y continuó:
–“No merezco, amigos, el homenaje de cariño de esta noche. No he servido fielmente a Aquél que nos ama desde el principio y, por eso, vuestro himno me confunde. Soy un simple soldado en las lides evangélicas y trabajo aún en el campo de mi propia redención.
Hizo una ligera pausa, nos miró paternalmente, y continuó:
–Pero... mi persona no interesa. Vengo a hablaros de nuestros sencillos trabajos, en los planos espirituales unidos a la corteza de la Tierra. ¡Oh, hermanos míos! es necesario apelar a nuestras energías más profundas. Las zonas purgatoriales se multiplican, pavorosamente, alrededor de los hombres encarnados. Al encontrarnos a distancia de los escenarios de angustia, y vinculados a las realizaciones edificantes de nuestra colonia espiritual, preservando valiosas reservas de la vida infinita para esa misma humanidad que se debate en el sufrimiento y en las tinieblas, no siempre tenemos una idea exacta de la ignorancia y el dolor que atormentan a la mente humana, respecto a los problemas de la muerte. La felicidad hace que nazcan aquí las fuentes inagotables de la esperanza. Los que se preparan, ante los vuelos mayores de la eternidad, traen los ojos dirigidos hacia los planos superiores, en la contemplación del ilimitado porvenir, y los que se esfuerzan por merecer la bendición de la reencarnación en la corteza terrestre, fijan sus aspiraciones más fuertes en el soberano propósito de redención, organizándose ante el futuro, osados en las solicitudes de trabajo y arrojados en el buen ánimo. Todos los pormenores de la vida, en esta ciudad, hablan alto de nuestros objetivos de equilibrio y elevación. No lejos de nosotros, comienzan a brillar los rayos de la alborada radiante de los mundos mejores, convidándonos a la visión beatifica del Universo y a la gloriosa unión con lo Divino. Pero... el orador hizo un significativo intervalo, pareciendo escuchar voces y llamamientos de paisajes distantes, y prosiguió– ¿Y nuestros hermanos que aún ignoran la luz? ¿Subiríamos hasta Dios, en un círculo cerrado? ¿Cómo aislarnos egoístamente y partir, camino del Padre amoroso y leal que enciende el Sol para los santos y los criminales, para los justos y los injustos?
Albano mostró una llama de celo sagrado en sus ojos brillantes y exclamó, después de una corta reflexión:
–Nosotros, que buscamos la santidad y la justicia, ¿alcanzaríamos, acaso, semejante orientación, si las circunstancias que nos rigieron hasta aquí fuesen distintas? Constructores de nuestros propios destinos, por delegación natural del Creador, ¿dónde permaneceríamos, ahora, sin los favores de la oportunidad y el obsequio de la protección de benefactores desvelados? Indudablemente, las criaturas, no obstante, es imprescindible ocasiones de elevación son para todas las sopesar que la bendición de la fuente puede convertirse en agua venenosa estancada, si la contenemos en un pozo incomunicable. Las dádivas y dones recibidas por nosotros son innumerables... ¿Sería completo nuestro regocijo, habiendo lágrimas detrásde nuestros pasos? ¿Cómo entonar himnos de hosanna a la felicidad sobre el coro de los sollozos? Es muy noble todo impulso de alcanzar la cumbre, pero, ¿qué veríamos después de la ascensión? ¡Entre la alegría de algunos, identificaríamos la ruina y la miseria de multitudes incalculables!...
En ese momento, envuelto en las vibraciones de profundo interés de los oyentes, imprimió un nuevo acento a su discurso y dijo con una indefinible melancolía:
–También yo tuve en otro tiempo la obcecación de buscar rápidamente la montaña. La Luz de lo Alto me fascinaba y rompí todos los lazos que me retenían en lo bajo, empezando difícilmente la jornada. Al principio me herí en las espinas puntiagudas del camino y experimenté atroces desengaños... Conseguí, sin embargo, vencer los obstáculos más inmediatos y logré, jubiloso, una pequeña elevación. Pero mirando hacia atrás, me espantó la visión terrorífica del valle: el sufrimiento y la ignorancia dominaban en las tinieblas. Desencarnados y encarnados luchaban unos contra otros, en combates gigantescos, disputando gratificaciones de los sentidos animalizados. El odio creaba molestias repugnantes; el egoísmo sofocaba impulsos nobles, la vanidad operaba una horrenda ceguera... Llegué a sentirme feliz, ante la posición que me distanciaba de tamañas angustias. Pero, cuando más me vanagloriaba, dentro de mí mismo, arrullado en la expectativa de atravesar las más altas cumbres, cierta noche, noté que el valle se llenaba de una luz brillante. ¿Qué sol misericordioso visitaba el antro sombrío del dolor? Seres angélicos descendían, con celeridad, de radiantes del amor, disminuyendo los desastres de las caídas morales, suavizando padecimientos, curando heridas, secando lágrimas, atenuando el mal, y, sobre todo, abriendo horizontes nuevos a la ciencia y a la religión, pináculos, acudiendo a las zonas más bajas, obedeciendo al poder de atracción de la claridad bendita. “¿Qué pasaba?” –pregunté a uno de los cortesanos celestiales. “El Señor Jesús visita hoy a los que vagan en las tinieblas del mundo, liberando conciencias esclavizadas”. Ni una palabra más. El mensajero del Plano Divino no podía concederme más tiempo. Urgía descender para colaborar con el Maestro deshaciendo de ese modo la milenaria noche de la ignorancia. De nuevo sólo, en la peregrinación hacia lo Alto, reconsideré la actitud que me convirtió en impaciente. Realmente, ¿hacia dónde marchaba mi espíritu, despreocupado de la inmensa familia humana, junto a la cual había conseguido mis más ricas adquisiciones hacia la vida inmortal? ¿Por qué enojarme, ante el valle, si el propio Jesús, que centralizaba mis aspiraciones, trabajaba, solícito, para que la luz de lo Alto penetrase en las entrañas de la Tierra? ¿No sería yo como un usurero, olvidando aquellos entre los cuales había adquirido la ruta destinada a mi propia ascensión? ¿Cómo subir solo, organizando un cielo exclusivo para mi alma, desgraciadamente abstraído de los valores de la cooperación que el mundo me ofrecía con generosidad y abundancia?
El instructor se mostraba intensamente conmovido.
–Me detuve, entonces cumbre, acariciada por el resplandor solar, es siempre un desafío benéfico a los que vagan sin rumbo en la planicie. Lo Alto polariza, naturalmente, las supremas esperanzas de los que aún permanecen más abcontinuó y volví. Efectivamente, el camino vertical y purificador de la superioridad es el sublime destino de todos. La ajo... Sin embargo, en la medida en que subimos, se nos imprimen en la mente y en el corazón las leyes sublimes de fraternidad y misericordia. Los grandes orientadores de la humanidad no midieron la propia grandeza sino por la capacidad de regresar a los círculos de la ignorancia para ejemplificar el amor y la sabiduría, la renuncia y el perdón a los semejantes. Por eso necesitamos templar todo impulso de elevación con el entendimiento, evitando la precipitación en los despeñaderos del egoísmo y de la vanidad fatal.
Albano se calló por unos instantes y, ante la conmoción con que acompañábamos su charla, dijo con otra inflexión de voz:
–En otro tiempo, cuando nos envolvíamos aún en los fluidos de la carne terrestre, suponíamos equivocadamente que la vanidad y el egoísmo solamente podrían hacer víctimas entre los hombres encarnados. La Teología, a pesar del ministerio respetable que le corresponde, enclaustraba nuestra mente en fantásticas concepciones del reino de la verdad. Esperábamos un paraíso fácil de ser conquistado por la deficiencia humana y temíamos un infierno difícil de regenerarnos. Nuestras ideas alusivas a la muerte se confinaban a esas ridículas limitaciones. Pero hoy, sabemos que, después del sepulcro, hay simplemente una continuación de la vida. Cielo e infierno residen dentro de nosotros mismos. La virtud y el defecto, la manifestación sublime y el impulso animal, el equilibrio y la desarmonía, el esfuerzo de elevación y la probabilidad de caída perseveran aquí, después del tránsito de la muerte, obligándonos a la serenidad y a la prudencia. No nos encontramos sino en otro plano de la materia, en otros dominios vibratorios del propio planeta en cuya corteza tuvimos experiencias casi innumerables. ¿Cómo no equilibrar, por lo tanto, el corazón en el ejercicio efectivo de la solidaridad? Lógicamente no exhortamos a nadie a sumergirse nuevamente en el lodo antiguo, no deseamos que los compañeros cautelosos regresen a la posición de hijos pródigos, distanciados voluntariamente del Eterno Padre, ni pretendemos interrumpir la marcha laboriosa de los servidores de buena voluntad, camino de las cimas de la vida. Apelamos tan sólo en el sentido de que cooperéis en los trabajos de socorro a los planos oscuros. Sois libres y disponéis de tiempo, en el desempeño de los deberes ennoblecedores a los que fuisteis llamados en nuestra colonia espiritual. Nada más razonable que el aprovechamiento de la oportunidad en la planificación de la elevación espiritual. Pero, en calidad de viejo cooperador de las tareas de auxilio, apelo a vuestro interés generalizado por los que están errantes en el “Valle de la sombra y de la muerte”, aguardando la posible limosna de vuestro tiempo, en favor de nuestros semejantes, confrontados ahora por situaciones menos felices, no en virtud de los designios divinos, sino en razón de su propia imprevisión. Sin embargo, ¿Quién de nosotros no descuidó la vigilancia algún día?
Hizo el orador una pausa más larga y continuó:
–De nuestros amigos encarnados no podemos esperar, de momento, una ayuda mayor y más eficiente en ese sentido. Presos en las redes sensoriales, progresan lenta-mente en el aprendizaje de las leyes que rigen la materia y la energía. Cuando son invitados a visitar nuestros círculos de edificación, fuera del cuerpo físico, regresan asombrados por las visiones rápidas que les fue posible archivar y, al transmitir sus recuerdos a los contemporáneos, colorean el agua pura y simple de la verdad con sus “puntos de vista” y predilecciones personales en el terreno de la ciencia, de la filosofía y de la religión. Bernardin de Saint-Pierre
1, el escritor traído por amigos a planos vecinos a la corteza planetaria, vuelve a su medio de acción y traza aspectos que afirmó pertenecían al planeta Venus. Huygens2, el astrónomo, recibe mentalmente algunas noticias de nuestras esferas de lucha y ensaya teorías referentes a la vida en otros mundos, afirmando que los procesos biológicos en los orbes distantes son absolutamente análogos a los de la Tierra. Teresa de Ávila3, la religiosa santificada, se transporta al paisaje de nuestro plano donde se lamentan almas que sufren, y regresa al cuerpo carnal, describiendo el infierno para sus oyentes y lectores. Swedenborg4
Modificando la inflexión de voz, prosiguió: , el gran médium, recorre algunos trechos de nuestras zonas de acción y pinta las costumbres de las “habitaciones astrales” como mejor le parece, imprimiendo a las narraciones las fuertes características de sus propias concepciones. Casi todos los que vieron momentáneamente nuestro campo de trabajo vuelven al plano físico, exhibiendo la experiencia de la que fueron objeto, pincelándola con la tinta de sus inclinaciones y estados psíquicos. Porque se encuentran profundamente arraigados al “suelo inferior” del propio “yo”, creen divisar otros mundos en situaciones iguales a la de la Tierra, nuestro maravilloso templo, cuyas dependencias no se restringen a la esfera de la Corteza sobre la cual los hombres de carne posan los pies. La Tierra es también nuestra gran madre, cuyos brazos acogedores se extienden más allá, por el espacio, ofreciéndonos otros campos de perfeccionamiento y redención.
–Sin embargo, las criaturas, atraviesan el breve período de existencia en el mundo carnal. La mayoría se queda en las estaciones expiatorias del rescate difícil y se confunde en las vibraciones perturbadoras del sufrimiento y del miedo. Hacen de la muerte una diosa siniestra. Presentan el fenómeno natural de la renovación con los más negros colores. Agarradas a las sensaciones del día a día, ignoran como dilatar la esperanza y transforman la separación provisional en una terrible noche de amargo adiós. Víctimas de la ignorancia en la que se complacen, se internan en las sombras, donde pierden toda la paz, convirtiéndose en presas delirantes de los infiernos de horror, creados por ellas mismas en los desvaríos pasionales. ¿Cómo esperar de ellas la colaboración precisa, con la extensión deseable, si, por la indiferencia hacia sus propios destinos, se sumergen diariamente en los ríos de tinieblas, desencanto y pavor? Unámonos por lo tanto, auxiliándoles, según los preceptos evangélicos, mostrándoles nuevos horizontes y aclarándoles los caminos evolutivos.
libro de Chico Xavier Obreros de la vida eterna........
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