
La conversación nos fascinaba.
Hilario y yo, estábamos de visita en la “Mansión de Paz”, notable escuela de reajuste, de la que Druso era el abnegado director y amigo.
El establecimiento, situado en los planos inferiores, era una especie de “Monasterio de San Bernardo”, en una zona castigada por la naturaleza hostil, con la diferencia de que la nieve, casi constante en torno del célebre convento enclavado en los desfiladeros existentes

Aquel puesto acogedor, que permanece bajo la jurisdicción de “Nuestro Hogar” 2
Por tanto, el enorme caserío, parecido a una amplia ciudad instalada con todos los recursos de seguridad y defensa, mantiene áreas de asistencia y cursos de instrucción, en los que médicos y sacerdotes, enfermeros y profesores, encuentran, después de la muerte terrestre, enseñanzas y actividades de la más elevada importancia. , fue fundado hace más de tres siglos, y se dedica a recibir espíritus infelices y enfermos que se deciden a trabajar por su propia regeneración, criaturas que se llevan a colonias de perfeccionamiento en la vida Superior, o que vuelven al plano físico, en una reencarnación rectificadora.
Queríamos efectuar algunas observaciones referentes a las leyes de causa y efecto el karma de los hindúes– y, convenientemente recomendados por el Ministerio de Auxi-lio, estábamos allí, encantados con la palabra del orientador, que prosiguió con la ma-yor atención, después de una larga pausa:
–Es necesario tener en cuenta que la Tierra se contempla desde los más variados puntos de vista. Para el astrónomo, es un planeta que gravita en torno del Sol, para el guerrero, es un campo de lucha en el que la geografía se modifica a punta de bayoneta, para el sociólogo, es un amplio espacio en el que se acomodan diversas razas. Pero, para nosotros, es un valioso lugar

Mientras oíamos, observábamos, allá afuera, a través de la transparencia de una amplia ventana, la convulsión de la naturaleza.
Un vendaval ululante, trayendo consigo una sustancia oscura, parecida a un lodo aéreo, se arremolinaba con violencia, en un torbellino extraño, en forma de tinieblas que se despeñaban como una cascada.
Y, entre el cuerpo monstruoso de aquel torbellino terrible, surgían gritos de horror, vociferando maldiciones y gemidos.
Aparecían de refilón, unidos unos a otros, gran cantidad de criaturas agarradas entre sí ante el peligro, con el ansia instintiva de dominar y sobrevivir.

Druso, como nosotros, contempló el triste cuadro con una visible piedad reflejada en su semblante.
Nos miró en silencio, como si quisiera llamarnos a la reflexión.
Parecía expresar cuánto le dolía en su alma el trabajo en aquel paraje de sufrimiento, cuando Hilario le preguntó:
“¿Por qué no se abren las puertas a los que gritan allí afuera? ¿No es éste un puesto de salvación?”.
–Sí, respondió el instructor sensibilizado, “pero la salvación solamente es importante para aquellos que desean salvarse”.
Y después de un pequeño intervalo, continuó:
–En este plano, más allá de la tumba, la sorpresa más dolorosa para mí fue ésa: el encuentro con fieras humanas que habitaban en cuerpos carnales como personas comunes. Si las acogemos aquí sin la necesaria preparación, nos atacarían de inmediato, arrasando este instituto de asistencia pacífica. Y no podemos olvidar que el orden es la base

A pesar de su explicación firme y serena, Druso se concentraba en la visión exterior, dominado por la compasión que se reflejaba en su rostro.
Pasados unos instantes, prosiguió:
–Hay una gran tempestad magnética, y los caminantes de los planos inferiores, están siendo arrebatados por el huracán, como hojas secas por un vendaval
–¿Y tienen conciencia de eso? –preguntó Hilario con perplejidad.
–Muy pocos. Las personas que se encuentran así después del sepulcro, son aquellas que no se han acogido en la vida física al refugio moral de algún principio noble. Traen su interior inmerso en un torbellino tenebroso, parecido a la tormenta externa, por los pensamientos desorganizados y crueles de que se alimentan. Odian y aniquilan, muerden y hieren. Si los alojamos en los puestos de socorro aquí establecidos, sería como introducir tigres hambrientos entre fieles que oran en un templo.
–Pero, ¿se conservan siempre en ese terrible desajuste? –insistió mi compañero, fuertemente impresionado.
El orientador intentó sonreír y contestó:
–No, eso no. Esa fase de inconsciencia y desvarío pasa también como pasa la tempestad, aunque la crisis perdure, a veces por muchos años. Debido al temporal de las pruebas que le imponen dolor desde el exterior al interior, el alma

–Quiere decir, entonces dije a mi vez que no basta el peregrinaje del espíritu después de la muerte, por los lugares de tinieblas y de padecimientos, para resarcir las deudas de la conciencia...
–Exactamente aclaró el instructor. La desesperación sólo tiene el valor de la demencia a que se lanzan las almas en las explosiones de incontinencia y de rebeldía. No sirve como pago ante los tribunales divinos. No es razonable que el deudor solucione con gritos e improperios los compromisos que contrajo por su propia voluntad. Además, tengamos en cuanta que de los desmanes de orden mental a que nos entregamos desprevenidos, salimos siempre más infelices y endeudados. Pasada la fiebre de locura y de rebelión, el espíritu culpable vuelve al remordimiento y a la penitencia. Se calma, como la tierra que vuelve a la serenidad y a la paciencia, después de haber sido insultada por el terremoto, a pesar de haber sido maltrecha y herida. Entonces, como el suelo que vuelve a ser fértil, se somete de nuevo a la siembra renovadora de sus destinos. Sentimos una gran expectación, cuando Hilario comentó:
–¡Ah! ¡Si las almas encarnadas pudiesen morir en el cuerpo algunos

–Sí, –dijo el orientador eso modificaría realmente la faz moral del mundo. Pero mientras tanto la existencia humana, por larga que sea, es un simple aprendizaje en el que el espíritu reclama benéficas restricciones para poder restaurar su camino. Usando un nuevo cuerpo entre sus semejantes, debe atender a la renovación que le corresponde, y eso exige la centralización de sus fuerzas mentales en esa transitoria experiencia terrestre.
La palabra fluida y sabia del instructor, era para nosotros motivo de singular encanto y, creyéndome en el deber de aprovechar aquellos minutos, sopesaba en silencio, para mí mismo, la calidad de las almas desencarnadas que sufrían la presión de la tormenta exterior.
Druso percibió mi indagación mental y sonrió, como esperando por mi parte una pregunta clara y positiva.

Instado por la fuerza de su mirada, dije respetuosamente: ante este penoso espectáculo al que estamos asistiendo, nos vemos obligados a pensar en la procedencia de los que experimentan su inmersión en ese torbellino de horror... ¿Son delincuentes comunes, o criminales acusados de grandes faltas? ¿Habrá entre ellos seres primitivos como nuestros indígenas salvajes, por ejemplo?
La respuesta del orientador no se hizo esperar.
–Cuando vine acá, esas preguntas asaltaron igualmente mi pensamiento. Hace cincuenta años que estoy en este refugio de socorro, oración y esperanza. Entré en esta casa como un enfermo grave, después de haberme desligado



Por eso... –aventuró a decir Hilario, cuando Druso, captando la pregunta, le interrumpió resumiendo:
–Por eso, las entidades infernales que creen gobernar esta región con un poder infalible, residen aquí por un tiempo indeterminado y las criaturas perversas que se afinan con ellas, aunque sufran su dominio, están aquí por muchos años. Las almas extra
viadas en la delincuencia y el vicio, que tienen posibilidades de próxima recuperación, permanecen aquí por períodos ligeros o regulares, aprendiendo que el precio de las pasiones es demasiado terrible. Para las criaturas desencarnadas de ese último tipo, que alcanzan
el sufrimiento, el arrepentimiento y el remordimiento, la dilaceración y el dolor, a pesar de no hallarse libres de los trastornos oscuros con que han sido arrojados en las tinieblas, las casas fraternales y de asistencia como ésta, funcionan, activas y diligentes, acogiéndolas en todo lo posible, y habilitándolas para que vuelvan a las experiencias de naturaleza expiatoria en la carne. Me acordé del tiempo en que yo mismo había deambulado, semiinconsciente y perturbado, por las sombras, desde el momento en que me había librado del cuerpo físico, enfrentándome a mis propios estados mentales del pasado y del presente, cuando el orientador prosiguió:
–Como es fácil deducir, si la oscuridad es el molde que imprime brillo a la luz, el infierno, como región de sufrimiento y de falta de armonía, es perfectamente posible, constituyendo un establecimiento justo de filtración, para el espíritu que se halla en el camino de la vida superior. Todos los lugares infernales surgen, viven y desaparecen, con la aprobación del Señor, que tolera semejantes creaciones en las almas humanas, como un padre que soporta las llagas adquiridas por
sus hijos, y que se vale de ellas para ayudarles a valorar la salud. Las inteligencias consagradas a la rebeldía y criminalidad, por eso mismo, a pesar de admitir que trabajan para sí, permanecen al servicio del Señor, que corrige el mal con el propio mal. Por eso mismo, todo en la vida es movimiento hacia la victoria del bien supremo.
Druso iba a proseguir, pero una invisible campanilla vibró en el aire y, demostrando estar alerta por la imposición del tiempo, se levantó y nos dijo sencillamente:
–Amigos, llegó el momento de llevar a cabo nuestra conversación con los internados que ya ofrecen muestras de hallarse pacíficos y lúcidos. Dedicamos algunas horas, dos veces a la semana, a semejante ocupación.
Nos levantamos y le acompañamos.
–Por eso, las entidades infernales que creen gobernar esta región con un poder infalible, residen aquí por un tiempo indeterminado y las criaturas perversas que se afinan con ellas, aunque sufran su dominio, están aquí por muchos años. Las almas extra
viadas en la delincuencia y el vicio, que tienen posibilidades de próxima recuperación, permanecen aquí por períodos ligeros o regulares, aprendiendo que el precio de las pasiones es demasiado terrible. Para las criaturas desencarnadas de ese último tipo, que alcanzan

–Como es fácil deducir, si la oscuridad es el molde que imprime brillo a la luz, el infierno, como región de sufrimiento y de falta de armonía, es perfectamente posible, constituyendo un establecimiento justo de filtración, para el espíritu que se halla en el camino de la vida superior. Todos los lugares infernales surgen, viven y desaparecen, con la aprobación del Señor, que tolera semejantes creaciones en las almas humanas, como un padre que soporta las llagas adquiridas por

Druso iba a proseguir, pero una invisible campanilla vibró en el aire y, demostrando estar alerta por la imposición del tiempo, se levantó y nos dijo sencillamente:
–Amigos, llegó el momento de llevar a cabo nuestra conversación con los internados que ya ofrecen muestras de hallarse pacíficos y lúcidos. Dedicamos algunas horas, dos veces a la semana, a semejante ocupación.
Nos levantamos y le acompañamos.
Extraido del libro Acción y Reacción de Chico Xavier.....