domingo, 13 de febrero de 2011

Las Penas Futuras Según el Espiritismo.

ORIGENES DE LA DOCTRINA ESPIRITISTA SOBRE LAS PENAS FUTURAS
La doctrina espiritista, en lo que concierne a las penas futuras, no se funda en una teoría
preconcebida. Como en sus otras partes, no es un sistema sustituido a otro sistema, sino que todos los hechos se apoyan en observaciones, y esto es lo que constituye su autoridad. Ninguno ha imaginado que las almas, después de su muerte, vengan a encontrarse en tal o cual situación. Los mismos seres que han dejado la Tierra son los que vienen hoy a iniciarnos en los misterios de la vida futura, a describir su posición, feliz o desgraciada, sus impresiones y su transformación
después de la muerte del cuerpo. En una palabra, a contemplar sobre este punto la enseñanza de Cristo. No se trata aquí de la relación de un solo espíritu, que podría ver los acontecimientos desde su punto de vista, bajo un solo aspecto, o estar todavía dominado por las preocupaciones terrestres, ni de una revelación hecha a un solo individuo que podría dejarse engañar por las apariencias, ni de una visión extática, que se presta a las ilusiones y muchas veces no es más queresultado de una imaginación exaltada,1 sino de innumerables ejemplos suministrados por toda categoría de espíritus, desde lo más alto hasta lo más bajo de la escala, con ayuda de innumerables intermediarios diseminados sobre todos los puntos del globo, de tal modo que la revelación no es privilegio de nadie, sino que cada uno está en disposición de ver y de observar, y nadie está obligado a creer en la palabra de otro.
1. Véase Cáp. VI, n.º 7, y El Libro de los Espíritus, n.º 443 y 444.

CODIGO PENAL DE LAS PENAS FUTURAS

El Espiritismo no viene, pues, con su autoridad privada, a formular un código de fantasía. Su
ley, respecto al porvenir del alma, deducida de las observaciones tomadas de los hechos, puede
resumirse en los puntos siguientes:
1. El alma o espíritu sufre en la vida espiritual las consecuencias de todas las imperfecciones
de que no se ha despojado durante la vida corporal. Su estado dichoso o desgraciado es inherente al grado de su depuración o de sus imperfecciones.
2. La dicha perfecta es inherente a la perfección, es decir, a la depuración completa del
espíritu. Toda imperfección es a la vez una causa de sufrimiento y de goce, de la misma manera que toda cualidad adquirida es una causa de goce y atenuación de los sufrimientos:
3. “No hay una sola imperfección del alma que no lleve consigo sus consecuencias molestas
e inevitables, ni buena cualidad que no sea origen de un goce.”
La suma de penas es, de este modo, proporcional a la suma de imperfecciones, de la misma
manera que la suma de goces está en razón de la suma de buenas cualidades.
El alma que tiene, por ejemplo, diez imperfecciones, sufre más que la que tiene tan sólo tres
o cuatro. Cuando de estas diez imperfecciones no le quede más que la cuarta parte o la mitad,
sufrirá menos. Y cuando no le quede ninguna ya no sufrirá y será enteramente dichosa. Así sucede en la Tierra con aquel que, teniendo muchas enfermedades, sufre más que el que no tiene más que una o el que no tiene ninguna. Por la misma razón, el alma que posee diez cualidades tiene más goces que la que posee menos.
4. En virtud de la ley del progreso, teniendo el alma la posibilidad de adquirir el bien que le
falta y de deshacerse de lo malo que tiene según sus esfuerzos y voluntad, se deduce que el porvenir no está cerrado a ninguna criatura. Dios no repudia a ninguno de sus hijos, recibiéndolos en su seno a medida que alcanzan la perfección, y dejando así a cada uno el mérito de sus obras.
5. El sufrimiento, siendo inherente a la imperfección, como el goce lo es a la perfección, el
alma lleva consigo misma su propio castigo en todas partes donde se encuentre. No hay necesidad para eso de un lugar circunscrito. Donde hay almas que sufren está el infierno, así como el cielo está en todas partes donde hay almas dichosas.
6. El bien y el mal que se hace son producto de las buenas y malas cualidades que se poseen.
No hacer el bien cuando se está en disposición de hacerlo es resultado de una imperfección. Si toda imperfección es una causa de sufrimiento, el espíritu debe sufrir no sólo por todo el mal que ha hecho, sino también por todo el bien que pudo hacer y no hizo durante su vida terrestre.
7. El espíritu sufre por el mismo mal que hizo, de modo que estando su atención
incesantemente dirigida sobre las consecuencias de este mal, comprende mejor los inconvenientes y es incitado a corregirse de él.
8. Siendo infinita la justicia de Dios, lleva una cuenta rigurosa del bien y del mal. Si no hay
una sola mala acción, un solo mal pensamiento que no tenga sus consecuencias fatales, no hay una sola buena acción, un solo movimiento bueno del alma, el más ligero mérito, en una palabra, que sea perdido, aun en los más perversos, porque constituye un principio de progreso.
9. Toda falta cometida, todo mal realizado es una deuda que se ha contraído y que debe ser
pagada. Si no lo es en una existencia lo será en la siguiente o siguientes, porque todas las
existencias son solidarias las unas con las otras. Aquel que ha pagado en la existencia presente, no tendrá que pagar por segunda vez.
10. El espíritu sufre la pena de sus imperfecciones, bien en el mundo espiritual o bien en el
mundo corporal. Todas las miserias y vicisitudes que se sufren en la vida corporal son consecuencia de nuestras imperfecciones o expiaciones de faltas cometidas, ya sea en la existencia presente o en las precedentes.
Por la naturaleza de los sufrimientos y de las vicisitudes que acontecen en la vida corporal
se puede juzgar la naturaleza de las faltas cometidas en una anterior existencia, y las imperfecciones causantes de ellas.
11. La expiación varía según la naturaleza y gravedad de la falta. Así es como la misma falta
puede dar lugar a expiaciones diferentes, según las circunstancias atenuantes o agravantes en que se cometió.
12. No hay ninguna regla absoluta y uniforme en cuanto a la naturaleza y duración del
castigo. La única ley general es que toda falta recibe su castigo, y toda acción buena se
recompensa, según su valor.
13. La duración del castigo está subordinada a la mejora del espíritu culpable. No se
pronuncia contra él ninguna condena por un tiempo determinado. Lo que Dios exige para poner
término a los sufrimientos es una mejora seria, efectiva, y una vuelta sincera al bien.
Una condena por un tiempo determinado cualquiera tendría dos inconvenientes: El de seguir
castigando al espíritu que se mejoró, o cesar cuando éste perseverase en el mal. Dios, que es justo, castiga el mal mientras existe, cesa de castigar cuando el mal no existe.2 O si se quiere, siendo el mal moral por sí mismo una causa de sufrimiento, éste dura tanto tiempo como el mal subsiste. Su intensidad disminuye a media que el mal se debilita.
2. Véase Cáp. VI, n.º 25, cita de Ezequiel.
14. Estando subordinada la duración del castigo a la mejora, resulta de ello que el espíritu
culpable que no se mejorara nunca, sufriría siempre, y que para él la pena sería eterna.
15. Una condición inherente a la inferioridad de los espíritus es la de no ver el término de su
situación y creer que sufrirán siempre. Para ellos es un castigo que les parece que debe ser eterno.
3. Perpetuo es sinónimo de eterno. Dícese: “El límite de las nieves perpetuas, los hielos eternos de los polos.” También se refiere: “El secretario perpetuo de la Academia.” Lo cual no significa que lo será perpetuamente, sino por un tiempo ilimitado. Eterno y perpetuo se emplean en el sentido de indeterminado. En esta aceptación, puede determinarse que las penas son eternas si se entiende que no tienen una duración limitada. Son eternas para el espíritu que no ve su fin.
16. El arrepentimiento es el primer paso hacia la mejora. Pero no es suficiente. Son precisas
aún la expiación y la reparación. Arrepentimiento, expiación y reparación son las tres condiciones necesarias para borrar las huellas de una falta y sus consecuencias.
El arrepentimiento endulza los dolores de la expiación, puesto que da la esperanza y prepara
los caminos de la rehabilitación, pero sólo la reparación puede anular el efecto destruyendo la
causa. El perdón es una gracia y no una anulación.
17. El arrepentimiento puede tener lugar en todas partes y en cualquier tiempo. Si es tardío,
el culpable sufre mucho más tiempo.
La expiación consiste en los sufrimientos físicos y morales, que son consecuencia de la falta
cometida, bien en esta vida o después de la muerte en la vida espiritual, o bien en una nueva
existencia corporal, hasta que queden borradas las huellas de la falta. La reparación consiste en hacer bien a aquel a quien se hizo daño. Aquel que no repare en esta vida las faltas cometidas por impotencia o falta de voluntad, en una posterior existencia se hallará en contacto con las mismas personas a quienes habrá perjudicado y en condiciones escogidas por él mismo que pongan a prueba su buena voluntad en hacerles tanto bien como mal les había hecho antes.
Todas las faltas no ocasionan siempre un perjuicio directo y efectivo. En este caso, la
reparación se verifica haciendo aquello que debía hacerse y no se ha hecho, cumpliendo los deberes descuidados o desconocidos, las misiones en que ha faltado, etc. En fin, practicando el bien en contra del mal hecho anteriormente, siendo humilde si antes se fue orgulloso, dulce si se fue duro, caritativo si se fue egoísta, benévolo si se fue malévolo, laborioso si se fue perezoso, útil si se fue inútil, sobrio si se fue disoluto, de buen ejemplo si se fue de mal ejemplo, etc. Así es como el espíritu progresa aprovechando su pasado. La necesidad de la reparación es un principio de rigurosa justicia, que puede considerarse como la verdadera ley de rehabilitación moral de los espíritus. Es una doctrina que ninguna religión ha proclamado todavía.
Sin embargo, algunas personas la rechazan, porque hallarían más cómodo borrar sus malas acciones con un sencillo arrepentimiento, que no cuesta más que palabras ayudadas por algunas fórmulas. Libres son de creerse satisfechas, más tarde verán si esto les basta. Pregúnteseles si ese principio no está consagrado por la ley humana, y si la justicia de Dios es inferior a la de los hombres. ¿Se darían por satisfechos de un individuo que,habiéndose arruinado por abuso de confianza, se limitase a decir que lo siente infinitamente? ¿Por qué retroceden ante una obligación, que todo hombre honrado tiene el deber de cumplir en la medida de sus fuerzas?
Cuando esta perspectiva de la reparación se inculque en la creencia de las masas, será un freno mucho más poderoso que el del infierno y de las penas eternas, porque se refiere a la actualidad de la vida, y el hombre comprenderá la razón de ser de las circunstancias penosas en que se encuentra colocado.
18. Los espíritus imperfectos están excluidos de los mundos dichosos, en los cuales
turbarían la armonía. Permanecen en los mundos inferiores, donde por medio de las tribulaciones de la vida expían sus faltas y se purifican de sus imperfecciones hasta que merezcan ser encarnados en los mundos más adelantados moral y físicamente.
Si puede concebirse un lugar de castigo circunscrito, es el de los mundos de expiación,
porque a su alrededor pululan los espíritus desencarnados, esperando una nueva existencia que
permitiéndoles reparar el mal que han hecho, coopere a su adelanto.
19. Como el espíritu tiene siempre su libre albedrío, algunas veces es lenta su mejora, y muy
tenaz su obstinación en el mal. Puede que su persistencia en desafiar la justicia de Dios cede ante el sufrimiento, y a pesar de su falso orgullo, reconoce la potencia superior que le domina. Desde que se manifiesta en él los primeros resplandores del arrepentimiento, Dios le hace entrever la esperanza.
Ningún espíritu se halla en tal condición que no pueda mejorarse nunca. De otro modo,
estaría destinado fatalmente a una eterna inferioridad y fuera de la ley del progreso, que rige
infalible a todas las criaturas.
20. Cualesquiera que sean la inferioridad y la perversidad de los espíritu, Dios no les
abandona jamás. Todos tienen su ángel guardián que vela por ellos, espía los movimientos de su
alma y se esfuerza en suscitar en ellos buenos pensamientos, y el deseo de progresar y de reparar en una nueva existencia el mal que han hecho. Sin embargo, el guía protector obra lo más a menudo de una manera oculta, sin ejercer ninguna presión.
El espíritu debe mejorarse por el hecho de su propia voluntad, y no a consecuencia de una
fuerza cualquiera. Obra bien o mal en virtud de su libre albedrío, pero sin ser fatalmente inducido en un sentido o en otro. Si hace mal, sufre sus consecuencias tanto tiempo como permanece en el mal camino. Luego que da un paso hacia el bien, siente inmediatamente los efectos. Observación. Sería un error el creer que, en virtud de la ley del progreso, la certeza de que ha de llegar tarde o temprano a la perfección y a la dicha puede ser una excitación para que
persevere en el mal, dejando el arrepentimiento para más tarde.
En primer lugar, porque el espíritu inferior no ve el término de su situación. En segundo,
porque el espíritu, siendo el artífice de su propia desgracia, acaba por comprender que de él
depende el hacerlas cesar, y que cuanto más persista en el mal, durará más tiempo su desgracia. Que su sufrimiento durará siempre, si él mismo no le pone un término. Éste sería, pues, un cálculo falso, cuya primera víctima sería él. Si, al contrario, según el dogma de las penas irremisibles, le ha sido cerrada toda esperanza, persevera en el mal, porque no tiene ningún interés en volver al bien, que no le es de utilidad
Ante esta ley, cae igualmente la objeción sacada de la presciencia divina. Dios, al crear un
alma, sabe, en efecto, si, en virtud de su libre albedrío, tomará el buen o el mal camino. Sabe que
será castigada, si obra mal, pero sabe también que este castigo temporal es un medio de hacerle
comprender su error y de hacerla entrar en la buena senda, a donde llegará tarde o temprano. Según la doctrina de las penas eternas, se sabe que desfallecerá, y que por anticipado está condenada a tormentos sin fin.
21. Cada uno sólo es responsable de sus faltas personales. Nadie sufre por las faltas de otro,
a menos que haya dado lugar para ello, ya provocándolas con su ejemplo, o no impidiéndolas
cuando tenía poder para ello.
Así es, por ejemplo, que el suicida es siempre castigado. Pero aquel que con su conducta
empuja a un individuo a la desesperación, y de ahí a matarse, sufre una pena todavía más grande.
22. Aunque la diversidad de los castigos sea infinita, los hay que son inherentes a la
inferioridad de los espíritus, y cuyas consecuencias, salvo los matices, son casi idénticas.
El castigo más inmediato, entre aquellos sobre todo que se han aferrado a la vida material,
despreciando el progreso espiritual, consiste en la lentitud de la separación del alma y del cuerpo, en las angustias que acompañan a la muerte y al despertar en la otra vida, en la duración de la
turbación, que puede durar meses y años.
Entre los que, por el contrario, tienen la conciencia pura, que se han identificado en su vida
con la vida espiritual y despreciando de las cuestiones materiales, la separación es rápida, sin
sacudidas, el despertar apacible y la turbación casi nula.
23. Un fenómeno muy frecuente tiene lugar entre los espíritus de cierta inferioridad moral,
que consiste en creerse todavía vivos, y esta ilusión puede prolongarse por muchos años, durante los cuales sienten todas las necesidades, todos los tormentos y todas las perplejidades de la vida.
24. Para el criminal, la vista incesante de sus víctimas y de las circunstancias del crimen son
un cruel suplicio.
25. Ciertos espíritus están sumergidos en densas tinieblas. Otros, en un aislamiento absoluto
en medio del espacio, atormentados por la ignorancia de su posición y de su suerte. Los más
culpables sufren tormentos indecibles, tanto más punzantes cuanto más lejos ven sus términos.
Muchos están privados de la vista de los seres que le son queridos. Todos generalmente sufren con una intensidad relativa los males, los dolores y las necesidades que han hecho sufrir a los otros hasta que el arrepentimiento y el deseo de la reparación vienen a darles un consuelo, haciéndoles entrever la posibilidad de poner por sí mismos un término a esta situación.
26. Es un suplicio para el orgulloso ver a mayor altura, en la gloria, apreciados y
acariciados, a los que había menospreciado en la Tierra, mientras que él es relegado a la última
clase. Para el hipócrita, el verse traspasado por la luz que pone a descubierto sus más recónditos
pensamientos, que todo el mundo puede leer, sin medio alguno para ocultarse y disimular; para el sensual, el tener todas las tentaciones, todos los deseos, sin poder satisfacerlos; para el avaro, el ver su oro malgastado y no poder evitarlo; para el egoísta, el ser abandonado por todo el mundo, y el sufrir todo lo que los otros han sufrido por él. Tendrá sed y nadie le dará de beber, tendrá hambre y nadie la dará de comer. Ninguna mano amiga vendrá a apretar la suya, ninguna voz compasiva vendrá a consolarle. No ha pensado más que en él durante su vida, y por tanto, nadie piensa en él, ni le compadece, después de su muerte.
27. El medio de evitar o de atenuar las consecuencias de los defectos en la vida futura es el
deshacerse de ellos lo más pronto posible en la vida presente. Reparar el mal para no tener que
repararlo en adelante de una manera más terrible. Cuanto más tarda en deshacerse de sus efectos, más penosas son las consecuencias, y más rigurosa la reparación que se debe cumplir.
28. La situación del espíritu desde su entrada en la vida espiritual es aquella que se ha
preparado por medio de la vida corporal. Más tarde se le da otra encarnación para la expiación y
reparación por nuevas pruebas, pero las aprovecha poco o mucho en virtud de su libre albedrío. Si no se corrige, tiene que volver a empezar la tarea cada vez en condiciones más penosas, de suerte que aquel que sufre mucho en la Tierra, puede decir que tenía mucho que expiar. Los que gozan de una dicha aparente, a pesar de sus vicios y su inutilidad, que estén ciertos de que lo pagarán caro en una existencia ulterior.
En este sentido señaló Jesús: “Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados” (El
Evangelio según el Espiritismo, Cáp. V).
29. La misericordia de Dios es infinita, sin duda, pero no es ciega. El culpable, a quien
perdona, no queda descargado, y hasta que no haya satisfecho la justicia, sufre las consecuencias de sus faltas. Por misericordia infinita es preciso entender que Dios no es inexorable, y deja siempre abierta la puerta de la vuelta al bien.
30. Las penas, siendo temporales y subordinadas al arrepentimiento y a la reparación, que
dependen de la libre voluntad del hombre, son a la vez castigos y remedios que deben ayudar a
cicatrizar las heridas que ocasionan el mal.
Los espíritus en castigo son, pues, no como los condenados a presidio por un tiempo, sino
como enfermos en el hospital, que sufren por la enfermedad que es a menudo consecuencia de su falta, y de los medios curativos dolorosos que necesitan, pero que tienen la esperanza de curar, y
que curan tanto más pronto cuanto mejor sigan las prescripciones del médico, que vela por ellos con anhelo. Si prolongan los sufrimientos por su falta, no es culpa del médico.
31. A las penas que el espíritu sufre en la vida espiritual se añaden las de la vida corporal,
que son consecuencia de las imperfecciones del hombre, de sus pasiones, del mal empleo de sus
facultades y la expiación de sus faltas presentes y pasadas. En la vida corporal es cuando el espíritu repara el mal de sus anteriores existencias, poniendo en práctica las resoluciones tomadas en la vida espiritual. Así se explican las miserias y vicisitudes que a primera vista parece que no tiene razón de ser, y son enteramente justas, desde el momento en que son en compensación del pasado y sirven para nuestro progreso (véase Cáp. VI, “El Purgatorio”, n. º 3 y ss.; Cáp. XX, “Ejemplo de expiaciones terrestres”. El Evangelio según el Espiritismo, Cáp. V, “Bienaventurados los afligidos”).
32. Algunos se preguntan: ¿no probaría Dios mayor amor hacia sus criaturas creándoles
infalibles, y, en consecuencia, exentas de las vicisitudes inherentes a la imperfección?
Hubiera sido preciso, para esto, que crease seres perfectos que no tuvieran que adquirir nada
ni en conocimientos ni en moralidad. Sin ninguna duda puede hacerlo. Si no lo ha hecho, es porque en su sabiduría ha querido que el progreso fuese la ley general.
Los hombres son imperfectos, y como tales, están sujetos a vicisitudes más o menos
penosas. Éste es un hecho que es preciso aceptar, puesto que existe. Inferir de él que Dios no es
bueno ni justo sería una rebeldía contra Dios.
Habría injusticia si hubiera creado seres privilegiados, más favorecidos los unos que los
otros, gozando sin trabajo de la dicha que otros consiguen con pena o que no pudieran conseguir
jamás. Pero donde resplandece su justicia es en la igualdad absoluta que preside a la creación de
todos los espíritus: todos tienen un mismo punto de partida. No hay ninguno que en su formación tenga mayores dotes que los otros, ninguno cuya marcha ascendente se le facilite por excepción.
Los que han llegado al fin han pasado, como los otros, por las pruebas sucesivas y la inferioridad.
Admitiendo esto, ¿qué más justo que la libertad dejada a cada uno? El camino de la felicidad
está abierto para todos. Las condiciones para alcanzarla son las mismas para todos. La ley grabada en la conciencia se enseña a todos. Dios ha hecho de la dicha el precio del trabajo y no del favor, a fin de que indudablemente tuviesen los hombres el mérito de ella. Cada uno es libre de trabajar o de no hacer nada para su adelanto. El que trabaja mucho y pronto, antes es recompensado, mientras que el que se extravía en la ruta o pierde su tiempo, retarda su llegada, y no puede culpar a nadie sino a sí mismo. El bien y el mal son voluntarios y facultativos. Siendo libre el hombre, no es impulsado fatalmente ni hacia el uno ni hacia el otro.
33. A pesar de los diferentes géneros y grados de sufrimiento de los espíritus imperfectos, el
código penal de la vida futura puede resumirse en los tres principios siguientes:
El sufrimiento es inherente a la imperfección.
Toda imperfección y toda falta que la motiva lleva consigo su propio castigo, por sus
consecuencias naturales e inevitables, como la enfermedad es consecuencia de los excesos, y el
fastidio de la ociosidad, sin que sea necesaria una condena especial para cada falta y cada
individuo. Pudiendo el hombre deshacerse de sus imperfecciones por su voluntad, evita los males, que son su consecuencia, y puede asegurar su felicidad futura.
Tal es la ley de la justicia divina. A cada uno según sus obras, así en el cielo como en la tierra.
extraido del Cielo y el Infierno de Allan Kardec

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