La doctrina espiritista varía completamente el modo de mirar el porvenir. La vida futura
no es ya una hipótesis y sí una realidad. Es estado de las almas después de la muerte no es ya un
sistema, sino un resultado de la observación. El velo se ha descorrido, el mundo espiritual se nos
manifiesta en toda su realidad práctica. No son los hombres los que lo han descubierto por el
esfuerzo de una imaginación ingeniosa, sino los habitantes mismos de esos mundos que vienen a
descubrirnos su situación. Los vemos allí en todos los grados de la escala espiritual, en todas las
fases de la dicha y de la desgracia. Presenciamos todas las peripecias de la vida de ultratumba. Ésta es para los espiritistas la causa de la serenidad con que miran la muerte, y de la calma de sus últimos instantes sobre la Tierra.
Lo que les sostiene no es solamente la esperanza, sino la certidumbre. Saben que la vida
futura no es más que la continuación de la vida presente en mejores condiciones, y la esperan con la misma confianza con que esperan la salida del sol después de una noche tempestuosa. Los
movimientos de esta confianza están en los hechos de los que son testigos, y en la concordancia de estos con la lógica, la justicia y la bondad de Dios, y las aspiraciones íntimas del hombre.
Para los espíritus el alma no es ya una abstracción. Tiene un cuerpo etéreo que hace de ella
un ser definido, que el pensamiento abarca y comprende. Esto es ya mucho para fijar las ideas sobre su individualidad, sus aptitudes y sus percepciones. El recuerdo de aquellos seres queridos descansa sobre algo real y positivo. No nos los representamos ya como llamas fugitivas que nada recuerdan al pensamiento, sino bajo una forma concreta que nos los manifiesta mejor como seres vivos. Además, en lugar de estar perdidos en las profundidades del espacio, están a nuestro alrededor. El mundo corporal y el mundo espiritual están en perpetuas relaciones, y se asisten mutuamente. No cabiendo ya duda sobre el porvenir, el temor a la muerte no tiene razón de ser. Se la ve venir con serenidad, como a una libertadora, como la puerta de la vida y no como la de la nada.
no es ya una hipótesis y sí una realidad. Es estado de las almas después de la muerte no es ya un
sistema, sino un resultado de la observación. El velo se ha descorrido, el mundo espiritual se nos
manifiesta en toda su realidad práctica. No son los hombres los que lo han descubierto por el
esfuerzo de una imaginación ingeniosa, sino los habitantes mismos de esos mundos que vienen a
descubrirnos su situación. Los vemos allí en todos los grados de la escala espiritual, en todas las
fases de la dicha y de la desgracia. Presenciamos todas las peripecias de la vida de ultratumba. Ésta es para los espiritistas la causa de la serenidad con que miran la muerte, y de la calma de sus últimos instantes sobre la Tierra.
Lo que les sostiene no es solamente la esperanza, sino la certidumbre. Saben que la vida
futura no es más que la continuación de la vida presente en mejores condiciones, y la esperan con la misma confianza con que esperan la salida del sol después de una noche tempestuosa. Los
movimientos de esta confianza están en los hechos de los que son testigos, y en la concordancia de estos con la lógica, la justicia y la bondad de Dios, y las aspiraciones íntimas del hombre.
Para los espíritus el alma no es ya una abstracción. Tiene un cuerpo etéreo que hace de ella
un ser definido, que el pensamiento abarca y comprende. Esto es ya mucho para fijar las ideas sobre su individualidad, sus aptitudes y sus percepciones. El recuerdo de aquellos seres queridos descansa sobre algo real y positivo. No nos los representamos ya como llamas fugitivas que nada recuerdan al pensamiento, sino bajo una forma concreta que nos los manifiesta mejor como seres vivos. Además, en lugar de estar perdidos en las profundidades del espacio, están a nuestro alrededor. El mundo corporal y el mundo espiritual están en perpetuas relaciones, y se asisten mutuamente. No cabiendo ya duda sobre el porvenir, el temor a la muerte no tiene razón de ser. Se la ve venir con serenidad, como a una libertadora, como la puerta de la vida y no como la de la nada.
estraido del libro. El Cielo y el Infierno de Allan Kardec
1 comentario:
Un saludo grande desde Sao Paulo, Brasil!
He leído y disfrutado de este texto, me encantó el mundo color de rosa, y pude ver que tiene muchos lectores en las Américas. Felicitaciones! Sigue así, te ves muy bien, que este blog Azucena continuar con más visitas, es lo que deseo con todo mi corazón. Un gran abrazo fraternal de
Davilson Silva
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