INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
UN REINADO TERRESTRE
8. ¿Quién mejor que yo puede comprender la verdad de estas
palabras de Nuestro Señor: Mi reino no es de este mundo? El
orgullo me perdió en la Tierra. ¿Quién comprendería la
insignificancia de los reinos de este mundo, si yo no los
comprendiese? ¿Qué pude traer de mi realeza terrestre? Nada,
absolutamente nada; y para que la lección fuese más terrible, ¡ni
siquiera lo conservé hasta la tumba! Reina fui entre los hombres,
reina creí entrar en el reino de los cielos. ¡Qué desilusión! ¡Qué
humillación cuando en vez de ser recibida allí como soberana, vi
sobre mí, y mucho más alto, hombres a quienes creía muy pequeños
y que desprecié porque no eran de sangre noble! ¡Oh! ¡Entonces
comprendí la esterilidad de los honores y de las grandezas que con
tanta avidez se buscan en la Tierra!
Para prepararse un lugar en este reino, es necesario la
abnegación, la humildad, la caridad en toda su celeste práctica, la
benevolencia para todos; no se os pregunta lo que fuisteis, que
posición ocupasteis, sino el bien que habéis hecho, las lágrimas
que habéis enjugado.
¡Oh! ¡Jesús! Dijiste que tu reino no era de este mundo, porque
es preciso sufrir para alcanzar el cielo, y los escalones del
trono no nos aproximan a él; son los caminos más penosos de la
vida los que conducen a él; procurad, pues, su camino a través de
las zarzas y espinas, y no entre las flores.
Los hombres corren tras los bienes terrestres, como si
debiesen conservarlos siempre; pero aquí ya no hay ilusión; pronto
perciben que no se asieron sino a una sombra y despreciaron los
únicos bienes sólidos y durables, los únicos provechosos en la
morada celeste, los únicos que pueden darle acceso a ella.
Tened piedad de aquellos que no ganaron el reino de los
cielos; ayudadles con vuestras oraciones, porque la oración aproxima
el hombre al Altísimo; es el eslabón que une el cielo a la
Tierra; no lo olvidéis. (UNA REINA DE FRANCIA. Havre, 1863.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario