La criatura humana, por su estructura ético-psicológica, está dotada por Dios de sentimiento y emociones que le obligan e impulsan hacia la vida social. Dios hizo al
hombre para vivir en sociedad y para esto le fue otorgado el atributo de la
palabra, que es el vehiculo para la comunicación entre los encarnados.
El hombre es, por excelencia, un gregario, un animal social, como hace miles de
años pregonaba ya la filosofía aristotélica, en la vieja Grecia; no puede, por lo tanto, vivir
aisladamente.
La vida solitaria, cuando es elegida, revela siempre una fuga inconcebible, porque
constituye infracción a las leyes divinas del trabajo y del amor. El aislamiento es
incompatible con el sentimiento de fraternidad que debe existir en los corazones humanos.
Como, en principio, el hombre no está dotado para ser autosuficiente, condición
que consigue por el trabajo y el progreso, depende de su semejante. Las facultades
humanas no están desarrolladas en el mismo grado y, según Deolindo Amorim, hay
necesidad de que vivan los unos por los otros y para los otros, teniendo como
punto de convergencia el bien común.
El aislamiento es contrario a la ley de la naturaleza, por eso, instintivamente, el
hombre busca la vida en comunidad, de modo de concurrir al progreso a través del
auxilio reciproco. La soledad hace al hombre improductivo e inútil a sus semejantes y
esto no puede agradar a Dios.
Los cultores de la vida de reclusión se atrofian por la improductividad, por el
estancamiento en cuanto a la adquisición de los tesoros de la sabiduría y la experiencia.
Según las enseñanzas espiritas, esto revela egotismo y no merece otra cosa que
reprobación. No hay forma de desarrollar y pulir nuestras facultades intelectuales y
morales, sino mediante la convivencia social, es permuta constante de afectos,
conocimientos experiencias, sin la cual la suerte de nuestro Espíritu sería el embrutecimiento
y la atrofia.
El voto de silencio, adoptado por algunos religiosos, nada edifica, debido a que
impide la comunicación entre los seres vivos, lo que en último análisis, como sostienen
los Espíritus superiores «es una tontería.» «La palabra es una facultad natural
concedida por el hombre por Dios, para «favorecer ocasiones de hacer el bien y de
cumplir la ley de progreso».
Si Dios quisiera silenciar a sus criaturas pensantes, no les abría conferido este dinámico
atributo de la palabra y maravilloso vehiculo para expresar las ideas elaboradas por las
mentes.
Sin embargo, debemos considerar que existen ocasiones en las que el silencio es
necesario. Son aquellos momentos de recogimiento espiritual cuando el espíritu, más
libré, entra en contacto con el Creador y sus enviados; fuera de esto la vida contemplativa
es enteramente improductiva y no hay motivos que la justifiquen.
En este sentido un espíritu protector nos advirtió: no juzguéis, sin embargo,
que exhortándoos incesantemente a la oración y a la evocación mental pretendemos
que viváis una vida mística, que os conserve al margen de las leyes de la sociedad donde
estáis condenados a vivir. No; vivid con los hombres de vuestra época como deben vivir
los hombres. Rendid culto a las necesidades de cada dìa, pero hacedlo con un sentimiento
de pureza que pueda santificarlas.
Estáis llamados a estar en contacto con Espíritus de naturaleza diferentes, de caracteres opuestos: no choquéis con ninguno de aquellos con que estuviereis.
La virtud no consiste en que asumáis aspecto severo y lúgubre, o en rechazar los placeres que vuestra condición humana os permite. Es suficiente con que ofrendéis todos los actos que vuestra vida al creador que os la dio
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