jueves, 22 de diciembre de 2011

VIDA EN FAMILIA Y LAZOS DE FAMILIA


La vida familiar debe ser la vida de todo hombre integrado en la unidad denominada
familia. Esta palabra, familia, puede ser conceptuada en un sentido más restringido –
constituido por nuestros familiares consanguíneos – o en un sentido más amplio – el
representado por grupos de Espíritus afines, ya sea intelectual o moralmente.
La familia es la bendita escuela de la educación moral y espiritual, el taller
santificante donde se modelan caracteres; el laboratorio superior en que sé amalgama
sentimientos, se estructuran aspiraciones, se refinan ideas, se transforma antiguas heridas
en posibilidades preciosas para la elaboración de ocupaciones edificantes.
La familia es, pues, el más prodigioso colegio del progreso humano. Su importancia
no se mide solamente como fuente generadora de seres racionales, sino como el taller
desde el cual se proyectan los hombres de bien los sabios, los bienhechores en general.
La familia es más que un resultado genético... son los ideales, los sueños, los anhelos,
las luchas y arduas tareas, los sufrimientos y las aspiraciones, las tradiciones morales
elevadas que se cimentan en los lazos de la concesión divina, en el grupo doméstico
mismo donde prosperan las nobles expresiones de la elevación espiritual en la Tierra.
Cuando la familia amenaza derrumbarse, por esta o aquella razón, sin duda la
sociedad está a un paso de malograrse...
Para que la vida en familia alcance sus mayores finalidades, de solidaridad. «La
familia es una institución divina cuya finalidad principal consiste en estrechar los lazos
sociales, propiciándonos el mejor modo de que aprendamos a amarnos como hermanos.
Por tales irrefutables razones, la vida en familia es, entre todas las sociedades, tal vez
la más importante en virtud de su función educativa y regeneradora.
Existen dos modalidades de familia y, en consecuencia, dos categorías de lazos de
parentesco: las que proceden de la consanguinidad y las que proceden de los vínculos
espirituales.
«los lazos de sangre no crean forzosamente las reuniones entre los Espíritus. El
cuerpo procede del cuerpo, pero el espíritu no procede del espíritu, porque el espíritu ya
existía antes de la formación del cuerpo.
No es el padre quien crea al espíritu de su hijo: el no hace más que proporcionarle el
envoltorio corporal, correspondiéndole, sin embargo, contribuir al desarrollo intelectual y
moral del hijo, para hacerlo progresar.
«Los que encarnan en una familia, sobre todo como parientes próximos son, las
más de las veces, Espíritus simpáticos ligados por anteriores relaciones, que se manifiestan
en un afecto recíproco en la vida terrena. Pero también puede suceder que sean
completamente extraños los unos a los otros esos Espíritus, apartados entre sí por
antipatías igualmente anteriores, que se traducen en la tierra por un mutuo antagonismo
que le sirve de prueba. No son los de la simpatía y comunión de sus encarnaciones.
Hay, por lo tanto, dos especies de familias: Las familias según los lazos espirituales y
las familias según los lazos corporales. Durables, las primeras se fortalecen con la purificación
y se perpetúan en el mundo de los Espíritus, a través de las diferentes migraciones del
alma; las segundas, frágiles como la materia, se extinguen con el tiempo y muchas veces
se disuelven moralmente, ya en la existencia actual.

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