viernes, 20 de abril de 2012

LEY DE LIBERTAD

En el pensamiento goza el hombre de ilimitada libertad, pues no hay
como ponerle trabas. Puede detenerse su vuelo, pero no aniquilarlo. Obligar a los hombres a proceder en desacuerdo con su modo de pensar es convertirlos en hipócritas. La libertad de conciencia es uno de los caracteres de la verdadera civilización y del progreso
Un pueblo sólo es verdaderamente libre, digno de libertad, si aprendió a
obedecer la ley interna, ley moral, eterna y universal, que no emana del poder de una
casta ni de la voluntad de las multitudes, sino de libertad de pensamiento.
LIBERTAD DE PENSAR Y DE CONCIENCIA
La libertad de pensamiento, así como la de obrar, constituyen atributos esenciales
del Espíritu, otorgados por Dios al crearlo.
La libertad de pensar es siempre ilimitada, porque nadie puede dominar el
pensamiento ajeno o aprisionarlo. De esta forma enseñan los Espíritus al responder a la
pregunta 833 de «El Libro de los Espíritus», aclarando que en el pensamiento goza el
hombre de ilimitada libertad, pues no hay cómo ponerle trabas. Puede detenerse su
vuelo, pero no aniquilarlo. A lo sumo, debido a la inferioridad e imperfección de
nuestra civilización, se intenta contener la manifestación exterior del pensamiento, o sea,
la libertad de expresión.
Si hay algo que escapa a toda opresión, es la libertad de pensamiento. Sólo por ella
el hombre puede gozar de la libertad absoluta. Nadie consigue aprisionar el pensamiento
de otro, a pesar de que pueda obstaculizar su libertad de expresarlo.
Por acción de la ley del progreso, la libertad, en todas sus modalidades, evoluciona,
especialmente la libertad de pensar, pues actualmente no vivimos ya en la época de
creer o morir, como acontecía en los tiempos de la inquisición o santo oficio.
En verdad, de un siglo para otro, menos dificultades encuentra el hombre para
pensar sin impedimento y a cada generación que surge, más amplias son las garantías
individuales en lo que atañe a la inviolabilidad del fuero íntimo.
Evidentemente, es la libertad de pensar y la de obrar, porque mientras la
primera se ejerce con mayor amplitud, sin barreras, la última padece enormes y profundas
limitaciones. A pesar de que la libertad de pensar sea ilimitada, depende del grado evolutivo de
cada Espíritu, en su capacidad de irradiación y discernimiento. A medida que un Espíritu
progresa, se le desarrolla el sentido de responsabilidad sobre sus actos y pensamientos.
Cualquier restricción ejercida sobre la libertad de una persona es señal de atraso
espiritual. Constreñir a los hombres a proceder en desacuerdo con su modo de
pensar, es transformarlos en hipócritas. La libertad de conciencia es uno de los caracteres
de la verdadera civilización y del progreso.
A toda criatura le es concedida la libertad de pensar, hablar y obrar, siempre que
esa concesión sobreentienda el respeto a los derechos semejantes del prójimo.
Cuando el uso de la facultad libre engendra sufrimiento y coerción para otro, se
incurre en un crimen que puede acarrear el cercenamiento de aquel derecho, ya sea por
parte de las leyes humanas y sin duda alguna a través de la Justicia Divina.
Gracias a eso el límite de la libertad se encuentra escrito en la conciencia de cada
persona, que crea para sí misma la cárcel de sombra y de dolor – la prisión sin rejas en la
que purgará más tarde, mediante la imperiosa reencarnación – o las alas de luz para la
perenne armonía.
El límite de nuestra libertad está establecido, por lo tanto, donde comienza la del
prójimo. En todas las relaciones sociales, en las relaciones con nuestros semejantes,
es preciso que recordemos constantemente lo que sigue: Los hombre son viajeros que
marchan, ocupando puntos diversos en la escala de la evolución, por la cual todos subimos.
Por consiguiente, nada debemos exigir, nada debemos esperar de ellos que no esté en
relación con su grado de adelantamiento.
Por lo tanto, el Espíritu sólo está verdaderamente preparado para la libertad el
día en que las leyes universales, externas a él, se trasformen en internas y conscientes,
por el propio hecho de su evolución. El día en que esté compenetrado de la ley y haga de
ella la norma de sus acciones, habrá alcanzado el punto moral en que el hombre es
dueño, domina y gobierna a sí mismo.
De ahí en adelante ya no necesitará de obligación o autoridades sociales para
corregirse. Y se da con la colectividad lo que se da con el individuo. Un pueblo sólo es
verdaderamente libre, digno de libertad, si aprendió a obedecer la ley interna, ley moral,
eterna y universal, que no emana del poder de una casta ni de la voluntad de las multitudes,
sino de un Poder más alto. Sin la disciplina moral que cada cual debe imponerse a sí
mismo, las libertades no son más que un logro; se tiene la apariencia pero no las costumbres
de un pueblo libre.
Todo lo que se eleva hacia la luz se eleva hacia la libertad.
documentaciín recogida del libro de los espiritus de Allan Kardec.

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