EVOLUCIÓN Y ESTADO DE NATURALEZA
El hombre desarrolla su marcha evolutiva a partir de un estado primitivo o estado
de naturaleza. El estado de naturaleza es la infancia de la Humanidad o el punto de
partida de su desarrollo intelectual y moral. Por ser perfectible y traer consigo el germen
de su perfeccionamiento, el hombre no fue destinado a vivir perpetuamente en el estado
de naturaleza, ni tampoco a vivir eternamente en la infancia. Aquel estado es transitorio
para el hombre y sale él por virtud del progreso y la civilización.
Es necesario que el ser humano se desarrolle intelectual y moralmente y, a través de
la ley de progreso, se regula la evolución de todos los seres, encarnados o no encarnados,
y de todos los mundos del Universo.
El Espíritu sólo se purifica con el tiempo, mediante las experiencias a que dan lugar
las reencarnaciones.
«El hombre tiene que progresar incesantemente y no puede volver al estado de
infancia. Dado que progresa, se debe a que Dios así lo quiere. Pensar que pudiera
retrogradar a su primitiva condición sería negar la ley del progreso.»
En el estado de naturaleza el hombre tiene menos necesidades, su vida es más
simple y menores son sus tribulaciones. Se atiene más a la supervivencia y a las necesidades
fisiológicas. No obstante, hay en nosotros una sorda aspiración, una íntima energía
misteriosa que nos conduce a las alturas, que nos hace tender a destinos cada vez más
elevados, que nos impulsa hacia lo Bello y el Bien. Es la ley del progreso, la evolución
eterna, que guía a la Humanidad a través de las edades y que aguijonea a cada uno de
nosotros, porque la Humanidad la constituyen las mismas almas que, siglo tras siglo,
vuelven para proseguir con el auxilio de nuevos cuerpos, preparándose para mundos
mejores en su obra de perfeccionamiento.
La ley del progreso no se aplica solamente al hombre, es universal. En todos los
reinos de la Naturaleza existe una evolución que fue reconocida por los pensadores de
todos los tiempos. En el vegetal la inteligencia duerme; en el animal, sueña; sólo está
despierta en el hombre que se conoce, es dueño de sí mismo y se hace consciente.
El hombre asciende a los planos más altos a través del trabajo, del esfuerzo, de todas las alternativas de la alegria y del dolor
Las reencarnaciones constituyen, de esta forma, una necesidad ineludible del
progreso espiritual. Cada existencia corporal no admite más que una parcela de esfuerzos
determinados, luego de los cuales el alma se encuentra exhausta. La muerte representa
entonces un reposo, una etapa en la extensa ruta de la eternidad. Después sucede la
reencarnación, nuevamente, que vale como un rejuvenecimiento para el Espíritu en marcha.
Antiguas pasiones, ignominias y remordimientos desaparecen, el olvido crea un
nuevo ser que se arroja lleno de ardor y entusiasmo a recorrer el nuevo camino. Cada
esfuerzo redunda en un progreso y cada progreso en un poder siempre mayor. Esas
adquisiciones sucesivas van elevando al alma en los innumerables escalones de la perfección.
Por lo tanto, somos árbitros soberanos de nuestros destinos; cada encarnación
condiciona a la que sucede y a pesar de la lentitud de la marcha ascendente, gravitamos
incesantemente en dirección a radiantes alturas, donde sentimos palpitar corazones
fraternales y entramos en comunión, cada vez más y más intima, con la gran alma
universal — la Potencia Suprema.
CREACIÓN DIVINA. PLURALIDAD DE LOS MUNDOS HABITADOS
Junto a la idea básica de la existencia de Dios como Inteligencia Suprema y causa
primera de todo lo que existe; del alma humana como esencia del ser pensante,
independiente y autónoma; de su preexistencia al cuerpo físico, porque fue creado por
Dios simplemente como espíritu, que solo posteriormente se une a la materia,
transformándose entonces en Espíritu encarnado; de su supervivencia a la muerte física
y regreso al plano espiritual de donde viniera, para permanecer allí por un tiempo más o
menos largo, hasta la nueva encarnación; de la pluralidad de las existencias corporales en
virtud de la necesidad de la reencarnación para los Espíritus errantes; de la pureza espiritual
y de la perfección como objetivos supremos que alcanzaran los Espíritus en su marcha
ascendente, luego de lo cual ya no volverán a encarnar; junto a esos principios básicos
del Espiritismo se encuentra también la pluralidad de los mundos habitados.
En la obra de la Creación Divina, entre los mundos destinados a la encarnación de
espíritus en niveles de prueba y expiación, se encuentra la Tierra como una de las
habitaciones del Hombre. Si, decimos una de las habitaciones, porque existen muchos
otros mundos que amparan a humanidades semejantes a la nuestra, sin que el hombre
terrenal sea el único ser corpóreo dotado de inteligencia, racionalidad y sentido moral, en
el universo inmenso. Hombre es todo ser que asume en cualesquiera de los mundos una
doble naturaleza: corporal y espiritual, es decir, tiene cuerpo y alma. Por el cuerpo, en
cualquier mundo el hombre es transitorio, participando de la naturaleza de los otros seres
vivos, que son mortales – nacen, crecen, se desarrollan, se reproducen, envejecen y
mueren. – pero por el Espíritu es inmortal y eterno, progresa siempre, aproximándose
cada vez más a la perfección, que es su meta suprema en la escala de los seres y de los
mundos.
Creado por Dios simple e ignorante, dotado de libertad y libre albedrío, inclinado
tanto al bien como al mal – por lo tanto falible —. El Espíritu está sujeto a encarnar y a
reencarnar, realizando múltiples existencias corporales en la Tierra o en otros mundos,
tantas cuantas sean necesarias para lograr su depuración y su progreso. Ese proceso
admirable que obedece a un designio providencial de Dios, se realiza a través de las
emigraciones e inmigraciones de espíritus, es decir, que alternan en forma sucesiva y
múltiple, las existencias en los dos planos de la vida: el corpóreo y el espiritual.
Mientras el cuerpo vive, todo espíritu encarnado está fijado al mundo en que encarnó. Al
liberarse, por la muerte del cuerpo, pasa a la condición de espíritu errante, que es
exactamente aquel que todavía está necesitado de reencarnar, para depurarse y progresar.
En el estado de Erraticidad el espíritu aun pertenece al mundo donde tiene que encarnar,
pero no está fijado a él por el cuerpo, es más libre y puede incluso visitar otros mundos,
con la finalidad de instruirse. Pues bien, esas emigraciones e inmigraciones de espíritus
pueden ocurrir también entre mundos diferentes, es decir, que los espíritus pueden emigrar
de un mundo a otro. Algunos emigran por fuerza del progreso intelectual y moral realizado,
que los capacita para ingresar en un mundo más adelantado, lo que es un premio para
ellos; otros, por el contrario son expulsados del mundo al que pertenecen por no haber
acompañado el progreso moral alcanzado por la humanidad de ese mundo, donde si allí
permanecieran, constituirían elementos de perturbación y de desorden social; en este
caso es un verdadero castigo que la ley de la justicia impone a los empedernidos en el
mal, esclavizados al orgullo y la sensualidad. Los Espíritus que emigran de un mundo a
otro van primero al plano espiritual del nuevo mundo, permanecen algún tiempo en la
Erraticidad, para emerger posteriormente en la vida corpórea, dentro de las condiciones
y de las clases propias de la Naturaleza del mundo a donde fueron desterrados.
Lo que acabamos de ver ayuda a comprender y a explicar mejor la diversidad de
las razas humanas y sobre todo, la existencia en la Tierra de una raza superior, si es
considerada en relación con las otras que aquí existen, algunas de las cuales manifiestan
todavía notoria inferioridad, seria esa raza —la blanca—, constituida por hombres que
representan la reencarnación de Espíritus emigrados de un planeta perteneciente al
sistema de Capela, una estrella 5.800 veces mayor que nuestro Sol. Al haber alcanzado
ese mundo y su humanidad un nivel de progreso concordante con el de un planeta
regenerado y más feliz, permanece todavía en él una legión de Espíritus obstinados en el
orgullo y otros serios defectos morales, que tuvieron que ser expulsados y encaminados
hacia la Tierra, donde vinieron a formar parte del rebaño de Jesús. Aquí, entonces, más
adelantados, que los habitantes pertenecientes, a las razas autóctonas o indígenas —
sobre todo intelectualmente—, impusieron el progreso de esas razas, mezclándose con
ellas y expandiendo sus culturas por todos los rincones de la Tierra. Los hombres
resultantes de la encarnación de esos espíritus en nuestro mundo serian los legítimos
descendientes de Adán (Haadam), considerado como el primer hombre pero que en la
realidad es una alegoría que representa a toda la colectividad emigrada, que dio origen, en
efecto, a una raza más evolucionada y superior a las otras preexistentes. Por lo tanto,
puede hablarse de una raza adámica cuyos representantes, todos blancos, formaron los
grupos de pueblos más evolucionados de la Tierra: los arios o indoeuropeos, los egipcios,
los israelitas y los indios. Queda así mejor comprendida la significación de Adán, en el
origen de la humanidad, como también la narración bíblica de su expulsión del Paraíso
— la leyenda del Paraíso Perdido —, que era en la realidad la expulsión de aquella legión
de Espíritus de un mundo que, comparado con la Tierra, a donde fueron desterrados,
bien podía considerarse un paraíso.
En el libro «En Camino a la Luz», el Espíritu Enmanuel da informaciones muy
interesantes y valiosas sobre ese asunto. El capitulo tercero de la obra trata justamente
acerca de «Las Razas Adámicas»,—El Sistema Capela. Ante la imposibilidad de transcribir
los respectivos textos, derivamos al lector de esta síntesis a ese capitulo y a los cuatro
siguientes de ese libro utilísimo.
Pero, ¿y Kardec? ¿Hay en sus obras algo que se relacione con las afirmaciones
precedentes y las confirme? Si, todo eso está en «El Libro de los Espíritus» y sobre
todo en «La Génesis». Transcribiremos solamente los trechos más significativos, dejando
al lector el cuidado de hacer en esas dos obras sus propias pesquisas. «¿La especie
humana comenzó por un único hombre? No, aquel a quien llamáis Adán no fue el
primero ni el único en poblar la Tierra. ¿Surgió el hombre en muchos puntos del
globo? Si y en épocas diferentes, lo que también constituye una de las causas de la
diversidad de razas. Después, al dispersarse los hombres por climas diversos y mezclarse
los de una con los de otras raza transfusión que se efectúa entre la población
encarnada y la no encarnada de un planeta, de igual modo se efectúa entre los mundo,
ya sea individualmente, en las condiciones normales o en masa, en circunstancias
especiales , habiendo pues, emigraciones e inmigraciones colectivas de un
mundo hacia otro, de donde resulta la introducción, en la población de uno de ellos, de
elementos enteramente nuevos.
Después de eso Kardec hizo una clara referencia a la raza Adámica en el ítem 38
del capitulo 11: «De acuerdo con la enseñanza de los Espíritus, fue una de esas grandes
emigraciones, o si se quiere, una de esas Colonias de Espíritus, venida de otra esfera, la
que dio origen a la raza adámica. Cuando ella llegó aquí la Tierra ya estaba poblada
desde tiempos inmemoriales, como América cuando llegaron a ella los europeos.
Más adelantada que las que habían precedido en este planeta, la raza adámica es,
en efecto, la más inteligente, la que impulsa al progreso a todas las otras. «La Génesis»
nos lo muestra, desde el principio, industriosa, apta para las artes y las ciencias, sin haber
pasado aquí por la infancia espiritual, lo que no se da con las razas primitivas, pero
concuerda con la opinión que estaba compuesta por espíritus que ya habían progresado
bastante. Todo prueba que la raza adámica no es antigua en la tierra y nada se opone a
que se considere que habita este globo desde hace solamente algunos millares de años,
lo que no estaría en contradicción ni con los hechos geológicos ni con las observaciones
antropológicas, sino que tendería a confirmarlas.
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