martes, 29 de enero de 2013

VOLVI

DE VUELTA
Hace muchas semanas que tengo permiso para escribirles, para darles noticias del viejo compañero que ya se halla en el "otro mundo".
Desde luego, esto no constituye una novedad, ni para ustedes ni para mí.
Cuando se iba desvaneciendo mi resistencia física, me hice el propósito de escribirles como amigo, tan pronto como la muerte me arrebatase.
El Espiritismo fuera para mí algo más que una simple creencia religiosa. Había sido el clima constante en que mi alma respiraba; constituía elemento integrante de mi propio ser. De ahí el entusiasmo vibrante con que me entregaba a los servicios de la Doctrinación y la certeza con que esperaba el momento feliz de hacerme sentir por los hermanos de ideal, después de mi desencarnación.
.PONDERACIONES NECESARIAS
Volviendo a mí mismo después de haberme despojado del cuerpo material, la preocupación de regresar entre mis amigos, constituía un ansia continua. Me habituara en mi última existencia, fértil en trabajo intensamente vivido, a concretar los menores deseos, en todo aquello que concernía a la lucha exterior.
El hombre práctico, que se mantiene en el cuerpo terrestre por más de cincuenta años, se acostumbra a ser invariablemente obedecido.
Ese hábito le crea enormes prejuicios, por encerrarse instintivamente en el círculo vicioso de preconceptos nocivos que van cristalizándosele vagamente, en su organización mental. Las insignificancias llegan a torturarlo. La conveniencia la interpreta como falta de respeto, y la prudencia como ingratitud.
Casi me consideré ofendido cuando mis bienhechores espirituales me dificultaron el pronto retorno.
Al final de cuentas, pensaba para conmigo mismo, lo que yo pretendía no era, en modo alguno, la admiración ajena, ni deseaba aprovechar la oportunidad para ensalzar mi nombre. Lo que sí me interesaba era la prueba de la supervivencia. Para lograr este objetivo, de serme posible, tocaría un clarín más alto que el de una sirena festiva.
Amigas afectuosos, no obstante, me hicieron comprender que la falta de prudencia en el ambiente espiritual, es tan perjudicial como la algazara intempestiva en la vía pública. Y después de escuchar una larga serie de ponderaciones conducentes a reajustarme en mis propósitos desordenados, comprendí, gracias a Dios, que mis precipitaciones se originaban en la pura ingenuidad.
PRIMERAS VISITAS
Las primeras visitas que llevé a cabo en los núcleos doctrinarios, se verificaron, justamente, en Río de Janeiro. Mi situación, entonces, era muy diferente. Mientras estuve encarnado, solamente me había sido posible identificar reducida porción del trabajo. Mientras que ahora, acompañado de amigos espirituales que me conducían solícitos, observaba un mundo nuevo, de aspecto indescriptible.
Veía los centros espiritistas, en función de estudio y de socorro, como verdaderas colmenas de entidades desencarnadas. Algunas, en servicio y actuación evangélica; otras, en gran número, asistían procurando alivio y aclaración, haciéndonos recordar la multitud de víctimas de accidentes, cuando concurren a las puertas de los hospitales de emergencia.
La importancia de las obligaciones se agigantaba a mi vista.
Comprendí, entonces, cuánta abnegación necesitábamos para poder perseverar en el bien, de acuerdo con las enseñanzas de Jesús.
Mi primera impresión fue de carácter negativo. En el fondo, llegué a admitir por algunos momentos, la incapacidad de la colaboración humana, ante la inmensidad del servicio. Mas la palabra de los compañeros experimentados logró reanimarme.
Pequeño número de simientes llegan a producir toneladas de granos para alimentar al mundo. De igual modo, los gérmenes de buena voluntad improvisan actividades heroicas en la estructuración humana.
Esa conclusión me tranquilizó, y tuve la alegría de hacerme ver en varios centros del ideal, aprovechando la cooperación de algunos médiums que interpretaron mi personalidad. Las oportunidades, no obstante, no me ofrecían recursos para brindar noticias completas. Comencé a luchar por lograr mi individualismo sobre salientes, más, examinando y reconociendo el respeto que merecen los intereses ajenos, no me sentí suficientemente dispuesto a establecer interferencias que redundasen en perjuicio del bien general.
TENTATIVAS Y APRENDIZAJE
Después de varias experiencias, vine a la localidad de Pedro Leopoldo, por primera vez después de mi liberación.
¡Qué diferente me lucía ahora el grupo que yo visitara personalmente, en Agosto de 1937, en compañía de mi querido amigo Watson!
Aquella casa humilde la veía ahora repleta de seres desencarnados.
Los compañeros que rodeaban la mesa, eran pocos. No excedía de veinte el número de personas que se hallaban en el recinto. Las paredes, luciendo como desmaterializadas, daban cabida a amplio conjunto de almas necesitadas, que el orientador del centro, con la colaboración de muchos auxiliares, procuraba socorrer con su palabra evangélica.
Entré, ladeando tres hermanos, y recibiendo abrazos acogedores.
Observando los cuidados del dirigente y previendo las particularidades de la reunión, recordé los espíritus controladores a que se refieren comúnmente nuestros compañeros de Inglaterra.
Nos hallábamos ante un equilibrado orientador espiritual.
Todas las experiencias y realizaciones de la noche, se hallaban programadas.
Incontables hilos de sustancia oscura, partían, como líneas móviles, de las entidades perturbadas y sufrientes, intentando alcanzar a los componentes de la pequeña agrupación de encarnados; pero, bajo la supervisión del mentor del grupo, se produjo un bello haz de luz en torno del cuadro a que ellos se acogían, cuyo haz atraía las emanaciones de color plomizo, extinguiéndolas.
Me explicó un espíritu amigo que las personas angustiadas, fuera del cuerpo físico, proyectan oscuras emanaciones, producto de la tristeza y de la rebeldía, en los centros de fraternidad cristiana en los cuales se improvisan tareas de auxilio.
Mientras los encarnados allí presentes oraban y atendían a las solicitudes que se establecían entre los dos mundos, observé que los trabajadores espirituales extraían de algunos elementos de la reunión, gran cantidad de energías fluídica  aprovechándolas en la materialización de beneficios para los desencarnados que allí se hallaban en condiciones dolorosas. No me fue posible analizar en toda su extensión, el servicio que allí se desarrollaba, pero un atento espíritu compañero me aclaró que en todas las sesiones de fe cristiana, consagradas al bien del prójimo, los cooperadores dispuestos a auxiliar con entusiasmo son aprovechados por los mensajeros de los planos superiores, quienes retiran de ellos los recursos magnéticos que Reichen-bach bautizó con el nombre de "fuerzas ódicas” convirtiéndolos en elementos de preciosa utilidad para las entidades dementes y suplicantes. Mi men-te, no obstante todo cuanto observaba, se interesaba en lograr la aproximación con el médium, fijo como me hallaba en la idea de valerme de él para lograr contacto con el mundo material que había dejado.
Quebrantando las conveniencias, rogué la colaboración del superior del grupo, no obstante el respeto que su presencia me inspiraba. Mi petición no fue recibida por él con muestras de desagrado, pero me tocó en el hombro paternalmente, y me dijo, eludiendo:
Mi buen amigo, es justo esperar un poco más. No tenemos aquí un servicio de mero registro. Es conveniente ambientar la organización medianímicas. La sintonización espiritual exige más tiempo.
Entonces, dentro de la imperfección y del egoísmo que aún me dominaban, recordé el caso del espíritu de André Luiz. El no fuera, como yo, espiritista; y no obstante, comenzara, bien pronto, a dar sus noticias del "otro mundo". El director, liberal y comprensivo, fijó en mí sus penetrantes ojos, como si estuviera leyendo en lo más recóndito de mi corazón, y sin que yo hubiera exteriorizado lo que pensaba, agregó con humildad:
 No crea que André Luiz alcanzó la iniciación de improviso. Sufrió mucho en las esferas purificadoras, y luego frecuentó nuestras tareas durante setecientos días consecutivos, para lograr afinidad con la mediumnidad  Además de eso, el esfuerzo de él es impersonal y refleja la cooperación indirecta de muchos bienhechores nuestros que viven en esferas más elevadas.
Y pasó a explicarme las dificultades, indicando los óbices que se anteponían al intercambio, relacionando aclaraciones científicas que no pude retener en mi memoria. A continuación, me prometió que me auxiliaría en el momento oportuno.
Realmente, me hallaba decepcionado, pero satisfecho.
Me estaba acercando a los amigos, sin capacidad suficiente para hacerme percibir por ellos. Mientras tanto, comenzaba a comprender, no solamente los inconvenientes naturales del intercambio entre ambas esferas, sino también la necesidad del desprendimiento y do la renuncia, en la obra cristiana que el Espiritismo, bajo la égida de Jesús, está realizando en favor del Mundo
AL FRENTE DE LA MUERTE
Todos los que, con nosotros, estudian el Espiritismo consagrándole las fuerzas del corazón, se ven comúnmente asediados por, la idea de la muerte.
¿Cómo se produce la desencarnación? ¿Qué fuerzas actúan en el gran momento? De cuando en cuando, abordamos la experiencia de personas respetables, concluyendo siempre en la expectativa indagadora.
A mi vez, leyera descripciones y tesis magníficas sobre tan interesante tema, incluso de Bozzano y André Luiz. De este último, recogiera informaciones que me sensibilizaron profundamente. Poco antes de recogerme en el lecho de la muerte, meditaba acerca de sus narraciones sobre la desencarnación de algunos compañeros  y, ante los síntomas que observaba en mí mismo, no tenía duda alguna. Se aproximaba para mí el fin del cuerpo.
PREPARATIVOS
No obstante el valor con que pasé a encarar la situación, y a pesar del viejo hábito de invitar amigos para mi entierro, en observaciones chistosas durante los días de buen humor, descansé el organismo extenuado, en posición horizontal, ya que me era totalmente imposible actuar de otro modo.
El Hermano Andrade, espíritu benemérito dedicado a la Medicina, con quien tuve la alegría de colaborar durante algunos años, recomendara absoluto reposo; y tan insistente se hiciera el consejo, que fui obligado a abandonar las últimas actividades doctrinarias.
 "Obreros da Vida Eterna".  Nota del autor espiritual.
El reposo físico, por otra parte, agravaba mis preocupaciones mentales. La inamovilidad me imponía verdadera revolución íntima. En el silencio de la habitación, me parecía que los pensamientos se evadían de mi cerebro,
situándose a mi lado para argumentar conmigo. Algunos convenientemente, y otros, a la inversa.
 "Viejo Jacobo  expresaba en el fondo, tú ahora dejarás las ilusiones de la carne. Viajarás de regreso a la realidad. Prepárate. ¿Qué posees en tu bagaje? No te olvides de que la justicia todo lo ve, todo lo oye y todo lo sabe."
Algunas veces, me interponía yo mismo recursos. La conciencia me compelía a retroceder en la contemplación de los problemas en' los cuales actuara con desacierto. Por otra parte, buscaba atenuantes a mis propias faltas. Alegaba incertidumbres e imperativos de la vida.
Confieso, no obstante, que las incursiones dentro de Mi mismo, angustiaban mi ser. La vigilia, se tornaba menos agradable, y el sueño se me hacía doloroso. No llegaba a penetrar realmente la región del sueño. Cuando me disponía a dormir, me parecía ingresar en un modo inhabitual de ser, en el que la verdad se me patentizaba con más claridad.
Me veía como en otro lugar, en otro clima, ante conocidos y desconocidos, como si me hallara ante enorme multitud de personas deseosas de hacerse comprender de mí.
En otros momentos, mi memoria retrocedía en el tiempo. Reveía situaciones alegres y tristes, conforta doras y embarazosas, extinguidas desde hacía mucho tiempo. Reintegrándome totalmente en el cuerpo exhausto, sentía extremas dificultades para retener las imágenes y describirlas. El cerebro tenía vida intensa, mas en lo relativo a la comunicación con el exterior, me sentía agotado, como un limón exprimido.
La fe preparaba mi espíritu, ante la gran transición, no obstante, los recelos crecían, las preocupaciones aumentaban siempre.
MODIFICACIÓN
El desvanecimiento de la fuerza física determinaba en mi alma un fenómeno singular.
Me sorprendía al verme enternecido y sentimentalista. Me había acostumbrado a tratar con el mundo, dentro del mayor sentido práctico. Estimaba la observancia de la caridad, convencido, no obstante, de que la energía rígida era indispensable en las relaciones humanas.
Muchas veces, en la intimidad entre compañeros encarnados y entidades desencarnadas, me sintiera ríspido, contundente.
Me esforzaba frecuentemente por no desmerecer la confianza de los que me estimaban, sin embargo, no siempre sabía ser dulce en la extensión de la personalidad. Tal manera de ser individual, que las luchas duras de la vida humana me impusieran, representaba motivo de no pocos sinsabores para mí, porque, en lo íntimo, aspiraba a servir la fraternidad legítima, en nombre del Cordero de Dios.
Ahora, postrado, sentía que una inesperada sensibilidad me dirigía.
La renovación del camino me obligaba a olvidar los negocios y los intereses terrenales.
Ya no me era posible gobernar el timón del barco material, y ese impositivo, a lo que parecía, me proporcionaba acceso a mí mismo.
Sentía la necesidad de ternura y de compasión, como si en aquellas horas estuviera volviendo a la edad juvenil.
El hombre de actividad humana, obligado a defenderse y a preservar el bien de los seres queridos, a través de mil modos diferentes, estaba pasando...
En cuanto a esto, la muerte gradual era una realidad.
Al fin, me reencontraba.
Yo ya no era el hombre común, reclamando socorro y cariño. Tenía el corazón oprimido por aflicciones indecibles. Si la disnea me robaba la tranquilidad, los remordimientos poblaban mi espíritu de tristezas y de sombras. Jamás experimentara, hasta entonces, tan grande sensación de exilio y desplazamiento.
En la Tierra, estaba envuelto en benditas atenciones por parte de las queridas hijas y de los abnegados amigos; pero, realmente, no me seducía el regreso a la juventud del cuerpo. ¿Serían nostalgias del Más Allá el factor determinante de la inquietud que me torturaba? No. Reconocía mi condición de hombre imperfecto, que en modo alguno debía soñar con el paraíso. Me esperaba, naturalmente, un laborioso futuro en cualquier parte en que me encontrara.
No obstante, dolorosas ansiedades pesaban sobre mi alma abatida. Yo, que había hecho guerra a las lágrimas, les reconocía, ahora, el sumo poder; se contenían en mis ojos, con frecuencia, cuando, a solas, me entregaba a largas meditaciones. Oraba con fervor, pero en el curso de la oración solitaria, me sensibilizaba como una criatura.
Entrara en las vísperas de la total exoneración, en cuanto a los debe-res terrenales. Me veía dispuesto a abandonar el nido planetario que me abrigara por dilatados años...
¿A qué puerto me dirigiría? ...
EN EL GRAN DESPRENDIMIENTO
Recordando las experiencias del investigador De Rochas, me identificaba en singulares procesos de desdoblamiento. Recluido, en la imposibilidad de recibir a los amigos para sostener con ellos largas conversaciones y entendimientos, me vi en varias ocasiones fuera del cuerpo exhausto, tratando de aproximarme a ellos. En las últimas treinta horas, me reconocí en una posición más extraña. Tuve la idea de que dos corazones latían en mi pecho. Uno de ellos, el de carne, en ritmo descompasado, casi a punto de paralizarse, como un reloj en indefinible perturbación; y el otro, funcionando más equilibrado, más profundo. Mi vista común se alteraba. En determinados instantes, la luz me invadía con claridades súbitas; pero, durante minutos de prolongada duración, me envolvía una densa neblina.
El confortamiento de la cámara de oxígeno, no lograba sustraerme a las sensaciones de extrañeza.
 Observé que un frío intenso me hería las extremidades. ¿No sería la integral extinción de la vida corpórea? Procuré calmarme, orar íntimamente y esperar. Después de sincera rogativa a Jesús para que no me desamparase, comencé a divisar a la izquierda la formación de un depósito de sustancia plateada semejante a una gasa sutilísima. No podía asegurar si era de día o de noche en torno mío, dada la neblina en que me sentía sumergido, cuando noté dos manos cariñosas que me sometían a pases de fuerte corriente. A medida que se practicaban de arriba hacia abajo, deteniéndose, particularmente en el tórax, disminuían mis sensaciones de angustia. Recordé con fuerza al espíritu del Hermano Andrade, atribuyéndole aquel beneficio, y le imploré mentalmente se hiciese oír de mí, ayudándome.
Cual si estuviera sufriendo delicada intervención quirúrgica bajo la acción de pesada máscara, oí que alguien me confortaba: "¡No se mueva! ¡Silencio! Silencio. . ! "
Entonces consideré que la terminación de la resistencia orgánica era cuestión de minutos.
No se extendió el alivio por mucho tiempo. Comencé a sentir sensaciones de opresión en el pecho.
Las manos espirituales del que me daba los pases, se concentraban ahora en el cerebro. Demoraron su acción por casi dos horas en torno a la cabeza. Me volvió a dominar una suave sensación de bienestar, y de pronto sentí una conmoción indescriptible en la parte posterior del cráneo. No se trataba, indudablemente, de un golpe. Se asemejaba a un choque eléctrico, de vastas proporciones, en lo íntimo de la sustancia cerebral. Aquellas amorosas manos, ciertamente, habían roto algún lazo fuerte que me retenía unido al cuerpo material...
En el mismo instante, me sentí subyugado por energías devastadoras.
¿A qué podría comparar el fenómeno?
La imagen más aproximada que se me ocurre, es la de una represa cuyas compuertas fuesen arrancadas repentinamente. Me vi, de repente, ante todo lo que yo había soñado, estructurado y realizado durante mi vida. Tanto las insignificantes ideas que había emitido, como cuantos actos había realizado, por mínimos que fueran, desfilaban, absolutamente precisos ante mis ojos afligidos; como si me fuesen revelados de golpe por un extraño poder, por medio de una cámara ultra rápida instalada dentro de mí mismo. Se me transformaba el pensamiento en un film cinematográfico, en forma misteriosa e inopinadamente desarrollado, desdoblándose, con espantosa elasticidad, para su creador asombrado, que era yo mismo. En la labor de comparación a que me veía obligado por las circunstancias, tuve la idea de que, hasta aquel momento, había sido el constructor de un lago cuyas aguas crecientes se formaban de mis pensamientos, palabras y actos, y sobre cuya superficie mi alma conducía, a su talante, el barco del deseo; mientras las aguas parecían transportarse conmigo de una a otra región, me veía en el fondo, cercado de mis propias creaciones. No encuentro otras palabras más apropiadas para definir la situación en que me hallaba. Recordé el libro de Ernesto Bozzano (1), en el que analiza el comportamiento de los moribundos; pero me veo forzado a asegurar que todas las narraciones que poseemos, en este sentido, comentan pálidamente la realidad.
¡MI HIJA!
Sintiéndome relegado a mis propias obras ¿por qué no confesarlo?, me sentí solo y amedrentado. Me esforcé por gritar implorando socorro, pero los músculos ya no me obedecían.
Traté de ampararme en la oración, pero el poder de la coordinación me faltaba.
No me era ya posible precisar si yo era un hombre que estaba muriendo o un náufrago debatiéndose en una sustancia desconocida, bajo extensa neblina.  En aquel intraducible conflicto, recordé más intensamente el deber de orar en las circunstancias difíciles... Rememoré el pasaje evangélico en que Jesús calma la tempestad ante los compañeros llenos de pavor, rogando al Cielo salvación y piedad...
Fuerzas de auxilio de nuestros protectores espirituales, hermanadas a mi confianza, me sostenían en aquellas perturbaciones. Brazos poderosos, aunque invisibles para mí, parecían reajustarme en el lecho. No obstante, una aflicción asfixiante me oprimía íntimamente. Sentía ansias de libertarme. Lloraba conturbado, atado al cuerpo que sentía desfallecer, cuando una tenue luz se hizo perceptible a mi vista. En medio de un sudor copioso, distinguí el espíritu de mi hija Marta extendiéndome los brazos. Estaba linda como nunca. Intensa alegría se traslucía en su semblante tranquilo. Avanzó hacia mí, cariñosa, me enlazó el busto, y me dijo con ternura a los oídos: "Ahora, papaíto, es necesario descansar." Intenté mover los brazos para retribuir su gesto amoroso, pero no pude erguirlos. Los sentía como si estuvieran bajo el peso de una tonelada de plomo. Llanto de júbilo y de reconocimiento corrió abundantemente de mis ojos. ¿Quién era Marta, en aquella hora, para mí? ¿Mi hija o mi madre? Pregunta difícil de contestar. Sabía, solamente, que su presencia representaba un mundo diferente, en nueva revelación. Y me entregué plenamente confiado, a sus cariños, experimentando una felicidad imposible de describir.  'Ta Crisis de la Muerte". — Nota del autor espiritual.
EN PLENO TRANCE
Amparándome en Marta, intenté proclamar en voz alta el júbilo que me dominaba. Pero los miembros yacían tiesos y los órganos vocales descontrolados.
No tenía perfecto conocimiento del estado en que se hallaban mis familiares en aquellos momentos. Mis ojos seguían perturbados. Una sensación de estrujamiento recorría todo mi cuerpo; mientras tanto, ¿qué otra cosa pedir más allá de aquella infinita ventura que la devoción filial de Marta me proporcionaba? Intenté alinear mis ideas con el fin de agradecer la intervención de mi querida hija; pero no lo conseguí,  Percibiendo mis dificultades, Marta acaricio mi frente y me dijo con dulzura:
"Nuestros bienhechores desatan los últimos hilos. Mientras tanto, hagamos nuestra oración".
el salmo 23. No me era posible, en aquellos momentos, coordinar pensamientos y mucho menos pronunciar frase alguna. Mi respiración era opresora, como en los últimos días de la lucha en el cuerpo físico. Con alegría, vi a mi hija dirigirse a lo alto, repitiendo en voz pausada y conmovedora las expresiones del Salmo 23, ampliando su contenido. "Oh Señor, tu: eres nuestro Pastor; nada nos faltará. Haz que hallemos refugios de esperanza; guíanos suavemente a las aguas del reposo.
"Reconforta nuestra alma, condúcenos por, los caminos de la justicia, en la que confiamos por amor a Tu nombre. "Aunque vamos por el valle de la sombra y de la muerte no temeremos mal alguno, porque El está con nosotros; y Su voluntad y su vigilancia nos consuelan,
"Prepáranos mesa llena de bendiciones, aún en presencia de los enemigos que traemos dentro de nosotros mismos; unge nuestra cabeza de buen, ánimo y transporta de júbilo nuestro corazón.
"Ciertamente la bondad y la compasión del Señor nos seguirán en todos los días de la vida, y habitaremos en Su Casa Divina, por, largo tiempo. Así sea."
A medida que su voz pronunciaba el texto antiguo, se multiplicaban mis lágrimas abundantes y espontáneas, y crueles dolores asaltaban mi región torácica.
Vine a saber, más tarde, que aquellos sufrimientos provenían de la extracción de residuos fluídicos que aún enlazaban la zona del corazón.
RECIBIENDO SOCORRO
Terminada la oración, que oí bajo indecible angustia, percibiendo la manifiesta intención de mi hija, que procedía así tratando de alejar mi pensamiento de la intervención espiritual a que me hallaba sometido, noté que los dolores se hacían menos fuertes. Ella permaneció inclinada amorosamente sobre mí, por más de una hora, en silencio. Temía hablar y provocar con ello fenómenos desagradables; y por lo que me pareció, Marta participaba igualmente de mis temores.
Llegó un momento durante el cual la respiración se hizo más normal, y verifiqué que el corazón latía uniforme y regular. Con la mirada, supliqué a mi hija, sin palabras, que reforzase el socorro que mi situación estaba exigiendo. Vi que movía cuidadosamente su brazo derecho, pasando a continuación su diestra repetidamente sobre mi cabeza exhausta. Me di cuenta de que me aplicaba fuerzas espirituales que yo todavía no podía comprender.  Pasaron algunos minutos más y percibí que el poder de la oración me proporcionaba nuevamente facilidades. Encadenaba los pensamientos sin mayores dificultades, y convencido de que podía intentar la oración con éxito, improvisé una ligera súplica.
Mi labor tuvo excelente resultado. La armonía general comenzó a rehacerme, pese a la debilidad extrema que sufría. Note que, de Marta hacia mí, se desprendían pequeños haces de luz, en porciones inmensas, envolviéndome por completo, al paso que me veía ahora rodeado de una atmósfera débilmente iluminada en tono anaranjado.  La respiración se normalizaba. Había desaparecido la carencia de aire. Mis pulmones se robustecían como por encanto, y tan grande era el bienestar que me proporcionaban las prolongadas inhalaciones de oxígeno, que tuve la sensación de inhalar alimento invisible, del aire ligero y puro. A medida que se restablecía la fuerza orgánica, se fortificaba mi potencia visual. La claridad color anaranjado que me envolvía, se iba mezclando con la luz común.
Con todo, la mejoría que experimentaba no llegaba al extremo de restaurarme la facultad de hablar. Mi abatimiento era aún insuperable. Con gran asombro, me vi por duplicado.
Yo, que tantas veces exhortara a los desencarnados a contemplar los despojos de que se habían librado, miré mi cuerpo presto a endurecerse, con espanto y amargura. Miré a mi hija con suplicante humildad, imitando el gesto de una criatura miedosa. Me hallaba postrado, vencido. No me valía ninguna razón de rebeldía; si me fuera posible, desearía apartarme. La contemplación de mi cuerpo inmóvil, no obstante mi aguzado deseo de observar y aprender, me ocasionaba aflicción. El cadáver me perturbaba con impresiones de muerte; me imponía reflexiones desagradables y amargas. A distancia del mismo, probablemente la idea de vida y de eternidad prevaleciera en mí mismo.
Marta comprendió lo que yo no podía expresar. Y con la mayor ternura, me dijo:
"Tenga calma, papá. Los lazos no se han roto totalmente. Necesitamos paciencia por algunas horas más."

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