miércoles, 20 de marzo de 2013
ESPÍRITUS ERRANTES DESTINO DE LOS NIÑOS DESPUÉS DE LA MUERTE
Separados del cuerpo físico, en el tránsito al Más Allá, el Espíritu reencarna; la mayoría
de las veces, después de intervalos más o menos prolongados. Esos intervalos pueden
durar desde algunas horas hasta algunos miles de siglos, sin que exista, en ese sentido, un
límite determinado. Pueden prolongarse por mucho tiempo pero nunca son perpetuos.
Durante esos intervalos queda en el estado de Espíritu errante, estado en que espera una
nueva reencarnación y aspira a un nuevo destino.
El hecho de no estar encarnado, sin embargo, no coloca al espíritu, obligatoriamente,
en la condición de errante. Errante sólo es el que necesita una nueva encarnación para
mejorar. El Espíritu que no precisa volver a encarnar para progresar, ya alcanzó el estado
de Espíritu puro. De este modo, en cuanto al estado en que se encuentren, los Espíritus
pueden ser: encarnados, que están ligados a un cuerpo físico; errantes, que están
aguardando una nueva encarnación; y puros, que están desligados de la materia y sin
necesidad de volver a encarnar, pues han llegado a la perfección.
Conviene destacar que el estado de Erraticidad no es por sí solo, señal de inferioridad
de los Espíritus, debido a que hay Espíritus errantes de todos los grados. La reencarnación
es un estado transitorio, porque el estado normal es cuando están libres de la materia.
En ese estado de Erraticidad, los Espíritus no permanecen inactivos: estudian,
observan, buscan informaciones que enriquezcan sus conocimientos acerca de las cosas,
procurando el mejor medio de elevarse. Como observa León Denis: la enseñanza
de los Espíritus acerca de la vida del más allá de la tumba nos hace saber que en el espacio
no hay ningún lugar destinado a la contemplación estéril, o a la beatitud ociosa. Todas
las regiones del espacio están pobladas por Espíritus laboriosos.
De este modo, en la condición de errante, el Espíritu puede mejorar mucho, al
conquistar nuevos conocimientos, lo que depende, naturalmente, de su mayor o menor
voluntad. Sin embargo, será en la condición de Espíritu encarnado que tendrá oportunidad
de poner en práctica las ideas que adquirió y realizar, en efecto, el progreso que está
buscando.
Gabriel Delanne nos recuerda: Los Espíritus son los constructores de su propio
futuro según la enseñanza de Cristo: A cada cual según sus obras.Todo Espíritu que
quede demorado en su progreso, solamente de sí mismo deberá quejarse, del mismo
modo que aquel que adelante, tiene todo el mérito de su proceder: la felicidad que conquistó
tiene por ese hecho más valor a sus ojos.
La vida normal del Espíritu se desenvuelve en el espacio, pero la encarnación se
produce en una de las tierras que pueblan el Infinito; ésta es necesaria a su doble progreso,
moral e intelectual: al progreso intelectual por la actividad que está obligado a desarrollar
por el trabajo y, al progreso moral por la necesidad que los hombres tienen unos de
otros. La vida social es el medio para evaluar las buenas y las malas cualidades.
¿Cómo explicar, no obstante, la situación del niño cuya vida material se interrumpe?
¿Y por qué ocurre esto?
Tal cual acontece con el de un adulto, el Espíritu de un niño que muere a temprana
edad, vuelve al mundo de los Espíritus. Y a veces, está más adelantado y con mayor
experiencia que un adulto, porque puede haber progresado en encarnaciones pasadas.
«La corta duración de la vida del niño puede representar para el Espíritu que la
animaba, el complemento de una existencia precedente, interrumpida antes del momento
en que debía terminar y su muerte, no es raro que también constituya una prueba o
expiación para los padres
El Espíritu cuya existencia se interrumpió en el período de la infancia vuelve a
comenzar una nueva existencia. Si el hombre tuviera una única existencia y si, al
extinguirse ésta su suerte quedara sellada para la eternidad, ¿cuál sería el mérito de la
mitad del género humano que muere en la infancia, para gozar sin esfuerzo de la felicidad
eterna y con qué derecho se hallaría exenta de las condiciones, a veces tan duras, a que se
ve sometida la otra mitad? Semejante orden de cosas no correspondería a la justicia de
Dios. Con la reencarnación, la igualdad es real para todos.
Con la experiencia vivida por el Espíritu de la criatura, sus padres son también
probados en su comprensión de la vida, o entonces, rescatan deudas contraídas en el
pasado.
Comprendemos, por lo tanto, que el Universo entero evoluciona. Como los
mundos, los Espíritus prosiguen su curso externo, impulsados hacia un estado superior,
entregados a ocupaciones diversas. Progresos a realizar, conocimientos científicos por
adquirir, dolor por extinguir, remordimientos que calmar, amor, expiación, devoción,
sacrificio, todas esas fuerzas, todas esas cosas los estimulan, los impulsan, los arrastran a
la acción y, en esa inmensidad sin límites, reina sin cesar, el movimiento y la vida. Al
impulso de gran la ley, seres y mundos, almas y soles, todo gravita y se mueve en la órbita
gigantesca trazada por la voluntad divina.
Expiaciones terrestres
Marcelo, el niño del número 4
En un hospicio de provincia había un niño de unos ocho a diez años en un estado difícil de
describir. No estaba allí designado sino bajo el número 4. Enteramente contrahecho, ya fuese por
deformidad natural, ya a consecuencia de la enfermedad, sus pierna retorcidas tocaban a su cuello.
Era tan flaco, que los huesos le agujereaban la piel. Su cuerpo no era más que una llaga y sus
sufrimientos atroces. Pertenecía a una pobre familia israelita, y esta triste posición duraba hacía
cuatro años. Su inteligencia era notable para su edad, y su dulzura, su paciencia y su resignación
eran edificantes.
El médico que le visitaba, movido a compasión por este pobre ser en cierto modo
abandonado, porque no parecía que sus padres fuesen a verle muchas veces, tomó interés por él y se
complacía en hablarle, encantado de su razón precoz. No solamente le trataba con bondad, sino que,
cuando sus ocupaciones se lo permitían, iba a darle lecciones y se sorprendía de la rectitud de su
juicio sobre cuestiones que parecían superiores a su edad.
Un día le dijo el niño:
-Doctor, tened, pues, la bondad de darme píldoras como las últimas que me habéis ordenado.
-¿Y por qué, hijo mío? -contestó el médico-, te he dado las suficientes y temo que mayor
cantidad te haga daño.
-Es que -replicó el niño-. sufro de tal modo, que por esfuerzos que hago para no gritar
rogando a Dios me dé la fuerza para no quejarme a fin de no molestar a los otros enfermos que
están a mi lado, tengo mucho trabajo en conseguirlo. Las píldoras me duermen, y entre tanto, no
incomodo a nadie.
Estas palabras bastan para demostrar la elevación del alma que encerraba aquel cuerpo
deforme. ¿Dónde había adquirido este niño semejantes sentimientos? No podía ser en el centro en
que había sido educado, y por otra parte, en la edad en que empezó a sufrir, no podía todavía
comprender ningún razonamiento. Eran innatos en él, pero entonces, con tan nobles instintos, ¿por
qué Dios le condenaba a una vida tan miserable y tan dolorosa, admitiendo que hubiera sido creada
esta alma al mismo tiempo que este cuerpo, instrumento de tan crueles sufrimientos? ¡Oh, es
preciso negar la bondad de Dios, o admitir una causa anterior, esto es, la preexistencia del alma y la pluralidad de existencias!
El niño murió, y sus últimos pensamientos fueron para Dios y para el médico caritativo que
había tenido piedad de él.
Después de algún tiempo fue evocado en la Sociedad de París en 1863, donde dio la
comunicación siguiente:
“Me habéis llamado y he venido para que mi voz se oiga más allá de este recinto
impresionando a todos los corazones, que el eco que hará vibrar se oiga hasta en la soledad.
“Les recordará que la agonía de la Tierra prepara las alegrías del cielo, y que el sufrimiento
no es más que la corteza amarga de un fruto deleitable que da el valor y la resignación. Les dirá que
sobre el pobre lecho donde yace la miseria están los enviados de Dios, cuya misión es enseñar a la
Humanidad que no hay dolor que no se pueda sufrir con ayuda del Todopoderoso y de los buenos
espíritus. Les dirá también que escuchen los lamentos mezclándose a las plegarias, y que
comprendan de éstas la piadosa armonía, tan diferente de los acentos culpables del lamento
mezclado con la blasfemia.
“Uno de vuestros buenos espíritus, gran apóstol del Espiritismo, ha tenido a bien dejarme
El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo - Allan Kardec
este sitio esta noche. Asimismo debo deciros algunas palabras del progreso de vuestra doctrina.
Debe ayudar en su misión a aquellos que se encarnen entre vosotros para aprender a sufrir. El
Espiritismo será la mira indicadora. Tendrán el ejemplo y la voz, entonces se cambiarán los
lamentos en gritos de alegría y en lágrimas de gozo.”
1. San Agustín, por el médium, el cual se comunica a menudo a la Sociedad.
P. ¿Parece, según lo que acabáis de manifestarnos, que vuestros sufrimientos no eran
expiación de faltas anteriores?
R. No eran una expiación directa, pero estad seguros de que todo dolor tiene su causa justa.
El que habéis conocido tan miserable fue hermoso, grande, rico y lisonjeado, tuvo aduladores y
cortesanos, fue vano y orgulloso. En otro tiempo fui muy culpable. He renegado de Dios y hacía mal
a mi prójimo, pero lo he expiado cruelmente, primero en el mundo de los espíritus, y después en la
Tierra. Yo he sufrido durante algunos años solamente en esta última y corta existencia, aquello que
se puede sufrir en toda una existencia completa hasta la extrema vejez. Por mi arrepentimiento he
encontrado gracia ante el Señor, que se ha dignado confiarme muchas misiones, de las cuales la
última os es conocida. La he solicitado para acabar mi depuración.
Adiós, amigos míos, volveré algunas veces entre vosotros. Mi misión es consolar, no
instruir, pero hay muchos aquí cuyas heridas están ocultas, que se regocijan con mi venida.
Marcelo
Instrucción del guía del médium:
¡Pobre ser en sufrimiento, miserable, y ulceroso y deforme! ¡Cuántos gemidos hacía oír en
el asilo de la miseria y de las lágrimas! Y a pesar de su niñez, ¡cuán resignado estaba, y cómo su
alma comprendía ya el fin de los sufrimientos. ¡Conocía que más allá de la tumba le esperaba una
recompensa por tantos lamentos ahogados! ¡Así como rogaba por aquellos que no tenían, como él,
valor para soportar sus males, rogaba también particularmente por los que se dirigían al cielo
blasfemias en lugar de oraciones!
Si la agonía fue larga, la hora de la muerte fue terrible. Sin duda se retorcían los miembros
convulsos y mostraban a los asistentes un cuerpo deforme, rebelándose contra la muerte. Era
aquella la ley de la carne que quiere vivir cuanto puede, mas un ángel se cernía encima del lecho del
moribundo y cicatrizaba su corazón. Después se llevó sobre sus blancas alas aquella alma tan
hermosa que se escapaba del cuerpo pronunciando estas palabras: ¡Gloria a vos, oh, Dios mío!
Y esta alma, elevada hacia el Omnipotente, exclamó venturosa: Heme aquí, Señor, me
habéis dado por misión la de aprender a sufrir: ¿He soportado dignamente la prueba?
Y ahora el espíritu del pobre niño ha tomado sus proporciones. Corre el espacio yendo al
débil y al pequeño y diciendo a todos: esperanza y valor. Desprendido de toda materia y sin
mancha, está ahí cerca de vosotros.
Os habla, no con su voz lacerada y doliente, sino con varoniles acentos.
Os ha referido: “Los que me han visto han mirado al niño que no murmuraba, logrando por su
ejemplo tener calma para sus males, y sus corazones se han afirmado en la dulce confianza en Dios.
He ahí el fin de mi corto tránsito en la Tierra.”
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