miércoles, 13 de marzo de 2013

EN ORACIÓN


En la víspera de la partida del Señor, rumbo a Sídón, el culto del Evangelio, en la residencia de Pedro, se revistió de justificable melancolía. Las actividades del estudio edificante proseguirían, pero el trabajo de la revelación, de algún modo, experimentaría interrupción natural.
La lectura de conmovedoras páginas de Isaías fue llevada a cabo por Mateo, con visible emotividad; sin embargo, en esa noche de despedidas nadie formuló cualquier indagación.
Intraducible expectativa se reflejaba en el semblante de todos.
El Maestro, por sí, se abstuvo de cualquier comentario, pero, al terminar la reunión, levantó los ojos lúcidos al Cielo y suplicó fervorosamente:
Padre, enciende Tu Divina Luz en torno de todos los que Te olvidaron la bendición, en las sombras de la caminata terrestre.
Ampara a los que se olvidaron de repartir el pan que les sobra en la mesa harta.
Ayuda a los que no se avergüenzan de ostentar felicidad, al lado de la miseria y del infortunio. Socorre a los que no recuerdan de agradecer a los bienhechores.
Compadécete de aquéllos que duermen en las pesadillas del vicio, transmitiendo herencia dolorosa a los que inician la jornada humana.
Levanta a los que olvidaron la obligación del servicio al prójimo. Apiádate del sabio que ocultó la inteligencia entre las cuatro paredes del paraíso doméstico.
Despierta los que sueñan con el dominio del mundo, desconociendo que la existencia en la carne es un simple minuto entre la cuna y el túmulo, frente a la Eternidad.
Levanta a los que cayeron vencidos por el exceso de confort material.
Corrige a los que esparcen la tristeza y el pesimismo entre los semejantes.
Perdona a los que recusaron la oportunidad de pacificación y marchan diseminando la rebeldía y la indisciplina.
Intervén a favor de todos los que se creen poseedores de fantasioso poder y suponen locamente absorberte el juicio, condenando a los propios hermanos.
Despierta las almas distraídas que envenenan el camino de los otros con la agresión espiritual de los gestos intempestivos.
Extiende manos paternales a todos los que olvidaron la sentencia de muerte renovadora de la vida que tu ley les grabó en el cuerpo precario. Esclarece a los que se perdieron en las tinieblas del odio y de la venganza, de la ambición descarriada y de la impiedad fría, que se creen poderosos y libres, cuando no pasan de esclavos, dignos de compasión, delante de tus sublimes designios.
Ellos todos, Padre, son delincuentes que escapan a los tribunales de la Tierra, pero están marcados por Tu Justicia Soberana y Perfecta, por delitos de olvido, delante del Infinito Bien...
A esa altura, se interrumpió la rogativa singular.
Casi todos los presentes, inclusive el propio Maestro, mostraban lágrimas en los ojos y, en el alto, la Luna radiante, en plenilunio divino, haciendo incidir sus rayos sobre la modesta vivienda de Simón, parecía clamar sin palabras que muchos hombres podrían vivir olvidados del Supremo Señor; sin embargo, el Padre de Infinita Bondad y de Perfecta Justicia, amoroso y recto, continuaría velando...

No hay comentarios: