sábado, 1 de noviembre de 2014

LA CORONA Y LAS ALAS

Se comentaba, en la reunión, las glorias del saber, cuando el, Señor para ilustrar la conversación, contó, con simplicidad:
 Un hombre amante de la verdad, informándose de que el perfeccionamiento intelectual conduce a la divina sabiduría, se lanzó a la subida de la montaña de la ciencia, empeñando todas las fuerzas que poseía en el decisivo emprendimiento. El sendero era sombrío cual oscuro laberinto; sin embargo, el esforzado batallador, olvidando dificultades y peligros, avanzaba siempre, cambiando de vestuario para mejor acomodarse a las exigencias de la marcha. De tiempos en tiempos, lanzaba a la margen de la carretera una túnica que se hiciera estrecha o una alpargata que se le figuraba inservible, buscando indumentaria nueva, hasta que, un día, después de muchos años, alcanzó la deseada culminación, donde un representante de Dios le surgió al encuentro.
El emisario lo saludó, lo abrazó y le revistió la frente con deslumbrante corona de luz. Pero, cuando el vencedor del conocimiento quiso proseguir adelante, en la dirección al Paraíso, le recomendó el mensajero que volviese atrás sobre sus pasos, para ver la senda recorrida y que, de su actitud en la revisión del camino, dependería la concesión de alas con las que le sería posible volar al encuentro del Padre Eterno.
El interesado regresó, pero, ahora, auxiliado por la fulgurante aureola con la que fuera investido, podía contemplar todos los ángulos de la senda, antes inextricable a su mirada.
No contuvo la risa, delante de los extraños ropajes que los viajeros de la retaguardia vestían.
Aquí, notaba una túnica rota; más allá, una sandalia extravagante. Innumerables peregrinos se apoyaban en bordones quebradizos, mientras otros se amparaban en míseras capas; no obstante, cada cual, con impertinencia infantil, marchaba señor de sí mismo, como si vistiera la ropa más valiosa del mundo.
El vencedor de la ciencia no aguantó las impresiones que el cuadro le causaba y se abrió en frases de burla, reprobando acremente la ignorancia de cuántos seguían con ropas ridículas o inadecuadas. Gritó, condenó e hizo burlas contundentes. Se dirigió a la comunidad de los viajeros con tanta ironía que muchos renunciaron a la subida, regresando a la inercia de la vasta planicie.
Después de maldecir a todos, indistintamente, volvió el héroe coronado a la cumbre del monte, en la expectativa de partir sin demora al encuentro del Padre, pero el Ángel, muy triste, le explicó que el ropaje de los otros, que le provocara tanto sarcasmo inútil, era aquel mismo que él se sirviera para elevarse, en el tiempo que era débil y medio ciego, y que las alas de luz, con que debería elevarse al Trono Divino, solamente le serían dadas, cuando edificase el amor en lo mas íntimo del corazón. Le faltaban piedad y entendimiento; que él volviese demoradamente al camino y auxiliase a sus semejantes, sin lo que jamás conseguiría equilibrarse en el Cielo. Se siguieron algunos minutos de silencio impenetrable...
El Maestro, imprimiendo aún significativo énfasis a las palabras, terminó:
Hay muchas almas, en la Tierra, ostentando la luminosa corona de la ciencia, pero de corazón adormecido en la impiedad, destacándose en el sarcasmo pueril y en la censura indebida. Envenenadas por la incomprensión, exigentes y crueles, fulminan a los compañeros más cortos de entendimiento o de cultura, en vez de extenderles las manos fraternales, reconociendo que también ya fueron así, vacilantes e imperfectos... No obstante, mientras no se decidan a ayudar al hermano menos esclarecido y menos afortunado, acogiéndolo en el propio espíritu, con sinceridad y dedicación, no recibirán las alas con que les será lícito partir en la dirección al Cielo.

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