El mayor de todos los bienes
Davilson Silva — Traducción de João Tristan Vargas
davsilva.sp@gmail.com
Hay un cierto poder que sobrepasa las pasiones de los dominadores, cargos y títulos honoríficos. Esa fuerza soberana chocase siempre con la exaltada presunción, permanece en continua sublimación reconocida con el Ilimitado y Fecundo, conservándose inmutable, límpida y armónica. Hablamos de lo más grande de todos los haberes terrestres: el Bien Moral.
Poder en el mundo es fuerza o autoridad. Hablándose en poder, pensase en primacía sobre pueblos, la volubilidad de los tiranos, el devaneo de los artistas, semidioses y guerreros, la presumida victoria de la arrogancia. Quien recibe el poder pasajero y trabaja en provecho de si mismo, en nombre de la soberanía de un pueblo, a la inversa de obrar en nombre o en el ejercicio del bien de la colectividad, ensucia su alma por hacer infeliz a sus semejantes.
La historia he presentado impetuosos usurpadores incendiarios, admirables protagonistas por sus acciones, guerreros y sus legiones inducidas por el pillaje, quienes subyugaban personas, oprimían vencidos. En Atenas, antiguo universo de la verdadera democracia, cuna de la cultura y de las artes, la que ministró al mundo los primeros rudimentos de reverencia a la vida, a la creación y a la belleza, un Justo fue condenado a la máxima penalidad.
El desmán de la autoridad manchó el suelo romano de sangre por la embriaguez de la corrupción al lado del desmedido desarreglo; todavía, las cenizas de “la pompa y circunstancia” desvanecieran en tiniebla de horrendas destrucciones. Antagonismos, mentiras, asesinatos, suicidio, luchas crueles a fuego y hierro sobrepujaran la fuerza de la cultura y experiencia de vida que debería ser empleada en pro de todos. Ya los hebreos exigieran de un Sublime Profeta la venganza, y Él solo anhelaba el perfecto acuerdo en medio de las personas...
Quien tiene solo por meta sus intereses mezquinos bajo la justificación de la soberanía popular, infringe la ley de los hombres y la Ley de Dios. Sí. Quien pervierta los fundamentos del Bien, dejados entrevistos por el Creador de todas las cosas, viola un derecho precioso: el derecho natural. Y el buen criterio asevera ser el amor al derecho la suya práctica, y este amor, que tiene parte en la Ley Mayor, prescribe respecto a nuestros derechos, pero también prescribe, sobretodo, la sumisión a la responsabilidad del culto a los deberes, confiriendo un cuño sublime a los nuestros actos.
Según escribió el Dalai Lama, honorable líder espiritual budista, “hay inteligencias generadoras de sufrimientos”... He visto mucho más miserias en la Tierra, tristezas que alegrías por no pensarse en el derecho del prójimo. Como aduce el capítulo 5 .o de la noble obra: El Evangelio según el Espiritismo, “somos, en grande número de los casos, los reales responsables por nuestras propias desdichas”. En conclusión, somos justamente los autores de nuestras aflicciones por no admitir que más sabio es ser bueno que ser mal, ser dócil vale más que ser soberbio, tener juicio es más aprovechable que ser insensato.
Aseguran ser buenas todas las religiones y sectas del mundo... En todos los tiempos, ellas aconsejaran el Bien, cada cual a explicar conforme suya concepción. Solamente el Espiritismo, la Doctrina de los Espíritus, codificada por Allan Kardec, en 1857, Francia, no sólo explica como justifica por que nos conviene ser buenos. Solamente el Espiritismo haz el hombre descubrir por el tino, por la razón, el deber intransferible de la mudanza interna, la verdadera “renovación en Cristo-Jesús”, la que convierte el sufrimiento en amor — el amor personal, en amor que excede en intensidad y importancia.
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El autor es periodista, presidente de la Fraternidade Espírita Aurora da Paz (Feap) (www.feap.udesp.org.br), y miembro de la União dos Delegados de Polícia Espíritas do Estado de São Paulo (www.udesp.org.br).
Davilson Silva — Traducción de João Tristan Vargas
davsilva.sp@gmail.com
Hay un cierto poder que sobrepasa las pasiones de los dominadores, cargos y títulos honoríficos. Esa fuerza soberana chocase siempre con la exaltada presunción, permanece en continua sublimación reconocida con el Ilimitado y Fecundo, conservándose inmutable, límpida y armónica. Hablamos de lo más grande de todos los haberes terrestres: el Bien Moral.
Poder en el mundo es fuerza o autoridad. Hablándose en poder, pensase en primacía sobre pueblos, la volubilidad de los tiranos, el devaneo de los artistas, semidioses y guerreros, la presumida victoria de la arrogancia. Quien recibe el poder pasajero y trabaja en provecho de si mismo, en nombre de la soberanía de un pueblo, a la inversa de obrar en nombre o en el ejercicio del bien de la colectividad, ensucia su alma por hacer infeliz a sus semejantes.
La historia he presentado impetuosos usurpadores incendiarios, admirables protagonistas por sus acciones, guerreros y sus legiones inducidas por el pillaje, quienes subyugaban personas, oprimían vencidos. En Atenas, antiguo universo de la verdadera democracia, cuna de la cultura y de las artes, la que ministró al mundo los primeros rudimentos de reverencia a la vida, a la creación y a la belleza, un Justo fue condenado a la máxima penalidad.
El desmán de la autoridad manchó el suelo romano de sangre por la embriaguez de la corrupción al lado del desmedido desarreglo; todavía, las cenizas de “la pompa y circunstancia” desvanecieran en tiniebla de horrendas destrucciones. Antagonismos, mentiras, asesinatos, suicidio, luchas crueles a fuego y hierro sobrepujaran la fuerza de la cultura y experiencia de vida que debería ser empleada en pro de todos. Ya los hebreos exigieran de un Sublime Profeta la venganza, y Él solo anhelaba el perfecto acuerdo en medio de las personas...
Quien tiene solo por meta sus intereses mezquinos bajo la justificación de la soberanía popular, infringe la ley de los hombres y la Ley de Dios. Sí. Quien pervierta los fundamentos del Bien, dejados entrevistos por el Creador de todas las cosas, viola un derecho precioso: el derecho natural. Y el buen criterio asevera ser el amor al derecho la suya práctica, y este amor, que tiene parte en la Ley Mayor, prescribe respecto a nuestros derechos, pero también prescribe, sobretodo, la sumisión a la responsabilidad del culto a los deberes, confiriendo un cuño sublime a los nuestros actos.
Según escribió el Dalai Lama, honorable líder espiritual budista, “hay inteligencias generadoras de sufrimientos”... He visto mucho más miserias en la Tierra, tristezas que alegrías por no pensarse en el derecho del prójimo. Como aduce el capítulo 5 .o de la noble obra: El Evangelio según el Espiritismo, “somos, en grande número de los casos, los reales responsables por nuestras propias desdichas”. En conclusión, somos justamente los autores de nuestras aflicciones por no admitir que más sabio es ser bueno que ser mal, ser dócil vale más que ser soberbio, tener juicio es más aprovechable que ser insensato.
Aseguran ser buenas todas las religiones y sectas del mundo... En todos los tiempos, ellas aconsejaran el Bien, cada cual a explicar conforme suya concepción. Solamente el Espiritismo, la Doctrina de los Espíritus, codificada por Allan Kardec, en 1857, Francia, no sólo explica como justifica por que nos conviene ser buenos. Solamente el Espiritismo haz el hombre descubrir por el tino, por la razón, el deber intransferible de la mudanza interna, la verdadera “renovación en Cristo-Jesús”, la que convierte el sufrimiento en amor — el amor personal, en amor que excede en intensidad y importancia.
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El autor es periodista, presidente de la Fraternidade Espírita Aurora da Paz (Feap) (www.feap.udesp.org.br), y miembro de la União dos Delegados de Polícia Espíritas do Estado de São Paulo (www.udesp.org.br).
1 comentario:
Gracias Davilson por estar ahi, no podia esperar menos de ti.
Amigo estas muy lejos pero para mi estas muy cerca.
mucha paz.
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