LA ORACIÓN
Para rogar al Eterno yo no encuentro necesario entrar en el santuario que la costumbre fijó, ¡Cuando un alma dolorida no encuentra a su mal consuelo le basta mirar al cielo! ¿ Hay templo mas grande? No.
Las iglesias confundidas dentro de grandes ciudades son centros de vanidades, y allí no puedo rezar. Una muchedumbre inquieta ante mis ojos se agita, que va a la casa bendita su gala y lujo a ostentar.
En medio de tantos seres no hay unos labios que imploren, lo hay unos ojos que lloren con llanto del corazón., Acuden al santuario, tranquilos y sonrientes mormurando indiferentes por rtitina una oracion.
Oraciones estudiadas sin sentimiento, ni anhelo, se perderán, que en el ciclo no las pueden comprender. Cuando en la mente angustiada un eco doliente vibra, y cuando fibra por fibra, se deshace nuestro ser.
Entonces de nuestros labios, brotan frases incoherentes, que suben puras y ardientes hasta del trono del Señor. Esa es la oración bendita que el Omnipotente escucha; -¡El gemido que en la lucha lanza el triste pecador!-
Nuestra religión cristiana es dulce y conmovedora,
es tierna y consoladora como ninguna lo es. Y aunque ha sido combatida y humillada en su pureza, resplandece su grandeza de los siglos al través.
De la construcción humana me gustan las catedrales, con Ventanas ojivales y dudosa claridad. Con sus naves silenciosas y sus arcadas sombrías, can sus graves melodías y su triste majestad.
O en la cúspide de un monte, una solitaria ermita, donde el pecador medita pensando en su porvenir. ¡Cuántas veces he rogado en esos pobres asilos, ignorados y tranquilos donde se acaba el sufrir¡
Cuando me encuentro en parajes donde no hay templos de piedra, ni ermitas, donde la hiedra pueda su manto extender. Busco en collados y en montes magnífico santuario, que en un valle solitario allí está el Supremo Ser.
Allí está el cielo y la brisa, las cascadas y las flores, y las aves de colores que bendicen la creación. Está la naturaleza, esa fábrica grandiosa, de belleza portentosa
y gigante construcción.
La obra del hombre ¿qué vale ante esa débil muralla que al mar le sirve de valla? ¿No se ve allí a Dios quizá? Pues se suceden los siglos, los mares se precipitan, las olas siempre se agitan
y nunca van más allá.
Cuando el huracán arranca los árboles centenarios, ¿hacen falta santuarios para temblar ante Dios? ¿Tendrá más poder acaso un templo pobre y mezquino, que ese misterio divino que hay de la natura en pos?
Para esos seres que nacen escasos de inteligencia y que no tienen conciencia de lo que vale su ser. Vayan esos en buen hora a rogar porque otros rueguen, y acudan porque otros lleguen, y hagan lo que vean hacer.
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Los hombres por conveniencia y otras profundas razones, hicieron innovaciones en los dogmas de la fe. Y a su placer aumentaron, y a si gusto destruyeron, y quitaron, y pusieron, y no es hoy lo que antes fue.
Por estos a mi, falsos ritos en nada me satisfacen, ni lo que los hombre hacen me inspira gran devoción. Que Dios es grande ¡muy grande! y es el hombre muy pequeño para convertirse en dueño del que fue su salvación.
Quede atrás el fanatismo con sus castigos y horrores, y vengan siglos mejores que ilustren la humanidad. ¡Sombras de espanto y de luto dormid en sueño profundo….!
Dejad que ilumine el mundo el astro de la verdad.
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