viernes, 28 de enero de 2011

LA VIDA MORAL

Todo ser humano lleva grabados en sí, en su conciencia, en su razón, los rudimentos
de la ley moral. Esta ley recibe en este mismo mundo un comienzo de sanción. Una buena
acción proporciona a su autor una satisfacción íntima, una especie de dilatación, de
esparcimiento del alma. Nuestras faltas, por el contrario, producen con frecuencia
amargura y pesares. Sin embargo, esta sanción, tan variable según los individuos, es
demasiada vaga, demasiado insuficiente, desde el punto de vista de la justicia absoluta. Por
eso es por lo que las religiones han colocado en la vida futura, en las penas y en las
recompensas que nos reserva, la sanción capital de nuestros actos. Ahora bien, como
quiera que a sus informaciones les falta base positiva, son puestas en duda por la mayoría.
Después de haber ejercido una influencia importante en las sociedades de la Edad Media,
no bastan ya para apartar al hombre del camino de la sensualidad.
Antes del drama del Gólgota, Jesús había anunciado a los hombres a otro consolador
el -Espíritu de Verdad- que debía restablecer y completar su enseñanza. Este Espíritu de
Verdad ha llegado y ha hablado a la Tierra; por todas partes hace oír su voz. Dieciocho
siglos después de la muerte de Cristo, habiéndose esparcido por el mundo la libertad de
palabra y de pensamiento, habiendo sondado los cielos la ciencia, habiéndose desarrollado
la inteligencia humana, la hora ha sido considerada como favorable. Los Espíritus han
acudido en multitud para enseñar a, sus hermanos de la Tierra la ley del progreso infinito y
realizar la promesa de Jesús restableciendo su doctrina y comentando sus palabras.
El Espiritismo nos da la clave del Evangelio. Explica su sentido oscuro u oculto; nos
proporciona la moral superior, la moral definitiva, cuya grandeza y hermosura revelan su
origen sobrehumano.
Con el fin de que la verdad se extienda a la vez por todos los pueblos, con el fin de
que nadie pueda desnaturalizaría o destruirla, ya no es un hombre, ya no es un grupo de
apóstoles el que está encargado de darla a conocer a la humanidad. Las voces de los
Espíritus la proclaman en los diversos puntos del mundo civilizado, y gracias a este
carácter universal y permanente, esta revelación desafía a todas las hostilidades y a todas
las inquisiciones. Se puede suprimir la enseñanza de un hombre, falsificar y aniquilar sus
obras; pero ¿quién puede atacar y rebatir a los habitantes del Espacio? Saben deshacer
todas las malas interpretaciones y llevar la preciosa semilla hasta las regiones más
retrasadas. A esto se debe el poder, la rapidez de difusión del Espiritismo y su superioridad
sobre todas las doctrinas que le han precedido y preparado su advenimiento.
En lo que se basa la moral espiritista es, pues, en los testimonios de millares de
almas que vienen a todos los lugares para describir, valiéndose de los médiums, la vida de
ultratumba y sus propias sensaciones, sus goces y sus dolores.
La moral independiente, la que los materialistas han intentado edificar, vacila al
soplo de todos los vientos, falta de sólida base. La moral de las iglesias tiene sobre todo
recurso el miedo, el temor a los castigos infernales; sentimiento falso que nos rebaja y nos
empequeñece. La Filosofía de los Espíritus viene a ofrecer a la humanidad una sanción
moral más elevada, un ideal más noble y generoso. Ya no hay suplicios eternos, sino la
justa consecuencia de los actos que recae sobre su autor.
El Espíritu se encuentra en todos los lugares según él se ha hecho. Si viola la ley
moral, entenebrece su conciencia y sus facultades; se materializa, se encadena con sus
propias manos. Practicando la ley del bien, dominando las pasiones brutales, se agüera y se
aproxima cada vez más a los mundos felices.
Desde este punto de vista, la vida moral se impone como una obligación rigurosa
para todos aquellos a quienes preocupe algo de su destino; de aquí la necesidad de una
higiene del alma que se aplique a todos nuestros actos, ahora que nuestras fuerzas
espirituales se hallan en estado de equilibrio y armonía. Si conviene someter el cuerpo -
envoltura mortal, instrumento perecedero- a las prescripciones de la ley física que asegura
su mantenimiento y su funcionamiento, importa mucho más aún velar por el
perfeccionamiento del alma, que es nuestro imperecedero yo, y a la cual está unida nuestra
suerte en el porvenir. El Espiritismo nos ha proporcionado los elementos de esta higiene
del alma.
El conocimiento del objeto real de la existencia tiene consecuencias incalculables
para el mejoramiento y la elevación del hombre. Saber adónde va tiene por resultado el
afirmar sus pasos, el imprimir a sus actos un impulso vigoroso hacia el ideal concebido.
Las doctrinas de la nada hacen de esta vida un callejón sin salida, y conducen,
lógicamente, al sensualismo y al desorden. Las religiones, al hacer de la existencia una
obra de salvación personal muy problemática, la consideran desde un punto de vista
egoísta y estrecho.
Con la Filosofía de los Espíritus, este punto de vista cambia y se ensancha la
perspectiva. Lo que debemos buscar no es ya la felicidad terrena la felicidad, en la Tierra,
es escasa y precaria, sino un mejoramiento continuo; y el medio de realizarlo es con la
observación de la moral bajo todas sus formas.
Con semejante ideal, una sociedad es indestructible; desafía a todas las vicisitudes y
a todos los acontecimientos. Se engrandece con la desgracia y encuentra en la adversidad
los medios de elevarse por encima de sí misma. Desprovista de ideal, arrullada por los
sofismas de los sensualistas, una sociedad no puede hacer más que corromperse y
debilitarse; su fe en el progreso y en la justicia se extingue con su virilidad; bien pronto se
convierte en un cuerpo sin alma, y, fatalmente, en la presa de sus enemigos.
¡Dichoso el hombre que en esta vida llena de oscuridad y de obstáculos camina
constantemente hacia el fin elevado que distingue, que conoce y del cual está seguro!
¡Feliz aquel al que un soplo de lo alto inspira sus obras y empuja hacia adelante! Los
placeres le dejan indiferente; las tentaciones de la carne, los espejismos engañosos de la
fortuna no hacen presa de él. Viajero en marcha, el fin le llama, y él se precipita por
alcanzarlo.
estraido del libro inmortalidad del alma de Leon Denis

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