1. Jesús, habiendo venido por los lados de Cesárea de Filipo,
interrogó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Qué dicen los hombres
con relación al Hijo del Hombre? ¿Quién dicen que soy? Ellos le
respondieron: Algunos dicen que eres Juan el Bautista, otros Elías,
otros Jeremías, o uno de los profetas. Jesús les dijo: Y vosotros,
¿quién decís que soy? Tomando la palabra Simón Pedro, le dijo:
Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente. Jesús le respondió:
Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no fue ni la
carne, ni la sangre que te lo reveló, sino nuestro Padre que está en
los cielos. (San Mateo, cap. XVI, v. 13 a 17; San Marcos, cap. VIII
v. 27 a 30).
2. Entretanto Herodes el Tetrarca, oyendo hablar de todo lo
que Jesús hacía, tenía su Espíritu en suspenso –porque los unos
decían que Juan había resucitado de entre los muertos, otros que
Elías había aparecido y algunos que uno de los antiguos profetas
había resucitado. –Entonces Herodes dijo: Yo hice cortar la cabeza
a Juan, pero, ¿quién es éste de quien oí hablar tan grandes cosas?
Y tenía voluntad de verlo. (San Marcos, cap. VI, v. 14 y 15; San
Lucas, cap. IX, v. 7,8 y 9).
3. (Después de la transfiguración). Sus discípulos le
preguntaban, diciéndole: ¿Por qué, pues, los escribas dicen que
es preciso que Elías venga antes? Mas Jesús les respondió: Es
Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede nacer un hombre que ya
está viejo? ¿Puede volver al vientre de su madre, para nacer por
segunda vez?
Jesús le respondió: En verdad, en verdad, os digo: Si un
hombre no renaciere del agua y del Espíritu, no puede entrar
en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne es carne y lo
que es nacido del Espíritu es Espíritu. No os maravilléis de lo
que os he dicho; os es necesario nacer de nuevo. El Espíritu
sopla donde quiere y oís su voz, pero no sabéis de donde viene
y hacia donde va. Sucede lo mismo con todo hombre que es
nacido del Espíritu.
Nicodemo le respondió: ¿Cómo puede darse eso? Jesús
le dijo: ¡Qué! ¿Sois maestro en Israel e ignoráis esas cosas?
En verdad, en verdad os digo que no decimos sino lo que
sabemos y no atestiguamos sino lo que hemos visto; y, sin
embargo, vos no recibisteis nuestro testimonio. Mas si no me
creéis cuando os hablo de las cosas de la Tierra
¿cómo me creeréis cuando os hable de las cosas del cielo? (San Juan,
cap. III, v. de 1 a 12).
RESURRECCIÓN Y REENCARNACIÓN
4. La reencarnación formaba parte de los dogmas judaicos,
bajo el nombre de resurrección; sólo los saduceos que creían que
todo terminaba con la muerte, no creían en ella. Las ideas de los
Judíos en este punto, como en muchos otros, no estaban claramente
definidas, porque sólo tenían nociones vagas e incompletas sobre
el alma y sus lazos con el cuerpo. Creían que un hombre que vivió
podía revivir, sin explicarse con precisión la manera cómo esto
podía suceder; designaban con la palabra resurrección, lo que el
Espiritismo llama más juiciosamente reencarnación. En efecto, la
resurrección supone el regreso a la vida del cuerpo que murió, lo
que la Ciencia demuestra ser materialmente imposible, sobre todo
cuando los elementos de ese cuerpo están, desde hace mucho,
dispersos y absortos. La reencarnación es el retorno del alma o
Espíritu, a la vida corporal, pero en otro cuerpo nuevamente
formado para ella, y que nada tiene de común con el antiguo. La
palabra resurrección podía de este modo, aplicarse a Lázaro, pero
no a Elías, ni a los profetas. Pues, si según su creencia, Juan el
Bautista era Elías, el cuerpo de Juan no podía ser el de Elías, puesto
que se había visto a Juan niño y se conocía a su padre y a su madre.
Así, Juan podía ser Elías reencarnado, pero no resucitado.
5. Había un hombre entre los fariseos llamado Nicodemo,
senador de los Judíos, que fue de noche a encontrarse con Jesús y
le dijo: Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios para
instruirnos como un doctor; porque nadie puede hacer los milagros
que haces, si Dios no estuviese con él.
Jesús le respondió: En verdad, en verdad, os digo: Nadie
puede ver el reino de Dios si no naciere de nuevo.
6. El pensamiento de que Juan el Bautista era Elías y que
los profetas podían volver a vivir en la Tierra, se encuentra en
muchos pasajes de los Evangelios, particularmente en los relatos
anteriores (números 1, 2 y 3). Si esa creencia hubiese sido un
error, Jesús no hubiera dejado de combatirla, como combatió
tantas otras; lejos de esto, la sancionó con toda su autoridad, y la
colocó como principio y como una condición necesaria cuando
dice: Nadie puede ver el reino de los cielos si no naciere de nuevo;
e insiste, añadiendo: No os maravilléis de los que os dije, que es
NECESARIO que nazcáis de nuevo.
7. Estas palabras: “Si un hombre no renace del agua y del
Espíritu”, fueron interpretadas en el sentido de la regeneración
por el agua del bautismo; pero el texto primitivo traía simplemente:
No renace del agua y del Espíritu, mientras que en ciertas
traducciones, se ha substituido Espíritu por Santo Espíritu, lo que
no corresponde al mismo pensamiento. Este punto capital resalta
de los primeros comentarios hechos sobre el Evangelio, lo que un
día será constatado sin equívoco posible. (1)
8. Para comprender el verdadero sentido de esas palabras,
es menester referirse a la significación de la palabra agua, que no
era empleada en su acepción propia.
Los conocimientos de los antiguos, sobre las ciencias físicas,
eran muy imperfectos, pues creían que la Tierra había salido de las
aguas y por eso, consideraban el agua como el elemento generador
absoluto; así es que en El Génesis se dice: “el Espíritu de Dios era
llevado sobre las aguas; flotaba en la superficie de las aguas; que
el firmamento fue hecho en medio de las aguas; que las aguas que
están bajo el cielo se reúnan en un solo lugar y que el elemento
árido aparezca; que las aguas produzcan los animales vivos que
naden en el agua y los pájaros que vuelen sobre la tierra y bajo el
firmamento”.
Según esta creencia, el agua venía a ser el símbolo de la
naturaleza material, como el Espíritu era el de la naturaleza
inteligente. Estas palabras: “Si el hombre no renace del agua y del
Espíritu, o en agua y en Espíritu”, significan, pues: “Si el hombre
no renace con su cuerpo y su alma”. En este sentido fueron
comprendidas al principio.
Esta interpretación está, además, justificada por estas otras
palabras: Lo que es nacido de la carne es carne y lo que es nacido
del Espíritu es Espíritu. Jesús hace aquí una distinción positiva
entre el Espíritu y el cuerpo. Lo que es nacido de la carne es
carne, indica claramente que sólo el cuerpo procede del cuerpo,
y que el Espíritu es independiente del cuerpo.
9. El Espíritu sopla donde quiere; oís su voz, pero no sabéis
ni de donde viene, ni para donde va, se puede entender como el
Espíritu de Dios, que da vida a quien quiere o el alma del hombre;
en esta última acepción, “vosotros no sabéis de donde viene, ni
adonde va” significa que no se conoce lo que fue, ni lo que el
Espíritu será. Si el Espíritu, o alma, fuese creado al mismo tiempo
que el cuerpo, se sabría de donde vino, puesto que se conocería su
principio. Como quiera que sea, este pasaje es la consagración del
principio de la preexistencia del alma y, por consiguiente, de la
pluralidad de existencias.
10. Desde los tiempos de Juan el Bautista, hasta el presente,
el reino de los cielos es tomado por la violencia, y son los violentos
que lo obtienen; porque, hasta Juan, todos los Profetas así como
la ley, profetizaron; y si queréis comprender lo que os dije, él es el
mismo Elías, que debe venir. Oiga aquél que tenga oídos para oír
11. Pero si el principio de la reencarnación expresado en
San Juan, podía en rigor ser interpretado en un sentido puramente
místico, no podía suceder lo mismo en este pasaje de San Mateo,
que es inequívoco: ÉL ES EL MISMO Elías que debe venir;
aquí no hay figura ni alegoría: es una afirmación positiva. “Desde
el tiempo de Juan el Bautista hasta el presente, el reino de los
cielos es tomado por la violencia”. ¿Qué significan estas palabras,
puesto que Juan el Bautista vivía aún en aquel momento? Jesús las
explica claramente diciendo: Si queréis comprender lo que os digo,
él es el mismo Elías que debe venir” No siendo Juan otro que
Elías, Jesús hacía alusión al tiempo en que Juan vivía bajo el nombre
de Elías. “Hasta el presente, el reino de los cielos es tomado por la
violencia”, es otra alusión a la violencia de la ley mosaica que
ordenaba el exterminio de los infieles para ganar la Tierra
Prometida, Paraíso de los Hebreos, mientras que según la nueva
ley, el cielo se gana con la caridad y la dulzura.
Después añade: Oiga el que tenga oídos para oír. Estas
palabras repetidas con tanta frecuencia por Jesús, dicen claramente
que no todo el mundo estaba en condiciones de comprender ciertas
verdades.
12. Aquellos de vuestro pueblo a los que hicieron morir
vivirán de nuevo; los que estaban muertos a mí alrededor,
resucitarán. Despertad de vuestro sueño y cantad loas a Dios,
vosotros que habitáis en el polvo; porque el rocío que os cae encima
es rocío de luz, y porque arruinaréis la Tierra y el reino de los
gigantes. (Isaías, cap. XXVI, v. 19).
13. Este pasaje de Isaías, también es explícito: “Aquellos de
vuestro pueblo a los que hicieron morir vivirán de nuevo”. Si el
profeta pretendiese hablar de la vida espiritual, si quisiese decir
que aquellos a los que hicieron morir no estaban muertos en
Espíritu, hubiera dicho: viven aún y no vivirán de nuevo. En el
sentido espiritual, esas palabras serían un contra sentido puesto
que implicarían una interrupción de la vida del alma. En el sentido
de regeneración moral, serían la negación de las penas eternas,
puesto que establecen en principio, que todos aquellos que están
muertos, volverán a vivir.
14. Mas cuando el hombre está muerto una vez, que su
cuerpo, separado de su Espíritu, está consumido, ¿en qué se
convierte? El hombre estando muerto una vez, ¿podría acaso
revivir de nuevo? En esta guerra en que me encuentro todos los
días de mi vida, espero que mi transformación llegue. (Job, cap.
XIV, v. 10, 14. Traducción de Le Maistre de Sacy).
Cuando el hombre muere, pierde toda su fuerza y espira;
después, ¿dónde está? Si el hombre muere, ¿volverá a vivir? ¿Esperaré
todos los días de mi combate, hasta aquel en que me llegue
alguna transformación? (Ídem. Traducción protestante de
Osterwald).
Cuando el hombre está muerto, vive siempre; terminando
los días de mi existencia terrestre, esperaré, porque a ella volveré
de nuevo. (Ídem. Versión de la Iglesia griega).
15. El principio de la pluralidad de existencias está
claramente expresado en estas tres versiones. No se puede suponer
que Job haya querido hablar de la regeneración por el agua del
bautismo, que ciertamente no conocía. “El hombre estando muerto
una vez, ¿podría acaso revivir de nuevo? La idea de morir una vez
y volver a vivir implica la de morir y volver a vivir muchas veces.
La versión de la iglesia griega es aún más explícita, si eso es posible.
“Terminando los días de mi existencia terrestre, esperaré, porque
a ella volveré de nuevo”, es decir, yo volveré a la existencia
terrestre. Esto está tan claro como si alguien dijese: “Salgo de mi
casa, pero volveré a ella”.
“En esta guerra en que me encuentro, todos los días de mi
vida, espero que mi transformación llegue”. Job, evidentemente,
quiere hablar de la lucha que sustenta contra las miserias de la vida;
espera su transformación, es decir, se resigna. En la versión griega
esperaré, parece más bien aplicarse a la nueva existencia: “Cuando
mi existencia terrestre finalice, esperaré porque volveré a ella de
nuevo”; Job parece colocarse, después de su muerte, en el intervalo
que separa una existencia de otra y dice que allí esperará su regreso.
16. No es, pues, dudoso que bajo el nombre de resurrección,
el principio de la reencarnación era una de las creencias
fundamentales de los Judíos, siendo confirmada por Jesús y los
profetas de una manera formal; de donde se sigue que negar la
reencarnación, es negar las palabras de Cristo. Estas palabras
constituirán un día, autoridad sobre este punto, como sobre muchos
otros, cuando se mediten sin prevención.
17. Pero a esta autoridad, desde el punto de vista religioso,
viene a unirse desde el punto de vista filosófico, el de las pruebas
que resultan de la observación de los hechos; cuando se quiere
remontar de los efectos a la causa, la reencarnación aparece como
una necesidad absoluta, como una condición inherente a la
Humanidad, en una palabra, como una ley natural; se revela por
sus resultados de una manera, por decirlo así, material, como el
motor oculto se revela por el movimiento; sólo ella puede decir al
hombre de donde viene y para donde va y porque está en la Tierra,
y justificar todas las anomalías y todas las injusticias aparentes
que presenta la vida. (1)
Sin el principio de la preexistencia del alma y de la pluralidad
de existencias, la mayor parte de las máximas del Evangelio son
ininteligibles; por eso dieron lugar a interpretaciones tan
contradictorias; ese principio es la clave que debe restituirles su
verdadero sentido
LOS LAZOS DE FAMILIA FORTALECIDOS
POR LA REENCARNACIÓN Y QUEBRADOS
POR LA UNICIDAD DE LA EXISTENCIA
18. Los lazos de familia no son destruidos por la
reencarnación, como piensan ciertas personas; al contrario, se
fortifican y se estrechan; el principio opuesto es el que los
destruye.
Los Espíritus en el espacio forman grupos o familias unidas
por el afecto, la simpatía y la semejanza de inclinaciones; esos
Espíritus, felices porque están juntos, se buscan; la encarnación
sólo les separa momentáneamente, porque después que vuelven a la
erraticidad se encuentran como los amigos al regresar de un viaje.
Inclusive, con frecuencia, se siguen en la encarnación, donde se
reúnen en una misma familia, o en un mismo círculo, trabajando en
conjunto para su mutuo adelanto. Si unos están encarnados y otros
no, no están menos unidos por el pensamiento; los que están libres
velan por los que están cautivos; los más adelantados procuran hacer
progresar a los rezagados. Después de cada existencia, han dado un
paso en el camino de la perfección, cada vez menos unidos a la
materia, su afecto es más vivo, por el hecho mismo de ser más puro
y que ya no es turbado por el egoísmo ni por las nubes de las pasiones.
De este modo pueden recorrer un número ilimitado de existencias
corporales, sin que nada perturbe su mutuo afecto.
Entiéndase que se trata aquí del afecto real de alma a alma,
el único que sobrevive a la destrucción del cuerpo, porque los seres
que no se unen en este mundo sino por los sentidos, no tienen
ningún motivo para buscarse en el mundo de los Espíritus. Sólo
son duraderos los afectos espirituales; los carnales se extinguen
con la causa que los hizo nacer; pero esta causa no existe en el
mundo de los Espíritus, mientras que el alma existe siempre.
En cuanto a las personas unidas por el sólo móvil del interés,
no están realmente unidas en nada, la una a la otra: la muerte
las separa sobre la Tierra y en el cielo.
19. La unión y el afecto que existen entre parientes, son
indicio de la simpatía anterior que les aproximó; también se dice,
hablando de una persona cuyo carácter gustos e inclinaciones no
tiene ninguna semejanza con el de sus parientes, que ella no es
de la familia. Diciendo eso, se enuncia una verdad más grande
de lo que se cree. Dios permite en las familias estas encarnaciones
de Espíritus antipáticos o extraños con el doble objeto de servir
de prueba para los unos y de medio de adelanto para los otros.
Además, los malos se mejoran poco a poco con el contacto de
los buenos y por los cuidados que de éstos reciben; su carácter se
suaviza, sus costumbres se purifican, sus antipatías se deshacen
y así es cómo se establece la fusión entre las diferentes categorías
de Espíritus, como ocurre en la Tierra, entre las razas y los
pueblos.
20 El temor al aumento indefinido de la parentela, como
consecuencia de la reencarnación, es un temor egoísta, y prueba
que no se siente un amor bastante grande para tenerlo a un gran
número de personas. Un padre que tiene muchos hijos, ¿acaso no
les ama tanto como si tuviera uno? Pero tranquilícense los
egoístas, pues ese temor no tiene fundamento. Del hecho que un
hombre haya tenido diez encarnaciones, no se sigue que
encontrará en el mundo de los Espíritus diez padres, diez madres,
diez mujeres y un número proporcionado de hijos y de nuevos
parientes; encontrará siempre los mismos objetos de su afecto,
que se le habrán unido en la Tierra con títulos diferentes, o tal
vez con el mismo título.
21. Veamos ahora las consecuencias de la doctrina de la
no-reencarnación. Esta doctrina anula, necesariamente, la
preexistencia del alma; siendo las almas creadas al mismo
tiempo que el cuerpo, no existe entre ellas ningún lazo anterior;
son completamente extrañas unas a las otras; el padre es extraño
a su hijo; la filiación de las familias se encuentra de este modo
reducida a la sola filiación corporal, sin ningún lazo espiritual.
No hay, pues, ningún motivo para vanagloriarse de haber tenido
por antepasados tales o cuales personajes ilustres. Con la
reencarnación, antepasados y descendientes pueden ser
conocidos, haber vivido juntos, haberse amado y encontrarse
reunidos más tarde para estrechar sus lazos simpáticos.
NADIE PUEDE VER EL REINO DE DIOS SI NO NACIERE DE NUEVO
22. Esto es en cuanto al pasado. En cuanto al futuro, según
uno de los dogmas fundamentales que se desprende de la noreencarnación,
el destino de las almas está irrevocablemente fijado
después de una sola existencia; la fijación definitiva del destino
implica la cesación de todo progreso, pues si hay algún progreso
no hay destino definitivo; según hayan vivido bien o mal, van
inmediatamente para la morada de los bienaventurados o para el
infierno eterno; son así, separados para siempre, y sin esperanza
de aproximarse jamás, de tal modo, que padres, madres e hijos,
maridos y mujeres, hermanos, hermanas, amigos, nunca están
seguros de volverse a ver; esta es la ruptura más absoluta de los
lazos de familia.
Con la reencarnación y el progreso, que es su consecuencia,
todos los que se han amado se reencuentran en la Tierra y en el
espacio, y marchan juntos para llegar a Dios. Los que fallan en el
camino, retardan su adelanto y su felicidad, pero no se ha perdido
toda esperanza; ayudados, animados y sustentados por aquellos
que los aman, saldrán un día del cenagal en que están sumergidos.
Con la reencarnación, en fin, hay solidaridad perpetua entre los
encarnados y los desencarnados, con estrechamiento de los lazos
afectivos.
23. En resumen, cuatro alternativas se presentan al hombre
para su futuro de ultratumba; primera: la nada, de acuerdo con
la doctrina materialista; segunda: la absorción en el todo
universal, de acuerdo con la doctrina panteísta; tercera: la
individualidad con la fijación definitiva de su suerte, según la
doctrina de la Iglesia; y, cuarta: la individualidad con progreso
indefinido, según la Doctrina Espírita. De acuerdo con las dos
primeras, los lazos de familia se rompen después de la muerte y
no hay ninguna esperanza de reencuentro; con la tercera, hay la
oportunidad de volverse a ver con tal de que estén en un mismo
medio, ese medio puede ser tanto el infierno como el paraíso;
con la pluralidad de existencias, que es inseparable del progreso
gradual, hay la certeza en la continuidad de relaciones entre
aquellos que se amaron, y esto es lo que constituye la verdadera
familia.
LÍMITES DE LA ENCARNACIÓN
24. ¿Cuáles son los límites de la encarnación?
Propiamente hablando, la encarnación no tiene límites bien
marcados, si se entiende por eso la envoltura que constituye el
cuerpo del Espíritu, ya que la materialidad de ese envoltorio
disminuye a medida que el Espíritu se purifica. En ciertos mundos
más avanzados que la Tierra, es ya menos compacto, menos pesado
y menos grosero y por consiguiente, menos sujeto a las vicisitudes;
en un grado más elevado y diáfano y casi fluídico; de grado en
grado se desmaterializa y acaba por confundirse con el periespíritu.
Según el mundo al que es llamado el Espíritu a vivir, toma éste la
envoltura apropiada a la naturaleza de aquel mundo.
El mismo periespíritu sufre transformaciones sucesivas; se
hace cada vez más etéreo hasta la completa depuración, que
constituyen los Espíritus puros. Si mundos especiales están
destinados, como estaciones, a los Espíritus más avanzados, estos
no están sujetos allí como en los mundos inferiores; el estado de
libertad en que se encuentran les permite transportarse por todas
partes a que les llaman las misiones que les son confiadas.
Si se considera la encarnación bajo el punto de vista material,
como ocurre en la Tierra, se puede decir que está limitada a los
mundos inferiores; por consiguiente, depende del Espíritu librarse
de ella, con mayor o menor rapidez, trabajando por su purificación.
Se debe considerar también que, en estado errante, es decir,
en los intervalos de las existencias corporales, la situación del
Espíritu está en relación con la naturaleza del mundo al que le liga
su grado de adelanto; que, así, en la erraticidad, es más o menos
feliz, libre e ilustrado, según esté más o menos desmaterializado.
(SAN LUIS, París, 1859).
NECESIDAD DE LA ENCARNACIÓN
25. ¿Es un castigo la encarnación y sólo están sujetos a ella
los Espíritus culpables?
infelices. Por el contrario, aquél que trabaja activamente por su
progreso moral, puede no sólo abreviar la duración de la
encarnación material, sino vencer, de una sola vez, los grados
intermedios que lo separan de los mundos superiores.
¿No podrían los Espíritus encarnarse sólo una vez en el
mismo globo y cumplir sus diferentes existencias en esferas
diferentes? Esta opinión sólo sería admisible si todos los hombres
estuviesen en la Tierra, en el mismo nivel intelectual y moral. Las
diferencias que existen entre ellos, desde el salvaje al hombre
civilizado, muestran los grados que están llamados a vencer. Por
otra parte, la encarnación debe tener un objeto útil; de otro modo,
¿cuál sería el de las encarnaciones efímeras de los niños que mueren
en edad temprana? Hubieran sufrido sin provecho para ellos ni
para otro; Dios, cuyas leyes son soberanamente sabias, no hace
nada inútil. Mediante la reencarnación en el mismo globo, ha
querido que los mismos Espíritus, encontrándose de nuevo en
contacto, tuviesen ocasión de reparar sus faltas recíprocas: en razón
de sus relaciones anteriores, quiso además, asentar los lazos de
familia sobre una base espiritual y apoyar sobre una ley natural los
principios de solidaridad, de fraternidad y de igualdad.
El tránsito de los Espíritus por la vida corporal es necesario
para que puedan cumplir, con la ayuda de una acción material, los
designios cuya ejecución Dios les confió; es necesario para ellos
mismos porque la actividad que están obligados a desempeñar
ayuda el desarrollo de su inteligencia. Siendo Dios soberanamente
justo, debe considerar igualmente a todos sus hijos; por esto da a
todos un mismo punto de partida, la misma aptitud, las mismas
obligaciones que cumplir y la misma libertad de obrar, todo
privilegio sería una preferencia y toda preferencia una injusticia.
Pero la encarnación, para todos los Espíritus, sólo es un estado
transitorio; es un deber que Dios les impone al empezar su vida,
como primera prueba del uso que harán de su libre albedrío. Los
que desempeñan ese deber con celo, pasan rápidamente y con
menos pena los primeros grados de iniciación, y gozan más pronto
del fruto de sus trabajos. Por el contrario, aquellos que hacen mal
uso de la libertad que Dios les concede, retardan su adelanto; así
es que por su obstinación, pueden prolongar indefinidamente la
necesidad de reencarnarse, y entonces es cuando la encarnación se
torna un castigo. (SAN LUIS, París, 1859).
26. Nota. Una comparación vulgar hará comprender mejor
esta diferencia. El estudiante no obtiene los grados de ciencia sino
después de haber recorrido la serie de clases que a ellos conducen.
Esas clases, cualquiera que sea el trabajo que exijan, son un medio
de alcanzar un fin y no un castigo. El estudiante laborioso abrevia
el camino, y encuentra en él menos abrojos; lo contrario sucede al
que por pereza o negligencia le obligan a reparar ciertas clases.
No es el trabajo de la clase lo que constituye un castigo, sino la
obligación de volver a comenzar el mismo trabajo.
Así ocurre con el hombre en la Tierra. Para el Espíritu del
salvaje, que está casi al principio de la vida espiritual, la encarnación
es un medio de desenvolver su inteligencia; pero para el hombre
esclarecido, en el cual el sentido moral está ampliamente
desarrollado, y que está obligado a comenzar de nuevo las etapas
de una vida corporal plena de angustias, mientras que podría haber
alcanzado ya el objetivo, es un castigo por la necesidad en que se
encuentra de prolongar su morada en los mundos inferiores e
infelices. Por el contrario, aquél que trabaja activamente por su
progreso moral, puede no sólo abreviar la duración de la
encarnación material, sino vencer, de una sola vez, los grados
intermedios que lo separan de los mundos superiores.
¿No podrían los Espíritus encarnarse sólo una vez en el
mismo globo y cumplir sus diferentes existencias en esferas
diferentes? Esta opinión sólo sería admisible si todos los hombres
estuviesen en la Tierra, en el mismo nivel intelectual y moral. Las
diferencias que existen entre ellos, desde el salvaje al hombre
civilizado, muestran los grados que están llamados a vencer. Por
otra parte, la encarnación debe tener un objeto útil; de otro modo,
¿cuál sería el de las encarnaciones efímeras de los niños que mueren
en edad temprana? Hubieran sufrido sin provecho para ellos ni
para otro; Dios, cuyas leyes son soberanamente sabias, no hace
nada inútil. Mediante la reencarnación en el mismo globo, ha
querido que los mismos Espíritus, encontrándose de nuevo en
contacto, tuviesen ocasión de reparar sus faltas recíprocas: en razón
de sus relaciones anteriores, quiso además, asentar los lazos de
familia sobre una base espiritual y apoyar sobre una ley natural los
principios de solidaridad, de fraternidad y de igualdad.
NADIE PUEDE VER EL REINO DE DIOS SI NO NACIERE DE NUEVO
Extraido este texto del libro Evangelio segun el espiritismo...
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