NO EXISTEN LAS PENAS ETERNAS
El pecado original es el dogma fundamental, base de todo
el edificio de los dogmas de la Iglesia. Así se inmoviliza con las
doctrinas del pasado y sigue introduciendo al demonio en todas
las cosas, hasta en la manifestación de los espíritus. Amenaza
con las llamas eternas a toda criatura que no admita un credo
que su razón y su conciencia rechazan. Así es como en sus
manos el Cristianismo, pleno de amor, se convirtió en un
instrumento de terror y espanto.
Me parece bien que la Iglesia recomiende prudencia a sus
fieles antes de iniciarse en otra creencia, pero no que les diga
que la comunicación de los espíritus es obra del demonio. El
mundo de los espíritus existe; ya es una realidad comprobada:
no existen demonios, pero sí existen espíritus buenos y malos
¿No sucede lo mismo aquí? ¿No existen hombres buenos y
malos también aquí? Debemos confiar en los buenos y
separarnos de los malos, Jesús nos dijo: “El árbol se conoce por
su fruto, un árbol bueno no da frutos malos, y un árbol malo no
da frutos buenos”.
No puede existir Satán y el infierno con penas eternas
porque sería poner en duda la justicia Divina, Dios es Amor,
Bondad y Tolerancia. Es imposible imaginar a Dios condenando
a uno de sus hijos descarriado, a un sufrimiento eterno. Es
indigno utilizar esta falsa para ejercer el dominio sobre una parte
de la humanidad, a través del miedo y la amenaza; creando un
dios injusto y vengativo, convertido en el verdugo de sus
criaturas; defectos que quizás podrían atribuirse a un ser humano
y la Iglesia responsable de esta farsa, al proclamar la
infalibilidad del Papa ha elevado a éste por encima de Dios,
Creador de todo.
Con tales nociones es como se empuja a los pueblos al escepticismo y al materialismo. Esto es lo que han hecho las
religiones “cristianas”, incurriendo con ello en la más grave
responsabilidad.
Aquí en la Tierra, el dolor lo encontramos en todas partes.
No es necesario salir de este mundo para encontrar después de la
muerte, los sufrimientos apropiados a las faltas y condiciones
expiatorias de los culpables.
¿Por qué crear un infierno en regiones imaginarias? El
infierno está aquí y es una creación nuestra. ¿Cuál es el
verdadero sentido de la palabra infierno? ¡Lugar inferior! Y ya
lo tenemos aquí porque, la Tierra es uno de los mundos
inferiores del Universo.
El destino de los habitantes de este planeta, es bastante
duro y doloroso, pero no pueden existir males eternos; existen
sólo males temporales, apropiados a las necesidades de la ley del
progreso, de la evolución y las compensaciones, que es una ley
universal cumplimentada con el principio de la ley de las
reencarnaciones sucesivas; y así se cumple la justicia divina.
En el curso de nuevas y penosas existencias, es cuando el
culpable se redime de sus faltas pasadas. La ley de las
consecuencias traza para cada uno de nosotros el destino que
debemos seguir, según las acciones buenas o malas que hemos
realizado, las cuales repercuten en nosotros, a través de los
tiempos, con sus consecuencias felices o dolorosas. Así es como
cada uno crea su cielo o su infierno.
Tiene que llegar el día en que el mal dejará de ser la
condición dominante en esta vida, entonces los seres, depurados
por el sufrimiento, después de haber recibido la larga educación
de los siglos, dejarán la vida oscura para seguir el camino de la
luz. Poco a poco, mediante el desarrollo de nuestras facultades
mentales, del conocimiento y la voluntad, el Espíritu se libera de
las influencias inferiores y se esfuerza con empeño en conseguir
su redención espiritual.
En unos pocos siglos, las religiones, las razas, todos los
pueblos que forman la humanidad terrestre, se unirán por los lazos de una estrecha solidaridad y un profundo afecto y
avanzarán de progreso en progreso hasta conseguir que este
planeta sea un mundo solidario, de paz y felicidad. Así se
cumplirán estas divinas y grandiosas palabras: “No quiero la
muerte del pecador, quiero su transformación”.
Nada impide a los católicos concebir los sufrimientos
purificadores del alma, como una consecuencia de sus vidas
posteriores; para aceptar la realidad de las vidas sucesivas, debe
introducirla en sus creencias religiosas. Los primeros cristianos
sabían esto y lo practicaban. La Iglesia suprimió esta verdad,
pues ella hubiese tenido como consecuencia la confirmación de
la pluralidad de existencias del Espíritu, produciendo la ruina de
la institución de las indulgencias, generadora de grandes
provechos para los pontífices romanos.
Nos dice Pablo apóstol: “Dios nuestro Salvador, el cual
quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad”. (S. Pablo l, Timoteo 2:3 y 4)
Satanás es una alegoría, es el símbolo del mal. Pero el mal
es un estado transitorio de los seres en proceso de evolución.
En el Universo no existe ninguna imperfección. La
creación divina es armónica y perfecta. El ser humano, en su
vida presente, sólo es la planta de un hermoso árbol que tiene
que crecer para dar buenos frutos. Para tener una idea exacta de
la evolución de su Espíritu, tendría que tener el conocimiento
necesario, para medir la cadena de los mundos que aún tiene que
recorrer y la sucesión de existencias que le esperan a lo largo de
los siglos venideros. Este grandioso conjunto escapa a sus
concesiones, y de ahí nacen sus dudas y la errónea interpretación
de sus juicios.
Siempre que nos enfrentamos a una desgracia que nos
produce dolor o sufrimiento, decimos que el mal nos persigue;
pero es necesario comprender que el mal lo creamos nosotros y
después sufrimos sus consecuencias, pues éste nos enseña a
diferenciar y analizar sus sensaciones.
Por el sufrimiento, el alma llega a su pleno esplendor, a la total conciencia de sí misma. El dolor rompe la cadena de las
fatalidades materiales y derrama sobre el Espíritu un resplandor
que le deja entrever la vida superior.
El Espíritu empieza su evolución en lo más bajo de la
escala animal, el hombre, el ser pensante, ignorante al comienzo
de su evolución, tiene que desarrollar su inteligencia con su
actividad y esfuerzo continuo. Tiene que luchar con la
Naturaleza para sobrevivir en un ambiente difícil, y a lo largo de
esta lucha se fortalece su energía y su Ser moral se afirma y
engrandece. Gracias a esta lucha se realiza el progreso y la
elevación de la humanidad, subiendo de etapa en etapa, hacia un
estado mejor de elevación.
Así podemos comprobar, que bajo el látigo de la
necesidad, bajo el sufrimiento de la pobreza y del dolor, el
hombre marcha, progresa, se eleva y de vida en vida, de escalón
en escalón llega a conseguir finalmente su redención espiritual.
El mal físico es la consecuencia del mal espiritual, es
también un aspecto pasajero, una forma transitoria de la vida
universal. El ser humano comete el mal por ignorancia, por
debilidad, y sufre las consecuencias de sus actos; pero del mal y
del dolor un día brota la felicidad y la virtud.
Cuando el alma haya vencido las influencias materiales,
será para ella como si el mal jamás hubiese existido.
El alma humana busca su camino entre las sombras; se
esfuerza por afirmarse en su personalidad creciente y después de
muchas luchas, caídas y nuevos intentos, domina sus vicios y
consigue la fuerza moral para seguir el nuevo camino, en el
camino de la verdad y de la vida que nos enseñó nuestro Amado
Jesús.
El mal aún no está extinguido en el mundo, la lucha no ha
terminado. Los vicios y las pasiones aún están latentes en la
mente de nuestro Espíritu. La lucha es a veces necesaria para
arrancar al hombre de su entorpecimiento y de sus goces
groseros, tan comunes en un mundo tan materializado como el
nuestro. La humanidad continuará en su marcha ascendente
conquistando nuevos valores. El Espíritu moderno se liberará de
las preocupaciones o prejuicios del pasado; y del choque de
estas pasiones surgirá un nuevo ideal, una forma más elevada de
la justicia sobre la cual moderará la humanidad sus instituciones.
El Espiritismo, la nueva Revelación, enseña al ser humano
a conocerse y a conocer la naturaleza del alma y su destino. Con
este conocimiento, el hombre moderno siente aumentar en sí
mismo la conciencia de sus deberes y su valor. Esclareciendo su
mente comprende el poder que tiene sobre el mundo de la
materia y sobre el mundo de los espíritus. Todas las incoherencias,
todas las aparentes contradicciones de la obra divina
quedarán explicadas para él. Todo lo que él entiende como un
mal físico o moral, todo lo que él considera la negación de lo
bueno y de lo justo, comprenderá que está dentro de la obra
divina, fuerte y poderosa, con la armonía de sus leyes sabias y
profundas. Se disipará en sueños espantosos de la condenación
con la terrible figura de Satán. Es entonces cuando el hombre
que sólo es un Espíritu encarnado comprenderá que la salvación
depende sólo de nosotros, de nuestra conducta y nuestro comportamiento.
Dios en su infinita Bondad, siempre nos da una nueva
oportunidad para rectificar el mal que hemos hecho, y nuestro
inevitable destino es alcanzar nuestra elevación espiritual.
No se pueden explicar de una manera sencilla, clara y
racional todos los dogmas del catolicismo, que tienen su origen
en la doctrina enseñada en los primeros siglos, y que hoy es
difícil comprender su verdadero sentido. Sabemos que los
dogmas modernos, sólo son el producto de la desmedida
ambición sacerdotal; y sólo han sido promulgados para ser más
completa la esclavitud de sus fieles.
Hoy con la llegada del Espiritismo, las leyes superiores y
el destino del alma, son revelados por las voces de los espíritus
que habitan en el Espacio y gozan de la vida espiritual que será
la nuestra también después de la muerte. Esta doctrina reveladora, servirá de base para las creencias
del porvenir, pues demuestra sin ninguna duda la existencia del
Mundo Espiritual, al cual aspira el alma y que las religiones han
presentado siempre bajo formas incompletas, quiméricas y
dudosas.
Hoy la inteligencia humana ha conseguido lograr un mayor
desarrollo, pero la intransigencia sacerdotal se manifiesta aún en
nuestros días con esos ritos bajo los cuales la idea de Dios se
oscurece; con ese ceremonial pomposo cuyo lujo y esplendor
cautivan los sentidos y apartan el pensamiento del elevado fin
que debe perseguir.
Si la doctrina de Jesús fuese explicada y enseñada por unos
sacerdotes que en realidad la practicaran, sería entonces mejor
comprendida, sería amada y practicada, volviendo a la sencillez
y sinceridad primitiva, ejerciendo una acción eficaz sobre los
hombres y mujeres.
Así como lo están haciendo apartan al hombre del estudio
profundo y de la reflexión, con el fin de desarrollar en él la vida
contemplativa. Las oraciones largas y el brillante ceremonial
ocupan sus sentidos, mantienen la ilusión y se acostumbran a no
pensar.
Todos los rituales de la Iglesia Romana son calcados de las
religiones del pasado: sus ceremonias, sus vasos de oro o plata,
sus cánticos, sus procesiones y el agua lustral son una herencia
del paganismo. Del Brahmanismo se ha tomado el altar, el fuego
sagrado que en él arde, el pan y el licor que el sacerdote
consagra a la divinidad. Del budismo ha tomado el celibato de
los clérigos y la jerarquía sacerdotal. La casulla fue una
imitación de la utilizada por los sacerdotes del Sol; la sotana
negra fue una copia de la que llevaban los oficiantes de
sacrificios de la religión mazdea; la casulla dorada era usada en
los templos egipcios; la mitra tuvo su origen en el culto de los
magos de Caldea, y la cruz entre los augures romanos.
En todas partes se injertó un culto nuevo sobre el antiguo,
que bajo otros nombres no fue más que una reproducción del anterior. Sólo la Iglesia Católica se mantiene aferrada a sus
viejos dogmas, superados y desmentidos por la ciencia de hoy.
Los autores de los Evangelios, seguramente, no habían
previsto ni los dogmas, ni el culto, ni el sacerdocio. Jesús nunca
manifestó ninguna inclinación sobre el Espíritu sacerdotal, nadie
ha estado más alejado de las formas y de las prácticas exteriores.
Todo en Él es sentimiento, elevación de las ideas, pureza de
corazón y sencillez. Los que se dicen sucesores de Él, han
ignorado sus intenciones y sus ideales; dejándose dominar por
los intereses materiales, y han sobrecargado a la religión católica
con un aparato pomposo bajo el cual ha quedado sofocada la
verdadera idea cristiana.
Los papas se hacen llamar su santidad y se dejan incensar.
Se han olvidado de las palabras de Jesús: “Pero vosotros no
queréis que os llamen Rabí, porque uno es vuestro Maestro, el
Cristo y todos vosotros sois hermanos”. (Mateo 23: 8).
Es lamentable que después del progreso que la humanidad
tiene alcanzado, aún nada sepa sobre su porvenir, nada de la
suerte que le espera al final de su vida. Es muy débil la fe que se
tiene en la inmortalidad, aún en aquellos que se llaman
cristianos; a veces, sus esperanzas vacilan bajo el soplo helado
de la duda, por falta de pruebas y convencimiento, porque la fe
ciega es poco convincente.
El obispo y el Sacerdote tienen conocimiento de esta
realidad, pero no tienen argumentos para convencer a sus fieles
porque ellos mismos son víctimas de la duda; ellos conocen su
debilidad y que están sometidos a su ignorancia, lo mismo que
aquellos a quienes tienen la pretensión de dirigir y si no fuese
por no comprometer su situación material y su propia dignidad,
reconocerían su equivocación, impuesta por su iglesia, y
dejarían de ser ciegos guiando a otros ciegos, porque no saben
nada de la vida futura ni de sus verdaderas leyes, y se atreven a
hacer de conductores de los demás, es el ciego que citan en los
Evangelios: “Y si un ciego guiase a otro ciego, ambos caerían
en el hoyo”. (Mateo 15:14). Las sombras han invadido el Santuario. No hay un obispo
que explique algo sobre las condiciones de vida en el más allá;
una realidad que no se puede ocultar más. Los espíritus se
manifiestan por todas partes, nos revelan la existencia de un
mundo que la Iglesia Romana se empeña en negar, y dentro de
ella reina la duda, la indiferencia y la incredulidad. Esta
situación ya afecta al ciudadano común que se deja influenciar
por un sentimiento de incredulidad.
El ideal cristiano, tan manipulado y falseado, ha perdido su
influencia sobre el pueblo, y la vida moral se ha debilitado. La
sociedad, ignorante del verdadero objetivo de su existencia, se
arroja sin miramientos a la conquista de los goces materiales. Ha
empezado un periodo de desorden y de descomposición, periodo
que conducirá a la negación total de todos los principios
evangélicos. Ante esta grave situación el Mundo Espiritual se
moviliza y revela un nuevo ideal; el Espiritismo que con su
evidencia puede desvelar todos los misterios, iluminar las
conciencias, consolar a los afligidos y reunir a todas las criaturas
en una sola creencia: la fraternidad, el amor y la tolerancia; en
un mundo de paz y armonía, respetando los derechos y creencias
de cada pueblo.
Durante más de mil años la Iglesia ha dominado a su gusto
al ser humano, ha modelado su alma, la sociedad entera ha
seguido sus normas. Todos los poderes han estado en sus manos,
la autoridad dependía de ella. Disponía con entera libertad de los
espíritus y de los cuerpos, reinaba por la palabra y por el libro,
por el hierro y por el fuego. Era soberana absoluta en el mundo
cristiano. Ningún poder jamás ha sido superior al de ella. Pues
bien, ¿qué ha hecho de esta sociedad que es obra de ella?. Los
abusos, los excesos, los errores del sacerdocio han engendrado
la duda; la imposibilidad de creer en los dogmas por ella creados
es lo que ha llevado a esta humanidad a la duda y a la negación.
La enseñanza de la Iglesia no ha conseguido satisfacer a las
inteligencias ni a las conciencias. Sus seguidores se adaptan a
ella porque es fácil y cómoda, pero en el fondo no hay fe, no hay convencimiento, porque sus manifestaciones son exteriores y
materiales; la pureza del Cristianismo ha sido sustituida por
unos dogmas infantiles y fantasiosos que han perturbado la
mente de algunos e introducido la duda en otros. Esto sucede
porque los obispos viven en las riquezas de sus palacios,
intervienen en la política y en los negocios; con su comportamiento
ellos mismos desmienten todo lo que dicen que
enseñan. Con sus principios la Iglesia ha instituido un reino en
este mundo, todo lo contrario de lo que Jesús le dijo a Pilatos:
“Mi reino no es de este mundo”. Para ser verdaderos cristianos
deberían renunciar a este reino convirtiéndose, a semejanza de
Cristo, en sublimes misioneros enseñando a sus adeptos el
verdadero Evangelio de paz y de amor, entonces, la humanidad
creería en ellos y la Iglesia Romana sería cristiana. Pero La
Iglesia no está interesada en cumplir y seguir estos enseñamientos
evangélicos. El Espíritu de Cristo parece abandonarla
cada día más. Ya casi no queda en ella más que una forma
exterior, una apariencia bajo la cual sólo se encuentra el cadáver
de una gran idea.
Las iglesias cristianas sólo se mantienen por lo poco que
les queda de la moral evangélica. La concesión que tienen del
mundo, de la vida y del destino no es más que letra muerta.
¿Qué se puede decir de una doctrina que aún mantiene la teoría
de que el único medio de volver a la vida es cuando resucite el
cuerpo muerto? Esto no se puede calificar ni como un sueño
infantil.
La Iglesia Católica Romana, desde sus principios utilizó el
nombre de Dios para conseguir sus fines, para convertirse en el
estado más poderoso del mundo, sin reparar en los medios que
tenía que utilizar para conseguir su objetivo.
No es esto lo que enseñaba Jesús cuando hablaba del
Padre, cuando afirmaba que el único, el verdadero principio del
Cristianismo; es el amor, el perdón, la caridad y la fraternidad
universal.
Si estos preceptos evangélicos hubiesen prevalecido en la Iglesia, el Cristianismo estaría en el apogeo de su poder y de su
gloria. Por esta razón es necesario volver a las puras enseñanzas
de Cristo que en realidad es la verdadera Religión Universal,
necesaria para esta desengañada humanidad. La religión del
miedo, de la amenaza, del castigo y de la intolerancia, tiene que
renovarse o morir. Los principios verdaderos y la base real del
Cristianismo, son: la justicia, el perdón, la misericordia y el
amor.
Documentación recogida del libro: Las Verdades del Espiritismo: del autor José Aniarte Alcalaz
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