domingo, 10 de febrero de 2013

INTELIGENCIA E INSTINTO

CREACIÓN DIVINA.
Inteligencia es el atributo del Espíritu, en virtud del cual toma conocimiento de su
propia existencia, así como ejerce una actividad voluntaria y libre. Cuando el Espíritu
alcanza el grado de humanidad, la inteligencia adquiere un desenvolvimiento superior,
como lo es el surgimiento de la razón y del sentido moral, que le proporcionan la
capacidad de concebir y reconocer la existencia de Dios.
Al realizar múltiples actos libres y voluntarios, al presentar finalidades nítidas y al obedecer a juicios y razonamientos bien elaborados, el hombre se muestra como un ser
que adopta una doble naturaleza: la material y la espiritual. Por lo tanto, una vez más cabe repetir:  Hay un Espíritu unido al cuerpo del hombre que constituye su alma, a la que exclusivamente debe su inteligencia y racionalidad, su conocimiento y sentimientos.
A si como su voluntad y libertad. Sin embargo, hay otros seres que realizan actos en los que se revela también una nítida finalidad, si bien parece que obedecieran antes a automatismos que a impulsos
provenientes de voluntades libres. Tales actos tienden, sobre todo, a la conversación del
individuo y de la especie, considerando las funciones de nutrición y reproducción,
proveyendo al crecimiento, al desarrollo, a la propagación, en fin, a la plena realización de
la vida dentro de las características peculiares de cada especie. Esos actos  se dice
son debidos al instinto, son actos instintivos. Aparecen ya esbozados en los vegetales
pero son mucho más evidentes en los animales. Actos instintivos, además, ocurren
también en el hombre, junto con los actos inteligentes.
Se pregunta, pues:  ¿Cual es la diferencia entre el instinto y la inteligencia?
¿Será el instinto una facultad diferente o un atributo inherente tan sólo a la materia,
como algunos todavía ‘piensan al atribuir el instinto solamente al cuerpo? Si así fuera
tendría que admitirse que la materia es inteligente, (lo que evidentemente es falso) e
incluso, más inteligente que el Espíritu, porque el instinto no se equivoca, mientras que la
inteligencia, porque es libre, puede equivocarse. Si al acto instintivo le falta, pues, el
carácter principal del acto inteligente, que es el ser deliberado, revela no obstante una
causa inteligente, porque está en condiciones de provenir, a fin de evitar la equivocación.
Por eso, otros son llevados a admitir que el que el instinto y la inteligencia proceden de
un único principio, que tendría solamente las cualidades del instinto, pero que después
se desenvolvería, evolucionaría y pasaría por una transformación, que le daría las
características de la inteligencia libre. Esa suposición no resiste un análisis más
profundo, visto que frecuentemente el instinto y la inteligencia se encuentran
juntos en el mismo ser y, muchas veces, se asocian en el mismo acto. En el
de caminar, por ejemplo, como recuerda Kardec, es instinto el simple movimiento
de las piernas, tanto en el hombre como en el animal y un pie va delante de otro
maquinalmente; pero al acelerar el paso o retardarlo, interviene la voluntad libre, la
deliberación y el calculo. También el animal carnívoro es impulsado por el instinto a
alimentarse de carne, pero actúa con inteligencia, e incluso con astucia, al tomar medidas
para asegurarse la presa, medidas que varían conforme con las circunstancias.
De manera que, a la pregunta: ¿Qué es el instinto y como se distingue de la
inteligencia?, muchos responden todavía: Es una especie de inteligencia. Otros
opinan agregando que es una inteligencia sin raciocinio. Resulta imposible establecer
un limite definido de separación entre el instinto y la inteligencia, porque muchas
veces se confunden y nunca se sabe donde acaba una y comienza la otra. A nuestro
entender, así como al de muchos que han reflexionado acerca de este asunto,
inteligencia e instinto son, en efecto, manifestaciones del mismo principio espiritual y,
por lo tanto, inteligente, pero que obedecen a dos determinantes o a dos motores
diferentes: uno que está ligado a la voluntad y a la libertad del individuo y otro ajeno por
completo a la voluntad y a la libertad. En estas condiciones pueden distinguirse
perfectamente los actos que dependen de la inteligencia plenamente desarrollada, de
aquellos que provienen estrictamente del instinto. Por ser la inteligencia, en su
plenitud, la facultad de pensar y de obrar racional y deliberadamente, los actos
inteligentes son conscientes, voluntarios, libres y calculados, obedecen a un
planeamiento. A esto se agrega que pueden sufrir variaciones, para adaptarse a
circunstancias ocasionales y a modalidades individuales. La inteligencia, variable e
individual por excelencia, puede por eso mismo progresar, de modo que los actos
inteligentes provienen del aprendizaje y por medio del aprendizaje se depuran.
No son Asi los actos instintivos. Consideremos, por ejemplo, el acto
absolutamente instintivo que realiza el patito, tan pronto como rompe la cáscara
del huevo que lo mantenía encerrado: si ve en las proximidades un estanque o
un lago, corre alegremente hacia él y se lanza al agua, nadando inmediatamente a la
perfección. ¿Dónde aprendió este animalito a nadar? ¿Con quien, si nadó en cuanto
se produjo su nacimiento?
Es instintivo también el acto del castor que construye su casa o madriguera con
tierra, agua y ramas de árboles; de los pájaros, que construyen a la perfección sus nidos;
de la araña, que teje con precisión su tela. Se ven ya en estos, algunos de los caracteres
del instinto: es innato, perfecto y especifico, es decir, que surge espontáneamente, sin
previo aprendizaje, en todos los animales de una misma especie y solamente de esa
especie, conduciendo a actos complejos, acabados, perfectos, desde la primera vez que
son realizados. Se observa, no obstante, que esos actos continúan durante toda la vida
del animal sin ningún cambio. Toda esa capacidad de nadar, de construir, de edificar, de
tejer, no sufrió ninguna variación a través del tiempo y el castorcito construye hoy su
madriguera como lo hacían sus ancestros y lo harían sus descendientes, con los mismos
materiales y del mismo modo. De igual manera, las aves construyen sus nidos y las
arañas tejen sus telas desde hace siglos y milenios, sin vacilación alguna, sin progreso, sin
cambio posible. ¡Tan diferente es eso de lo que hacen nuestros nadadores, en los diversos
estilos de natación, nuestros constructores, los ingenieros y los arquitectos! ¡Cuanta
variación a través del tiempo, según las circunstancias los individuos, los medios, las
culturas! ¡Cuantas adaptaciones a los gustos, a los deseos, a los puntos de vista y sobre
todo a los objetivos que se quieren alcanzar! En las construcciones de los hombres hay
inteligencia porque hay actos sujetos a la voluntad y a la libertad, variables de acuerdo
con las circunstancias, que obedecen a razonamientos, a cálculos, a planeamientos. Nada
de eso existe en los actos que emanan del instinto, que son perfectos, siempre los mismos,
sin variaciones, sin progreso, no por eso son menos maravillosos. Es verdaderamente
maravilloso lo que ocurre en el mundo de los insectos, de ciertos Himenópteros, por
ejemplo, de la familia de los Apidos o abejas, al punto de haber merecido una obra
especial al respecto, de la autoríceme de Mauricio Maeterlinck, poeta y dramaturgo belga,
premio Novel de literatura en 1911, pero que también se interesó mucho por las cosas
de la Naturaleza y escribió «La Vida de las Abejas» y además «La Vida de las Hormigas»
y «La Vida de las Termitas». Pero, en la vida misma del ser humano ocurren actos
instintivos tendientes a su conservación y a su procreación.
Citemos tan solo lo que acontece en los primeros tiempos posteriores al nacimiento
cuando, igual que ocurre con las crías de otras especies de animales mamíferos, al ser
llevada a los brazos maternos, la criatura recién nacida comienza inmediatamente a
succionar y absorber así su primer alimento. ¿Pero le faltó aprender a mamar? No, en
realidad ¡la criatura nació sabiendo mamar! Y para ejercer ese acto, que practica de
manera, espontánea y perfecta, reveladora de un conocimiento. Innato, es suficiente
con que esté en contacto con el seno materno, ¡Cuantas consideraciones y elucubraciones
podríamos hacer ahora, acerca de esa manera misteriosa en que Dios conduce a sus
criaturas, de modo que realicen actos espontáneos y perfectos, que son necesarios para
la propia preservación y la de su especie! Pero preferimos citar a Kardec. Dice él en el
ítem 14 del Capitulo III de la «La Génesis»: «Otra hipótesis que, en suma, se conjuga
perfectamente con la idea de la unidad de principio, sobresale del carácter esencialmente
previsor del instinto y concuerda con lo que el Espiritismo enseña en lo referente a las
relaciones del mundo espiritual con el mundo corpóreo.
Se sabe ahora que muchos espíritus liberados del envoltorio carnal tienen la misión
de velar por los encarnados, de los que se constituyen en protectores y guías; que los
envuelven en sus efluvios; que el hombre actúa muchas veces de modo inconsciente por
la acción de esos efluvios.
De igual modo, el instinto, lejos de ser el producto de una inteligencia rudimentaria
e incompleta, lo seria de una inteligencia extraña en la plenitud de su fuerza, inteligencia
protectora que suple la insuficiencia, ya sea de una inteligencia más joven  a la que
aquella compelería a hacer por si misma , o de una inteligencia madura, pero
momentáneamente disminuida en el uso de sus facultades, como se da con el hombre
en la infancia y en los casos de idiotez y de afecciones mentales.
Pero Kardec va más allá y, en el ítem 15 del mismo Capitulo III de la obra citada
dice: «En este orden de ideas se puede todavía ir más lejos. Si observamos los
efectos del instinto notaremos, en primer lugar, una unidad de miras y de conjunto, una
seguridad de resultados, que cesan en cuanto la inteligencia los sustituye… La uniformidad
en lo resultante de las facultades instintivas es un hecho característico, que forzosamente
implica la unidad de causa.
Como en las criaturas, estén encarnadas o no encarnadas, no se nos presentan las
cualidades necesarias a la producción de tal resultado, tenemos que subir más alto, es
decir, al Creador mismo. Si nos atenemos a la explicación dada acerca de la manera en
que se puede concebir la acción providencial (Cáp. II, Nº 24), si nos imaginamos a todos
los seres penetrados del fluido divino, soberanamente inteligente, comprenderemos la
sabiduría previsora y la unidad de miras que preside todos los movimientos instintivos,
que se efectúan para el bien de cada individuo. Tanto más activa es esa protección
cuantos menos recursos tiene el individuo en si mismo y en su inteligencia. Por eso es
que ésta se muestra mayor y más absoluta en los animales y en los seres inferiores, que en
el hombre.
Según esa teoría se comprende por qué el instinto es un guía seguro. El instinto
materno, el más noble de todos, que el materialismo rebaja al nivel de las fuerzas de
atracción de la materia, queda así realzado y ennoblecido. En razón de sus consecuencias
no podía ser entregado a las eventualidades caprichosas de la inteligencia y del libre
albedrío. Por intermedio de la madre, Dios mismo está velando por las criaturas que nacen.
Para finalizar:
«Todas esas maneras de considerar el instinto son forzosamente hipotéticas y ninguna
presenta el carácter seguro de la autenticidad como para ser considerada una solución
definitiva. La cuestión, sin dudas, será resuelta un día cuando se hayan reunido los
elementos de observación que todavía faltan. Hasta entonces tenemos que limitarnos a
someter las diversas opiniones al matiz de la razón y la lógica y esperar que la luz se haga.
La solución que más se aproxime a la verdad será seguramente la que mejor condiga con
los atributos de Dios, es decir, con la bondad suprema y la suprema justicia.

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