martes, 23 de septiembre de 2008

Una Madre y su hijo




En el mes de marzo 1865, el señor M. C., comerciante de una pequeña ciudad cercana a París, tenía en su casa a su hijo, de ventiún años de edad, gravemente enfermo. Este joven, sintiéndose cercana la muerte, llamó a su madre, teniendo fuerzas aún para besarla y abrazarla.Ésta, derramando lágrimas en abundancia, le dijo:"Vé, hijo mío, precèdeme; no demorarè en seguirte". Luego, de inmediato, salió, ocultando la cabeza entre las manos. Las personas que presenciaron esta triste escena, consideraron a las palabras de la señora de C. como una natural expresiòn de dolor que el tiempo y la razón debìan aplacar. Sin embargo, una vez que hubo experirado el enfermo, se la buscò por toda la casa, hallàndosela ahorcada en el granero. La inhumaciòn de la madre se realizó al mismo tiempo que la de su hijo.
( Evocación al hijo, varios días después del suceso ).--¿Tenéis conocimientode la muerte de vuestra madre, quien se ha suicidado ante la desesperación que le ha causado vuestra muerte?
-Sí; y si no fuera por la pena que me ha causado su fatal resolución,sería completamente feliz. ¡Pobre y excelente madre! No ha podido soportar la prueba de esta separación momentá, tomando, para estar reunida con su hijo, a quien amaba tanto, el camino de él debía alejarla, ¡Ay de mi!, por mucho tiempo. Ha retardado así, indefinidamente, esta reunión que habría sido tan pronto, si la sumisión a la voluntad del señor hibiera llenado su alma, y si se hubiese resignado, humilde y arrepentida, ante la prueba que debía sufrir y la expiación que iba a purificarla.
¡Orad! ¡Oh! ¡Orad por ella!..., y sobre todo ¡No la imiteis, madres que os habeis enternecido con la notícia de su muerte! No creais amara más que otraas a este hijo que era su alegria y su orgullo; no, lo amaba más, pero le ha faltado el valor y la resignación. Madres que me escuchais, cuando veais que la agonía cubre los ojos apagados de vuestros hijos, acordaos que, al igual que Cristo, suben a la cima del calvario, desde donde deben elevarse la gloria eterna.

BENJAMIN C.
[Evocación a la madre]. -¡Quiero ver a mi hijo!¿Tenéis el poder de devolvérmelo?... ¡Malvados!... Me lo han quitado para llevarlo a la luz y a mí me han dejado en las tinieblas!... ¡Lo quiero, lo quiero..., me pertenece!... ¿Acaso el amor maternal nada vale?... ¡Qué!, haberle llevado nueve meses en mi seno, haber alimentado su carne con mi carne, su sangre con mi sangre. Haber seguido sus primeros pasos y enseñarle a balbucear el nombre sagrado de Dios y la dulce palabra de madrwe. Haber echo de él un hombre lleno de actividad, de inteligencia, de honradez, rectitud y amor filial, para luego perderle cuando realizaba las esperanzas que de él había concebido y cuando un brillante porvenir se abría ante él! ¡No, Dios no es justo! Este no es el Dios de las madres, pues no comprende su dolor y su desesperación... Y cuando me entrego a la muerte para no abandonar a mi hijo, ¡Me lo arrebata de nuevo!... ¡Hijo mio! ¡Hijo mio! ¿Dónde estás?
El evocador.-¡Pobre madre! Tenemos compasión de vuestro dolor; pero habeis elegido un triste medio para estar unida a vuestro hijo, pues el suicidio es un crimen a los ojos de Dios y deberías haber imaginado que él castiga toda infracción a sus leyrs. La privación de la vista de vuestro hijo es el castigo que te ha sido impuesto.
La madre.-No; yo creía que Dios era mejor que los hombres. No creía en su infierno, sino en la reunión eterna de las almas que se amaran como nos amábamos; pero me he engañado... ¡Dios no es justo y bueno, puesto que no ha comprendido la inmensidad de mi dolor y de mi amor!... ¡Oh! ¡Qué él me entregue a mi hijo! ¿Lo habré perdido para siempre? ¡Piedad, piedad, Dios mio!
El evocador.- Vamos, serenad vuestra desesperación; pensad que si hay una manera de volver ver a vuestro hijo, no es blasfemando de Dios como lo lograréis. En vez de ser oida, atraes sobre tí mayor severidad.
La madre.-Me han dicho que no lo volvería a ver. Entendí que lo han llevado al paraiso. Y yo, entonces, ¿estoy en el infierno?... ¿El infierno de las madres?... Existe, sí, yo demasiado lo compruebo.
El evocador.- Vuestro hijo no está perdido para siempre, creedme. Lo volvereis a ver, ciertamente. pero es preciso antes merecerlo mediante vuestra sumisión a la voluntad de Dios; al paso que revelándoos puedes retardar ese momento indefinidamente. Escucha: Dios es infinitamente bueno, pero es también infinitamente justo. No castiga jamás sin causa; y si os ha impuesto grandes dolores sobre la Tierra, es porque lo habeis merecido. La muerte de vuestro hijo era una prueba para vuestra resignación. Desgraciadamente, habeis sucumbido ante ella en vuestra vida, y ahora después de muerta, vuelves a caer. ¿Cómo pretendes que Dios recompense a sus hijos rebeldes? Pero él no es inexorable: Acoge con cariño el arrepentimiento del culpable. Si hubieses aceptado sin murmurar y con humildad la prueba que os ha enviado con esa separación momentánea, esperando con resignación el momento en que él te llevase de la Tierra, a vuestra entrada en el mundo en el que estais hubieseis visto de inmediato a tu hijo, quien te habría de tender los brazos, hubieseis tenido la dicha de verlo radiante de alegría después de ese lapso de ausencia. Lo que hicisteis y lo que haces en estos momentos pone entre él y vos una barrera infranqueable. No creais que esté perdido en las profundiades del espacio, no; está más cerca de vos de lo que pensais. Él os ve y os ama siempre, y gime por la triste situación en que os ha hundido vuestra falta de confianza en Dios. Pide fervorosamente el momento afortunado en que le será permitido mostrarse ante ti, pero es exclusivamente tuya la responsabilidad de apresurar o retardar ese momento. Rogad a Dios y decid conmigo:
Dios mio: perdóname el haber dudado de vuestra justicia y de vuestra bondad. Si me has castigado, reconzoco que lo he merecido. Dignaros a aceptar mi arrepentimiento y mi sumisión a vuestra voluntad.
La madre.-¡Qué luz de esperanza habeis logrado encender en mi alma! Es un resplandor en la noche que me rodea. Muchas gracias, voy a orar. Adiós. C.

La muerte, aun por suicidio, no ha producido la ilusión de creerse vivo, dado que tiene perfecta conciencia de su estado. En cambio en otros, el castigo consiste, precisamente, en esta misma ilusión, en sentir los lazos que lo retienen a su cuerpo. Esta mujer ha querido dejar la Tierra para seguir a su hijo en el mundo en el que había entrado y era preciso que supiera que estaba en ese mundo para ser castigada, pues en él no habría de encontrarlo. Su castigo consiste, por tanto, en saber que no vive corporalmente y en el conocimiento que tiene en su situación. Es así que cada falta es castigada según las circunstancias que la acompañan, razón por la cual no hay castigos uniformes y constantes por las faltas de un mismo género.

Extraído del libro "El cielo y el infierno" de Allan Kardec.

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